viernes, 18 de diciembre de 2020

LA COYUNTURA POLOITICA EN EL PERU DE HOY

 

LA PRENSA Y SAGASTI

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 520, 18DIC20

C

uándo se fregó el periodismo peruano? Nadie sabe. Nadie quiere saberlo.

Es más, muchos interesados se empe­ñan en decir que el periodismo peruano florece cada día en las mil expresiones de las redes sociales.

Pero lo de las redes suele ser basura a la vena, prensa de tumulto, analfabetismo armado. Las redes son, por lo general, la demostración de que el perio­dismo ciudadano, que nadó con buenas intenciones, es hoy una fórmula acabada que recluta a los menos dotados del sentido común, a los sicarios que sirven a partidos, a los profesionales del agravio.

El problema no está allí. El gran problema está en el periodismo barato de la prensa formal, esa que ha renunciado a la calidad y rin­de cuentas a accionistas que solo quieren ver rendimien­tos y márgenes. Y para eso sirven los periodistas de a sol cincuenta o aquellos que sólo esperan trepar rampando.

Dibujo de CHILLICO 
Pienso en estas cosas des­pués de sentir vergüenza gre­mial al ver y oír al colegaje derramando imbecilidad el día en que el señor Sagasti y la señora Bermúdez demos­traron, por su parte, que no tienen remedio.

¿Quién educó a quienes exhibieron el miércoles pa­sado -con un par de excep­ciones- la miseria intelectual del periodismo peruano? ¿De dónde salen estos muchachos y muchachas que gustan de las preguntas limítrofes, las dudas redundantes, el pack de naderías? ¿Quién les enseñó a odiar el idioma, a huir de la claridad? ¿En qué universidad aprendieron que el periodismo es una lucha a muerte, chaira en mano, con la inteligencia?

No lo sé y a estas alturas poco me importa. Lo que es cierto es que la prensa peruana, en general, da pena.

Da pena cuando se la lee porque ha renunciado a todo lo que la había hecho importante: el estilo, la búsqueda, la originalidad, el acabado. Sí: la prensa fue alguna vez un arte, un oficio de artesanos, el borrador de la historia, como le gustaba decir a Phil Graham. Por eso es que la literatura y el periodismo estuvieron atados y por eso es que Hemingway o Valdelomar cabalgaron en ambos caballos y amaron esa dualidad. Como Vargas Llosa o García Márquez. Como Mariátegui o Gramsci. Como Umbral o Capote. Como tantos otros.

El periodismo empezó a morir el día en que co­menzó a despreciar el estilo, el buen hacer, la esté­tica del brillo. Fue el golpe de estado de los dateros en sociedad con los gerentes de publicidad. Entre ellos -los que escriben en morse y los que obligan a los periodistas de hoy a leer comerciales como si de hetairas se tratara- terminaron de arruinar la profesión.

¿Hace cuánto tiempo que la televisión peruana renunció a la meritocracia y optó por la baratura? No se sabe, pero fue hace mucho. Ver un noticiero de la tele peruana es asistir, entre otras cosas, al funeral del castellano. Escuchar la radio puede ser contagioso. Es que nada se propaga más rápidamente que la estupidez.

A los que cortan el jamón les conviene que la prensa haya llegado a estos niveles. Así resulta más manejable el negocio de ocultar cosas, que es la verdadera meta de gran parte del periodismo doméstico.

Me han preguntado algunas veces si recomiendo el periodismo como destino y he dicho que sí. Me arrepiento. Hoy no se lo diría a nadie. La prensa peruana está en manos sucias y el afán por la verdad ha dejado de existir.

¿Claudicar? No. El asunto es seguir luchando sa­biendo que, por ahora, la batalla está perdida.

Y luchar supone seguir pisando callos.

El gran nutriente de la prensa nuestra es la men­tira.

Miente que da miedo la prensa que hoy manejan los contadores y los que organizan las preventas.

Miente cuando nos dice que la economía se re­cuperará pronto, que el neoliberalismo es la única puerta digna de ser tocada, que la Constitución de Fujimori es ley mosaica.

Miente al decimos que tenemos un Congreso cuando lo que tenemos es una asociación criminal con fueros especiales. Miente cuando nos dice que la clase media que creó el consumo de los últimos años es firme y duradera. Miente cuando nos dice que los peruanos aman a su país. ¿Aman a su país los que creen que sus bosques son vendibles al mejor postor? ¿Los que permiten la concentración empresarial y la perversión del mercado? ¿Los que roban en el es­tado y en la esfera privada? ¿Los que corrompen las ins­tituciones para seguir me­drando? La patria no es un vals ni un bordoneo ni una hinchada que llora detrás de una pelota: es el lento y coti­diano proceso de construir un sentido de pertenencia, un interés de todos.

Tenemos la prensa que nos merecemos. Hemos renunciado demasiadas veces a nuestros derechos más elementales. Por eso, por ejemplo, permitimos que la heredera del ladrón y asesino que quiso ser se­nador japonés apelando a su nacionalidad japonesa siga postulando a la presidencia de esta pobre república. Por eso tenemos 23 candidatos a la presidencia, a cada cual peor y más gris. Por eso es que muchos obtuvieron su título en Telesup, la universidad de cartón pren­sado que un Tatán de la política creó para expedir cartones “a nombre de la nación”. Por eso seguimos tolerando que Merino de Lama y Burga continúen gobernando en paralelo.

Y por todo eso es que empezamos a acostumbrar­nos a Francisco Sagasti, ese fantasma de la ópera que es especialista en fingir que está allí cuando la verdad es que no está en ninguna parte.

Si el periodismo peruano dio vergüenza el día de la conferencia de prensa, el señor Sagasti se empeñó en repetir esa imagen elusiva de quien se presenta para simular que está al mando. Y lo cierto es que el señor presidente no dijo nada importante ni anunció nada significativo y ni siquiera absolvió las preguntas apenas inteligibles que le formularon. Su primera ministra hizo de pareja disciplinada y leyó las pa­porretas que algún asesor de café con achicoria le había preparado. En resumen, no hay vacunas, no hay responsables, no hay culpas, no hay disculpas y que viva el Perú. Que no me jodan. ▒▒

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