viernes, 5 de agosto de 2022

FAUNA ANTIQUISIMA DEL PERU: EL "CONEJILLO DE INDIAS"

 EL CUYE. Millones de años

Escribe. Alfonsina Barrionuevo

Revista AGRONOTICIAS Nº 383, p. 52 •Diciembre, 2012• Lima, Perú

Nos miramos frente a frente. El, con su naricita graciosa, sus orejas de paraguas, sus bigotes ralos y sus ojazos risueños. Al sentirse descubierto hizo como un mohín. A muy pocos les gusta hablar de la edad. Lo descubrí de pura casualidad, leyendo un trabajo de Jane Wheeler y Juan Rofes. El cuye o kuye[1] no sólo es tatarabuelísimo, sino muchísimo más. Los años le llueven por todas partes. Torrencialmente sobre su cabeza, en un patinaje loco encima de su cuerpo lustroso, y anegando los dedos de su patitas hasta formar un charco a sus pies como un océano.

El cuye o kuye [1] nuestro tiene millones de años de vivir sobre la tierra, este planeta al que los humanos no dejamos en paz. "Estudios recientes —dicen Wheeler y Rotes— han demostrado que los roedores llegaron a Sudamérica hace unos 35 millones de años, procedentes del continente africano (Wyss et al., 1993). Tenemos así que la forma ancestral del suborden Hystricognathi dio origen, entre otros, a los Hystricidae (puercoespines) en Africa, y a los Caviidae (cuyes) en Sudamérica (Woods, 1984; Wyss et al., 1993)."

No quiero seguir abundando en esta valiosa información por no incomodar al kuye, amigo de toda la vida, al que consumimos cariñosamente en Cusco al horno, relleno —en nuestro caso— con hierbas olorosas, crocante como un lechoncito, y saboreando sus suaves carnes hasta dejar sus huesos mondos; y también, aunque menos, en qoelawa o qowilawa="crema o sopa de kuye" en quechua. En otras partes lo comen chaktado (Arequipa y Moquegua), frito (Ancash, Junín) o nadando en aceite (Cajamarca). De todas formas es delicioso.

Tampoco se trata de elogiarle gastronómicamente, ni cómo ha sido recibido en mesas extranjeras (a los coreanos les gusta muchísimo), sino de revisar el trabajo de Wheeler y Rofes y agregar algunas notas recogidas en mis viajes.

Ellos afirman que el cuye doméstico, "un pequeño animalito de temperamento inofensivo", que "posee piernas cortas, cuerpo y cuello anchos y carece de cola". Este último es importante remarcar, pues hace décadas lo confundían en Lima con la rata, que es muy diferente y tiene - además de hocico largo y amenazadores dientes— una larga y repugnante cola. Puede tener unos 9,000 años de antigüedad, según los hallazgos en depósitos arqueológicos.

Y ahora sí que nuestro kuye (Cavia porcellus), cuyo nombre corresponde a su nombre peruano "qowe" o "qowi", respira con algún alivio. Se siente como un bebé al lado de sus antepasados, cuando los continentes estaban unidos y siendo tan tímido, tan ajeno a las aventuras, pudo pasar valientemente de uno a otro. ¡Pequeño gigante!

En Cusco, según las añejas tradiciones andinas, el Ukhupacha, el mundo de abajo, está poblado por unos hombres pequeñitos que tienen cabeza de qowe. Son los ukhupacharunachakuna, pastores de los poronqoes. Mi hija Kukuli los dibujó alguna vez llevando unos pequeños chalecos bordados con flores.

En Puno tuve la suerte de ver a los poronqoes que son kuyes silvestres. Al atardecer, en ciertas ocasiones, salen de sus madrigueras y se mueven en una mancha extendida. A medida que avanzábamos, en un auto que iba lentamente, se abrían. Eran miles y ni pensar en que se pudiera coger uno para examinarlo. Hubieran desaparecido en instantes porque son veloces.

Al parecer se alimentan principalmente o sólo de pasto. Un guía del lugar nos informó que no son comestibles, porque su carne tiene sabor a hierba y no es agradable.

Jane Wheeler, de CONOPA, está en lo cierto cuando afirma que al convivir con el hombre ganó mucho. Su condición de doméstico le proporcionó un techo seguro y un ambiente grato, tibio, por el calor de los fogones, al haberse acomodado en la cocina. Al recibir una alimentación especial (alfalfa o sut'uche), su carne llegó a hacerse apetecible, considerándose además que, siendo magra, es muy deseable como alimento propio de los Andes.

A todo eso hay que agregar que el número de crías es mayor y que sus variados colores —negro, blanco, crema, beige, marrón claro y anaranjado— lo han ayudado a sofisticarse, al grado de convertirse en mascota. En la Universidad Nacional Agraria-La Molina me mostraron una vez varios ejemplares muy simpáticos de pelo crespo en bucles o de pelo largo y lacio, que podía ser usado para hacer tejidos.

Recuerdo una entrevista que hice a la arqueóloga Sonia Guillén, en Moquegua, cuando fui a escribir una nota sobre los chiribayas. Ella me mostró unas momias de infantes, que habían sido colocadas en unas ollas con sus juguetes. Los tiernos niños llevaban al mismo tiempo unas ofrendas de kuyes bebé, quién sabe para "su comida" en la otra vida, que se habían secado completamente sin perder su delicado pellejo.

Una interesante investigación de Escobar & Escobar en Cusco, mencionados por Wheeler y Rofes, revela nominaciones, de acuerdo con algunas características de estos animalitos. "El cuy que combina el blanco con el negro recibe el nombre de "habas t'ikacha" o 'flor de habas". Cuando tiene otro color alrededor de los ojos se le llama "dokturcha" o "doctorcito". Si su cuerpo es de dos colores, a la hembra se le dice "pollerachayoq" o "con pollera"; y si es macho, "pantalonchayoq" o "con pantalón". Cuando se le mira del medio para arriba "sakuchayoq" o "con saco". "Los cuyes poco desarrollados son llamados "phuchus' Las crías muy pequeñas, "qhulla" o "verdes", "qhullu" o "menudos", "uña" o "tiernos", "huch'uy" o "pequeños".

Las hermanitas Sánchez (Constantina y Victoria) de Huancavelica, solían cantar en qechwa un waynito pícaro, encantador, sobre un kuyecito que habían comido con placer y que —por alguna razón— rascaba su estómago con sus uñitas, quizá pidiendo un poco de anisado, licor dulcete, o un bocado de buena chicha.


En Cusco he visto comer el kuye al horno con sabiduría, dejando limpios sus huesos. Los señores comensales acostumbraban buscar en la cabeza un huesecillo, al que llamaban "zorrito", por su parecido en la forma, y que se encuentra en su oído interno. Los más diestros lo echaban en el vaso de cerveza y debían pasarlo en una sola toma "para que les diera suerte". En algunos casos el travieso "zorrito" se pegaba al vidrio y no lograban pescarlo.

Ya no hablo de las prácticas realizadas por los hanpiq, médicos andinos, ya sea como "rayos X" para determinar el mal que aqueja a un paciente con la "soba" de kuye que muestra al órgano enfermo, ni con las artes adivinatorias de acuerdo a sus gritos o silbidos. En esta ocasión la idea fue referirme a la antigüedad que tiene el kuye, qowi o qoe, sobre nuestro planeta. Afortunadamente no le ha tocado predecir su fin. Nos alegramos que así sea y que el Altísimo le conceda a nuestra querida Tierra una larga y próspera vida, a pesar de los maltratos que recibe. Nosotros, la amamos.

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 [1] Nota del difusor: “Cuy”, es la denominación más generaliza en el Perú y América andina

 

                                                                                                                                       

 

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