viernes, 25 de octubre de 2024

REFLEXIONES DE HILDEBRANDT

ZOMBIS

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 706, 25OCT24

E

l ser humano es una bestia peligrosa.

Eso lo supo Abel desde el comienzo y lo supieron todos los que le sucedieron como víctimas.

Y, sin embargo, este mamífero desagradable que somos está seguro de que reina en el mundo y que esa supremacía será eterna.

El planeta, sin embargo, está diciéndonos que ha llegado la hora del ajuste de cuentas. Esta esfera acuosa y azulina -un grano de arena en la desalmada inmensidad de la materia oscura- está harta de nosotros.

No es para menos. La bestia que somos se ha pasado de la raya y ha alterado el régimen de las aguas, el carácter del viento, la densidad del ozono, la sanidad de las napas subterráneas, la respiración de las selvas y el discurrir de los ríos.

La casa en la que vivimos ya no nos quiere. Y está hablando con el lenguaje de su poder: mareas locas, lluvias impropias, sequías humeantes, huracanes cada vez más indignados.

Pero la bestia que somos sigue en lo suyo, que es la estupidez con su surtido muestrario de sus posibilidades. La infelicidad nos guía, las metas inútiles nos fascinan, los retos que nos hacen peores nos obsesionan.

Por eso Elon Musk, que es el imbécil moral mejor fo­rrado en plata del planeta, le entrega muchos millones de dólares a Donald Trump, que es un forajido del far west y que, si estuviera en una película al lado de John Wayne, escupiría tabaco después de cada frase.

Porque en este mundo gobernado por monos superiores la primera potencia, la que podría decretar un invierno nuclear infinito si lanzara la mitad de las bombas que posee, está a punto de elegir por segunda vez a un bípedo como Trump.

La ventaja de Trump es que no disimula como la señora Harris. Y lo que quieren los americanos promedio es que vuelvan los viejos tiempos. Si pudieran, resucitarían a Theodore Roosevelt y volverían a comprar Panamá a precio de ganga.

Pero la vulgaridad babuina no sólo está en Estados Unidos, el país que tiene poco menos de 800 bases mili­tares en 82 países. Está en Europa, la cuna de occidente.

¿Han visto alguna vez una sesión del parlamento eu­ropeo?

Es el espanto en varias lenguas. Es el lugar donde la verdad está prohibi­da, el cinismo es un rasgo de carácter, el disimulo criminal un patrón corporativo. Europa ha aceptado, con todas sus consecuencias, la subordi­nación atómica a los Estados Unidos y a sus políticas de expansión, control y arbitrariedad. La esperanza de una reacción francesa a tal dominio se ha desvanecido. Los alemanes siempre dados al matonaje, están felices.

Mientras tanto, el idiotismo planetario nos propone que la inteligencia artificial nos llevará a otro plano de la realidad. Pero añaden: la IA no alcanzará nunca la del hombre. Entonces, fritos estamos.

Porque la inteligencia humana es la que nos ha conducido a esta decadencia neandertal en la que el mundo asiste, impávido, a la masacre televisada de Gaza. Masacre perpetrada por un gobierno fas­cista creado por las que fueron víctimas atroces del nazismo. Masacre avalada mayoritariamente por un pueblo que afirma ser el elegido por dios.

Y ya vienen los taxis sin piloto. El asunto es que nos llevarán a los mismos sitios.

Y también vienen la telecirugía, las expe­riencias inmersivas, la biotecnología de última generación. Nos divertiremos mucho, pero, cuando despertemos, el dinosaurio estará allí. Vendrá también la semana laboral de cuatro días y así tendremos un día adicional para ir de compras. El mundo que hemos hecho convierte el suicidio en una bue­na causa. El mundo que hemos hecho hace del alejamiento una salida de emergencia y de la sociopatía una auténtica terapia.

Pertenecer al confor­mismo es morir de mono­tonía, morir de multitud, morir de hombre.

Vivir en el mundo de las marcas, de las compa­raciones agraviantes, de la pu­blicidad enloquecedora, no es vivir. Es un simulacro. Es postular con éxito a ser extra en una mala película de zombis. <:> 

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