viernes, 24 de marzo de 2017

COYUNTURA PERUANA

LECTURAS INTERESANTES Nº 749
LIMA PERU            24 MARZO 2017
LA DESGRACIA NOS UNE
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 340, 24MAR17, p. 12
P
ertenezco a un país que ne­cesita una desgracia para sentirse solidario, pleno y unitario.
Necesitamos de huai­cos, terremotos, diluvios para recordar que hay compatriotas po­bres con casas frágiles en asentamien­tos vulnerables expuestos a la revancha de las aguas.
Cuando la TV aúlla y las madres llo­ran y hasta los pesqueros industriales donan en teletones repentinas, enton­ces somos #unasolafuerza. Cuando el agua nos ahoga, entonces recordamos que no hicimos los reservorios que nos aconsejaron todos los expertos.
Sería magnífico que fuéramos un país menos desgarrado sin necesidad de tener un aniego colosal en toda la costa norte. Sería maravilloso que nos sintiéramos inclusivos sin necesidad de lluvias bíblicas en Tumbes y Piura. Sería estupendo que hiciéramos un propósito común reconstructivo sin necesidad de que el Rímac vomite lodo. Requerimos quedarnos sin agua para empezar a entender qué diablos está pasando en el planeta intoxicado por el desarrollo económico inviable (alenta­do por el capitalismo salvaje de los ultraliberales).

La desgracia nos une de modo provi­sorio, artificialmente. Cuando bajen las aguas, volverán las oscuras golondri­nas, ya verán. Una cosa es caminar con botas de hule en medio de cámaras de TV y enterarse de los lamentos, y otra es preocuparse de modo permanente por todo aquello que nos impide ser una nación. A saber, y según el inamo­vible Jorge Basadre, las dos cosas que nos impiden ser una nación son el Estado empírico y el abismo social. Segui­mos teniendo un Estado inepto (aun­que fotogénico a la hora de hacer acto de presencia en momentos de crisis) y podríamos llenar un océano en el foso del abismo social que conservamos. ¿O no se han dado cuenta de que todos los afectados de estas semanas son pobres?
Me dirán que en todos los países las divisiones cuentan más que las sumas. Quizás sea cierto. Pero en los países que envidio sanamente todos se sienten parte de un horizonte común, de un destino ligado, de una sociedad inexorable de intereses. Esos son los países que no discuten su identidad y que, más allá de las diferencias de la po­lítica, apuestan a un proyecto nacional. Ese propósito de conjunciones admite matices, cadencias, lenguajes y hasta temperaturas diversas pero lo que no admite son desviaciones cualitativas.
El Perú jamás ha tenido un proyec­to nacional que comprometa a la mayoría de sus desconcertadas gentes. La sangrienta brevedad de Santa Cruz, los chispazos de Ramón Castilla, las buenas ocurrencias de Manuel Pardo, las miras grandes de Leguía, los amargos sueños de Velasco no fueron suficientes.
No hemos tenido el líder que desa­fiara nuestra languidez y que nos entusiasmara planteándonos la utopía alcanzable, la meta que a todos pertenecería. No hemos tenido el líder que creara la institucionalidad férrea
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y con­fiable en la que se basa el progreso ve­raz. Ni hemos tenido la partidocracia a la altura de nuestros grandes desafíos. Nadie nos ha vuelto a decir las verdades que González Prada nos dijo después de la desdicha de la guerra con Chile y que pocos escucharon con vocación de
enmienda. Apenas pasados unos pocos meses, volvimos a las andadas y hasta Cáceres, que era el depositario del ho­nor que nos quedaba, fue una enorme, decepción cuando llegó a la presidencia.
Las oligarquías siguieron mandando a su manera y hoy es la plutocracia la que intenta imponer un silencio abso­luto sobre el debate de las ideas. Los puentes rotos, los ríos sin descolmatar, las aguas indomables, las represas ausentes, las defensas ribereñas que la corrupción impidió construir nos remiten, otra vez, al Estado sonámbulo y de clase que siempre tuvimos y que el fujimorismo terminó de ensuciar. Pero ese Estado, el de Odebrecht y el de García, es el que ahora nos dice que se está por­tando bien y que confiemos en él por­que sus representantes, sensibilizados, caminan entre el fango y hablan con los que se quedaron sin la casa de cartón donde vivían. A mí no me vengan con ese cuento. Ya sé cómo termina.


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