EL POLLO DEFORESTADOR
Escribe: Milciades
Ruiz
El tercer domingo de julio de cada año, se celebra en el
Perú el “Día del Pollo a la Brasa”. Es el marketing, que nos arrea hacia una
efeméride comercial, al paso que van quedando en el olvido, el Día de la Dignidad
Nacional, Día de las Américas, Día de la Raza y demás. A todos nos gusta el
pollo a la brasa, porque es agradable, aunque no todos tengan acceso al
disfrute. Lo desagradables es hablar de los daños que conlleva. Pido disculpas
por hacer de aguafiestas en esta nota.
Aunque no seamos conscientes, celebraremos la pérdida mil
millones de divisas por importación (US$ 1,072’053,296) de 3’650,194 toneladas
maíz sin pagar aranceles. (SUNAT 2021). Estos montos bien podrían servir al
desarrollo estratégico. Se brindará por los árboles que tardan decenas de años
para formar tronco leñoso y, son reducidos a cenizas en solo horas, al ser
talados para abastecer diariamente a este negocio. Son miles de árboles que el
pollo depredador desaparece diariamente y, a medida que la población crece,
mayor es el consumo de pollo y la deforestación. Es una espiral negativa.
En un informe publicado el año pasado por la revista
“Poder”, se reporta que, el Gobierno Regional de Piura hizo un cálculo de la
deforestación de los bosques de algarrobo, considerando que en Lima existieran
dos mil quinientas pollerías. Utilizando en promedio, un saco al día de carbón
de algarrobo, necesitarían ochocientos mil sacos al año. Eso, equivale a 13,000
has., de bosque, destruidos anualmente, (tamaño de la Provincia del Callao.
Sin embargo, el coordinador de la cadena de aves y huevos
del Midagri, Enrique Gutiérrez, afirma que existen aproximadamente unas 13.000
pollerías a la brasa, siendo Lima la región que cuenta con el mayor número de
locales. Por su parte el presidente de la Asociación Peruana de Avicultura
(APA), José Vera Vargas, indica que anualmente consumimos alrededor de 135
millones de pollos a la brasa, cifra que representa el 20% del total de la
producción de esta ave a nivel local. Señala que, "El consumo de pollo per
cápita en Perú es de 43 kilos, pero solo en Lima la cifra alcanza los 72
kilos".
Como sabemos, al pollo industrializado solo se le permite vivir siete semanas, porque si se pasa un día más, el costo atenta contra la rentabilidad neoliberal. Por eso, infla al pollo, le aplica hormonas de crecimiento y, lo somete intensamente a aplicaciones de vacunas y, antibióticos para prevenir enfermedades que hagan perder dinero al inversionista. Es alimentado con concentrados incluyendo estimulantes, colorantes y compuestos químicos hasta el último día de vida y, sin darle tiempo a eliminar los aditivos químicos, son enviados al camal, aunque la carne no haya madurado.
Estos agentes químicos suelen acumularse en los tejidos
animales, incorporarse en los huevos y causar problemas de salud en los
consumidores, aunque se atribuyen a otras causas. El problema de los residuos
de medicamentos en la carne puede solucionarse mediante una dieta libre de
medicamentos de siete a diez días antes del sacrificio, pero eso nadie
controla. En cambio, en los países desarrollados el uso de antibióticos en los
alimentos de aves está prohibido o, sujeto a restricciones.
Muchos pollos ni siquiera cumplen su ciclo de vida, pues tan
pronto como presenten síntomas de enfermedades aviares, inmediatamente van al
matadero. Por eso se ve en los mercados pollos pequeños que la gente adquiere
por menor peso, sin saber que estaban enfermos. El color amarillento de los
pollos de granja no es natural, como tampoco la yema de los huevos de gallina,
porque se les suministra colorantes para engañar al comprador.
Lógicamente, la carne industrializada de pollo, lograda en
siete semanas, no rinde para el desarrollo muscular ni intelectual humano, en
comparación con producción natural de las carnes rojas de cuatro a más años de
edad. Pero ya estamos capturados, y es muy difícil salir del redil. Aunque nos
pesen el pollo con estiércol y todo, es lo que se ajusta más a los bajos
ingresos de la gente, reforzando nuestro hábito de consumo adquirido por
interés capitalista.
Al no existir una política alimentaria acorde con nuestros
recursos biológicos, los neoliberales han hecho del Perú, un país amaestrado
para consumir lo que conviene a sus intereses. Adoptamos costumbres importadas,
al estilo Kentucky Fried Chicken, generando con ello, nuestra condición de
dependencia alimentaria. Así, ha bajado abismalmente el consumo per cápita de
nuestra papa, maíz cancha, tubérculos, granos andinos, carne camélida, cuy,
etc., para dar preferencia al consumo de trigo, arroz, pollo y otros productos
de introducción extranjera que han modificado nuestros hábitos alimentarios
primigenios. La papa para pollo a la brasa es importada de Europa.
El pollo industrial mató el mercado campesino de aves de corral,
pero también, sacó del mercado a los criadores de ovinos que habitan las zonas
de pobreza de nuestra serranía. Es la competitividad neoliberal, en la que
triunfan los de mayor poder de capital. No conocemos de algún partido político
que proponga una política alimentaria en función de los intereses de la
población peruana. Pero en eso tenemos que trabajar, haciendo consciencia
nacional y planteando alternativas racionales.
Sería bueno que, los defensores del campesinado afectado por
la importación de maíz amarillo, los ecologistas que dicen luchar contra la
deforestación, los abanderados del cambio climático y su lucha contra el
carbón, los que tanto hablan de la seguridad alimentaria se pronunciaran
públicamente para generar opinión pública de presión política equitativa. Es
que el problema no es de personas. Es cuestión de políticas de desarrollo
nacional. De allí la necesidad del cambio constitucional previo cambio del
régimen electoral. El que calla, otorga. ¿No les parece?
Julio 14, 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario