HERENCIA
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEB RANDT EN SUS TRECE 23SEP22
En mis años de lector
ensimismado, devoré todo lo que pude. Me conduje por el principio del placer,
de modo que me dediqué al plancton de la literatura y la poesía. Abría el
hocico de cetáceo imaginario y por allí entraban las tramas, los personajes,
los recursos y la música de novelistas y poetas que habían derrotado una y mil
veces al pánico de la página en blanco.
Debo decir que ni
siquiera el más intenso sentido del orden y del cumplimiento del deber me
empujaron a leer a Stalin, cuyas obras, en todo caso, no tuvieron que ver con
las palabras sino con la arquitectura del terror. Ni Haya ni Mariátegui me
entusiasmaron mucho, pero allí estuve peleando con cada renglón y terminando
la tarea.
Una de las lecturas más
cálidas que recuerdo de aquellos días de soledad y neurosis en marcha fue la
de las obras de Ciro Alegría. Las tenìa en un tomo magnifico de Aguilar -libro
que conservo felizmente- y las empecé a leer con un poco de miedo. No había entrado
aún en el mundo de Arguedas y lo rural me era ajeno. Para mi vergüenza, debo
decir que sentía más cerca el Nueva York de John Dos Passos que el Puquio de
José María.
Alegría me cambió la
mirada y “El mundo es ancho y ajeno” ha resistido el arbitraje del tiempo con
gran éxito. Sigue siendo una gran novela formidablemente escrita y sostenida
por algunos personajes que parecen provenir de la historia y no de la ficción. En
efecto, Alegría hizo el compendio del Perú con ese libro y la
injusticia que en él se
pinta parece invicta a estas alturas del siglo XXI. Alegría fue el muralista de
nuestra literatura y su ira no llena de mensajes y guiños ideológicos la
narración. Es una ira sosegada que sabe que tiene el tiempo a su favor.
Alegría no sólo fue un brillante escritor sino también una buena persona. No alcancé a entrevistarlo porque se murió en 1967 -tenía apenas 57 años- pero me habría encantado escucharlo y preguntarle, entre otras cosas, qué tan malo había sido César Vallejo como maestro de primaria del colegio San Juan. Me habría gustado que me dijera, con su voz de fumador y su cara de ironía cunda, por qué pasó del Apra a Acción Popular y por qué aceptó ser parlamentario de Belaunde Terry. ¿Se le había acabado la chispa? ¿Fue un suicidio moral? ¿Qué le habría dicho Rosendo Maqui si hubiese podido salirse de la novela para encarar a su autor?
En todo caso, Ciro
Alegría, hoy tan subestimado por la crítica y tan olvidado en las librerías,
marcó mi vida. Y ahora veo a su hijo en la tele y lo que veo es a un vecino de
las tinieblas y la frase que me viene a la cabeza es el título de una novela:
"La serpiente de oro”. Y junto a él, minuciosamente infame, hay un abogado
que hace de escudero. Entonces me digo, de lo más reflexivo, que algunos no
tienen mucha suerte con sus hijos. Y recuerdo a Alvarito, otra recusación de la
desprestigiada ley de la herencia»
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