TRUMP Y LA DECADENCIA
César
Hildebrandt
Tomado de: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 708
8OCT24
C |
uando era niño, Estados
Unidos era como el gigante bueno de la historia. Nos había salvado de los
nazis, había ganado dos guerras mundiales y se adjudicaba el papel de ángel de
la guarda de la democracia.
SAM UNCLE por Chillico |
Pero, a pesar de sus
contradicciones y su racismo detestable, Estados Unidos pertenecía al futuro.
Era la sociedad que, regulada por algún Roosevelt venidero, se acercaría a unas
millas del ideal del pragmatismo socialmente benévolo.
Todo eso empezó a
mancharse en los 50 del siglo pasado, cuando el país que había luchado contra
el fascismo europeo intervino sin escrúpulos en Guatemala para derrocar a
Jacobo Arbenz, un militar progresista que se atrevió a tocar intereses
norteamericanos. Un año antes, en 1953, Estados Unidos había instigado el golpe
de estado que destituyó a Mohammad Mosaddeq, el primer ministro iraní que
nacionalizó la industria petrolera. La CIA, la United Fruit y la doctrina del
nacionalismo armado habían triunfado. Estados Unidos era el epicentro del
capitalismo dispuesto a todo con tal de salir airoso. Eisenhower, acosado por
el complejo militar-industrial, tendría la razón al señalar esa amenaza.
Luego vino Cuba y más
tarde Vietnam y, tras la tregua de Johnson, Nixon.
Pero aun con Nixon al
mando, Estados Unidos libraba una lucha interna entre quienes querían preservar
valores esenciales y aquellos que apostaban por el cinismo y los resultados.
Esa lucha se daba en medios de comunicación, esferas políticas, foros
empresariales, debates universitarios.
Ese plano de ideas en
conflicto es el que se ha deteriorado hasta el punto de casi desaparecer.
Kamala Harris ha perdido
porque era una Trump con sordina, una Trump con disimulo, una Trump llena de
bótox. Trump ha vuelto porque interpreta mejor que nadie la lumpenización del
electorado estadounidense. Estados Unidos se mira el ombligo y clama por sus
derechos y por los agravios supuestos infligidos por el multilateralismo. La
promesa del bigstick ha regresado.
Tanto Harris como Trump
pensaban celebrar los “triunfos” asesinos de Israel en Gáza y Líbano. Ambos
pensaban -aunque Harris apelaba a vaguedades cada vez que le tocaban el tema-
que a China había que pararla al margen de la Organización Mundial de Comercio.
Y ambos aspiraban a seguir ignorando dos cifras claves de la drogada economía
norteamericana: un 7% de déficit fiscal y un 124% del PBI como deuda doméstica.
Los demócratas han
pagado su traición a Franklin Delano Roosevelt y a las clases medias y bajas
que fueron el sostén de sus sucesivas reelecciones. El Partido Demócrata actual
es el de Clinton y Obama. Es decir, nada: un festival de palabras emocionantes
que poco tienen que ver con la situación económica de las víctimas de la
desigualdad.
Esa apuesta por la
grandeza inverosímil de un país a costa del resto del mundo da una idea de lo
irracional que ha sido este proceso. Los Estados Unidos de Trump no quieren
volver a ser grandes. Eso sería una idea melancólica e inofensiva. Los Estados
Unidos quieren ser “los únicos grandes”. Eso conducirá a nuevas guerras, a
tableros pateados, a distintos desórdenes mundiales. En santa alianza con un
Israel depravado gracias a Netanyahu, los Estados Unidos prometen el fuego
purificador y el triunfo de la muerte en el medio oriente. Un mundo tan bárbaro
como el electorado que ha puesto su destino en manos de un fanático de sí mismo
espera sin mayores agobios lo que habrá de suceder. Porque hoy por hoy lo único
realmente global es la decadencia. <:>
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