LECTURAS INTERESANTES N° 886
LIMA
PERU 19ABR19
GESTO DE DIGNIDAD
César
Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 441, 19ABR19
H
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ay suicidios que si son
gestos de honor y dignidad. El de José Manuel Balmaceda, presidente de Chile
elegido en 1886, es uno de ellos.
La guerra civil chilena
de 1891 fue desatada por las fuerzas conservadoras que dominaban el Congreso.
La vieja oligarquía y la Iglesia de siempre habían declarado una guerra de
exterminio político a los liberales balmacedistas y desde el Parlamento y la
poderosa prensa tradicional desataron su furia saboteando cada paso que daba
el presidente Esa hostilidad llegó a negar la aprobación del presupuesto presentado
por el Ejecutivo para el año l891. Balmaceda entonces, cayó en la provocación y
prorrogó el presupuesto del año anterior.
Fue entonces que la
Armada chilena se sublevó. El presidente ordenó el cierre del Congreso. El
ejército se mantuvo leal a Balmaceda y una de sus torpederas hundió al blindado
“Blanco Encalada" el 24 de abril de 1891 en el puerto de Caldera, lo que
no puso en peligro la superioridad naval absoluta de la conspiración
conservadora. Balmaceda esperaba la llegada de dos cruceros y un acorazado que
Chile acababa de construir en astilleros franceses. Jamás llegarían. Los
agentes del movimiento golpista en el exterior se encargarían de ello, mientras
que personajes como Agustín Edwards compraba armas modernas para enfrentar al
ejército dirigido por el general Orozimbo Barbosa, las fuerzas terrestres de
los sublevados conservadores se incrementaron considerablemente cuando, al
mando del oficial alemán Emilio Komer, reclutaron a miles de voluntarios en el
norte salitrero, donde la plutocracia que dominaba las tierras recién
conquistadas a Perú y Bolivia se sumó al movimiento insurreccional. Tarapacá y
Antofagasta fueron la sede del movimiento insurgente, que creó allí la llamada
Junta de Iquique.
La guerra civil chilena
fue sangrienta. Un cálculo austero sitúa en 5,000 el número de víctimas. Las
fuerzas balmacedistas perdieron toda esperanza después de las derrotas de
Concón y Placílla.
Fue entonces (agosto de
1891) que el presidente Balmaceda delegó el poder en el general Manuel
Baquedano, mandó a su familia a la legación estadounidense y se asiló en la de
Argentina (29 de agosto). Las tropas congresistas entraron en Santiago y
perpetraron desmanes y venganzas semejantes a los episodios que los limeños
habían conocido y sufrido en carne propia en Tacna o Chorrillos.
El 19 de setiembre de
1891 a las 8 de la mañana, Balmaceda, sabedor absoluto de lo que le esperaba,
se dio un tiro en la sien derecha. Antes había escrito varias cartas. Una de
ellas la dirigió a sus hermanos. Es esta:
"Mis queridos hermanos:
Junto con la expiración constitucional del
mando que recibí en 1886, he debido contemplar la situación que me rodea.
No puedo prolongar más tiempo el asilo que
tan bondadosamente me han dado mis generosos amparadores, sin comprometerlos.
Ya se habla del hogar en donde estoy, y puede llegar un momento en que mis
enemigos lancen pobladas o partidas del Ejército revolucionario que hagan una
tragedia, con daño irreparable de los que me han servido con tan generosa y
buena voluntad.
Podría evadirme, pero no me pondré jamás en
peligro de ir al ridículo o a un fracaso que fuera el principio de vejámenes y
humillaciones que no puedo consentir que lleguen hasta mi persona y el nombre
de los míos.
Tomé la resolución de ponerme a disposición
de la Junta, pero he desistido. Estos no respetan nada. Se burlarían de mi y me
llenarían de inmerecidos oprobios.
Tengo, por fin, formado el convencimiento de
que la implacable persecución emprendida contra todos los que me sirvieron y
acompañaron, es en odio a mí y contra mí.
No pudiendo prestar a mis amigos y correligionarios
ningún servicio en este desquiciamiento general, sólo puedo ofrecerles el
sacrificio de mi persona, que será lo único que atenúe las desgracias de los
que sufren por mi, y que evite a mi familia que su nombre sea arrastrado, sin
defensa ni amparo, por la vía-crucis que preparan mis enemigos.
He escrito una carta a Vicuña y Bañados, que envío
por conducto de Uriburú a Lillo, para que este la haga publicar inmediatamente.
Es un documento histórico que debe reproducirse íntegro en América y Europa,
para que se comprenda mi situación y mi conducta. Háganla reproducir. Que no
deje de publicarse.
Guardo absoluta reserva de la resolución que
he adoptado, pero he dejado escritas algunas cartas indispensables.
Piensen que yo, que he ilustrado nuestro nombre,
no puedo dejarlo arrastrar y envilecer por la canalla que nos persigue. Hay
momentos en que el sacrificio es lo único que queda al honor del caballero. Lo
arrostro con ánimo sereno.
Estoy cierto de que con él, los míos y
ustedes tendrán situación más exenta de ultrajes y de sufrimientos, y que los
amigos se encontraran menos perseguidos y humillados.
Velen por mis hijos y vivan unidos.
Después vendrá la justicia histórica.
Encargo a Julio Bañados que haga la historia
de mi administración No descansen en esta tarea.
Digo a Emilia que dé todos los recursos que
para esto se necesite.
La distancia de esta región a la otra es
menos de lo que nos imaginamos.
Nos veremos de nuevo alguna vez y entonces
sin los dolores y las amarguras que hoy nos envuelven y nos despedazan.
Cuiden y acompañen siempre a mi madre, y sean
siempre amigos de los que fueron de nosotros.
Suyo siempre
J. M. Balmaceda”.
Nadie había acusado al
presidente de Chile por alguna presunta corrupción. Los sublevados lo llamaron
dictador porque se enfrentó a un Congreso que era la representación de la
vieja, siútica, invencible oligarquía, la misma que ochentaidós años más tarde,
auspiciarla el asalto a lo Moneda y obligaría también a Salvador Allende a
extinguir su vida por mano propia.
Nadie acusó a Allende de
haberse apropiado alguna vez de caudales públicos. Fue un gesto de honor no
caer en manos del fascismo juntista que Nixon, Kissinger. “El Mercurio" y
la Democracia Cristiana alentaron con desesperación.
Hay suicidios heroicos.
Ahora hay quienes
quieren darnos lecciones de moralidad pública. La corrupción institucional que
nos mina desde que nacimos como República pretende levantar una estatua
imaginaria y crear una leyenda martirológica.
La corrupción no puede
vengarse reclamando el desarme del Ministerio Público y la condescendencia del
Poder Judicial. Quienes permitieron la destrucción del partido que fundó Haya
de la Torre no pueden decir
ahora que el Perú tiene una deuda impagable con
ellos v que los heroicos revolucionarios de Trujillo han resucitado y gritan
consignas en el local de la avenida Alfonso Ugarte.
Topo en Acción Popular y supino oportunista en el loc al aprista |
Hay suicidios que
obedecen a un imperativo de dignidad. Hay otros que son como una fuga. Eso, por
supuesto, no disminuye la intensidad de la tragedia familiar ni debilita el
respeto que esa tristeza nos merece. ■
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