PESADILLA
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 524
C |
uando
despertó, la pandemia seguía allí.
Así lo
habría escrito Augusto Monterroso.
Pero esa
no es sólo una frase parásita, un homenaje al escritor hondureño.
Esa
frase describe ahora nuestra pesadilla.
Es como
si un lobo furioso nos siguiera.
En el
infierno debe ser así: no importa lo que hagas, el miedo será tu escolta y el
destino habrá de ser, siempre, una repetición.
Todo
tiene entre nosotros el aire de un mal sueño: no pudimos comprar a tiempo las
vacunas, no hicimos nada con la atención primaria, no enfrentamos como debíamos
el problema del oxígeno, no mejoramos significativamente la capacidad
hospitalaria, no aumentamos en proporción al desafío el número de camas UCI, no
compramos suficientes pruebas moleculares ni hicimos prevención diagnóstica ni
seguimiento genómico por falta de presupuesto. Pasamos de un mentiroso crónico
(Vizcarra) a un comunicador que, por lo general, nada tiene que decimos y que
también está dispuesto a prometer en vano y a falsificar la realidad. Pasamos
de Mazzetti a Mazzetti. Por eso el lobo nos muerde los talones. Nuestra
tragedia no es la de Europa, que sí hizo, básicamente, su tarea pero que ha
sido sobrepasada por una reincidencia viral aún más insidiosa que la primera y
por el incumplimiento de las productoras de vacunas.
Lo que más nos gusta hacer: mentimos. ¿Las vacunas? Se harían en semanas, las tendríamos en cuatro meses.
¿Las camas UCI?. Las
duplicaríamos, las triplicaríamos, las cuadruplicaríamos, ¿verdad, Vizcarra? Y
habría oxígeno para regalárselo a la atmósfera y postas de atención primaria
en cada barrio. Y no habría segunda ola, eso sí, porque al Perú lo patrocina el
mismo diosito de cada octubre nazareno. Y porque diosito es padre nuestro, nos
cuidaríamos como otros. Veríamos a quien correspondía y haríamos de los
cumpleaños unas fiestas caletas, cómo no. Por eso el lobo nos babea la basta
del pantalón.
Ahora escucho a los médicos decir qué bien lo de la cuarentena y a los de las radios decir qué bien que se hayan tomado medidas y a las televisiones decir que estábamos a punto del colapso si no hacíamos lo que hemos hecho. Pero lo que hemos hecho se ha tenido que hacer porque no hicimos nada. Y eso es lo que no le decimos a la gente. Porque en el Perú, compatriotas, mentir es un placer venéreo. Somos insaciables cuando de mentir se trata. Me refiero a los zorros de arriba y a los zorros de abajo.
Escucho a los médicos celebrar la cuarentena, pero lo que descifro es una voz que dice más o menos lo siguiente:
-No
vengas a mi hospital porque no tengo nada que darte. Quédate en casa. Cuídate.
Y si te enfermas, sigue quedándote en casa. Y si tienes que morir, muérete en
casa, con los tuyos, en tu cama. Porque en este hospital no tengo nada que
ofrecerte, excepto una cola interminable de toses y respiraciones angustiadas.
No tengo camas ni oxígeno ni mucho menos camas de cuidados intensivos. Es más,
ni siquiera tengo personal suficiente para velar por los que ya están aquí.
Quédate en casa y no hagas el intento de venir.
Entonces
llego a la sencilla conclusión de que no es la plaga la que nos ha puesto
contra la pared. Es la historia. Es el pasado de nuestra república abortiva el
que se ha hecho presente. Es la vejez de nuestras taras la que nos ha vuelto a
pasar la factura que nunca cancelamos. Todos los fantasmas han vuelto: el de la
incapacidad, el de la corrupción, el de la improvisación, el de la farsa organizada.
¡Somos el Haití de Sudamérica! Y para confirmarlo allí está el elenco electoral
que “salvará” al Perú en las elecciones de este abril. Por eso es que Vallejo
vuelve a ser pertinente, para placer del morado que habla a ratos en Palacio:
“Quiero escribir, pero me sale espuma”. De rabia, claro está. ▒▒
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