LIMA PERU
29 MAYO 2015
LA PRUEBA
DE LA MENTIRA
César Hildebrandt
Tomado
de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 252. 29MAY15 p. 10
No hay cómo
convertir a un hombre enredado en las mentiras, productor de mentiras, en un
hombre confiable para la cosa pública.
¿Por qué clase
de magia ese hombre puede, instalado en el poder, deshacerse de su naturaleza
y desobedecer a sus demonios?
Al contrario,
el poder podrá hacerle creer que ha sumado la impunidad (o la inmunidad
carismática) a su panoplia de recursos.
Porque el
poder es boato, celebración, escoltas, adulación, agachamientos, cámaras
solícitas, y reporteros obligados a ser cautos por exigencia de sus amos.
Y en esa
atmósfera de irrealidad con mando, la mentira puede ser ya no la tentación de
las sombras ni la hilacha del carácter sino, más bien, el decorado perfecto de
los discursos, la exageración continua, la calumnia del adversario, la
sobreestimación del propio quehacer.
La otra
vertiente de la mentira es la del crimen: los muertos que se niegan, la coima
no admitida, la firma que no se reconoce, el compadreo disfrazado, el regalo de
ciertas embajadas y, en suma, el Estado como botín y el presupuesto público
como caja chica insaciable.
Viéndola bien,
la política es, en general, una sucursal abiertamente psiquiátrica de la
mentira: un hombre que afirma ser mejor que sus iguales propone gobernar
nuestras vidas para hacerlas más plenas y felices.
Es cierto que algún
tipo de mentira es indesligable de la condición humana. Pero aquí me estoy refiriendo
a la patología de la mentira antisocial y puramente narcisista. Es la mentira
de quien miente para eludir responsabilidades, para salvarse, para escudarse
y casi, se diría, para ser. Es la mentira no circunstancial y menos piadosa: es
la que late en un corazón falsificado, en un ímpetu corrompido por la pura
ambición. Y esa es la mentira que echa mano a las más grandes palabras, que se
arropa entre la multitud, que no habla sino que grita e intenta discursear, que
jamás calla y que, además, se reproduce. Porque no hay mentira sola sino galope
de mentiras, caballadas de embuste: la progresión geométrica de una mentira
tiene vocación de infinito. Y cada día se vuelve más barroca: contiene
precisiones, fechas memoriosas que se inventan, colores que no fueron y matices
que imitan malamente a la verdad.
¿En qué lodo
puede convertirse toda esa arcilla a la hora del poder?
Ya lo sabemos:
en fraude, banda, fuga de tondero, todo vale, explicaciones grises, indignaciones
simuladas, saqueo. Pero, sobre todo, fuga. Porque la mentira es, en el fondo,
irse de sí mismo ocupando vestuarios que no nos pertenecen y robándonos
frases que nos puedan ser útiles: la mentira empieza como comedia ligera y
termina en tragedia espesa. Fujimori, por ejemplo, era una mentira andante. La
indulgencia maligna de la sociedad peruana hacia ese rasgo descalificador -y
precozmente detectado- de su personalidad lo convirtió en presidente.
Presidente de mentira, claro. Porque, en realidad, era el capo de una mafia y
el cerebro de un cártel con orugas y aviones propios.
¿No aprendemos
los peruanos? ¿O es que la mentira nos tienta, nos retrata, nos tranquiliza?
¿No
aprendemos los peruanos? ¿O es que la mentira nos tienta, nos retrata, nos
tranquiliza?
¿Es un
requisito mentir para ser aprobado en un país cimentado con mentiras?
Sólo pienso en
los jóvenes, en los que no están manchados todavía. Una súplica: no la
acepten, no acepten la mentira venal como algo inexorable.
Creer que la
mentira es parte de la política es la peor, la más ponzoñosa de las mentiras.
No estoy hablando de la teatralidad de la política, de esa dosis de gestos
superlativos e inflexiones dramáticas de la voz. No estoy hablando de las
verdades relativas y de la neblina filosófica que cubre los conceptos más
complejos. No estoy hablando de Platón. Estoy hablando de Caco, Baco, Fujimori
y Tatán. Estoy hablando de alguien no que miente a veces por compasión o menuda
conveniencia sino de alguien que a veces -sólo a veces- dice la verdad.
Y estoy
hablando, por supuesto, del mentiroso olímpico que ha sido Humala. Y de cómo la
izquierda mordió su anzuelo y apostó a ciegas por una persona que, en el mejor
de los casos, era un enigma y que ahora es sencillamente un farsante sin
escrúpulos, alguien que hoy, con la captura de uno de sus cajeros, sumará un
miedo agudo a los pasivos de su muy breve personalidad.
Y hablo
también de los actuales candidatos a las elecciones del 2016. Una primera
prueba para los votantes sería preguntarse quién de ellos no miente. ¿Hay alguno?
Me temo que no. Entonces, ¿nos resignamos a votar por el que miente menos?
Ojalá que no. La verdadera alternativa, la regeneradora y profiláctica, es
construir, desde abajo, una candidatura saneada y distinta. Necesitamos a
alguien con el suficiente enfado como para querer cambiar este país de
mentirosos y a la deriva. ▒
No hay comentarios:
Publicar un comentario