NO SOLO EN LAS CALLES ESTÀ EL CRIMEN
César Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 757 7NOV25
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S |
igue el crimen plantando
sus banderas. Siguen las extorsiones, se ensangrientan las cevicherías,
sicarios de 16 años disparan a la cabeza, balean los ómnibus del transporte
público. El Perú es para el bandidaje el paraíso en la otra esquina: la ley que
no se aplica, los fiscales que no llegan a tiempo a las flagrancias, la policía
que se vende por mil soles, los jueces que cotizan su benevolencia.
Pero este país azotado
por la delincuencia no puede ignorar que detrás de este escenario callejero
está el crimen con mayúscula, la matriz del gran desorden, la raíz de la
plaga: el Congreso que ha sido dominado por bandas criminales que dieron leyes
en favor del colegaje, el Tribunal Constitucional raptado por el fujimorismo
de las peores fechorías, la Junta Nacional de Justicia convertida en mesa de
partes del Congreso del hampa, la Fiscalía retomada por la mafia política que
mueve los hilos del fantasmal Jerí, el poder judicial de los jueves
provisionales que se prestan a la consigna que les toque, la policía que se
suma al delito.

Jeri y los transportistas urbanos. (Mechain en Perù21)
En las calles se juntan los cadáveres, es cierto. Pero en las instituciones vaciadas de contenido y cooptadas por la gran delincuencia, yace el Perú democrático. Le dispararon desde todos lados y fue derribado. Y los que apretaron el gatillo nos quieren hacer creer que todo lo que pasó fue normal y que debemos aceptar que Tomás Aladino Gálvez sea la máxima autoridad del Ministerio Público y que es aceptable que la Junta Nacional de Justicia desacate una orden judicial que exigía la reposición de Delia Espinoza. Son los mismos que festejan el hecho de que el Tribunal Constitucional sea esta casa verde donde alguien toca el arpa mientras los demás deciden que el proceso seguido contra Keiko Fujimori debe quebrarse. Es la vieja derecha disfrazada de dama la que celebra y proclama: todo lo que implique cambiar las cosas será maldecido, difamado desde Willax, manchado en la tele, ocultado en la prensa decadente.
En las
calles está la escoria haciendo de las suyas. En la trama institucional del
país, la escoria política ha hecho su trabajo. Por eso tuvimos a Dina Boluarte.
Por eso tenemos a José Jerí. Por eso debemos padecer a Rospigliosi. Por todo
eso tenemos a este país en escombros que se asoma a unas elecciones
sobrepobladas de partidos que no son tales y de caudillos que a lo que aspiran
es a que sus tribus los acompañen en el próximo saqueo.
Mi país
está medularmente podrido. El país irrenunciable en el que habré de morir no
puede disimular el tamaño de su crisis. Y sólo puede salvamos admitir la
magnitud del mal que hemos tolerado y a partir de eso enfrentar el desafío de
sanar. Alfredo Barnechea pensó en una república embrujada. A mí, modestamente,
se me ocurre un país envenenado que no encuentra el antídoto.
El
fujimorismo y sus anexos nos han gobernado con Dina Boluarte. Jerí, que le
hubiera cortado las uñas a Dina, simula para las redes ser el hombre de un régimen
renovado. Puras patrañas. El Congreso del hampa lo vigila, lo monitorea, le dicta
el guion, le pone el teleprónter y los aplausos grabados.
En las
calles matan por un celular, dinamitan por un cupo, mensajean la muerte por
guasap. Poco importan los estados de emergencia o los discursos en mangas de
camisa. Pero en el país de las instituciones, casi todo está corrompido. No
necesitamos derrotar al crimen. Necesitamos derrocarlo. <!>
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