LECTURAS
INTERESANTES Nº 632
LIMA PERU
10 OCTUBRE 2014
CÓMO QUEDAMOS TRAS LAS ELECCIONES
César Hildebrandt
Tomado de: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE”
N° 221 10OCT14 p. 9
No hubo sorpresa alguna, ¿O
es que alguien puede sorprenderse del crepúsculo de los llamados "partidos
nacionales"?
Esos partidos son espectros
desde hace tiempo. Y lo son porque forman parte del ensimismamiento limeño, del
retorno al Perú de los años 50 impuesto por el neoliberalismo.
¿Cómo pretende Lima gobernar
hoy al Perú? Muy sencillo: con las ideas de "La Prensa" de Pedro
Beltrán. ¿Es eso posible? No.
Las elecciones regionales han
sido un desacato a Lima y a su arrogancia y al carácter centralista de los
melancólicos "partidos nacionales".
Se burlan de las siglas
aldeanas, de los caudillos de comarca, del hectareaje breve de esos horizontes.
¿Y qué quieren? ¿Qué les puede decir el Apra "del perro del
hortelano" a los cajamarquinos? ¿Y qué mensaje puede tener el PPC
sanisidrino hacia las provincias donde "el milagro económico peruano"
es una frase sin sentido?
Fujimori fundó este reino del
pragmatismo cínico. ¿Qué puede significar su hija, heredera disciplinada, ante
un país que necesita de nuevos mensajes? Poca cosa, como se ha visto.
El fracaso de la política
formal es general. Pero aclaremos: se trata de la vieja política formal. Y ese
fracaso tiene una explicación que los defensores del sistema impuesto por
Fujimori pretenden ocultar con mil piruetas dialécticas. Esa explicación es
esta: la homogenización ultraliberal de los "partidos nacionales" ha
barrido con los programas y las diferencias y ha convertido la política en
márquetin puro, en rivalidad de jingles, en duelo de dineros (bien o mal
habidos). Los "partidos nacionales" han dejado de serlo porque se han
transformado en coro afinado del ultraliberalismo sin bandera. Todos piensan,
en el fondo, lo mismo. Nadie reconoce la insostenibilidad de un modelo que no
pasa por el desarrollo de la educación, la industria, la agricultura (no sólo
la agroexportación), la formalización de la economía, el papel promotor y
regulador del Estado, la vigilancia ambiental, el cese de las fusiones
oligopólicas, el respeto por el trabajador.
Y la experiencia traidora de
Humala ha empujado a muchas provincias a decir un estentóreo basta.
La proliferación de caudillos
del interior es la respuesta a la ausencia de programas que puedan entusiasmar
a la mayor parte de los peruanos. ¿Se han dado cuenta de que los "grandes
partidos" dejaron las ideas y apostaron a la publicidad y que en vez de
escuelas de política son maquinarias electorales que entran en receso apenas se
cuentan los votos? Que el PPC tenga de líder funcional a un señor como Raúl
Castro -magnate en errores- lo dice todo.
Sin partidos que convoquen a
nivel nacional, que aglutinen o entusiasmen con propósitos abarcadores, ¿qué
querían?
De las provincias serranas
surgió la resistencia cacerista. De sus sucesores de sangre y olvido surge un
nuevo mapa político del Perú. Tendrá aspecto anárquico, pero esa es una primera
impresión. En todo caso, es el desorden variopinto como respuesta a la narrativa
monocroma que Lima y su prensa concentrada pretenden seguir contando.
Han perdido todos los
partidos, pero hay algunos que han perdido todo lo que tenían. El primero es el
Apra, al que se le ha fugado hasta Breña y que ha dejado el norte grande en manos
del "partido" de Acuña. Alianza para el Progreso no es un partido: es
una sanción. Con él miles de votantes han castigado al Apra alanista, amnésica
y corrupta. Acuña encarna una opción que carece de toda propuesta nacional y
que, con el tiempo, pasará al anecdotario de los caudillismos efímeros. Y el
Apra, que dejó de ser una variante socialdemócrata, es hoy un PPC "con más
calle", como diría Mulder. Todo gracias a García y a la liquidación
programática por él impulsada.
Más allá de las segundas vueltas
consoladoras, el fujimorismo no ha recuperado la inversión de tanto viaje y
tanto auspicio empresarial. El dilema de la señora Fujimori es distanciarse de
su padre, con lo que su razón de ser en la política se desvanecería, o aproximarse
a ese legado, con lo que las sombras de una colosal corrupción la disminuirían.
El fujimorismo padece,
además, de un mal ancestral: fue la fórmula sanguinaria para un momento de la
historia peruana en el que Sendero amenazaba jaquearnos. La señora Keiko
necesitaría que el Vraem fuera un cáncer en metástasis para hablar, con
nostalgia, de los "buenos tiempos" de su padre exterminador. En todo
caso, detrás de la sonrisa de la señora Keiko se asoma la de su padre cuando
decía que Montesinos ganaba tanto dinero porque era "consultor de empresas
extranjeras". La sangre los unirá siempre.
El Apra se consuela (ahora)
con Enrique Cornejo, el "tecnócrata" del que, por orden de García, se
alejó por temor a no contaminarse con la ridícula cifra que, según las primeras
encuestas, debía obtener. Ya Francke ha demostrado que Cornejo no es ni tan
solvente ni tan técnico como parece. Lo que pasa es que, comparado con los
otros candidatos, su discurso parecía sólido. Y su galope final tiene un mérito
indiscutible pero una causa manifiesta: la paupérrima actuación en el último
debate de la señora Villarán.
Gregorio Santos |
Y con ello vamos al asunto de
la izquierda, otra gran derrotada. No hay palabreo ni autocompasión que
escondan lo que es evidente: la izquierda se evaporó. Y digámoslo: se evaporó
porque se lo merecía. Siguió dando esa imagen de bacterias dispersas, incapaces
de reunirse en el solo propósito de "enfermar" a su huésped con el
mal del descontento. Ni para eso se pueden poner de acuerdo los propietarios de
tan sigla vacía. Las cúpulas volvieron a prevalecer: una miseria de egos
antiguos, de ideas marchitas, de reivindicaciones cosméticas, de fundamentalismos
anacrónicos. Allí están muchos de ellos: vivando a la familia Castro, creyendo
que Maduro es de los suyos, que no hay autocrítica que hacerse. La izquierda,
viuda de Mariátegui y huérfana de Pekín o Moscú, sigue siendo incapaz de dar el
salto y producir el programa neomarxista de la modernización camino a un
socialismo democrático. El problema no es la unidad de los burócratas. El
problema son las ideas. Pregúntenle a Evo Morales cómo se cocina ese guiso.
Cajamarca nos ha dado una
lección. El Perú oligárquico que hemos reconstruido gracias a respetar el
legado de Fujimori ha encontrado una respuesta feroz y legítima. La rebeldía no
ha puesto esta vez bombas ni ha matado horriblemente a nadie: ha votado. Y la
capital, sede de un modelo que pretende desconocer los derechos de quienes no
son parte de su comparsa, se ha alarmado. Qué bien. Las varias Cataluñas del
Perú se han expresado. El viejo reino del Perú se rasca la cabeza, como
siempre. Los Canterac y los La Serna exigen la extirpación de los herejes.
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