El triunfo del candidato Elmer Cáceres Llica en Arequipa se
explica más por su marketing que por sus propuestas políticas.
Tempranamente se presentó como el representante de los discriminados en una
ciudad tradicionalmente despectiva con los inmigrantes “indios”, y para ello
sacó a relucir su procedencia y su apellido materno quechua. Lograda esa
identificación emocional entre los pobres de la ciudad y del campo, que en la
primera vuelta le valió 132,181 votos, amagó con un discurso antilimeño y
antipartido y agregó una cucharadita de nacionalismo prometiendo hacer la
réplica del monitor Huáscar. Por eso, cuando se removieron antiguas
noticias sobre su presunta conducta de violador, sus simpatizantes no les
dieron crédito alguno. Por el contrario, el candidato se victimizó. El domingo
pasado sus votos aumentaron a 352,384, cien mil más que su oponente, pese a que
el ausentismo creció del 16.6% al 19.3% y a que el voto nulo y el voto en
blanco, pasaron de 203 mil a 270 mil.
El resultado que tenemos es una región polarizada, con un
gobernador que cuenta con el respaldo de menos de un tercio del padrón
electoral, sin equipo de gobierno ni plan racional y coherente de políticas y
capacidad para manejar las inversiones públicas, que pronto enfrentará un
dilema parecido al que tuvo Humala con Conga: aprobar la continuación del
proyecto Tía María de la empresa Southern y recibir el respaldo de
Vizcarra para ver realizado el proyecto Majes-Sihuas II; o plegarse al discurso
radical de sus colegas de Puno y Moquegua, tratando de mantenerse vigente en la
gestión del día a día. Pero el verbo o el marketing no bastan
para sostener una gestión por cuatro años. Se da por descontado el enfriamiento
de parte de las compañías mineras que invierten en la región, que dejarán de
solventar las obras menudas que dieron réditos políticos al gobierno
regional. Además, teniendo la oposición de esos “ccalas” pequeño
burgueses discriminadores y la del movimiento feminista, si la denuncia de la
presunta víctima francesa halla eco en Europa, es casi seguro que Arequipa
perderá oportunidades con la cooperación técnica de esa parte del mundo. Pueden
venir entonces meses de confrontación social alimentados por el pequeño ego del
vencedor del 9 de diciembre. Muy mal haría su oposición política si hace
seguidismo a la espontánea cultura discriminadora de mis paisanos.
El dilema que enfrentará el gobernador Zenón Cuevas en
Moquegua es diferente. Formado en la práctica política izquierdista (en las
filas de Patria Roja), el conductor de la lucha bautizada como el Moqueguazo
del 2003, conoce y es conocido de igual a igual por todos los actores políticos
de su pequeña región y tiene resuelto el problema de la gran inversión minera
al haberse aprobado el proyecto Quellaveco. Pero tendrá el dilema que tienen
todos los gerentes generales cuando por encima de ellos tienen un presidente
ejecutivo del directorio: cómo gobernar la empresa con autonomía, cuándo
informar al presidente, qué hacer cuando llama directamente a los gerentes y
toma decisiones con ellos. Es decir, un típico problema de gestión que, en el
fondo, es un problema político, es decir, de manejo de los resortes del poder
con vistas a conseguir determinados objetivos en el corto y mediano plazo. Allí
Cuevas tendrá que optar entre el estilo de los izquierdistas uruguayos o
chilenos cuando fueron gobierno o la tradición calenturienta de la izquierda
peruana de reducir todo a la acción callejera. Es obvio que si busca un futuro
tendrá que concertar con frecuencia con Vizcarra.
Desde lejos, pese al gran respaldo ciudadano que lo
sustenta, se aprecia que el gobernador Walter Aduviri tendrá mayores
dificultades que sus colegas. Porque, si bien los problemas de la pobreza, el
desorden y la inseguridad son críticos, ha canalizado un sentimiento
anticentralista y antidiscriminatorio que ha puesto en él grandes expectativas.
No queda claro cómo enfrentará el dilema entre afirmar su discurso maximalista
contrario al neoliberalismo o hacer funcionar a la burocracia regional para un
manejo eficaz del presupuesto que logre mejorar los servicios públicos que se
brindan a la ciudadanía: promoción del empleo y de las inversiones, saneamiento
básico, salud pública, infraestructura, seguridad. En otras palabras, hacer
eficaz al sistema que se critica. Ya Vizcarra llegó a Puno para informar que
las municipalidades provinciales tendrán un incremento del 60% en sus
presupuestos de apertura y los alcaldes que siguen a Aduviri tendrán el mismo
dilema. Y es que en ese manejo no es suficiente la queja antilimeña ni proponer
una Asamblea Constituyente, menos ilusionarse con la cooperación del régimen de
Evo Morales para pintar futuros rosados o lilas.
Así, a los políticos del sur les conviene pisar tierra y
avanzar con pies de plomo concertando entre ellos y evitando la confrontación
estéril. Y en esto deben poner la política al mando antes que el espectáculo de
las disputas y los intereses del gran capital que pretenderá ponerles la
agenda.
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