DIA DE LA INDEPENDENCIA
César Hildebrandt
En: HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 696, 26JUL24
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n el país inexistente de
la presidenta hologramática, el Congreso de los forajidos aplaude y confirma.
La señora que va a
Palacio describe centenares de obras supuestamente realizadas, proyectos que
serán decisivos, inversiones urgentes que cambiarán la faz de la patria y garantizarán
el progreso, el orden y la paz social. (Grandes aplausos).
La aplauden y celebran
miembros del partido del mundialmente único analfabeto funcional que ha
fundado universidades masivas, la organización heredera de la década sin ley,
la fachada de Pepe Luna, lo que sobró de la parrillada de Perú Libre, los
felipillos de Vox y un surtido etcétera de arrastrados.
Festejan a Boluarte
porque de ese modo le agradecen que se haya prestado a la farsa de este
gobierno ilegítimo. La tratan formalmente como presidenta sabiendo que no lo
es ni por asomo y que son ellos, representantes del crimen organizado, quienes
han reformulado la constitución de 1993 y disparado el desbalance fiscal.
La señora que va a
Palacio dice sus mentiras en el discurso ritual del 28 de julio, el ilusorio
día de la independencia de esta comarca estrafalaria.
Nos
libramos felizmente de los españoles y elegimos el desorden. Hemos vivido en él
con gran gusto y ahora, después de muchas batallas perdidas, tenemos lo que sembramos:
un remedo de país que tiene el 70% de su economía sumergido en la
informalidad, una derecha soez que ha borrado la memoria de su complicidad, una
izquierda sin padre ni madre que no sabe qué quiere, un crecimiento que depende
del precio de los metales.
Y lo más
importante: una dramática carencia de ciudadanía. Arriba y abajo, da lo mismo:
el concepto del bien común está ausente, el egoísmo rige, la inclinación por la
salida fácil y fuera de la ley está a flor de piel.
No somos un
gran país como nos quieren hacer decir. Somos un país mediano que nació como
una gran promesa pero que ahora, dos siglos después de la felicidad del parto
poscolonial, involuciona sin pausa. Lo dice nuestra política, nuestra cultura,
nuestras instituciones, el régimen actual.
Somos el país que dentro
de dos años, cuando esta tragicomedia termine formalmente, tendrá que elegir
entre zombis y cretinos, entre megalómanos y caudillos de bolsillo, entre
ladrones y jefes de cárteles. O entre el fujimorismo y el antaurismo, que son
las dos versiones extremas de la decadencia.
No importa lo que diga
la señora que va a Palacio. No importa que quienes la aplaudan simulen ser
congresistas cuando, en realidad, son carne de presidio. No importa qué
prontuarios se hayan esgrimido para ocupar los puestos directivos del Congreso.
El problema del Perú es
que somos un país delusorio. Nuestro símbolo patrio no es la cornucopia de la
abundancia sino los millones de viviendas sin terminar, las varillas
sobresaliendo, los pisos prometidos, los aires que habrán de conocer nuestro
empeño apenas se pueda. Para nosotros, el futuro siempre será una coartada. Y
la esperanza, nuestro fentanilo.
Lo que deberíamos hacer
es declarar nuestra verdadera independencia personal: liberarnos de las taras
que nos aturden. <>
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