jueves, 8 de octubre de 2020

CASI MEDIO SIGLO SIN SOLUCIÓN

LAGO TITICACA:

¿VERDE POR AZUL?

Escribe: Guillermo Vásquez CuentasCultural LOS ANDES 02 mar 2014

Foto reciente. Cortesía Guillermo Rubina

Desde de la milenaria llegada a la meseta de los primeros hombres antepasados de uros, pucaras, aimaras, desde la expansión cultural tiahuanacota, desde la irrupción violenta de las hordas que subieron desde Atacama, desde que los j'akkes formaron los pueblos colla, lupaca, pacaje, omasuyo y otros; desde que los incas lo identificaron como su paccarina, el lugar donde emergieron al mundo, desde mucho antes de todos esos hitos históricos, el Lago Titicaca mostraba ya –hace millones de años– sus límpidas aguas predominantemente azules al cielo del continente.

Diego de Agüero, el primer europeo en llegar a estas tierras, debió quedar absorto en aquel 1533, al contemplar desde las alturas de Amantani la serena y azul inmensidad de la "gran laguna".
Muchos de los cronistas de la invasión española, viajeros, funcionarios coloniales, personalidades y científicos venidos de todas partes, han descrito en diferentes épocas y en muy diversas formas el singular paisaje lacustre. Son muchos también los poetas, pintores y músicos que tuvieron en el lago azul su fuente predilecta de inspiración. Basta examinar la abundante producción intelectual y artística de los puneños para confirmarlo.

Puno, lago y azul, están indisolublemente unidos. Este color ha llegado a ser componente principal de la simbología que se usa –particularmente pero no exclusivamente en la capital del departamento– para distinguir y expresar la identidad puneña. Escudos, banderas, uniformes deportivos, insignias y en general, todo objeto o artefacto a través del cual se busque afirmar tal identidad, usan obligadamente el azul.

Incluso, se advierte que ese subyacente propósito identificatorio rebasa los lindes regionales puesto que, en ciudades del entorno geográfico y aún en la capital de la República, instituciones representativas conformadas por migrantes de Puno y sus provincias, equipos de fútbol, básquet o vóley y otros deportes que esgrimen prosapia altiplánica, establecimientos comerciales como tiendas y restaurantes de propiedad de puneños o sus descendientes rinden, todos, pleitesía al color azul. Los ejemplos abundan.

En Puno capital, parece haberse perdido correspondencia o coherencia fáctica con el empleo alegórico y distintivo del azul, ya que éste ha sido desplazado desde hace décadas por el color verde en gran parte de la llamada “Bahía Interior”, sobre todo en la parte más cercana al casco urbano. Todos, propios y extraños, podemos advertir fácilmente que una espesa capa vegetal verde claro viene cubriendo la bahía y se expande y desenvuelve agresivamente, al punto que mató ya a la que alguna vez fue una rica fauna y flora lacustre. El azul disminuye cada vez más E} en la bahía mientras el verde avanza alojando en su maloliente superficie, desperdicios, basura, desechos de todo tipo.

¿Estará próximo, entonces, el cambio del azul por el verde en la simbología distintiva puneña?
Resulta increíble que el gravísimo problema de la contaminación del Titikaka, particularmente de la Bahía Interior de Puno, no haya sido acometido con decisiones firmes e irreversibles por los gobiernos de distinto nivel y época. Y resulta asimismo increíble que el pueblo puneño se haya acostumbrado a la adopción de una actitud contemplativa y resignada frente al que debiera haber generado cuando menos la protesta permanente de los indignados.

En efecto, la permanencia de dicho problema dice muy mal de los puneños –entre los que, naturalmente, nos incluimos–, porque no han podido concretar en los hechos una lucha política y una acción política dirigidas a solucionar de una vez por todas el crimen ecológico que se perpetra cotidianamente.

Pese a que en este tema se ha insumido toneladas de papel en “estudios”, proyectos, ensayos, artículos, etc. y gastado mucha saliva en foros, mesas redondas, conversatorios, conferencias, ruedas de prensa y eventos similares, la situación problemática sigue inmodificada y progresivamente agravada bajo el manto de las buenas –e hipócritas– intenciones.

Es indignante que se siga soslayando y postergando año tras año, gobierno tras gobierno, una intervención oportuna y drástica en el asunto de la contaminación lacustre, que se agrava día a día ante la mirada miope, daltónica, tozuda e indolente de una tecnoburocracia regional que evidencia no haberse planteado seriamente la necesidad de buscar y lograr soluciones definitivas, reales, efectivas. No se hace nada significativo y la “mecida” está institucionalizada.

¿Tendremos que terminar –los puneños, los peruanos, los amantes de la vida natural– por admitir la pérdida irreparable del hermoso azul del lago Titikaka?.




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