viernes, 7 de noviembre de 2025

HILDEBRANDT SOBRE LA REALIDAD COYUNTURAL PERUANA

 NO SOLO EN LAS CALLES ESTÀ EL CRIMEN

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 757 7NOV25

S

igue el crimen plantando sus banderas. Siguen las extorsiones, se ensangrientan las cevicherías, sicarios de 16 años disparan a la cabeza, balean los ómnibus del transporte público. El Perú es para el bandidaje el paraíso en la otra esquina: la ley que no se aplica, los fiscales que no lle­gan a tiempo a las flagrancias, la po­licía que se vende por mil soles, los jueces que cotizan su benevolencia.

Pero este país azotado por la de­lincuencia no puede ignorar que detrás de este escenario callejero está el crimen con ma­yúscula, la matriz del gran desorden, la raíz de la plaga: el Congreso que ha sido dominado por bandas criminales que dieron leyes en favor del colegaje, el Tribunal Constitu­cional raptado por el fujimorismo de las peores fechorías, la Junta Nacional de Justicia convertida en mesa de par­tes del Congreso del hampa, la Fiscalía retomada por la mafia política que mueve los hilos del fantasmal Jerí, el poder judicial de los jueves provisionales que se prestan a la consigna que les toque, la policía que se suma al delito.

Jeri y los transportistas urbanos. (Mechain en Perù21)

En las calles se juntan los cadáveres, es cierto. Pero en las instituciones vaciadas de contenido y cooptadas por la gran delincuencia, yace el Perú democrático. Le dispararon desde todos lados y fue derribado. Y los que apretaron el gatillo nos quieren hacer creer que todo lo que pasó fue normal y que debemos aceptar que Tomás Aladino Gálvez sea la máxima autoridad del Ministerio Público y que es aceptable que la Junta Nacio­nal de Justicia desacate una orden judicial que exigía la reposición de Delia Espinoza. Son los mismos que festejan el hecho de que el Tribunal Constitucional sea esta casa verde donde alguien toca el arpa mientras los demás deciden que el proceso seguido contra Keiko Fujimori debe quebrarse. Es la vieja derecha disfrazada de dama la que celebra y proclama: todo lo que implique cambiar las cosas será maldecido, difamado desde Willax, manchado en la tele, ocultado en la prensa decadente.

En las calles está la escoria haciendo de las suyas. En la trama institucional del país, la escoria política ha hecho su trabajo. Por eso tuvimos a Dina Boluarte. Por eso tenemos a José Jerí. Por eso debemos padecer a Rospigliosi. Por todo eso tenemos a este país en escombros que se asoma a unas elecciones sobrepobladas de partidos que no son tales y de caudillos que a lo que aspiran es a que sus tribus los acompañen en el próximo saqueo.

Mi país está medularmente podrido. El país irrenunciable en el que habré de morir no puede disimular el tamaño de su crisis. Y sólo puede salvamos admitir la magnitud del mal que hemos tolerado y a partir de eso enfrentar el desafío de sanar. Alfredo Barnechea pensó en una república embruja­da. A mí, modestamente, se me ocurre un país envenenado que no encuentra el antídoto.

El fujimorismo y sus anexos nos han gobernado con Dina Boluarte. Jerí, que le hubiera cortado las uñas a Dina, simula para las redes ser el hombre de un ré­gimen renovado. Puras patrañas. El Congreso del hampa lo vigila, lo monitorea, le dic­ta el guion, le pone el teleprónter y los aplausos grabados.

En las calles ma­tan por un celular, dinamitan por un cupo, mensajean la muerte por guasap. Poco importan los estados de emergencia o los discursos en mangas de camisa. Pero en el país de las instituciones, casi todo está corrompido. No necesitamos derrotar al crimen. Necesitamos derrocarlo. <!>

No hay comentarios:

Publicar un comentario