ERNESTO APOMAYTA CHAMBI
VIDA,
PASION Y AVENTURAS
Escribe: Domingo Vargas
Loli (*)
En Juli
Eterno N° 34
(Ver también:
http://punoculturaydesarrollo.blogspot.com/2017/06/pintores-punenos-actuales.html)
E |
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Apomayta Chambi es un pintor a tiempo completo, de manera precoz descubrió su
vocación y desde entonces con la terquedad que caracteriza a los artistas de
raza, y venciendo las adversidades del destino, pues había nacido en la
comunidad de Juruhuanani, del Distrito de Acora, en los Andes Peruanos, se ha
dedicado con pasión excluyente a ser un pintor. Ningún obstáculo pudo
disuadirlo de ejercer la pintura, ni la pobreza, ni las mil y una dificultades
que se cruzaron en su camino.
La ley de la causalidad divina y, además, su ardiente entrega y fervor por la pintura fueron abriendo el escabroso sendero hacia su consagración artística. Después de inaugurar su centro-atelier de arte, en Utah, Estados Unidos, no logra olvidar los fantasmas de su pasado, que logra transmutar su pintura en imágenes de pescadores que, a bordo de sus frágiles balsas de totora, surcan las aguas dulces del Lago Titicaca; sus cuadros también están poblados de gentes del campo, perennizados haciendo su labor cotidiana en el campo, dedicados al cultivo de la papa, a pastar sus ovejas y alpacas o a cuidar sus vacas.
Porque,
a pesar de haber viajado incansablemente por cuatro continentes, no ha logrado
olvidar esos remotos, pero entrañables comienzos en Puno, cuna de la
civilización incaica de cuyos cerros aparecieron los fundadores del imperio
incaico, según la imaginería popular. En esa agreste provincia insurgió un
grupo de artistas rebeldes que a comienzos del siglo pasado se reunió en el
grupo Orkopata. En Puno, además, nacieron el fotógrafo Martín Chambi, un
pariente indígena que logró retratar el paisaje humano y telúrico con una
delicadeza inverosímil y Carlos Oquendo y Amat, un poeta de sensibilidad
exquisita y de espíritu aventurero que murió tuberculoso mientras la Guerra
Civil Española estallaba con todo su fragor homicida.
Ernesto
Apomayta nació en medio de esa rica tradición, por eso en su trayectoria se
combinan la rebeldía frente al destino, la fina sensibilidad, la casi infinita
paciencia, así como su arraigo esencial con la cultura precolombina. No hay en
su filosofía artística, sin embargo, una visión cerrada y provincial; por el
contrario en sus obras ha buscado alimentarse de las tradiciones esenciales: el
arte prehispánico, el milenario de la china, de la cultura maya y azteca,
últimamente, de los indios norteamericanos.
Todas
estas influencias las ha sabido asimilar a lo largo de su agitada trayectoria
de 34 años dedicados a la pintura y a recorrer paisajes de Asia, Oceanía,
Europa y América. Ahora, radicado en la ciudad de Bountiful, Utah, donde ha
logrado construir un hogar para sus obras que es un centro del arte universal,
para todos los poseídos por la pasión artística, recuerda su primera exposición
pictórica en su ciudad natal en aquel ya lejano 1974.“Siempre que me sumerjo en
la pintura, mis recuerdos vuelven a revivir y no puedo parar, porque la
nostalgia queda impresa en mis obras”- dice Ernesto, mientras por su memoria
desfilan los agolpados recuerdos en tropel: se ve a sí mismo, con nitidez
esencial, preparando sus propios materiales con tintas de hollín de pino
quemado y colores naturales que extraía del alumbre, la cochinilla, el airampo,
entre otros, que revolvía con agua de manantial para crear réplicas del
universo real y onírico.
También recuerda, con apaciguada nostalgia, las duras condiciones en las que se vio envuelto tras la muerte de su padre Gaspar Apomayta, al que casi no recuerda porque murió cuando él era muy niño. Lo que dejó marcas de fuego en su vida y obra fue la extrema pobreza que debió afrontar con su madre y su hermana mayor, deambulando de un lugar a otro para sobrevivir a duras penas con la venta de objetos de arte y de artesanía. El pequeño Ernesto debió ya intuir desde muy temprano que la educación podría sacarlo del infierno de la pobreza, por eso recuerda con ternura sus años de estudiante en precarias escuelas entre 1962 a 1968 de las comunidades campesinas de Juruhuanani y Ccaritamaya en Acora y, en el lapso de 1969 a 1973 su paso por el Glorioso Colegio Nacional “San Carlos” de Puno. A los diecinueve años ingresó a la Escuela Regional de Formación Artística en Puno, Juliaca y continuó su preparación en el Cusco y terminó en la Escuela Regional “Carlos Baca Flor” de Arequipa.
Los primeros años de egresado fueron
difíciles, desalentadores, arduos. En el Perú casi no hay sitio para los
artistas, cada uno tiene que ganárselo a pulso, a fuerza de una casi insana
terquedad, dispuesto al sacrificio y a llevar una doble vida ejerciendo un
oficio de supervivencia, mientras en las horas libres se alimenta la genuina vocación.
Ernesto Apomayta trabajó esos primeros años como profesor de educación
artística en el colegio secundario “Juana Cervantes de Bolognesi” de Arequipa,
centro educativo lleno de carencias, como cualquier otro de las serranías
peruanas, en el que pasó cinco años.
Pero,
la paciencia rinde sus frutos. Ernesto no desesperó y, armado de sus pinceles y
sus rústicos materiales siguió pintando sin tregua, hasta que una serie de
becas lo sacaron de ese fatídico engranaje que ha sepultado a tantos artistas
en el Perú. Antes de cruzar el cerco rumbo a Italia, en 1983, y a China en
1984, laboró hasta los 28 años de edad como promotor de arte en el Núcleo
Educativo Comunal Nº 9 de Chorrillos y en la Supervisión de Educación Nº6 de
San Juan de Miraflores de Lima.
El
pintor también recuerda el impacto sobrecogedor que cuando el año 1980 visitó
el Museo de Arte en Lima. Fue una auténtica revelación contemplar por vez
primera la colección de pinturas de ese museo, dos cosas quedaron claras de esa
primera visita: que valía la pena dedicar toda la vida al arte y que solo a
través de este el hombre podría sobrevivir en el tiempo.
Estas
dos convicciones no lo abandonarían jamás, guiarían toda su vida y lo
impulsarían a rebelarse contra las limitaciones de su medio y a emprender
largos viajes para seguir estudios de especialización, maestría y doctorado en
artes plásticas. Los múltiples estudios que ha seguido en diversas partes del
mundo no le han hecho perder de vista que el arte consiste, sobre todo, en
revelar emociones sinceras e ideas capaces de sacudir, conmover e inspirar a
los espectadores. No es, sin embargo, un pintor ingenuo, porque valora la
importancia de las técnicas empleadas. El ámbito de su búsqueda no es, por
tanto, el coto cerrado de su taller; del libro abierto de la naturaleza extrae
los motivos pictóricos de su obra.
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(*) Domingo Vargas Loli.- Periodista y Profesor
Universitario, Editor del Fondo Editorial de la Universidad Antenor Orrego de
Trujillo.
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