jueves, 8 de octubre de 2015

CUENTOS DE MI TIERRA DE ROGELIO BERMEJO ORTEGA

EL CURA PALOMINO
Un curita pintoresco era él “Tata Palomino”, cusqueño afincado en Puno. El cura Palomino, en su ejercicio sacerdotal hizo de todo, una labor parroquial magnifica, hasta fechorías sin fin.
Estando de párroco en los distritos quechuas de Taraco y Samán que tenían a mediados del siglo pasado unos 40 mil habitantes, casi todos campesinos, era una parroquia muy cotizada con ingresos semejantes a una gran diócesis obispal y muy disputada por los curitas de esas épocas, el cura Palomino hizo de las suyas. El era muy listo e inteligente y también un pícaro interesado, oportunista, y explotador, él en esta parroquia se aprovechó a su gusto de los indígenas quechuas que eran católicos y al mismo tiempo panteístas que seguían adorando a sus Dioses Tutelares, a los Achachillas, a los Apus, las grandes Montañas, etc. Lo que permitía y toleraba el curita así como contemplaba de buena gana el alcoholismo, el chacchado de la coca y las fiestas paganas de los indígenas quechuas.
Como los indígenas eran pobres y algunos colonos de las pocas “haciendas” que existían en esos lares que eran más pobres aún el Tata Palomino aceptaba que sus servicios que por los “santos patrones” y demás liturgias de la iglesia se pagaran en productos agrícolas y ganado principalmente ovino y aún con servicios en la casa cural, preferentemente de indiecitas dieciocheras por las que tenía predilección, porque en su imaginación así se justificaría su sacrificio, los indígenas creyentes en la religión católica aceptaron estas prácticas que el cura Palomino había establecido aun, el servicio de las indiecitas en la casa cural, porque allí las iba a evangelizar para el mejor servicio de Dios.
Pero el curita que priorizaba sus ganancias y gracias a la creencia de la gente, en el colmo de la desfachatez estableció algo que parecía un dogma y dividió el Cementerio “cielo, purgatorio e infierno” e hizo creer a la gente que las almas enterradas en estos espacios tenían ese destino, naturalmente el pago de los entierros variaba según el espacio que los familiares escogían para el entierro de sus difuntos.
Todas estas fechorías, mas su conducto curiosa y antipática origino muchas quejas que se repetían, hizo que el obispo de Puno dispusiera su cambio y lo traslado a la Parroquia de Zepita de la región aymara donde los indígenas eran más despiertos y menos humildes que los quechuas sojuzgados desde tiempos ancestrales.
En Zepita pueblecito aymara en la frontera con Bolivia existía un hermoso templo colonial dedicado a San Pedro, patrono del pueblo, asi como algunos vecinos “mistis” de remoto origen español, pero la mayoría de sus habitantes eran indígenas aymaras
El Tata Palomino en su nueva parroquia, al principio se hizo muy popular, muy jovial hasta ocurrente y servicial, especialmente con los “mistis” que vivían en el pueblo; pero no tardó mucho en mostrar su verdadera personalidad, interesado, oportunista y explotador, no obstante, era el primer invitado a las reuniones sociales de los mistis, allí era festejado por su carácter jovial, por su comportamiento gracioso y también porque era un gran bailarín, un gran dicharachero muy ocurrente y aficionado al trago. Pero todas estas cosas comenzaron a ser opacadas por su codicia y explotación, principalmente a los indígenas que tenían que pagar grandes sumas de dinero por los ritos de la Iglesia.
Entre todas las fechorías del curita, se acentuó su afición por las indiecitas jovencitas, que las adoptaba para todo servicio en la casa coral. Él era muy hábil las atraía enviándolas a la escuela, vistiéndolas de “cholitas”, muy elegantes como eran los de la “cholada”, población emergente y quizá más importante que los “mistis” por su economía. El curita se agenciaba de estos vestidos para sus “ancutitas” que en aymara significa “jovencitas atractivas” comprándoles en las ferias del distrito de Desaguadero, que conjuntamente con el pueblo boliviano del mismo nombre, se realizaban todos los viernes de la semana. Los aduaneros que cuidaban el puente de esos dos pueblos, se hacían los desentendidos porque el curita era autoridad sacerdotal y muy atento con ellos, y cuando llevaban tragos les contaba más de una ocurrencia graciosa.
La presencia de las ancutitas se volvió habitual y tolerada por el pueblo de Zepita, aun en reemplazo de estas periódicamente. Estas y otras fechorías eran toleradas por los vecinos del pueblo de Zepita, porque los “mistis” eran amigos del curita, compañeros de farras y juegos de salón, como la pinta y el póquer, en los que el curita era un campeón.
En esos tiempos en que una de las preocupaciones más importantes era conseguir la mayor cantidad de dinero posible, los Obispos católicos establecieron lo que podríamos llamar “la confirmación ambulante”, este sacramento era privativo de los Obispos, prescindía de la preparación que era necesaria, convirtiéndose en un socorro arzobispal.
El Obispo en Puno cuando necesitaba algún “dinero más”, salía a las provincias a impartir el sacramento. Monseñor Salvador, salió con dicho fin a las parroquias de la provincia de Chucuito y llego a Zepita un domingo, en plena misa que celebraba el cura Palomino, este sorprendido pensó en las atenciones que debía brindar a sus superiores y en plena misa que entonces se celebraba en latín diviso a la Benedicta una de sus ancutitas a la cual en el ritmo del latinajo le dijo pensando en el almuerzo que debía ofrecer al Monseñor Obispo, lo siguiente:


Benedicta corta carne

y si cortas corta el pescuezo,
porque esa chalona vale seis reales,
echale papa menuda y verduras en abundancia,
para que el caldo salga algo decente.


Benedicta captó el mensaje y salió a la casa cural a preparar el almuerzo que se iba a ofrecer al señor Obispo. Después de la misa el Tata Palomino hizo pública la presencia de Monseñor, y dijo que este jerarca de la Iglesia se había dignado a visitar Zepita a impartir “el sacramento de la confirmación” y pidió a todos que avisaran al pueblo que este hecho y acudieran a la Iglesia con sus hijos, a quienes se les confirmará en esta ocasión. El pueblo acudió en masa con sus hijos para que reciban ese sacramento.
Monseñor después de una pequeña arenga sobre la importancia del sacramento de la confirmación, comenzó a importarla con unos latinajos, una cachetada al niño y cinco soles por el sacramento impartido.
Terminado el acto con una buena recaudación de dinero para el Obispo, el cura Palomino invito a Monseñor a almorzar en la casa cural.
Después de los tragos de costumbre, se sirvió el almuerzo, la mesa era atendida por dos “ancutitas“ bien limpiecitas y bien pareciditas. Monseñor después del almuerzo agradeció al curita Palomino todas sus atenciones, pero le recordó que según la Ley Canónica estaba prohibido tener servidumbre domestica menor de 40 años. El curita muy listo y con su vocecita aflautada le dijo por eso Monseñor yo tengo dos de veinte.
Monseñor Obispo, ya en su sede, en la ciudad de Puno comenzó a planear la manera de “castigar” que tenía un gran prontuario de mal comportamiento, nefasto para la Iglesia Católica. Las muchas quejas que los vecinos hicieron indujeron a que Monseñor decretara “la suspensión del curita de la Parroquia de Zepita”.
El Tata Palomino sorprendido de esta ordenanza tuvo que dejar su Parroquia y refugiarse en Puno donde tenía una casa y una familia establecida en el Parque Centenario. Allí planeo con calma sus futuras acciones y comenzó con algunas publicaciones en el periódico Los Andes, el único de la ciudad y en uno de esos artículos título “Mi labor parroquial en Zepita”, narró sus acciones, naturalmente las positivas y entre otras cosas dijo que había localizado los terrenos que pertenecieron a la iglesia en manos “de unas personas cuyos nombres no quiero recordar”. Pero la cosa paso a mayores y comenzó a atacar al Obispo y aun hizo circular un “parte matrimonial” anunciando la Boda de Monseñor Salvador con doña María Domitila Aragón, una gran potentada de la ciudad y ya añosa.
Sin embargo, lo curioso de esta etapa termina con una ocurrencia chistosa y malévola. Se alquiló un perol para cocinar chicharrones y lo instalo en una cocina improvisada al frente de la casa “obispal”. Noticiado de este hecho Monseñor salió furioso a reprender al curita, pero el Tata Palomino, muy tranquilo le dijo al Obispo “que quiere que haga yo tengo que ganarme el dinero para mi sustento y de mi familia”.
Monseñor volvió a su palacete a meditar y concluyo que era muy peligroso el curita como enemigo y resolvió enviarlo otra vez a Zepita cuya parroquia no tenía todavía párroco.
El curita devuelta en Zepita, se sintió feliz comenzó a vivir como antes, hizo más amigos y más fechorías también, porque la gente ya lo conoció y lo toleraba por sus ocurrencias aunque era siempre muy interesado.
En Pomata un pueblo vecino de Zepita hacia Puno, existía un Cuartel de Caballería, el jefe un Comandante Tafurte permaneció allí mucho tiempo porque decían que había conchabado con una comerciante solterona del Desaguadero que tenía mucha plata.
En una ocasión en la que se produjo el cambio de oficiales que era periódico, el Comandante en la recepción de rigor que se hacía en el Casino de Oficiales les dijo a sus subalternos: “este es un pueblo muy chico donde no hay nada que hacer, por eso les pido a ustedes se dediquen a entrenar la tropa y yo creo que van a cumplir una gran labor adiestrando a estos soldaditos para dar defensa de la patria, pero les advierto que de vez en cuando nos visita el cura de Zepita el Tata Palomino y en el Casino nos gana en póquer y timba y encima nos toma el pelo, yo les digo que tengan mucho cuidado con el curita que es muy raro y un bandido a la vez”. Uno de los capitanes de la nueva hornada, se cuadro y le dijo al Comandante “disculpe jefe, yo le voy a tomar el pelo al curita Palomino” sus compañeros desde ese momento lo motejaron como el Capitán Pendejo”
Uno de esos días de invierno que en la sierra se sabe “tomar solcito” para calentarse, el Comandante y el Capitán Pendejo estaban en la puerta del cuartel asoleándose, en eso llega el cura Palomino en un camión con destino a Puno. El carro tenía que parar en la puerta del cuartel para un control que habían establecido, entre otras cosas porque casi no había nada que hacer fuera de los ejercicios soldadescos. El Comandante le dijo al Capitán “ese es el cura Palomino, vamos que se lo voy a presentar“. El Comandante lo saludo “como está usted doctor Palomino, que gusto de verlo“. El curita le contesto muy bien Comandante, entonces el Comandante le presento al Capitán Pendejo y antes de que diga nada el curita le dijo “yo lo conozco a usted “y el curita contesto “de donde me conoce“ y el Capitán Pendejo le soltó “del burdel de Puno“, el curita que era muy rápido en sus reacciones con su vocecita aflautada le dijo “siiii usted era el mocoso que no dejaba bailar a su madre“.




Rogelio Bermejo Ortega

Ilave, Puno 1923
Estudio en el Centro Escolar 895 de Ilave y en el Glorioso Colegio Nacional de San Carlos de Puno.
Médico-Cirujano por la Facultad de Medicina de San Fernando de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Médico Sanitarista por la Facultad de Higiene y Salud Pública de la Universidad de Sao Paulo (Brasil).
Doctor en Medina y Especialista en Administración de Salud, por la Universidad Peruana Cayetano Heredia.
Estudió Planificación Estratégica en Salud en la Escuela de Salud Pública del Perú y Desarrollo Económico –Social y Fecundidad en la Universidad de Chile.
Es autor de cinco libros y coautor de tres, todos referentes a Salud Pública.
Con este libro incursiona al Cuento.
Rogelio Bermejo y nuestro Director GVC

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