BREVÍSIMA BIOGRAFÍA DEL PERU
César
Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 704, 11OCT24
N |
adié sabe quiénes fuimos realmente ni cuál fue la
raíz de todo esto.
Los incas -nos decían- fueron nuestros padres. Pero
los incas, como los atenienses, duraron poco: unos ciento cincuenta años.
Prefiero creer que más tenemos que ver con los
Chavín.
En todo caso, nos conocen mundialmente por los
incas, que conquistaban tierras, exigían la sumisión (o la hipocresía del acatamiento),
sacrificaban niños y estaban convencidos de que los cerros hablaban.
Los incas nos impusieron el silencio y la
adaptación. De allí quizá procede el talento del peruano para sobrevivir
enmascarado.
Los incas crearon una sociedad de clases que
privilegiaba la nobleza, la disciplina social y una cierta justicia
redistributiva.
Aun así, terminaron su breve y extendido imperio con
una guerra civil librada por dos hijos de Huayna Cápac.
En pleno conflicto cainita, llegaron los ibéricos
con Pizarro a la cabeza.
Valverde le mostró la biblia a Atahualpa. Era la
misma biblia que Pizarro, estrictamente analfabeto, tampoco podía leer.
El rescate de Atahualpa |
Los ibéricos venían del hambre y la leyenda de ríos
auríferos y grandes petos dorados cubriendo a dioses paganos los volvió locos.
La codicia desdentada derrotó al imperio fugaz.
Los ibéricos, con sus cruces en ristre, nos
impusieron otros casi tres siglos de cautela.
Fue en esa época donde aprendimos, con doctorado y
todo, el arte de hablar a media voz. Somos especialistas en esa materia.
Quien no habló a media voz fue Túpac Amaru, que
resultó combatido hasta por el cusqueño Mateo Pumacahua Chihuantito, y que
murió como ya sabemos. Treinta y cuatro años después, a los 74 años, Pumacahua
decidió que ya era tiempo de dejar de servir a los españoles y se embarcó en la
inverosímil conjura de los hermanos Angulo. Terminó linchado en Sicuani, pero
comió, criollamente, a dos cachetes: derrotó a Túpac Amaru en nombre de la
península y en la ancianidad se sublevó ante el poder colonial. Por lo tanto,
también es héroe de la lucha independentista. Pumacahua es de los nuestros.
Cuando la España decadente estaba invadida por
Napoleón, el cachaco corso que llegaría a emperador autonombrado, aquí, en
Lima, y en algunos lugares de provincias, empezaron a oírse voces que alentaban
la causa de la independencia.
Pero no eran muchas ni tenían ejércitos detrás.
Por eso tuvieron que venir extranjeros a estas
tierras de calma chicha.
Llegó un argentino que bebía un poco más de la
cuenta y que pensó en un rey para estas tierras. Y después llegó un mulato
venezolano que había declarado la guerra a muerte y que la impuso a sangre y
fuego. El Perú lo adoró y se rindió a sus pies. Cuando dejó el país, los
peruanos hicieron lo que suelen hacer cuando les dan la espalda: lo odiaron.
Pero el odio era recíproco. El mulato nos arrebató
tierras y futuro y habló pestes del país que lo había nombrado dictador.
Nos impusieron la república.
Y como la república la habían ganado los militares,
fueron ellos los que se hicieron cargo del asunto.
Fueron años de caos y repartija. Tuvimos a un
Castilla, es cierto, pero lo que prevaleció fueron los Gamarra y los Echenique:
conspiradores de pacotilla y ladrones por naturaleza.
Hasta que llegó el civilismo con Manuel Pardo, el
hombre al que Chile le estará eternamente agradecido.
Traidor Iglesias |
Fuimos a la guerra que teníamos que perder para
honrar un tratado que jamás debimos firmar y porque a los forajidos
altiplánicos se les ocurrió desconocer un tratado comercial.
Miguel Grau nos había advertido, un año antes de la
guerra, que el estado de nuestra flota era desastroso.
traidor Piérola |
Chile, la vieja capitanía rencorosa, la tierra de
Portales, tenía dos blindados nuevos y un ánimo enorme de vengar los suntuosos
agravios de Lima.
Grau y Bolognesi nos honraron. Mariano Ignacio Prado
nos manchó para siempre. Y fueron indelebles los que se doblegaron sin disparar
un solo tiro y el que paralizó a los ejércitos de reserva en San Juan y Miraflores
y luego huyó del escenario. Ese fue Piérola, nuestro Guasón condecorado.
Después de la derrota, vino felizmente Cáceres
Dorregaray, el ayacuchano ilustre que organizó la resistencia y la mantuvo viva
durante dos años.
Pero en Huamachuco, la batalla final, a Cáceres lo
que le faltó fue munición. Esa fue la que le negó el abominable Lizardo
Montero, que terminó huyendo a Puno y a Bolivia después de que Arequipa se rindiera
ante las tropas del coronel chileno José Velásquez Bórquez.
Pero todo Cáceres tiene en el Perú su antídoto. Y el
antídoto de Cáceres fue Miguel Iglesias, el general que el invasor armó y
financió para que firmara el Tratado de Ancón.
Iglesias es la indignidad a caballo y sable en mano.
Es el relincho de la traición. Sin embargo, sus restos están ahora en el
Panteón de los Próceres. Los puso allí Alan García el año 2011. El hombre que
se mataría para huir de la justicia reivindicó al infame que sirvió al invasor.
Eso lo resume todo. <:>
Andres Avelino Cáceres: alzó dignamente el nombre del Perú |
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