domingo, 19 de junio de 2016

HISTORIA CULTURAL PUNEÑA

TIERRA KOLLAVINA
Augusto Vera Bejar
Extraído de su libro “PUNEÑOS, CAROLINOS Y CABALLEROS” pp. 69 y ss.
Esta vez llegaba a Alemania con la misma alegría que las anteriores, pero llevando en mi equipaje un preciado tesoro: "Tierra Kollavina", la obra de don Cástor Vera Solano que yo, como hijo suyo, había orquestado para ser interpretada por una sinfónica. Mientras volábamos sobre París, en el inmenso Jumbo Jet de la Lufthansa, recordaba con ternura mi infancia y la presencia de mi padre, primero en la inmensa casa de la calle Arequipa, propiedad de la abuela Dominga, y luego en la calle Puno, a unos cuantos pasos de la Plaza de Armas de la ciudad lacustre.
Desde los seis o siete años había participado en los grupos musicales que dirigía don Cástor. La mandolina y la guitarra habían sido mis juguetes preferidos, aunque luego tuve que dedicarme al acordeón por orden expresa de mi padre.
—Pero yo no sé tocar el acordeón— había protestado en aquella oportunidad.
—Pues aprende— había sido la corta respuesta. Así de simple y natural.
Pero fue en el "Conjunto Orquestal Puno" donde había tocado por primera vez 'Tierra Kollavina". El Dr. Hernán Tejada Rondón, entrañable amigo de don Cástor y presidente del conjunto, había anunciado una noche que el Director estaba preparando una magnífica obra para el conjunto. En efecto, algunas tardes lo había observado, sentado al escritorio, escribiendo afanosamente las partituras para cada uno de los instrumentos.
Todos se habían emocionado mucho al ensayar la obra y esa emoción se había tornado en legítimo orgullo cuando viajaron a Lima y la pudieron grabar como parte de uno de sus discos de larga duración.
Ahora don Cástor Vera Solano estaba muerto. Don Hernán Tejada había fallecido también y "Tierra Kollavina" había enmudecido por algún tiempo.
Mientras calculaba mentalmente el tiempo que faltaba para llegar al aeropuerto de Frankfurt, recordé las circunstancias en que me había animado a realizar la orquestación de la obra. Mi primera intención había sido hacerla parte de una suite que incluiría "Canción Puneña", "La Paradita" y "Pali- Palicito". Pero, al final, había abandonado la idea. "Tierra Kollavina" tenía muchas razones para empezar su segundo trayecto, sin compañía.
La noche en que fue estrenada la nueva versión por la Orquesta Sinfónica Nacional de Bolivia, como parte de la Antología de la Música Puneña preparada por Edgar Valcárcel y Virgilio Palacios, me había sobrecogido por la emoción. Miles de puneños habían aplaudido la obra en el Teatro Municipal de su ciudad y mi hermana Polly no había podido evitar derramar algunas lágrimas de emoción.
Luego vino la ejecución por la Orquesta Sinfónica Nacional del Perú, en Lima, y casi me sentía ya totalmente satisfecho.
Pero ahora que la tripulación del Jumbo Jet se preparaba para el aterrizaje en Frankfurt, todavía no sabía que haría con la partitura en Alemania aunque estaba seguro de que algo se me iba a ocurrir. Después de todo, como acostumbraba decir para darme alientos, "al final, siempre sale todo bien". Sin ninguna preocupación, me sumergí en el torbellino de los equipajes, controles y miles de viajeros que abarrotan el inmenso terminal aéreo.
Cuando conocí a Widmar Hader y leí algunas de sus composiciones, no pude dejar de admirarme. Durante muchos años había tocado el violín en la Orquesta Sinfónica de Arequipa y estaba acostumbrado a las partituras de Dirección, pero estas eran bastante especiales. Armonías modernas, combinaciones originales de instrumentos y otras características, me mostraron claramente que el maestro Hader era un compositor excepcional.
En poco tiempo nos hicimos amigos y por eso no me extrañó la invitación a participar del "XI Sudetendeutsche Musiktage" que Widmar iba a dirigir ese mes de abril de 1988 en la ciudad bávara de Regensburg. Durante algunos días le estuve ayudando a copiar particellas de Cesar Bresgen y de otros compositores cuyas obras serían interpretadas, hasta que una tarde le observé hojeando la "Antología de la Música Puneña". A la hora de la cena me preguntó sin rodeos:
—¿Qué posibilidades hay de que podamos tocar "Tierra Kollavina" en el Festival? La he leído y me gusta mucho.
Gratamente sorprendido le respondí que no existía ninguna dificultad.
—¿No tendremos que hacer ninguna gestión ante los editores?
—Ninguna— le tranquilicé. Los derechos de autor les pertenecen a mis hermanos y a mí.
—Entonces no se diga más. "Tierra Kollavina" se tocará en el Fes­tival—. Ingrid, Ulrike, Wolfram y Astrid sonrieron satisfechos.
Semanas después, ya en Regensburg, me hallaba ensayando con el coro del Festival cuando vinieron a avisarme que el maestro Hader deseaba hablar conmigo. Me dirigí al lugar en que ensayaba la orquesta sinfónica. Se hizo el silencio, me entregó la batuta, me invitó a subir al podio y me animó a dirigir con estas palabras:
—Seguramente querrás dirigir un poco tu propia orquestación.
Levanté la batuta y con enorme emoción inicié la ejecución. Ningún coro de ángeles hubiera sonado mejor a mis oídos. Era "Tierra Kollavina", de Cástor Vera Solano, en Alemania. Mis sueños estaban a punto de cristalizarse.

Un par de días después, la obra era estrenada en Regensburg. El Danubio, a cuyas orillas había sido fundada la ciudad, lucía esplendoroso. La primavera europea estaba haciendo su aparición y yo, sentado en aquella barroca sala de conciertos, me sentí transportado a otras aguas a miles de kilómetros de allí. Me imaginé a las orillas del lago Titicaca, llevado de la mano por mi padre y caminando al ritmo de aquella melodía compuesta en el estilo de los aymaras. Me transporté, mientras la sala estallaba en aplausos, a Puno, la lejana e inolvidable tierra collavina de mi infancia.

ALMA  COJATEÑA. Augusto Vera Bejar




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