ENTRE LOS
AIMARAS DE CHUCUITO
Pedro S. Zulen
-Publicado en La Crónica, 28 de enero de 1915.
He vivido tres días entre los aimaras de Chucuito, distrito del Cercado de
Puno. Una balsa, una de aquellas curiosas y admirables embarcaciones indígenas
hechas de la totora del Titicaca, nos condujo hasta un peñón cercano a la
capital del distrito. La navegación fue agradable, como que ese día hizo un
día raro entre los que he visto desde mi llegada a estos lugares. El cielo
estaba completamente despejado; las aguas del lago silenciosas; el sol,
esplendoroso; el viento, débil. La lluvia no interrumpió el hermoso panorama.
Pasamos la población de Chucuito; seguimos hasta La Platería a visitar la
obra de los evangelistas, a cuyo director encontramos enfermo, y ya de noche regresamos
a la estancia de Hutavelaya, donde el indígena Camacho fundó, en 1905, una
escuela para educar a su raza. Al día siguiente visito el ayllo de Ccota y
vuelvo nuevamente a La Platería a preguntar por la salud del doctor Stahl, el
abnegado director evangelista.
Por el camino nos encontramos, a cada paso, con indígenas que van a pie de
un pueblo a otro, recorriendo leguas sobre leguas del modo más natural. Dios
asqui jayppu churatma, nos dicen saludándonos y añaden al saludo, en su
idioma: "Cuanto gusto de que hayáis venido, señor; aquí no hay justicia".
Todo está cubierto de vegetación. La agricultura autóctona ha ascendido
hasta sobre los cerros. En sus cuestas se ven las casitas donde viven los
indígenas. A causa de la rudeza del
clima, las puertas de estas casitas son por
lo general pequeñas, hasta el punto de que el indio tiene que agacharse para penetrar
a ellas. El ambiente es rico de poesía. Por aquí, un rebaño de ovejas es
conducido por pastores infantiles que van cantando. Por allá se oye el toque de
algún licenciado del ejército, entusiasta de la corneta, que él mismo ha hecho
de hojalata y que imita admirablemente el sonido. Por acullá, la zampoña nos
deleita con sus sentidos aires indígenas.
Por algunos sitios veo casas grandes con techos de calamina. Pregunto a
los indios que me acompañan, y me dicen que son fincas. Se denomina así toda
hacienda formada por sucesivas detentaciones de tierras de ayllos. "Este
es un terrible", dicen los indios por un afincado.
En todas partes del distrito se notan los resultados que va dando la obra
comenzada diez años ha por el indígena Camacho, y reforzada de la manera más meritoria
por la misión de los Adventistas del Sétimo Día, de cuatro años a esta parte.
Estos evangelistas están llevando a cabo una obra grande y trascendente desde
el punto de vista pro indígena. He encontrado como director de los trabajos de
la misión, al doctor Stahl, médico de profesión, quien con una abnegación que
lo recomienda altamente ha renunciado a las comodidades de una city
americana para venir a internarse en un medio donde todo se sacrifica, hasta la
salud. Felizmente los indígenas han correspondido a estos esfuerzos en una
forma que dice muy bien de ellos. Ya pasan de quinientos los indígenas que no
beben alcohol ni mastican coca, que cultivan sus tierras con métodos menos
rutinarios, y que, en materia religiosa, han abandonado ese culto grosero,
fomentador del alcoholismo, corruptor de las costumbres.
En el ayllo de Ccota visité la Escuela N° 8933, creada por gestión de la
Pro Indígena. El local y parte del material escolar, como el mapa del Perú, han
sido suministrados por los indígenas. Concurren a esta escuela hasta adultos,
y muchos escolares vienen en balsas desde las islas vecinas de Quipata y
Chilata. La escuela está a cargo del señor Carlos García.
Ayer me dirigía a tomar la balsa que debía conducirme de regreso a Puno,
cuando fui sorprendido por los indígenas de Ccota que, en número mayor de un centenar,
marchaban a mi encuentro con una banda de músicos a la cabeza. Venían con el
objeto de expresar públicamente su agradecimiento a la Pro Indígena y despedir
a su secretario general. La banda de músicos estaba formada con zampoñas,
cornetas de hojalata, de las que ya he hablado, iguales por su forma y sonido a
las bandas de guerra de nuestro ejército; y bombo y tambores construidos por
ellos mismos. Ejecutaron marchas militares y aires aimaras con una perfección
armónica admirable.
También muchos indígenas de los otros ayllos habían venido al lugar de
despedida. Les dirigí la palabra, que iba traduciéndoles a su lengua mi compañero
intérprete. He reconstruido mi improvisado discurso y allá va, al pie de estas
notas de viaje. Por último, la banda tocó el himno nacional y, en seguida,
todos los indígenas lo cantaron en alta voz. Dieron vivas al Perú y a su
bandera, a las Por Indígena y a su secretario en medio de una efusión colectiva
de sentimiento patriótico. ¡Qué distinto todo esto del espectáculo que ofrecen
hoy las otras clases sociales, corroídas por la más honda depresión moral!
Hemos tomado nuestra balsa. Nada nos ha hecho presentir lo que vendría
horas después. Una tempestad furiosa nos ha sorprendido en el lago, cuando
todavía estábamos distantes de Puno. Pero se ha puesto a prueba allí la pericia
de Marcos Yupanqui, el indígena que nos conduce. La navegación ha estado llena
de peripecias y peligros, y no se sabe qué admirar más en estos indígenas, si
la previsión más segura de los vientos y de las tempestades, de su hora,
dirección y duración; si el dominio más completo en el manejo del remo y la
vela, hasta en las situaciones más desfavorables.
En Puno, 20 de enero de 1915
Discurso del secretario de la Pro Indígena a los indios de Chucuito
Ha sido para mí una sorpresa contemplar este cuadro que tanto dice del
valor de vuestra raza y de las cualidades que os adornan. Lo que ahora
presencio aumenta la fe, enardece el sentimiento de los que soñamos en una
patria mejor, en una patria de ciudadanos libres, de ciudadanos con derechos;
en una patria sin charcos ni fincas, donde no habrá que pasar
cargos ni soportar desmanes de mandones, como fue la patria, de vuestros
antepasados que la tradición hace nacer aquí, en la inmensidad misteriosa del
lago grandioso, en estas aguas a ratos tranquilas, a ratos tempestuosas.
Nuestro país no tiene nada que esperar de los que convierten los ayllos
en fincas; de las malas autoridades, de los malos jueces, de los malos
magistrados; de los que cimentan su riqueza sobre el trabajo y la miseria de
los infelices, sobre el sudor y la sangre indígena. El Perú futuro, el gran
Perú de mañana se hará con vosotros, con vuestras energías propias; con
vuestras condiciones de moralidad, de trabajo, de orden, de docilidad para el
bien, de vigor físico único capaz de domar a la naturaleza impertérrita y
tiránica de estas regiones.
Por eso, es necesario que os elevéis para que nadie os desprecie. El hombre
se eleva por el amor a su raza, por la instrucción, por el respeto al derecho
ajeno, por la laboriosidad, por el cumplimiento de sus deberes de ciudadano y
de patriota, por la altivez y la confianza en sus propias fuerzas, por carecer
de vicios, entre ellos el del alcohol.
Para satisfacción de todos, ya esta obra ha comenzado; se está
realizando aquí, en pequeño, con el concurso de seres abnegados entre los
cuales hay uno de vuestra propia raza. Yo he venido a palpar su progreso
manifiesto; llevo la impresión más alentadora, y no me arrepiento de haber
pasado algunos días entre vosotros, recorriendo vuestros ayllos, viviendo
vuestra vida; cautivado y absorto a veces, admirado siempre; inmutado cuando me
relatabais con dolor, con el dolor que solo vuestras zampoñas saben decir, cómo
aquel cura dejó en herencia a su hijo, terrenos que os pedía diciendo que eran
en calidad de préstamo, y que estabais obligados a darle para no ser
excomulgados.
Seguid adelante. Que esta obra de renovamiento continúe con tesón, entusiasta,
poderosa. El día de la victoria no está lejano. Si hoy la frase “No hay
justicia” acude a cada instante a vuestros labios, no se debe desesperar por
eso. El día que la libertad y la justicia triunfen, entonces veréis a vuestros
pies a los mismos que hoy os vejan, que hoy os arrebatan vuestro patriotismo. Ese
día este suelo será de vosotros solos, como lo fue antes, y por tal motivo a vosotros
también toca hacerlo grande, porque solo así podrá surgir la nación que
anhelamos y entonces todos podremos decir ¡viva el Perú, el Perú regenerado por
sus indios!.
En el ayllo de Ccota, a orillas del Titicaca, 28 de enero de 1915
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