DAÑOS COLATERALES
César Hildebrandt
Tomado de “Hildebrandt en sus trece” N° 521, 8ENE21
“S |
edujo a la gente más
vulgar e ignorante para que le creyera (dos terceras partes de la gente del
condado son de este pelaje) y así todos sus corazones y sus esperanzas estaban
puestos en Bacon”, dice un informe inglés aludiendo a la rebelión que Nathaniel
Bacon empezó en 1676 en Virginia. Bacon y sus colaboradores terminarían muertos
en batalla o ahorcados para el escarmiento.
No será esa la suerte de Donald Trump y no sé si alegrarme por ello. Bacon se rebeló contra el dominio británico. Trump se ha levantado contra la realidad y su locura aparente ha arrastrado a medio país. Lo cierto es que no está loco. Sólo ha hecho lo que suelen hacer los viejos tramposos cuando pierden: patear el tablero, anular el juego, matar al adversario. Trump es el personaje que John Wayne habría enfrentado en una mala película de la Fox.
Lo que sé con certeza es
que gracias a Trump los Estados Unidos integran hoy, con todos los honores del
caso, la comunidad de países que padecen desigualdad extrema, fragilidad de sus
instituciones, debilidad de su democracia, polarización que conduce a la
ingobernabilidad y posibilidad de recaer, en cualquier momento, en un episodio
populista como el que acaba de darse en estos últimos cuatro años.
Trump no es una
casualidad. Es hijo de la decadencia política de los Estados Unidos, de la
podredumbre ideológica del Partido Republicano, de las dudas paralizantes de
aquellos demócratas que optaron por la derechización en búsqueda de votos
fáciles. Trump es la respuesta deforme al crecimiento chino y a la creciente
autonomía europea. De la pérdida de la hegemonía absoluta pueden salir, para la
sabia paciencia o el grito nerd. Trump es la “solución” que imaginó la
estupidez.
Si renuncias a los
principios, si te conviertes en lobista de las grandes fortunas, si permites
que la política sea una confrontación tribal, ¿qué esperas que pase con el país
que terminaste por traicionar? En esto deberían pensar los congresistas que
esta semana miraban, aparentemente asombrados, lo que sucedía en sus narices
hiperventiladas.
Ronald Reagan desmontó
el Estado regulador y decidió que el individualismo sería lo único a ofrecerse.
¿Cómo no reconocer la sombra de Reagan en esos matones que sitiaron el
capitolio en nombre precisamente de “su” derecho a asaltarla sede misma del
Estado maldito?
Si el individuo es lo
único, ¿dónde pueden caber las abstracciones respetables?
Si cultivas egoísmo
armado, lo que cosechas son bandas que apuestan por la anarquía que mejor les
acomode. Y si esas bandas son azuzadas por “su” presidente, ¿qué democracia
puede salir ilesa?
Si tienes a millones de imbéciles que niegan el calentamiento global, que creen que la vacuna es parte de una gran conspiración, que el covid es un invento de poderes remotos que quieren la esclavitud nanotecnológica de los inyectados, ¿qué te puede sorprender si un vaquero disfrazado de David Crockett se sienta en la silla de Nancy Pelosi y saluda a la cámara?
Si durante años has
permitido que en la educación elemental de los más pobres sigan diciendo a
borbotones que el mundo se hizo en siete días y que Darwin es un demonio
creado por la pérfida Albión, ¿qué diablos esperabas? Si le echas la culpa a
los migrantes y los llamas vagabundos o violadores, ¿qué construyes? ¿Un país o
un campamento de mineros dispuestos a matarse?
Si permitiste que la
zanja de la desigualdad adquiriese tamaños abisales y desprestigiaste el mecanismo
de defensa y redistribución de los sindicatos, ¿por qué te sorprende que de ese
pantano salga un monstruo viscoso como Trump?
El problema es que
detrás de este forajido de la política hay más de 70 millones de
norteamericanos que creen en su prédica xenófoba, se solazan con sus
comentarios genitales y misóginos y están convencidos de que la grandeza de los
Estados Unidos reside en la fuerza, el chantaje y un nuevo aislacionismo.
Es la mitad del país la
que está con él y con su estilo de emperador mañoso. Su derrota no es tal. Y ya
verán que el gobierno de Biden será como el de Obama: una tibia manera de ser
republicano, que en eso se han convertido los demócratas.
Estados Unidos, el país
de las hordas capaces de tomar el congreso en el mejor estilo bogotano, es
todavía la primera potencia mundial y el líder indiscutible de todos los
ejércitos. Es Roma, pero sin Claudio ni Adriano. Su desdicha nos alcanza y
nadie sabe qué dimensiones tomará. Quizás prepara otra guerra civil. ▒▒
No quiere dejar el poder |
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