CANGREJO
César
Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 643, 7JUL23
D |
urante muchos
años tuve la sensación de que el Perú se repetía, andaba en círculos, burlaba
el imperativo lineal del tiempo.
¿De
dónde venía esa percepción de pesadilla? La respuesta era muy sencilla: de la
historia, de la vejez de nuestros problemas, de la antigüedad de nuestras
taras.
Chillico: LLEGÒ EL CIRCO |
¿Se
hacían las cosas mal, sin sentido de la planificación y del futuro? Nos
golpeaba otra pregunta: ¿y cuándo fuimos previsores?
¿Se
irrumpía en las instituciones y se violaba el pacto social de la separación de
poderes? Entonces venía el aguafiestas y te retaba: “dime qué gobierno en el
Perú no intentó, de algún modo, concentrar el poder”.
Todo
fue así hasta que llegó Fujimori. Este señor repitió todas las faenas y
arrastró todas las malezas imaginables de nuestra rancia historia, pero con
una diferencia: las convirtió en naturaleza, en ejemplo a seguir, en orgullo
patrio. Digamos que en las dictaduras del pasado la picaresca no se jactaba de
hacer lo que hacía. Era el pecado sin mayor escándalo. La corrupción criolla
del fujimorismo, en cambio, fue jactanciosa. ¿Quién puede olvidar la cursi casa
de Montesinos en Playa Arica? ¿Quién no recuerda a las periodistas geishas tiradas
en la cama de la suite de Fujimori durante uno de sus viajes al exterior?
Desde la ropa robada en las donaciones hasta las multimillonarias comisiones
por comprar aviones de guerra, pasando por los tractores inservibles adquiridos
con sobreprecio o la creación de una corte suprema paralela en el SIN, todo en
este periodo fue un homenaje a la desfachatez.
Fujimori
logró convencer al Perú de que no había que sentir vergüenza por chapar lo que
se podía tantas veces como fuera posible. Fue él quien fundó esta jungla de
egoísmos mortíferos. Fue él quien elevó la cultura combi a la categoría de himno
nacional y declaración de principios. Fujimori refundó el país convirtiendo la
enfermedad de nuestra democracia -la corrupción, la dificultad para entender
el interés público, la carencia de ciudadanía republicana- en salud y robustez.
Para eso necesitó contar con la complicidad mugrienta de nuestras fuerzas
armadas, la anuencia del ciudadano común y el colapso de los partidos
políticos.
Fujimori
liberó la animalidad del sálvese quien pueda y puso su huella en el revoltijo
caótico que somos ahora. Este país sin ley, este archipiélago de ferocidades,
es su obra maestra. Este país en el que los partidos son siglas chifladas y
cáscaras de nada es su legado. Este país con un Congreso repleto de
delincuentes y cretinos clínicos que sirven a intereses privados es un sueño
cumplido. Este país en el que la derecha armada impone su agenda a través de
medios de comunicación corrompidos por el dinero es la Manchuria que Fujimori
imaginó. Los colectiveros que golpean a los fiscalizadores, la expansión del
crimen, los mineros ilegales que se comen la selva a punta de mercurio son la
imagen cotidiana de ese país vaciado de norte que muchos terminaron aceptando
en la década de los 90.
Ahora
ya no creo que el tiempo en el Perú sea circular. Estoy convencido de que
retrocedemos, que surcamos una ruta involutiva, que viajamos en un tren inverso
cuya última estación es la anarquia.
La
política está en crisis, el Estado se cae a pedazos, los partidos que eran
referentes desaparecieron. Y la prensa escrita se suma a la catástrofe mientras
la ignorancia y la estupidez entonan su sinergia en la TV y la radio.
Hablar
mal y pensar peor es la norma y los propósitos de mejoría no se ven por ninguna
parte. Es como si un enemigo implacable nos hubiese cegado, como si un suicida
nos dictase el guión. Tenemos vocación de penal, afán de manicomio.
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