Escribe: Omar Aramayo
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osé Portugal Catacora es uno de los maestros más
notables que ha producido esta cuna entrañable del Titikaka. Don José, en su
escuelita experimental de la calle libertad, cuando Puno, una pequeña y hermosa
ciudad andina, alentaba con la prosapia intelectual propia de los indigenistas
de los años veinte, en medio del mar de la feudalidad. De alguna manera es un
epígono de ese movimiento de vanguardistas y rebeldes, constructor de un
sistema pedagógico que valoraba al niño como eje del sistema educativo y tenía
como premisa sobre cualquier consideración, la personalidad y la singularidad
del niño, por eso que cada uno de ellos encontraba el grado, el año escolar, no
de acuerdo al cumplimiento de los currículos sino de su capacidad, habilidades,
desarrollo mental, de su proyección en la sociedad, como lo pensara muchos años
antes su mentor, el maestro de maestros del Perú, José Antonio Encinas, con
quien mantuvo relaciones profesionales y de mutua admiración y afecto.
Pero don José, además era un fino etnógrafo
empírico, con los ojos y oídos despiertos al medio ambiente, con la memoria
viva, la infancia y el recuerdo asertivo de los padres que supieron
transmitirle lo más hondo de la tradición altiplánica.
En 1981, año del Señor, y que debe consignarse
dentro de la cronología del desarrollo del folklore puneño dada su importancia,
publica Danzas y Bailes del Altiplano. Muchos intentos se han suscitado desde
entonces por alcanzar su nivel, algunos con cierta documentación, otros frutos
del espontaneísmo, de la inspiración, del reto de rapto, son los más, pero
ninguna con la competencia, con la mirada total, la penetración de José
Portugal Catacora. Libro pionero y fundador, de alguna manera modelo para los
que se vinieron luego.
Portugal recupera 21 danzas a las que clasifica
entre antiguas y actuales, refiere a las primeras como de origen prehispánico y
a las segundas de origen colonial y republicano, las caracteriza con el sentido
de un maestro, in situ, y su caracterización, aunque podría ser ampliada, hoy
permanece válida. Es sobre estos temas que los estudiantes de antropología
debiesen de profundizar investigar y proyectarse, aplicar las nuevas teorías de
la ciencia, tienen el pastel en sus manos.
De las dazas que nos presenta, aunque todas son
tan importantes, hay algunas donde la prolijidad del texto es arrobadora. La más
importante de ellas es la danza de los Choquelas, a mi parecer la más antigua
del altiplano, donde se evidencia el rito y el mito del hombre que se hace a su
medio y que se apropia de él. El cazador y el domesticador de camélidos, pero
además el hombre que entra en contacto con las fuerzas superiores, deidades o
solo fuerzas de la naturaleza. Danza, que por su coreografía, sus personajes,
los roles que desempeñan, roles de poder, el escenario natural que ocupa, su
vasta simbología, tendrían que estar ubicadas dentro de las más bellas y
singulares del mundo. Lástima que este delirio por las lentejuelas sintéticas
brasileñas, oculte la magnificencia de esos antiguos parientes nuestros que
inventaron la danza, que inventaron la cultura y fueron la base de la pirámide
de la cultura peruana. Harry Tschopik, hizo observaciones muy interesantes de
esta danza en 1942 que debería tenerse en cuenta.
Otro texto, ligado a la gran mitología
prehispánica es la danza de la Cullawa, en ella se puede leer el origen del sol
y la luna, los avatares de la madre tierra, la presencia del Wakón, y cuantos
símbolos más.
Este es un tratado de identidad, como dije, sus
limitaciones son menores y deben actualizarse. La disquisición entre los
términos danza y baile, requieren un espacio propio. Es un libro fundador y su
publicación debe tenerse en cuenta dentro de un marco de revisión de la exigua
documentación puneña como un elan vivificador
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