WINSTON EL ALFARERO,
UNO DE LOS POETAS MAYORES DE NUESTROS DÍAS
Por Jorge Rendón Vásquez
A |
mediodía del sábado 16 de noviembre de 2013, las
nubes dejaron pasar los tibios rayos del Sol sobre la Plaza de Barranco. Las
casas, la Biblioteca y los añosos árboles se iluminaron alegremente y la
Primavera declamó sus multicolores pensamientos, petunias, geranios, rosas y claveles,
agitándolos a coro en sus parterres. Frente al peristilo de blancas columnas una
audiencia colmaba los asientos. Yo estaba en este mágico escenario, porque Winston Orrillo iba a presentar su reciente
libro Poesía esencial, una antología de cincuenta años.
Conozco
a Winston desde los ya antiguos, pero perdurables tiempos de la Casona de San
Marcos.
Como
poeta, como intelectual y como ciudadano siempre han latido en él como valores
guías: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la generosidad y la bondad, que
ha compartido con sus amigos
Una antología de la obra poética de cincuenta años, vale decir de toda una vida, es una de las tareas más difíciles, porque, como él mismo dice: hay que sufrir “los desgarramientos que supone el dejar de lado a algunos de nuestros «consentidos»”. Esta pequeña asamblea de elegidos es sólo una muestra de su producción Y, sin embargo, constituye una prospección sincera de su ya largo recorrido parnasiano, recordando a cada paso cómo cada uno de sus poemas “era una victoria contra la nada, contra la muerte”.
¿Hay
una cumbre cronológica en la poesía de Winston?
Es difícil
decirlo. Cada poema suyo tiene su ADN.
Así como
al ver un cuadro de Picasso se sabe instantáneamente que pertenece a este gran
pintor, al leer un poema de Winston se entra de inmediato en comunicación con
él, como si estuviéramos viéndolo y oyéndolo recitarlo.
En
este ya largo caminar se advierte una progresión hacia una madurez más madura
aún de la que ya exhibía al partir, cuando tenía veinte años y empezaba a poetizar,
una progresión alérgica a las caídas.
¿Que
caracteriza, a mi juicio, a la poesía de Winston Orrillo?
Lo
diré esquemáticamente.
Su poesía está embebida de transparencia; no se encuentra en ella las trashumantes opacidades de la bruma.
Hacer el amorcon el pálido
altar de
tus dos pechos, repisa
donde albergo
mi sed
de berebere;
con el árbol,
los pájaros
y el río
que nacen
cuando yaces
debajo de mi sueño.
(Epitalamio, 1982)
Su poesía no está hecha de palabras
aglutinadas con cierta gracia. La forman imágenes conceptuales, se diría
esencias. Alguien dijo alguna vez que la poesía era el culto de la palabra. Fue
una declaración con la audacia de las falacias. Si así fuera sería sólo la
adoración de los sonidos vocales y sus resonancias onomatopéyicas. La poesía es
cualitativamente más que eso. Es la creación y la recreación de la imagen, como
juicio lógico compuesto de conceptos reunidos para expresar algo distinto de su
significación ordinaria.
Luego de varias
muertes, les
juro, amigos míos, yo
volveré a estar vivo.
[…]
No lo sé
como sea.
Vivir sin
periscopios sin luces
de peligro sin
zócalos ni aduanas.
[…]
(Reincidir en la vida, 1991)
Los poemas de Winston son como pequeñas historias, en las que inevitablemente habrá un epílogo con la misión de justificar todo el poema, es decir, la reflexión, la exclamación o el grito del poeta.
Muchas gracias, buen
padre,
por estos huesos largos
Que un día me donaste.
[…]
Te agradezco, buen
padre,
y al padre de tu padre
y a todas las raíces
que en mi se
avecindaron
y hoy azuzan a mi hijo
¡para hacerle que siga
robándonos el fuego!
(Prometeo, 1981)
Y ya instalado en ese laboratorio de
la imagen, Winston comienza a subir sus escalones hacia los niveles más
trascendentes para dar a conocer desde allí el mensaje confiado a cada imagen:
lo que él desea que también sintamos, llevado de su indoblegable vocación
ciudadana, inconforme y visionaria, que no abdica jamás de su sino popular y
culto.
En la poesía de Winston Orrillo los
personajes son el amor, aun a “León” y a “Benita”, sus engreídos e irreverentes
gatos, la condición humana, la condición social; lo que somos y lo que
deberíamos ser.
una mujer
parecida
a un ciclón.
Me trajo
hasta la vida.
Me empapa.
Con su vida.
Me arranca
del insomnio
y me engrilla
en el día
allende mis
noctívagos
arabescos
autistas.
[…]
Yo aquí honro
a aquella lumbre
con que escalo
hasta el cielo
que está
en el crisantemo
que tiene
entre las piernas.
(Poema mujer ciclón, 2013)
En muchos de sus poemas emerge su
mensaje socialista de protesta, como el relente en los campos al amanecer, y nos
comunica, en seguida, una sutil convocatoria a la acción.
Así lo dice en su Poema “Un floripondio”, una flor de su infancia que su mamá cuidaba con amor y defendía, distinta de otra con la que se topó años después por azar, en Miraflores, que le hizo descubrir que también entre las flores había diferencias sociales.
He visto un floripondio
en Miraflores.
Yo he nacido en los
barrios populares.
catorce inviernos juntos (¡cómo duelen!).
Y allí en mi vieja
casa, y esmaltado,
un tibio floripondio
como amigo.
Mamá lo defendía de los
bichos.
Mis hermanos jugaban a su sombra.
[…]
¡Mucho tuve que andar
sobre la tierra
buscando un floripondio
y un amigo!
Y ahora está a metro y
medio de mis manos:
en un lacio jardín de Miraflores.
Lo separan de mí las
alambradas,
una placa en la puerta,
un apellido,
un áspero mastín, todo un Sistema.
El poeta Winston Orrillo pertenece
cronológicamente a la generación del 60, por haber nacido en 1941. Pero él se
eleva sobre esa adscripción. Su obra no se quedó en la década del sesenta.
Nunca dejó de producir.
Pienso que el registrar a una
persona en un grupo determinado, reunido por el hecho del nacimiento, puede ser
un sigiloso medio de encubrir los contrabandos, de mezclar a los buenos con los
malos. Yo, por ejemplo, anduve por los claustros de la Casona de San Marcos de
1952 a 1954, cuando despuntaba lo que luego se llamó la generación literaria
del 50. Y, sin embargo, tenía muy poco de común con ella, excepto que éramos
alumnos de la misma Universidad y nos cruzábamos en sus patios. Nunca vi a esos
literatos en ciernes en las batallas callejeras, en los cenáculos conspirativos
contra la dictadura, en las páginas de algún periódico de protesta que tenía
que ser clandestino y, por supuesto, nunca fueron huéspedes de las prisiones. Eran
conscientes de que su silencio constituía el requisito para tramitar el
pasaporte que les permitiría ingresar a los diarios y las revistas del poder
mediático. ¿Qué de común podíamos tener con ellos, los que combatíamos? Tampoco
Winston, alineado en la generación del sesenta, tiene nada que ver con ciertos
poetas y narradores que coincidieron con él en su tránsito por la década del
sesenta e incluso en los patios de San Marcos.
Hace mucho que Winston Orrillo ha
ingresado a la academia ciudadana de la poesía, consagrado por cada uno de sus
poemas.
Los vasos y las ánforas líricas de Winston, el Alfarero (que como tal firma sus correos), están hechos de una sustancia amiga del tiempo, y ostentan el sabor añejo de la técnica y al mismo tiempo la tozuda frescura de su rebelde espíritu juvenil.
Túpac Amaru, cacique
claro,
cuatro caballos o
cuatro truenos
no consiguieron
desembarcarte
del heroísmo, que fue
tu nave.
se hizo vindicta, fruta
madura,
espiga indemne. Fue en Sangarara
donde la Historia, como
doncella,
quitó sus velos, hizo la
venia
y a la miríada de poblaciones
llegó la nueva: Túpac
Amaru,
cacique claro, espuela
al viento,
con la justicia se ha
desposado.
(Cántiga por Túpac Amaru, 1973)
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