NADA ES LO QUE PARECE
César
Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 647, 30JUN23
Llegó el invierno, pero no hay invierno. En el país
de las falsificaciones, hasta la naturaleza parece sumarse al afán de la burla
y el engaño.
El Perú sería un país muy divertido si no fuera el
nuestro. Si fuera ajeno, remoto, desasido de nuestra memoria, nos reiríamos
mucho. Lo veríamos como una eterna comedia involuntaria. Porque es el país
donde las palabras no sirven y los títulos despistan y las reputaciones se
erigen con cartón y buganvilias de plástico.
Manuel Gonzáles Prada |
Seguimos siendo un país imaginado como grandioso por
nuestras élites aun después de la derrota en la guerra con Chile. Tan grandes
éramos que nunca hablamos de las razones de esa catástrofe, del mismo modo que
jamás reconocimos el sucio juego que le hicimos a la confederación
Perú-boliviana. Las élites no podían admitir que se dijera la verdad y de allí
ese tono de susurro amistoso que tienen nuestros historiadores, de allí la
media voz de la que hablaba González Prada.
Dos cultores de la ambigüedad -Riva Agüero y Torre
Tagle- empezaron la república de papel que habrían de traicionar. Ambos, sin
embargo, fueron tratados con amabilidad por la historia oficial. Si algo
sabemos hacerlos peruanos es perdonar. Perdonamos a Echenique. Perdonamos al
fugitivo Mariano Ignacio Prado. Perdonamos a Piérola. A quien no le perdonamos
la acritud y la ira fue al hombre que habló en el Politeama y nos crucificó.
Discípulo de González Prada fue Haya de la Torre, a
quien le hicimos la vida imposible hasta que cuarenta años después, doblegado,
aceptó las reglas de juego del sistema. Allí le dimos almuerzos, laureles,
saludos, asambleas constituyentes. Amamos a Haya cuando ya no era Haya. Se
había usurpado a sí mismo. Ese es el truco en el Perú de las cartas marcadas.
Lo que más nos gusta perdonar es la deshonra. Lo
hemos hecho siempre y lo seguiremos haciendo. Por eso, tras la guerra del
Pacífico, no hubo un solo proceso en contra de quienes habían exhibido su
entusiasta colaboración con el enemigo. Por eso mismo aceptamos que alguien
disfrazado de mariscal entrara a la fuerza a Palacio tras el asesinato de Sánchez
Cerro.
Y tendemos a perdonar el crimen, cómo no. Las élites
celebraban que el general Odría, que según una viril leyenda se había roto una
pata durante una juerga burdelera, matara o encarcelara apristas, del mismo
modo que en “La Prensa” de Beltrán celebraron, años después, la muerte violenta
de Javier Heraud.
La impostura es lo nuestro. Abimael Guzmán se decía
sucesor de Marx, Lenin y Mao cuando su meta era la de un huno andino y sus
métodos correspondían a los de un psicópata. Y a propósito: tuvimos un Partido
Comunista del Perú que sólo obedecía instrucciones de Moscú, mientras que los
cónsules del maoísmo nativo esperaban las directivas de Pekín.
Nada es aquí lo que parece y en este siglo el fujimorismo
fue la cumbre de ese país de los Buendía y las colas de cerdo.
En ese país, que Keiko Fujimori encarna con afán dinástico y mañas sucesorias, la Fiscal de la Nación exculpaba, el Tribunal Constitucional refrendaba, el Congreso se meaba del susto o cobraba por cada conversión, el Poder Judicial era mesa de partes del Ejecutivo, la prensa comprendía, las élites bailaban La Macarena.
Era un país que fingía al extremo. Simulábamos tener
un presidente cuando lo que había era un shogún. Nos presentábamos como una
economía que volvía al mercado cuando lo que hacíamos era refundar el
capitalismo salvaje sin contrapartes. Le decíamos al mundo que habíamos
derrotado el terrorismo cuando lo que construimos fue un país
extraordinariamente desigual (terreno fértil para que el resentimiento volviera
en su tono más beligerante).
Hoy repetimos la faena. La presidenta no es
presidenta. El Congreso no es Congreso sino banda de lobistas. La Fiscal de la
Nación es el topo de la nueva Yakuza con sede en Balconcillo. La TV de los
Schütz y las Delta y los Fantasmas González pone cara de monja para decir lo
que le conviene y hasta el señor Cerrón se recuesta en el diván del fumadero y
sueña que lo respetan y que tiene poder.
Todo es como este invierno disfrazado de primavera.
Nada es lo que parece.
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