EL LIBRO QUE NO FUE
César Hildebrandt
HILDEBRANDT
EN SUS TRECE Nº 686 17MAY24
H |
asta hace unos días, había decidido publicar
“Biografías falaces”. El libro recogía algunos de esos textos que muchos
festejaron y otros tantos odiaron hasta la última gota de su bilis.
Me sucedió algo, sin embargo, que me hizo cambiar de
opinión. Al releerlos de pasada, sentí que el personaje que los había escrito
había desaparecido y que el tono mismo de esas diatribas en clave de humor ya
no me pertenecía.
Sí, en efecto: ahora estoy más furioso que nunca
-felizmente- y creo que la comedia es lo que menos me llama. Dice mucho de
nuestra situación que alguien que siempre le ha hecho guiños a la ironía y ha
tenido arrumacos indecentes con el sarcasmo, sienta ahora que no es tiempo para
la sonrisa sino para el grito y la protesta.
No sé quiénes pueden compartir mis puntos de vista,
pero la verdad es que cada día me importa menos ser parte de esta minoría en
extinción en la que me siento a mis anchas. Pues bien, tengo un anuncio que
darles, una vieja primicia que ofrecerles: estamos en el abismo, en la Fosa de
las Marianas del fracaso. ¿Y saben qué? Nada me asquea más en estos días que
leer a quienes nos recomiendan calma y resignación. Esos son los podridos que
Basadre detestaba, los que nos vendieron una paciencia que ya dura 200 años.
El Perú ha conocido muchas crisis, es cierto, y
nadie sabe qué puede venir si cae este gobierno hediondo, también es cierto,
pero es imposible ignorar que el país sumergible en el que vivimos ha tocado
fondo. Ni siquiera en el largo episodio del fujimorismo el Perú fue de modo
tan desfachatado el país-lumpen que es hoy. Recordemos: en esa época de ausencia
de aire limpio y de consagración del vale todo, había una oposición política
que peleaba por espacios y narrativas, una prensa heroica que disputaba lectorías,
socialistas liberales que se jugaban enteros en la lid. Lo que sorprende de estos
días es la virtual unanimidad de la desdicha: el Apra aparece encamada con el
keikismo, la derecha es madriguera del fascismo iletrado, la izquierda está a
la diestra de algún dios destituido, el centro fue devorado por la polarización,
la gran prensa y la tele barragana se han suscrito al miedo. Nos gobiernan
delincuentes protegidos por otros delincuentes y entre ambos preparan el 2026
como emboscada electoral.
Frente a eso, no me nace publicar un libro como el
que iba a ser, gracias a la generosidad de Random House, “Biografías falaces”.
Para esa edición, abortada por mi cuenta, había escrito unas cuantas palabras
que quizá sea bueno reproducir aquí:
“Inventé estos textos de
extramuros para no volverme loco. Ellos me sirvieron de desahogo atrabiliario
en aquellos años en los que el Perú parecía amar el pantano y agradecer la
mugre. Estos textos fueron la justicia a mano armada, la única revancha que
podíamos darnos los que sentíamos que habíamos perdido el futuro. Nos hicimos
sicarios de buena fe y salimos, caricatura en ristre, al exterminio de quienes
nos habían matado el país y se jactaban de ello. Lo hicimos sin ninguna
aspiración literaria y sabiendo que lo nuestro sería pelea callejera y que
las ferocidades serían la respuesta.
La pregunta que me roe a
estas alturas es muy sencilla: ¿esas golondrinas no son las mismas que hoy nos
sobrevuelan?
Y la respuesta es sí. De modo que la venganza ha sido inútil. Los personajes falazmente retratados en este álbum de figuritas sólo han cambiado de percha y apellido y la política peruana sigue siendo una novela policial interminable.
Después del fujimorismo, que
inspiró el veneno de estas páginas, vino el fujimorismo y con ello el Perú
demostró que apostaba enérgicamente por su disolución moral. De modo que los
personajes que aquí aparecen insinuados han demostrado su apego a la
inmortalidad y están reencarnados en esta actualidad del Castillo interrumpido
y la Boluarte estirada. El aspirante a senador japonés ha logrado una hazaña
irrepetible: que el país que destruyó institucionalmente ame su obra, reincida
en sus crímenes, repita sus coartadas. En él guion perverso de nuestra
historia, el monstruo compuesto por el doctor Frankenstein ama a su creador.
Son nuevas caras y otros deneíes
pero es la misma vaina: el país es un botín, la política es el arte del
disimulo, el pueblo equivale a los aplausos grabados de algún plato. Son otros
dejos y nuevas procacidades, pero el mensaje es el de siempre: estamos condenados
a la fragmentación y al deterioro. Quisimos ser una república pero nos quedamos
en el zaguán.
De modo que estos chuscos
arrestos de la ira ni siquiera pertenecen al pasado. Los releo con la
esperanza de que parezcan viejos y reflejos de una etapa superada y me doy
cuenta de que los vicios que retratan y el cinismo al que aluden están aquí
entre nosotros, más invictos que nunca. La película se ha detenido. El
fotograma es el mismo. Del proyector salen neblinas. La gente sigue mirando la
misma imagen congelada. Es la versión falaz del orden y del progreso”. <>
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