domingo, 2 de julio de 2023

HILEBRANDT ANALIZA LA COYUNTURA POLITICA PERUANA

 NADA ES LO QUE PARECE

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 647, 30JUN23

Llegó el invierno, pero no hay invierno. En el país de las falsificaciones, hasta la naturaleza parece sumarse al afán de la burla y el engaño.

El Perú sería un país muy divertido si no fuera el nuestro. Si fuera ajeno, remoto, desasido de nuestra memoria, nos reiríamos mucho. Lo veríamos como una eterna comedia involuntaria. Porque es el país donde las palabras no sirven y los títulos despistan y las reputaciones se erigen con cartón y buganvilias de plástico.

Manuel Gonzáles Prada
El Perú fue oficialmente indepen­diente cuando no había alcanzado ese estatuto. Fue sanmartiniano y anti-sanmartiniano casi simultáneamente. Fue bolivariano hasta la prosternación y anti-bolivariano hasta el asesinato, a la velocidad del vértigo. Y se proclamó republicano conservando la esclavitud, la penuria y exclusión de los indios, la apropiación ilícita como norma de la propiedad y la herencia. La monarquía de la intendencia y de la anarquía militarista se instaló entre nosotros.

Seguimos siendo un país imaginado como grandioso por nuestras élites aun después de la derrota en la guerra con Chile. Tan grandes éramos que nunca hablamos de las razones de esa catás­trofe, del mismo modo que jamás reco­nocimos el sucio juego que le hicimos a la confederación Perú-boliviana. Las élites no podían admitir que se dijera la verdad y de allí ese tono de susurro amistoso que tienen nuestros historiadores, de allí la media voz de la que hablaba González Prada.

Dos cultores de la ambigüedad -Riva Agüero y Torre Tagle- empezaron la república de papel que habrían de traicionar. Ambos, sin embargo, fueron tratados con amabilidad por la historia oficial. Si algo sabemos hacerlos peruanos es perdonar. Perdonamos a Echenique. Perdonamos al fugitivo Mariano Ignacio Prado. Perdonamos a Piérola. A quien no le perdonamos la acritud y la ira fue al hombre que habló en el Politeama y nos crucificó.

Discípulo de González Prada fue Haya de la Torre, a quien le hicimos la vida imposible hasta que cuarenta años después, doblegado, aceptó las reglas de juego del sistema. Allí le dimos almuerzos, laureles, saludos, asambleas constituyentes. Amamos a Haya cuando ya no era Haya. Se había usurpado a sí mismo. Ese es el truco en el Perú de las cartas marcadas.

Lo que más nos gusta perdonar es la deshonra. Lo hemos hecho siempre y lo seguiremos haciendo. Por eso, tras la guerra del Pacífico, no hubo un solo proceso en contra de quienes habían exhibido su entusiasta colaboración con el enemigo. Por eso mismo aceptamos que alguien disfrazado de mariscal entrara a la fuerza a Palacio tras el asesinato de Sánchez Cerro.

Y tendemos a perdonar el crimen, cómo no. Las élites celebraban que el general Odría, que según una viril le­yenda se había roto una pata durante una juerga burdelera, matara o encar­celara apristas, del mismo modo que en “La Prensa” de Beltrán celebraron, años después, la muerte violenta de Javier Heraud.

La impostura es lo nuestro. Abimael Guzmán se decía sucesor de Marx, Lenin y Mao cuando su meta era la de un huno andino y sus métodos correspondían a los de un psicópata. Y a propósito: tuvimos un Partido Comunista del Perú que sólo obedecía instrucciones de Moscú, mientras que los cónsules del maoísmo nativo esperaban las directivas de Pekín.

Nada es aquí lo que parece y en este siglo el fujimorismo fue la cumbre de ese país de los Buendía y las colas de cerdo.

En ese país, que Keiko Fujimori encarna con afán dinástico y mañas sucesorias, la Fiscal de la Nación exculpaba, el Tribunal Constitucional refrendaba, el Congreso se meaba del susto o cobraba por cada conversión, el Poder Judicial era mesa de partes del Ejecutivo, la prensa comprendía, las élites bailaban La Macarena.


Era un país que fingía al extremo. Simulábamos tener un presiden­te cuando lo que había era un shogún. Nos presentábamos como una economía que volvía al mercado cuando lo que hacíamos era refundar el capitalismo salvaje sin contrapartes. Le decíamos al mundo que habíamos derrotado el terrorismo cuando lo que construimos fue un país extraordinariamente desigual (terreno fértil para que el resentimiento volviera en su tono más beligerante).

Hoy repetimos la faena. La presidenta no es presidenta. El Congreso no es Congreso sino banda de lobistas. La Fiscal de la Nación es el topo de la nueva Yakuza con sede en Balconcillo. La TV de los Schütz y las Delta y los Fantasmas González pone cara de monja para decir lo que le conviene y hasta el señor Cerrón se recuesta en el diván del fumadero y sueña que lo respetan y que tiene poder.

Todo es como este invierno disfrazado de primavera. Nada es lo que parece. ▒▒

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