sábado, 24 de diciembre de 2016

UN GRAN PUNEÑISTA

DREYER
Omar Aramayo
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Se acaba de publicar un libro bello e importante acerca de la vida y obra del viajero alemán Carlos Dreyer, que durante cincuenta años arraigó en Puno, en el siglo pasado.
DREYER, simplemente Dreyer. Y sin embargo, cuánto significa la palabra sola. Hace noventa años, en 1929 llegó a Puno el viajero alemán Carlos Augusto Dreyer, y se naturalizó puneño, y más propiamente del Titicaca; en un Carnet de Ocupación, de 1924, señala su residencia: Puno-Perú (Lago Titicaca) a puño y letra. Contrajo
matrimonio en 1929 con la dama María Costa, de ascendencia italiana pero con patrimonio en el Altiplano, por sus abuelos, y con un antecesor héroe del Pacífico. Pero como dije, Dreyer también se casó con el Lago. Fueros ambos matrimonios que lo arraigaron en una ciudad que para entonces tenía aproximadamente catorce mil habitantes, indios en su mayoría, como dice el libro; pero, sin olvidar, que Puno era enclave vital en la ruta Lima - Buenos Aires, desde el siglo XIX, situación que contextualiza y explica la formación y emergencia de la gran intelectualidad puneña, de trascendencia continental (Bustamante, Encinas, More, Romero, Oquendo, Churata, Peralta, etc.)
Aquí vivió con belleza, en una hermosa casa, junto a la catedral, donde a comienzos de este siglo se constituyó el Museo Municipal de Puno, con las magníficas obras de arte, que en parte, coleccionara el viajero alemán. Que además fue su centro de operaciones, su cabecera de playa para sus muchas expediciones de fotógrafo.
Pese a la pequeña población, en su mayoría indios, como remarca la publicación, Puno tenía rasgos cosmopolitas. En la pequeña ciudad, residía la gran clase terrateniente del Altiplano; y era donde también se habían dado cita comerciantes japoneses, y sobre todo italianos, en colonia numerosa. En el lago se había tejido una red de comunicación, fantástica; en un pueblito como Yunguyo, en la tienda de Pasano se vendían automóviles, mucho antes de los años cincuenta. A los pueblos ribereños la mercadería llegaba en barco, en todos había mulles, espigones, y grandes almacenes. Una modernidad que se esfumó como la nube cuando llegó el ventarrón de los cambios. Sin duda, una región de grandes contrastes. Y por cierto, cuando acabó el apogeo, los inmigrantes se fueron casi todos, por distintos caminos, algunos de regreso a sus países. Creo que para Dreyer esto fue magnífico, poder interactuar con otros europeos, y con gente ilustrada, no solo profesionales, sacerdotes cultos, artistas, intelectuales; además de la inmensa belleza del lago y de su hermosa familia. Es
Muchos años dedicados a trabajar con mucho amor
por la cultura puneña
necesario pensar en Dreyer en un contexto amplio, generoso; y en una época muy especial, la transformación del Altiplano.
Y sin embargo el destino de Dreyer, nacido en Homberg, Alemania, era distinto; no era comerciante, era relojero, pero al llegar a América cambió de oficio; aquí no solo había descubierto un continente, había descubierto su vocación de documentalista y pintor, Se había descubierto él mismo. Era libre y los caminos eran suyos, De Chile vino a Puno y aquí fue feliz. Y a ello se dedicó durante medio siglo, a viajar, fotografiar y pintar. Ello está recogido en el libro DREYER, de reciente aparición, gracias a editorial MAPFRE y a la curaduría de Gustavo Buntix, como “DREYER” Y nada más que DREYER, libro de formato mayor, pasta dura, cuché mate, 221 p, pleno de fotografías y algunos cuadros.
Estoy seguro, nadie me lo ha dicho, ni siquiera Augusto Dreyer Costa, su devoto hijo, comprometido directamente con esta edición, que la obra fotográfica de su padre, es mayor. Doscientas veintiún páginas no pueden contener el trabajo de medio siglo. Obvio. No obstante, podemos observar, a través del planteamiento de Buntix, como a través de una puerta: el “arraigo y errancia en la fotografía de Carlos Dreyer 1895 - 1975” y que explica el sentido de este libro.

La gran fotografía de Dreyer, observar los aspectos técnicos en este caso, me parece que carece de sentido, absolutamente; es importante por su expresividad insustituible, prístina. Eso. Se muestra a través de capítulos como: el álbum familiar, arqueológicas, arquitectura, personajes andinos y lacustres, y sus viajes: al Chaco, a la selva central, y a pueblos ignotos. Toda la colección es importante, pero donde se encuentra el aporte del documentalista es en las fotos de los personajes andinos y lacustres, y sus viajes: al Chaco, a la selva central, y a pueblos ignotos.
La visión personal califica a la fotografía de Dreyer; y sin embargo los personajes lacustres o los originarios de la selva central y del Chaco, son únicos. Los balseros son una maravilla. Es ahí donde está la diferencia, la belleza misteriosa que supo descubrir y documentar. Ahí está solo o con un pequeño grupo que tenía ojos de ver. Ojos de verdad.

Una frase me llama la atención “la áspera belleza del medio” No sé, si es el clima, las piedras, el tejido, la pobreza infame de los campesinos, tal vez todo junto. O quien sabe la mirada que muchas veces siente áspero lo que no le es propio, lo ajeno, lo raro, lo nuevo. Estoy seguro que Dreyer, en cincuenta años, supo hacer de ese conjunto lo más tierno de sí.

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