LA GRAN DIABLADA DE
SICURIS DEL BARRIO MAÑAZO
Omar Aramayo 15DIC18
Si usted quiere ver algo realmente original,
auténtico, genuino, imposible de repetirse, tiene que ver y escuchar, vivir la
sensación y emoción del Conjunto de Sicuris del Bario Mañazo, de Puno. Como el
Centenario Conjunto de Sikuris Del Barrio Mañazo, no hay caso.
Es un Conjunto viejo, expresión de uno de los barrios más
antiguos de la ciudad, ubicado en la parte alta, como en un balcón sobre la
herradura de la bahía interior de Puno, desde donde se puede avistar el gran
Lago en todas las horas y en todas sus conductas. Entonces es imposible no ser
un artista, un tocador, un danzante, un poeta, si se amanece con el Lago en el
pecho y aun en la noche se puede atisbar ese fondo oscuro donde murmura la gran
masa de agua, o quedar hipnotizado cuando el plenilunio llega con todo su
resplandor sobre el agua.
Para la fiesta de la Virgen, en febrero; la Chakana Cruz de
Bellavista, en mayo; la fiesta de San Juan, en junio; los concursos de sikuris
de octubre; o la celebración de la ciudad en noviembre, los bombos empiezan a
llamar cada noche con dos o tres días de anticipación. El llamado es como la
convocatoria que hacen las campanas para la misa. Si se trata del Alba, el
bombo anida o atraviesa el sueño de los puneños, y en la oscuridad cálida del
sueño los sicuris tejen sus dulces melodías. Eso, entre otras cosas, significa
ser puneño de Puno, despertar con el bombo llamador o acariciarse con las notas
de los sicuris que el viento lleva.
El Conjunto fue fundado en 1892, y es la raíz del folklore
citadino de Puno. Si alguien quiere elaborar el árbol genealógico de los
conjuntos de danzas, tiene que arrancar de aquí nomás, de aquí mana el agua que
beben los puneños, que se sepa no hay otro más antiguo, de aquí se desprendió
la Morenada de Orkapata, y de ella todas las morenadas de Puno y las diabladas
y cuantos conjuntos hay. Del Mañazo emigraron sus tocadores de siku para fundar
otros conjuntos, algunos de ellos magníficos, como el Lacustre, o el Altiplano;
sin embargo, pocos de ellos conservan el estilo de su música. También se forman
conjuntos por oposición, con propuestas diferentes, que han enriquecido el
cosmos sicuriano de Puno. De tal modo que el Mañazo es el emblema del folklore
de Puno.
En los años 20, a iniciativa de los militantes y
simpatizantes del PC, se fundó el Obrero y después Panaderos, con parecidas
características, sobre todo en el toque de los platillos y de el redoblante, y
hasta en el paso de sus danzarines, pero con los años decayeron, se levantaron,
desparecieron, y por ahí andan entre las cañas y el viento. En cambio el Mañazo
es exultación permanente. El 15 de agosto, que de acuerdo al calendario
agrícola debe nevar, en el cerro Cancharani, donde ahora se ha establecido un
concurso de sicuris, desde antaño Obreros y Mañazos, como en un pacto misterioso
se sueldan y tocan en la tarde nevada, en un paisaje realmente ultraórbico.
El repertorio del Mañazo, sobre todo en la memoria de los
mayores, es un verdadero cofre de joyas musicales. Por lo general cada año se
crean una o dos melodías, para ser estrenadas el día 2 de febrero, día de la
Virgen y aniversario del Conjunto. Algunas veces son reelaboraciones pero por
lo general son melodías singulares, todas del mismo estilo, del mismo sabor, de
gran dulzura y al mismo tiempo marciales, aunque en absoluto llegan a ser
marchas; solamente son dulces y solemnes, extraña mezcla, aleación única, son
wayños definidos y definitivos, con la característica que cada cuatro frases
musicales ofrece una síncopa, un silencio, una nota musical que no se ejecuta y
que al bailarín le ofrece una paradita. Es una expresión de elegancia, de
inteligencia musical, diría yo, deja sobreentendido un sentimiento, una
sensación. Es el impulso contenido, sugerente. Lo que no se dice pero que se
entiende.
Alguna vez me fui de serenata con Los del Alba, con los
wayños del Mañazo, dedicada a una joven ingeniero que había diseñado la
carretera Tacna Desaguadero, bella e inteligentísima, yo y los músicos sin
saber que fuese sordomuda. Solo estábamos a la expectativa de conocer su
impresión luego de la interpretación de Los del Alba, entonces su padre se
comunicó con ella en el lenguaje de los sordomudos, y la bella muchacha dijo lo
que acabo de decir líneas arriba, dulce y marcial. Milagros de la sensibilidad
de algunos humanos, verdaderamente humanos.
Este wayño dulce, sincopado, que se inicia con una entrada
como para el paseo de un torero, de aliento telúrico, que dibuja el alba de
cada día, seguido de un wayño sincopado, que luego de cuatro vueltas de la
melodía, o las necesarias, se acelera hasta hacerse in crecendo. Esa es la
estructura del género musical llamado Sicuri, con la síncopa, cuya finalidad
musical es quebrar la simetría, con elegancia. Digo que no es simétrico (por la
síncopa)
ALBEROS |
En esa música se refleja la danza del diablo puneño, en esas
aguas de Lago azul, que la brisa teje y agita suavemente. El paso ad libitum,
como en el jazz o en la Danza del Fuego, de Turquía, marcado y homogenizado
(para todos los bailarines) por la síncopa, es su característica más destacada.
Es una especie de desplante, como en el cante honde, como el desafío del
torero. Qué lejanas reminiscencias recoge, no se sabe de dónde vienen, así la
hizo el tiempo, el alma colectiva, así sus músicos, hermosa y compleja
elaboración.
El número de tocadores es variable, en sus mejores momentos,
en febrero, llegan a juntarse de ochenta a cien; su núcleo mínimo bordea la
veintena, dentro de los cuales hay que distinguir a los tocadores antiguos, a
los que traen la viejas melodías, los que reclaman e imponen la tradición, y
que reciben el respeto y la audiencia de los jóvenes; y así puede continuar el
conjunto. Sin los viejos nada existe. (En literatura se podría hablar de
literatura oral, que pasa de generación en generación. Cuando paso, cuando no
es arrebatada por el olvido, por los nuevos mercados)
Hay melodías que han sido creadas por el Mañazo, que
recorren por el mundo como anónimas, o como bolivianas, Dios mío. En 1963, el
Centro Musical y de Danza Teodoro Valcárcel grabó un LP, que ha viajado por los
caminos de la música universal y sobre todo latinoamericana, en su repertorio
estaba el Sicuri n 1, lo reprodujeron desde los Karkas hasta los Quilapayún,
entre otras melodías mañaceñas y puneñas. Hay otros sicuris bellísimos y
memorables como Santa Rosa de Juli, captado por don Julián Palacios, o los que
vienen de Juli o Yunguyo, y que en los labios de los tocadores mañaceños son
verdadera ambrosía, manjar de dioses. Hay sicuris clásicos, propios, como el
Jukucha Karitamanta, o Lucho, de autoría de Lucho Yucra, el famoso sicuri del
Cacharpari, todo un himno, y otros tantos, captados por americanos y europeos,
chilenos y bolivianos, y que se pierden en la noche del anonimato o inauguran
el record de algún nuevo compositor, a quien hemos tenido el gusto de recibir.
La figura principal de su danza es el caporal o diablo
mayor. El caporal luce con esplendor el paso sincopado, alambicado, barroco, un
arabesco donde el espectador puede demorarse buen momento para descifrarlo, sin
lograr reproducirlo al menos mentalmente. Es el personaje principal, si falta
el caporal falta algo que es su esencia. Garbo, elegancia y donosura, evocación
subyacente del señor feudal, el caporal es un señor, un señor colonial. El
diablo es colonial, su imagen es colonial, y eso no entra en discusión. Es más,
este diablo es español, imaginado por el alma aymara. Un delicado filing, una
sutil percepción nos hace ver que el rey de los infiernos es la encarnación de
algo más de lo que parece, detrás de él hay personaje social, la huella de una
época, la feudalidad, que en Puno fue muy fuerte. Lo común es ver cinco o seis
parejas de caporales, aunque hay años que llegan hasta veinte. Y luego vienen
los diablos menores, ligeros por la ausencia de capa, ligeros en el paso y a
veces ligeros como el viento.
Hay bailarines que jamás serán borrados de la memoria, como
el Viejito José de la Riva, el caporal Héctor Garnica, las chinas diablas Julio
Arenas Pineda o Juan Meneses, posteriormente el popular y trágico Volvo
Montesinos, Tomasito, la reinita Evelin Peñaranda, todos dueños de un paso
propio, singular, tendríamos que hacer un listado largo de caporales. Recuerdo
de manera muy especial a un danzarín que vivía en la parte alta del Barrio,
tenía tres disfraces y pasos diferentes, cada año alternaba con uno:
murciélago, toro, chancho. Efraín Quiroga, que bailaba en el Centro Musical y
de danzas Teodoro Valcárcel, tenía un disfraz y paso soberbio de León, muy
gracioso. Los negritos arrieros, es una figura que se ha extinguido, eran
testimonio de una época.
Doña Corina, mañaseña de leyenda |
Hay que pensar que la danza es una escritura social, entraña
contenidos y contextos, identidades y semejanzas, carencias y excelsitudes. El
conjunto no puede prescindir de sus pieles rojas, ágiles y caricaturales, tan
caros a los natos del Barrio, es imposible no citarlos ¿Qué es lo que quieren
decir? Ahí va el cuento, se requiere de una lectura que recorre de Young a la
antropología social. Y las chinitas, niñas y adolescentes mañaceñas que han
figurado un paso colectivo, homogéneo, obligatorio como la necesidad de ser
mañaceña por siempre. Las figuras que acompañan al conjunto son variadas,
aparecen y desaparecen con los años, algunas dejan una huella imborrable.
¿De dónde vienen los danzarines del Mañazo? Del pasado
remoto. La leyenda dice que los primeros danzarines se llamaban Canllas, eran
los elegidos a quienes les había caído el rayo, y era con esa autorización que
bailaban, como los danzantes de tijeras, o los wakones del valle del Mantaro,
danza sagrada que guarda un hilo conductor con la naturaleza. La danza es un
vehículo para encontrar un significado; una danza de emotividad tan compleja no
puede ser un fruto repentino, es maduración, proceso, como Mariátegui
reclamaba; la variedad de sus figuras, la fanfarria espectacular, el color,
viene del siglo XX, y eso es lo menos importante; lo sustancial, lo misterioso,
es la base de la música y de la danza que nos estremece.
Entre enero y marzo de 1781 las tropas de Diego Cristóbal
Túpac Amaru, por el norte, y las de Julián Túpac Katary, por el sur, asediaron
a la ciudad de Puno en el afán de tomarla y extinguir a sus habitantes,
españoles criollos y mestizos. Los encuentros fueron terribles, murió mucha
gente de uno y otro lado. Se han tejido muchas leyendas alrededor de los
insurgentes y la Virgen, algunas con base de verdad otras de fantasía, lo
cierto, sí, es que el Barrio Mañaso fue uno de los epicentros de los combates,
el cacique de esta etnia mandó a fundir para defensa del barrio un cañón, que
se instaló en lo que ahora es la esquina de Puno y Circunvalación. Como se
sabe, solamente la etnia de los Mañazos y la de los Ichus fueron pro
hispánicas. Se diga lo que se diga, en abril de 1781, Diego Cristóbal tomó y
asoló Puno; tendrá que pasar al menor un año para repoblar la ciudad, con el
regreso de los españoles, y la reconciliación que con los años vino, se modeló
el mestizaje que ha producido algunas expresiones geniales como el Conjunto de
Sicuris del Barrio Mañazo.
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