LA GUERRA DE RAPIÑA DE CHILE CONTRA EL PERÙ Y BOLIVIA
LA CAIDA DE
AREQUIPA
El 13 de
noviembre de 1883 el corresponsal en el Perú del diario "New York
Herald" publicó esta nota.
«La belicosa
Arequipa, famosa tanto por ser la Virginia del Perú, en dar Presidentes, como por
la influencia eléctrica que ejerce en sus habitantes el funesto y destructor
volcán llamado el Misti, que se levanta como amenaza de muerte sobre la ciudad,
y también por la desesperada fiereza de los combates revolucionarios que diferentes
veces se han dado en sus calles, no ha correspondido a su belicosa reputación.
De ninguna manera le honra la historia de su caída. Casi a mediados del último
mes, en que se supo que el Gobierno de Santiago había determinado mandar sus
conquistadores batallones a Arequipa, el vicepresidente y almirante Montero
recibió calurosas indicaciones de las autoridades municipales y de muchos de
los principales ciudadanos de la ciudad para que desistiese de toda intención
de resistencia, porque era conocida la gran repugnancia que había contra ella.
El vicepresidente reunió a los jefes de ejército y algunos de los ciudadanos
más prominentes para deliberar sobre el estado de los negocios. El capitán
Villavicencio y el general César Canevaro opinaron que se resistiese hasta el
fin.
DE QUÉ MANERA CAE
AREQUIPA
Montero, con
muchos de sus oficiales, parecía estar poseído de la ilusión de que los
chilenos trataban simplemente de hacer una demostración, y que no debía
anticiparse ningún fuerte trabajo. Todo el ejército (3,000 hombres) fue enviado
a un lugar llamado Puquina, a 15 leguas de Arequipa al mando del coronel
Godines, y Arequipa quedó al cuidado de dos desmembrados batallones de línea y
del conjunto de la Guardia Nacional, indisciplinada y no dispuesta a entrar en
filas. Godines reveló muy pronto su incapacidad. En la mañana del 24 de octubre
de 1883, sus soldados fueron sorprendidos con la presencia de una avanzada
chilena que quietamente los miraba desde las colinas que denominaban sus
posiciones, y entonces, en menos que tarda un credo, tomaron a los peruanos
como blanco de sus tiros. Los soldados peruanos cedieron y los chilenos
ocuparon tranquilamente el campo del enemigo, mientras que aquellos, con alas
en los pies, corrían por el camino del Poesi, el más próximo a Arequipa, y casi
revolucionados contra sus jefes incapaces. Tan pronto como llegó al
vicepresidente la primera noticia de este desastre, ocurrió al método corriente
de reunir al pueblo a toque de campaña, y descubrió que, en vez de los 9,000
hombres enrolados en la Guardia Nacional, solo unos 1,000 escasos respondieron
al llamamiento, y aun esos descontentos, sediciosos y prontos a un alboroto.
HUIDA DE MONTERO
El coronel Llosa,
comandante del 7.0 batallón de la Guardia Nacional, se presentó a su
cuartel y, arengando a sus soldados, les aseguró que Montero estaba en secreta
comunicación con el enemigo.
No fue necesario
más. Fuera de su cuartel, el séptimo batallón, sus 3 soldados recorrían las
calles como unos locos disparando sus rifles a derecha e izquierda, sin
acordarse de que los chilenos se acercaban, y sin cuidarse de las vidas que ponían
en peligro.
Las campanas de
las iglesias fueron puestas en movimiento, se dio la señal de alarma, y el
pueblo se precipitaba a la plaza. La guardia nacional se acercó a la estación
del ferrocarril de Puno, y de allí sacó 600 rifles con municiones que estaban
listos para ser trasladados al interior. Repartióseles inmediatamente a la
multitud, y comenzó una fusilería general, dirigida no contra nadie en particular,
pero haciendo que las calles se pusiesen intransitables para las personas
pacíficas y para las dispuestas a combatir.
Montero y su
estado mayor probaron en esas circunstancias que no les faltaba el valor. Salieron
a la calle a caballo y, seguidos por un par de compañías de línea, se
mantuvieron firmes contra la guardia nacional y el pueblo insurreccionado, y
cambiaron algunos tiros y quemaron algunos cartuchos hasta quedar en la
plazuela de San Francisco 60 muertos; pero Montero viose obligado a huir, y el
pueblo se enfureció contra sus débiles mandatarios.
En el suburbio de
Miraflores encontró otro batallón de guardia nacional, al mando del coronel
Valdivia, que aparentaba aguardar las órdenes del Gobierno. Montero ordenó a
las tropas que formasen cuadro, y colocándose en el centro pronunció un discurso,
apelando apasionadamente a su patriotismo, no para oponerse al invasor, sino
para conservar la tranquilidad dentro de los muros de su propia ciudad. Aún no
había terminado el exordio de su discurso cuando una bala le atraviesa el
kepí. Esta descarga fue seguida de un fuego general de las tropas del
vicepresidente y de las que lo acompañaban. Picando las espuelas a sus
caballos consiguieron romper las filas, pero tres oficiales de alta graduación,
a saber: el coronel Vélez, el mayor Velasco y el comandante Fuentes, agregados
a la escolta de Montero, cayeron muertos, víctimas de la cobardía de sus
compatriotas.
Montero perdió
entonces toda confianza aun en el grupo de hombres que habían quedado fieles a
su suerte. Ordenó a los que todavía le obedecían que se reuniesen en Chiguata,
a cuatro leguas de la ciudad, y en la mañana del 26 les permitió que se dispersasen;
y él y unos pocos amigos personales y oficiales tomaron el camino de Puno, para
cruzar el lago Titicaca e ir a Bolivia; y al fin llegaron a La Paz en donde las
autoridades y el pueblo boliviano lo han recibido con la frialdad e
indiferencia que se demuestra al jefe malaventurado. Después de esto, el
ejército peruano quedó inmediatamente disuelto en su propia ciudad, yéndose
cada cual a su casa.»
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