viernes, 8 de noviembre de 2024

HILDEBRANDT OPINA: LAS ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS

 TRUMP Y LA DECADENCIA

César Hildebrandt

Tomado de: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 708 8OCT24

C

uando era niño, Estados Unidos era como el gigante bueno de la historia. Nos había salvado de los nazis, había ganado dos guerras mundiales y se adjudicaba el papel de ángel de la guarda de la democracia.

SAM UNCLE  por Chillico
No era así, por supuesto. Pero esa era la imagen que prevalecía en el mundo. Y a esa imagen contribuía el hecho de que en ese país relativamente joven los trabajadores tenían derechos, los sindicatos cumplían un rol, los trabajos eran estables y bastaban para sostener el hogar. En ese cuadro no entraban, por supuesto, los negros preteridos, los blancos pobres de “Las uvas de la ira”, los inmigrantes latinos que reuniría para su reivindicación el legendario César Chávez.

Pero, a pesar de sus contradicciones y su racismo detestable, Estados Unidos pertenecía al futuro. Era la sociedad que, regulada por algún Roosevelt venidero, se acercaría a unas millas del ideal del pragmatis­mo socialmente bené­volo.

Todo eso empezó a mancharse en los 50 del siglo pasado, cuando el país que había luchado contra el fascismo europeo intervino sin escrúpulos en Guate­mala para derrocar a Jacobo Arbenz, un militar progresista que se atrevió a tocar intereses norteamericanos. Un año antes, en 1953, Estados Unidos había instigado el golpe de estado que destituyó a Mohammad Mosaddeq, el primer ministro iraní que nacionalizó la industria petrolera. La CIA, la United Fruit y la doctrina del nacionalismo armado habían triunfado. Estados Unidos era el epicentro del capitalismo dispuesto a todo con tal de salir airoso. Eisenhower, acosado por el complejo militar-in­dustrial, tendría la razón al señalar esa amenaza.

Luego vino Cuba y más tarde Vietnam y, tras la tregua de Johnson, Nixon.

Pero aun con Nixon al mando, Estados Unidos libraba una lucha interna entre quienes querían preservar valores esenciales y aquellos que apostaban por el cinismo y los resultados. Esa lucha se daba en medios de comunicación, esferas políticas, foros empresariales, debates universitarios.

Ese plano de ideas en conflicto es el que se ha deteriorado hasta el punto de casi desaparecer.

Kamala Harris ha perdido porque era una Trump con sordina, una Trump con disimulo, una Trump llena de bótox. Trump ha vuelto porque interpreta me­jor que nadie la lumpenización del electorado estadounidense. Estados Unidos se mira el ombligo y clama por sus derechos y por los agravios supuestos infligidos por el multilateralismo. La promesa del bigstick ha regresado.

Tanto Harris como Trump pensa­ban celebrar los “triunfos” asesinos de Israel en Gáza y Líbano. Ambos pensaban -aunque Harris apelaba a vaguedades cada vez que le tocaban el tema- que a China había que pa­rarla al margen de la Organización Mundial de Comercio. Y ambos aspiraban a seguir ignorando dos cifras claves de la drogada economía norteamericana: un 7% de déficit fiscal y un 124% del PBI como deuda doméstica.

Los demócratas han pagado su traición a Franklin Delano Roosevelt y a las clases medias y bajas que fueron el sostén de sus sucesivas reelecciones. El Partido Demócrata actual es el de Clinton y Obama. Es decir, nada: un festival de palabras emocionantes que poco tienen que ver con la situación económica de las víctimas de la desigualdad.

La población latina y negra ha optado por Trump porque ve en él una remota esperanza de que el empleo no se siga destru­yendo y que la mu­danza fabril o la in­teligencia artificial no la convierta en abiertamente pres­cindible. Los demó­cratas necesitaban una candidatura que no repitiera la paporreta seudo progre del len­guaje inclusivo, el feminismo chifla­do y la palabrería globalista. Sólo tuvieron a Kamala Harris. La derecha envalentonada sabía que Trump haría de sus vicios y felonías un capi­tal. El pueblo de los Estados Unidos ha votado por un de­lincuente convicto, confeso y a punto de ser condenado. Eso le da carácter histórico a este episodio.

Esa apuesta por la grandeza inverosímil de un país a costa del resto del mundo da una idea de lo irracional que ha sido este proceso. Los Estados Unidos de Trump no quieren volver a ser grandes. Eso sería una idea melancólica e inofensiva. Los Estados Unidos quieren ser “los únicos grandes”. Eso conducirá a nuevas guerras, a tableros pateados, a distintos desórdenes mundiales. En santa alianza con un Israel depravado gracias a Netanyahu, los Estados Unidos prometen el fuego purificador y el triunfo de la muerte en el medio oriente. Un mundo tan bárbaro como el electorado que ha puesto su destino en manos de un fanático de sí mismo espera sin mayores agobios lo que habrá de suceder. Porque hoy por hoy lo único realmente global es la decadencia. <:>

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