Parque Pino: Hasta hace poco estabas ahí, cuidando nuestros sueños, guardando nuestra memoria colectiva, alegrando la ciudad con el bullicio de tu gente, dándonos sombra y aire fresco con tus pinos afables y frondosos. Alguien sentenció tu desaparición definitiva. ¿Qué pecado has cometido para merecer este castigo atroz? ¿A quién hacían daño tus árboles? ¿A quién molestaba el verdor de tu césped? ¿A quién mortificaba los colores y la fragancia de tus flores? No puedo comprender qué tempestad pasó sobre ti y te llevó para siempre, entre torbellinos feroces, hacia parajes desconocidos. ¡Qué impotencia! Quiero gritar, golpear, rebelarme, y no puedo dejar de llorar con lágrimas de fuego, en este momento de la despedida.
Parque Pino, testigo presencial de nuestra vida hecha de trueno y canto, de fuego y piedra, de victorias y derrotas: tu imagen siempre estará en nuestro corazón. Hace seis meses, cuando nos hablaron de remodelación, pensamos que era para mejor. Ahora que te han destruido nos dicen que es para tener más espacio peatonal y que nos acostumbraremos poco a poco. No creo en la primera parte de la justificación, pero sí en el remate, porque el hombre es un animal de costumbres. Si nos hemos acostumbrado a la pestilencia de la bahía es probable que nos acostumbremos a la plazuela que ha usurpado tu lugar.
Foto: Internet
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¿Acaso no fue por este lugar que las patriotas puneñas, en cumplimiento de un plan perfectamente diseñado, caminaron hasta llegar a la Casona de San Carlos, convertida, por ese entonces, en el cuartel general de los chilenos, para proveerles de agua contaminada y provocarles diarreas incontenibles y enfermedades intestinales de diversa índole? ¿No fue en el Parque Pino donde la población puneña, con frecuencia, se parapetó y luchó contra las balas de un Estado insensible que no atendía nuestras necesidades? Durante los últimos cuarenta años, ¿cuántos puneños no fueron detenidos, heridos y maltratados en este parque por el delito de exigir la atención de sus derechos más elementales?
¿No fue en ese parque, en sus calles adyacentes y la Plaza de Armas, que el pueblo de Puno se concentró, movilizó y luchó por agua y desagüe? ¿No fue por ese espacio histórico que nuestro pueblo pasó con “mechachúas” a mano alzada, exigiendo la hidroeléctrica de San Gabán? Todo lo que conquistó Puno se lo debemos a las luchas del pueblo y al Parque Pino.
El Parque Pino mantenía una relación entrañable y pasional con la juventud. Cuando cinco mil estudiantes universitarios lo rodeaban con sus banderas de combate, sus bulliciosos bombos y sus puños en alto, conducidos por sus dirigentes, el Viejo Calle o David Jiménez, palpitaba su corazón de puro contento, extendía sus brazos de hierro y acogía a los muchachos dándoles aliento para no arriar sus estandartes de lucha, mientras Mercedes Sosa los seguía, como siempre, cantando desde un altoparlante: “Me gustan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura para la boca del pobre que come con amargura. Caramba y zamba la cosa. ¡Viva la literatura!”
Fue este parque a donde vino a dar parte de las columnas de estudiantes de la Universidad Técnica del Altiplano, que habían sido masacrados en la avenida Sol, cerca del Estadio Torres Belón, por soldados del ejército, aquel fatídico 27 de junio de 1972, donde se inmolaron Róger Aguilar, Augusto Lipa y, poco después, cerca del Mercado Central, la señora Candelaria Herrera, vendedora de ese centro de abastos. Parque Pino: Canto de trueno y calandria.
¿Alguien puede negar estos episodios que son parte de nuestra historia? Son solo cuarenta años y pico. Muchos de aquellos muchachos siguen ahora en la lucha por el desarrollo de Puno en su condición de ciudadanos, escritores o funcionarios. Estuvieron en aquella multitudinaria movilización, dando su corazón de fuego por el destino de Puno y, por eso, saben lo que significa el Parque Pino.
Ni qué decir queda de su condición de escenario natural de las relaciones sociales de los puneños. Ahora ya no se verán parejas de enamorados escuchando el canto de los pichitankas anunciando el crepúsculo desde las ramas de sus árboles, ni se verá tampoco repleto de gente viendo salir a la Virgen de la Candelaria de su santuario, para el inicio de su procesión del 2 de febrero de cada año. Su ausencia tan triste y fatal también será sentida en el mismo ventrículo izquierdo del corazón de más de veinte mil danzarines que protagonizan una de las fiestas más grandes del Perú y el mundo: la Festividad de la Virgen de la Candelaria, reconocida, hace poco, por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Adiós, Parque Pino. Recibe la oración de mi alma adolorida. Que mis lágrimas sean el réquiem para que descanses inextinguible en la memoria de los puneños. Que te lloren los músicos, que te canten los poetas, que los pintores te retraten con los mágicos colores de los celajes que aparecen algunas madrugadas entre las olas del lago y el azul del cielo. Hasta siempre.
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NOTA: Este artículo no es un texto técnico, ni político. Es apenas una triste despedida, como la que se da al amigo o al hermano que se va. Quizá después escriba desde una perspectiva técnico-política.
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