domingo, 16 de diciembre de 2018

EL KUCHI-KANKA NAVIDEÑO

LA MASCOTA DE PIZARRO   
Alfonsina Barrionuevo
Al horno, dorado al rojo vivo y con un irreverente rocoto en el hocico, el chancho mamón o lechón acelera el pulso y hace gua la boca con su sola vista. Los comensales lo saborean con un placer que encanta. En el Cusco el lechón curado previamente con sal y recubierto con miel de chancaca, es sin igual porque adquiere el sabor del horno calentado con la leña de chachakomo y se complementa con un tamal. Claro que siempre es un plato de lujo, casi tostado, crocante o tratado en otras formas.
No se sabe cuándo el  piernicorto animal, de cola enrulada ajustó su paso al de Francisco Pizarro recordándole su infancia extremeña. En sus viajes al Perú anduvo escaso de fondos y es de conjeturar que fue parco en las provisiones de su tropa. Pudo ser que el chancho acomodó su trote al suyo cuando fundó Lima. No estuvo, pues, en el Puerto del Hambre ni en la legendaria Isla del Gallo donde se decidió la suerte de atrevidos y descontentos.
El padre Bernabé Cobo quien arribó mucho después, leyendo cuanto fue escrito y recogiendo versiones orales, escribió que ‘lo trajeron los primeros españoles’ después de fundada Lima. Un dato tomado tal vez de Nicolás de Ribera, el Viejo, quien dijo que en 1536 la primera carne de Castilla que se pesó en una pulpería de Lima fue de puerco.
Sin duda se sintió tan a gusto que se reprodujo de prisa y el 14 de agosto del mismo año el Cabildo mandó que se matara cada día un puerco y se vendiera a veinte reales la arroba, sin que se sacrificara por algunos años la carne de otros animales procedentes de la península. Ya en su tiempo el padre historiador comentaría que ‘en esta ciudad un cebón vale de 8 a 10 pesos, pero en otras partes lo venden más barato”. 
Al cabo se afirmaba que “los mejores y en más abundancia en este reyno se crían en el valle de Jauja de esta diócesis; en la ciudad de Cusco y en la diócesis de las Charcas, en el valle de Tarija’. Se agrega que ‘suele hacerse manteca de todo el cebón y sacar carne magra de los perniles, de la que hacen longanizas y otros adobos de regalo.’ Un detalle interesante alude al consumo de varios, generalmente los cimarrones. ‘Si se quiere guardarlos algunos días sin que se dañen los asan en barbacoa, menciona una crónica. La carne así asada van consumiendo después en guisados lo cual aprendieron los españoles de los indios que no supieron hacer otro género de sabroso charki que de este modo la carne se guarda por algún tiempo.


El Inka Garcilaso indica que ´’en el año de 1560 un buen cebón valía en el Cusco diez pesos; otros valen a seis y a siete, y valieran menos si no fuera por la manteca que la estiman los españoles. Las puercas han sido muy fecundas en el Perú. En el año de 1558 vi dos en la plaza menor de Cusco con 32 lechones que habían parido a 16 cada una. Los hijuelos serían de poco más de treinta días. Estaban tan gordos y lucios que causaba admiración como pudiesen las madres criar tantos.’
El cerdo español traído al Perú tuvo que pertenecer a alguna raza de tamaño mediano, posiblemente un poco magra en relación a las otras, pero con sus innatas virtudes. Alimentado con los desperdicios de la cocina y con el sutuche, residuo del maíz germinado para preparar la chicha ha pasado bien horneado de un siglo a otro. Antes de llegar a adulto y por eso más codiciado; en exquisito jamón no sólo “del país” que tiene una presentación y sabor de fuera sino que es inconfundible; ahumado en los fogones de Otuzco, la Libertad, o en Huaraz, Ancash, que comparten el secreto de su fábrica.
Qué decir del chicharrón con mote y las infaltables hojas de hierba buena para que el hígado no se sienta agredido, del charki o la cecina tan apetecibles en Caraz, Ancash, o en Huánuco, entre otros lugares donde se prepara en casa o para las picanterías o quintas. También parte principal de la salchicha huachana cuyo pregón se ha perdido en el tiempo, y del relleno que recoge su sangre dulce con cebolla picada para el chorizo.
Ingrediente especial en la qarapulkra sabrosa, en el guiso con frejoles donde ‘agarra un  gusto único con la lonja y la oreja ’en el sin igual “queso de chancho” donde el rollizo amigo de Pizarro aparece en el Cusco prensado con pimienta negra como condimento, listo para ser ofrecido en hermosas rodajas acompañando al  oloroso chocolate que se servía en jícaras de plata y que las abuelas tomaban con ceremonia, como el tokto hecho en aceite hirviendo para masticarlo con kanchita o ñut’u chicharron, más menudo para el nutritivo chuñolawa y; finalmente, en gruesa hilacha para dar el punto de gusto al tamal cusqueño que se abre como una flor y que arroba por ser delicado y gentil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario