miércoles, 31 de julio de 2024

PARA LA HISTORIA DE PUNO

 IGLESIAS RENACENTISTAS EN LAS RIBERAS DEL LAGO TITICACA (I)

Marco Dorta*

A

 más de tres mil metros de altura sobre el nivel del Pacífico, las tierras desoladas que bañan el Lago Titicaca, constituyen una de las regiones del Perú más favorecidas per el arte de la época virrei­nal. A orillas del lago histórico, que las viejas leyendas del Incario, vincularon al poético origen de los hijos del Sol, hay unos cuan­tos pueblos, que como recuerdo de un esplendor pretérito, guardan un conjunto de monumentos, que forman uno de los grupos o escuelas más interesantes de cuantos constituyen el conjunto del barroco andino, tan distinto del que floreció en los valles de la costa. Pe­ro, la importancia artística de estos monumentos, parece haber aca­parado, casi por completo, la atención de los investigadores de arte. Deslumbrados por las maravillas barrocas del siglo XVIII, apenas han sentido interés hacia otras iglesias más modestas que, en los pueblos, recuerdan los primeros tiempos de la conquista espiri­tual de la comarca. Me refiero a las que construyeron Dominicos y después Jesuitas, durante las últimas décadas del siglo XVI y pri­meros lustros del siguiente, que constituyen ejemplares muy estima­bles para el estudio del Renacimiento en el Perú. Su importancia artística no se ha destacado todavía. Algunos datos y algunos fo­tograbados que publicó Cuentas Zabala en 1919 (1) no lograron des­pertar la atención de los eruditos, y, esos viejos templos perma­necieron injustamente olvidados hasta que, en 1941, el arqui­tecto Hart-terré, después de un minucioso recorrido por la comarca se ocupó de ellos, con la brevedad que la ocasión le exigía, en una interesantísima conferencia que le escuché en Lima. Bien merecen estas iglesias renacentistas un intento de valoración artística, y ese es el fin que me propongo al dedicarles las páginas que siguen.

San Juan, Juli
LA CONQUISTA ESPIRITUAL DEL COLLAO

Apenas conquistado el territorio, fue iniciada la conquista es­piritual de las tierras del Collao, por la Orden de Predicadores. El famoso provincial Fray Tomás de San Martín, cuando cruzó la me­seta, camino de Charcas, allá por los años de 1534, dejó a sus com­pañeros de religión Fr. Andrés de Santo Domingo y Fr. Domingo de Santa Cruz, en Chucuito: pueblo situado a orillas del lago, que años más tarde fué erigido en capital de la provincia de su nombre. Fué tal la actividad desplegada por los Dominicos, desde el con­vento que fundaron en Chucuito, que en 1553 tenían en la provin­cia dieciocho casas, si bien —al decir el cronista de la Orden— no reunían “aquellos requisitos y cualidades que requieren nuestras le­yes para llamarse conventos" (2).

Las primeras iglesias, erigidas en los pueblos ribereños, debieron ser de escasa importancia arquitectónica. Cuando recorrió la pro­vincia el beneficiado y vicario de La Paz, Pedro Márquez de Pra­do, en 1560, había en la ciudad de Chucuito un convento de San­to Domingo y una iglesia vieja que los frailes habían hecho derri­bar pocos años antes. Los pueblos de Acora, llave, Juli, Pomata, y Zepita, tenían cada uno su iglesia y todas estaban bien provistas de retablos, imágenes y ornamentos, según consta en los prolijos in­ventarios hechos por el visitador, que, a pesar de ser muy minucio­sos, para nada aluden a la parte material de los templos (3). En esa fecha desempeñaba la doctrina de Pomata el famoso Fr. Agustín de Formisedo, que, según Meléndez, ‘‘edificó con su celo las más antiguas de las iglesias de la provincia, hasta hacerse peón de la obra de la iglesia de Chucuytu, cargando los materiales sobre sus mismos hombros" (4). Sin embargo, Fr. Juan Martínez Altamirano escribía al rey, desde el convento de Chucuito, en 1580, alegando “que hacía treinta años que trabajaba en la conversión de los indígenas, aprendiendo sus lenguas y edificando mucha cantidad de iglesias", que no existían, cuando llegó a aquellas tierras (5).

A pesar del alto concepto que Fr. Agustín de Formisedo mere­ció al cronista de su Orden —en cuyas páginas aparece como uno de esos frailes constructores que tanto abundaron en América—, los documentos le sorprenden velando más por sus iglesias de las doctrinas; fue él, quien mandó derribar la iglesia vieja de Chucuito para aprovechar sus materiales, en la del monas­terio dominico (6). Una carta de la Audiencia de Lima, dirigida al Consejo de las Indias en 1569, aclara la actitud de los religiosos que, no queriendo perder los beneficios que les reportaría su perma­nencia, se preparaban por si algún día eran reemplazados por clérigos seculares. “An hecho los yndios las iglesias y casas para los reli­giosos -escribía el Presidente— y sospechando los frailes que algún tiempo an de venir a provecho de curas y que ellos en de quedar sin la doctrina, an traídos los yndios a que les hagan donación destas yglesias y de los bornamentos”. Así trataban de Orden, para ase­gurar su establecimiento definitivo en la comarca; pero esto implica­ba, que cuando se encargase de aquellas a clérigos seculares, sería pre­ciso construir nuevas iglesias en los curatos, con la consecuencia de que los indios tendrían que costear la tercera parte de las fábricas y el real erario el resto, ya que se trataba de un repartimiento vincu­lado a la Corona.

Con el fin de evitar nuevos gravámenes a los in­dígenas y gastos a la real Hacienda, la Audiencia ordenó al corre­gidor de Chucuito “que todo esto se haga a los indios que lo den por ninguno, porque deben quedar con siete monasterios en este repartimiento“ (7). Como se ve, el número de iglesias o doctrinas coincide con las que había visitado el vicario de La Paz, nueve años antes. Más tarde, en 1579, el virrey D. Francisco de Toledo, des­poseyó de las doctrinas a los Dominicos y encargó las de Juli, Aco­ra y Pomata a los jesuitas, encomendó a los clérigos seculares, las restantes, pero en 1660 fué restituida ésta última a la Orden de Pre­dicadores.

Santiago de Pomata
EL PLAN DE OBRAS DEL CONDE DE VILLAR


La Corona, que tanto cuidado dedicó siempre a la evangelización de los indígenas, no dejó de dictar órdenes a fin de que la pro­vincia de Chucuito tuviese los templos necesarios. Una real cédula fué dirigida en este sentido a D, Francisco de Toledo y otra al Conde de Villar (8), En ejecución de esta última, dispuso el cita­do Virrey, la construcción de tres iglesias en la ciudad de Chucuito; otras tantas en Juli y otras dos en cada uno de los pueblos de Acora, Ylave, Pomata, Yunguyo, y Zepita.

Nombrado veedor y director de las obras, el gobernador de la provincia, D. Gabriel Montalvo y Peralta, celebró escritura de concierto en Moquegua, el 13 de octubre de 1590, con el maestro de albañilería Juan Jiménez, con los de carpintería Juan Gómez y Juan López, comprometiéndose éstos a fabricar las diecisiete iglesias en el término de tres años (9).

A juzgar por los datos posteriores, el plan de obras dispuesto por el Conde de Villar no se llevó a efecto, al menos en su totalidad. La real cédula de 30 de setiembre 1595 recordó las órdenes cursadas a los virreyes anteriores y, en cumplimiento de la misma fué ((el virrey)) D. Luis Velazco —el infatigable alentador de construcciones religiosas en el virreynato— quien dió el impulso decisivo. En 1601 dando cuen­ta a la corte de sus gestiones, dispuso que el Conde de la Gomera, gobernador de la provincia, ((de Chucuito)) asesorado por maestros y peritos, así co­mo por el rector del Colegio de la Compañía de Jesús de Juli y los doctrineros de los pueblos, viese en cuáles hacían falta iglesias y lo que costaría hacerlas, “moderando el edificio y gasto cuanto fuese posible".

Según la relación enviada por el Conde de la Gomera— transmitida por el Virrey, en aquella fecha—era necesario hacer de nuevo un plan de ocho iglesias; tres en la ciudad de Chucuito, dos en Acora, otras tantas en Zepita y una en Ylave; y terminar las que es­taban comenzadas; una en cada uno de los pueblos de Acora, Ylave, y Juli, dos en los de Yunguyo y Zepita y la iglesia mayor de Chu­cuito (10).

Este plan de obras se puso inmediatamente en ejecución. “Aviendo visto el Virrey D. Luis de Velasco la necesidad que avía de iglesia en la provincia de Chucuito y quan apretada es la obli­gación que V. M. tiene de acudir a esto, assi por el universal se­ñorío como la particular obligación de estar en su real corona aquel repartimiento, expuso el asunto a la Audiencia en 1602. Se acordó entonces que las dos tercias partes que había de pagar el real erario fuesen deducidas de otra cantidad mucho mayor que debían los indios de la provincia, por tributos atrasados, y además la Ha­cienda les dió en préstamo veintidós mil quinientos pesos "para que pudiesen comprar clavasson y otros materiales". Diez años después, en 1612, el Virrey escribía que "de estas iglesias están las más ya fabricadas y otras se van continuando" (11).

Los datos hasta aquí reseñados permiten fijar con relativa pre­cisión la cronología de las iglesias renacientes del Collao. Parece indudable que todas estaban acabadas, o a punto de terminarse, en 1612. Por otra parte, las Cartas Annuas de 1620 dan cuenta de haberse terminado en dicho año la iglesia de la Asunción de Juli, una de las más importantes del grupo, que sería probablemente la que estaba a medio hacer en 1601.

Santiago de Pupuja
Más difícil es precisar si alguna de ellas es anterior al plan de obras proyectado por el conde de Villar en 1590, y si alguna de las ¡glesias  que hoy existen, podría identificarse con la que los indios construyeron para loa dominicos, citadas en las actas de la visita que realizó el vicario Márquez de Prado en 1560. Los datos arriba citados, no aclara el problema. Lo único que aparece fuera de duda es que las dos iglesias de Yunguyo, son posteriores a 1590, pues no se mencionan en la visita del vicario de La Paz, y en cambio, en el plan de obras del Conde de Villar, figuraba la construcción de dos templos en dicho pueblo, los mismos que estaban por acabar en 1691.

La antigüedad de las iglesias de la Asunción de Chucuito, San Juan de Juli y Santa Bárbara de Ylave que se han creído dominicas (12), no aparece tampoco muy segura, como veremos más adelante. Aún, esta última (Santa Bárbara), que por ciertos detalles de estilo parece más anti­gua, es imposible asegurar, que sea dominica. Mueve a duda el hecho de que en 1590 se proyectaban dos en ese pueblo (Ylave) y una de ellas estaba a medio hacer en 1601, que podría identificarse con la de San Miguel. Si bien en ésta, se encuentran arcos conopiales en la portada de la sacristía y en los huecos de acceso a las capillas del crucero; en este último caso se combinan de tal manera con formas del bajo Renacimiento, que inducen a pensar en un arcaísmo estilís­tico más que en una positiva antigüedad del edificio. Recordemos también que los edificios más propiamente góticos del Perú, co­mo los templos de Zafia y Guadalupe, son muy tardíos; pues el con­vento de aquella villa fué fundado en 1584 y la iglesia Guadalupe es posible que sea de los primeros años del siglo XVII (12).

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             _  (1)Cuentas Zabala: Chucuito. Album Gráfico e His­tórico. Lima, 1919

—(2) Apud Cuentas Zabala, ob. ci­tada.

— (3) Archivo de Indias; Lima, 305. Pieza de 300 folios “Sobre limitación del Obispado del Cuzco".

—(4) Meléndez, Tesoros Verdaderos de las Indias, en la Histo­ria de la gran Provincia de San Juan Bautista del Perú: I (Roma, 1681) pág. 620).

—(5) Archivo de Indias; Char­cas, 142: carta de 24—I—1580.

—(6) Archivo de Indias: Lima, 305; pieza, cit. fol, 58 vuelta.

—(7) Archivo de In­dias; Lima, 270: carta de 27-IV-1569.

—(8) Aludidas en carta de este Virrey, de 28-XII-1601, Archivo de Indias; Lima, 34.

—(9) Mendiburu: Diccionario Biográfico del Perú, VII. 415.

—(10) Archivo de Indias Carta de 28-XII-I601. Lima, 34

—(11) Carta de 5-IV-1612. Archivo de Indias; Lima, 275, fol. 536.

—(12) Hart-terré: art. citado.

—(13) Me ocupo de es­tas iglesias en la obra de Angulo, Historia del Arte His­pano Americano (Barcelona), Salvat, 1945 pág. 626.  

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* El autor da estos artículos es un distinguido profe­sor de Arte, en la Universidad de Sevilla y notable in­vestigador del pasado de su patria—España y de Améri­ca. Hace algunos años vino en peregrinaje artístico por tierras de América y entonces tuvo oportunidad de apre­ciar directamente las riquezas de nuestra Arquitectura Colonial. El estudio que publicamos ha sido editado en un primoroso folleto ilustrado. El señor Marco Dorta, es además autor de muchos opúsculos y trabajos de índole histórica, entre los que sobresale «La Historia de Arte Americano», obra que trabajó en colaboración con otro notable maestro universitario, el Profesor Angulo.

(Artículos insertos en el libro “PUEBLOS Y PARROQUIAS DEL PERU” del R.P Jesús Jordán Rodríguez. Tomo II, Lima, 1954 pp, 384 y ss.)

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