viernes, 31 de enero de 2020

SOBRE LA VIRGEN CANDELARIA


LA MAMITA CANDELARIA

DE PUNO
Nicanor Domínguez Faura
NOTICIAS SER.PE

La Fiesta de la Virgen de la Candelaria, que se celebra multitudinaria y gozosamente en la ciudad de Puno en las semanas en torno al día 2 de febrero de todos los años, es un ejemplo sobresaliente de la paradoja entre lo universal y lo local. La celebración en sí es una fiesta del calendario ritual de la Iglesia Católica, y, como tal, ocurre al mismo tiempo en diversos lugares del mundo. Alcanzan fama internacional las celebraciones que se realizan en lugares tan distantes y distintos como las islas Canarias (España), Veracruz (México) y Copacabana (Bolivia). Las particularidades de su forma local en Puno, celebrada con danzas de raíces indígenas y mestizas provenientes de la Época Colonial y, en algunos casos, de la Época Prehispánica, la singulariza.
La Candelaria es una celebración que rememora un pasaje de los Evangelios: la “Presentación en el Templo” del Niño Jesús a los 40 días de nacido. Tradicional ceremonia judía de purificación de las madres y de los recién nacidos, simbolizada, entre otros elementos rituales, por la luz de una vela (o “candela”, de allí el nombre de Candelaria). La festividad de la “Presentación de Jesús” se oficializó en la Iglesia Romana a fines del siglo V, por órdenes del papa Gelasio I, que reinó entre 492-496. El cálculo de su fecha se formalizó unas tres décadas después, a partir del año 525, que es cuando se fijó el día del nacimiento de Jesús --la Navidad-- el 25 de diciembre (por lo que 40 días después corresponde al 2 de febrero).
Por su parte, la festividad de la “Purificación de María” o “Candelaria”, celebrada en esa misma fecha 2 de febrero, se oficializó solo nueve siglos después, en el año 1372.  Esto ocurría como parte del énfasis en el rol de la Virgen como madre, protectora e intercesora de los fieles que promovía la Iglesia Católica en los siglos finales de la Edad Media.
El culto a la virgen María, y la advocación específica de la Candelaria, llegaron al continente americano, y a los Andes por supuesto, con la invasión y conquista españolas del siglo XVI. Hernán Cortés, el conquistador de México, parece haber sido devoto de la Virgen de la Candelaria, “Patrona de las islas Canarias”. Antes de morir en 1548, pidió ser enterrado con una medalla de la cofradía de la Candelaria. Sin duda, muchos españoles cruzaron el Atlántico encomendándose a la protección de esta advocación de la madre de Cristo.
La imposición del cristianismo en el Perú colonial fue un proceso complejo, que incluyó la promoción oficial de festividades y de santuarios como parte de una “conquista espiritual” planificada por las autoridades eclesiásticas. El papel del culto a la Virgen, en especial a la Candelaria, es central en el Sur Andino, pese a no estar exhaustivamente estudiado. Basten aquí algunos ejemplos.
Según el cronista Fernando de Montesinos, escribiendo en 1642, el descubrimiento de la mina del Cerro Rico de Potosí ocurrió el 2 de febrero de 1545: “día en que se çelebra la ofrenda que la Virgen hiço en el templo, no sin misterio, pues pareçe que lo dió Dios á España agradeçido della, y como á ruego de aquella Señora, Patrona deste Reyno especialísima”. Este autor, quien estuvo en la Villa Imperial de Potosí, registra una narración diseñada para vincular la riqueza fabulosa de la mina con un regalo divino a la Corona española por haber traído el cristianismo a los Andes.
Por su parte los cronistas agustinos Alonso Ramos Gavilán (1621) y Antonio de la Calancha (1638 y 1653) registran el 2 de febrero de 1583 como la fecha de la llegada al pueblo de Copacabana de la milagrosa imagen de la virgen que allí se venera. Según el investigador agustino Hans van den Berg, los relatos de ambos cronistas registran un total de 210 milagros para los 70 años del período 1583-1653. Así, en la Época Colonial, este santuario a orillas del lago Titicaca fue el principal difusor de la festividad de la Candelaria en todo el virreinato peruano.
El cronista dominico Reginaldo de Lizárraga, escribiendo hacia 1609, decía: “En la provincia del Collao… hay un pueblo de indios llamado Copacabana. Aquí hay una imagen de Nuestra Señora que ha hecho no pocos milagros agora en nuestros días. A devoción desta imagen, en todos los pueblos asi de españoles y en muchos de indios, se han puesto imágenes de Nuestra Señora con la misma advocación” (cap. XLVII). E insiste: “No creo hay cibdad, en lo que he visto de la de Los Reyes y Potosí, donde no haya capilla de Nuestra Señora de Copacabana, y en pueblos de indios hay no pocas desta advocación” (cap. LXXXVI).
Este autor dominico señala que en la catedral de Lima, desde aproximadamente 1585-1590, había: “una capilla… con una imagen nombrada así: Nuestra Señora de Copacabana… donde con gran devoción concurre el pueblo, la cual tiene muy adornada, y un capellán que sirve en la capilla y sustenta muy abundantemente con las limosnas” (cap. XLVII). En Lima se organizaron cofradías religiosas de indios dedicadas al culto mariano de Copacabana (1621) y de la Candelaria (1644).

En 1651 el afamado dramaturgo del Barroco español Pedro Calderón de la Barca [n.1600-m.1681] escribió ‘La aurora de Copacabana’, un drama en tres actos sobre la conversión de los incas al catolicismo. Acto I: la llegada exploratoria de Pizarro al Tahuantinsuyo, cuando el imperio se encontraba dividido en la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa. Acto II: la protección de la virgen María a los españoles durante el cerco del Cuzco en 1536. Acto III: la llegada a Copacabana de la imagen de la virgen en 1583. En la obra, Titu Yupanqui, el escultor de la imagen, habría sido originalmente un noble inca de la corte de Huáscar. Personifica la aceptación plena entre la población indígena de la nueva religión de los conquistadores.
Para 1662, los conventos agustinos en Madrid y en Roma tenían sendas imágenes de la Virgen de Copacabana. Los “gozos” (plegarias en forma de cantos) en honor a la Virgen de Copacabana aparecen en Cataluña desde 1690. Como se ve, el culto altiplánico se expandió por el mundo católico hispánico, hasta llegar a la propia Europa, durante el siglo XVII.
Todas estas referencias sobre el culto de la Virgen de la Candelaria, centrado en el santuario de Nuestra Señora de Copacabana, corresponden a la “Era Barroca” de mediados de la Época Colonial. Con posterioridad, las menciones a su culto se hacen poco a poco más escasas. En parte porque los reyes Borbones del siglo XVIII promovieron un catolicismo menos festivo, que no enfatizara las actividades públicas de procesiones, música y danzas, especialmente aquellas dirigidas por la Iglesia hacia la población indígena.
En el siglo XIX, y tras la Independencia, que produjo una secularización relativa de la vida cotidiana, el poder de la Iglesia se redujo en comparación con su rol central en tiempos coloniales. La gente siguió practicando sus festividades tradicionales, pero el control eclesiástico era más débil. Por lo mismo, las referencias documentales a estas actividades son infrecuentes. Así, hay un vacío en la historia de la Fiesta de la Candelaria en Puno de los siglos XVIII y XIX. Los estudios se han centrado en distintos aspectos de las prácticas festivas, tal y como se realizan desde mediados del siglo XX hasta la actualidad.
El investigador Juan Carlos La Serna, en un reciente libro sobre los “universos festivos” de la “mamita Candelaria” de Puno, explica: “Hasta el día de hoy no tenemos información concluyente que nos permita aseverar el origen de la imagen implantada en el santuario de la Virgen de la Candelaria. Algunas versiones afirman que la figura en bulto sería de origen peninsular y, como otras muchas imágenes de la Virgen de la Candelaria o de la Purificación que se establecieron en la sierra sur del virreinato, debió ser obsequiada por algún devoto luego de la fundación [en 1668] de la villa de Nuestra Señora de la Concepción y San Carlos de Puno, hacia finales del siglo XVII. Otros autores consideran que su llegada al altiplano debió ser anterior, asociándola a los primeros mineros que [en 1657] se instalaron en el asiento argentífero de Laykakota, muchos de los cuales tuvieron la costumbre de construir capillas y advocaciones marianas en sus estancias. Con el tiempo, una de estas imágenes en bulto de la Virgen de la Purificación pudo ser donada a la capilla de San Juan, donación que, como evidencian los documentos obispales, fue una práctica recurrente entre los creyentes puneños” (pp. 11-12).
Falta mucho por investigar sobre la historia colonial y republicana de Puno, así como sobre sus prácticas culturales en la actualidad.  Sirva esta nota como invitación a estudiar estas realidades, así como a participar activamente en ellas.

Referencias:
* Una versión resumida de este texto sirvió de presentación al libro de Christian Reynoso Torres, ‘Fiesta de la Candelaria: Pasión, devoción, tradición’ (Puno: Empresa de Generación Eléctrica San Gabán S. A., 2016).
Juan Carlos La Serna Salcedo, ‘Religiosidad, folclore e identidad en el altiplano. Una historia de los universos festivos de la mamita Candelaria de Puno’ (Lima: Ministerio de Cultura, 2016).



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