domingo, 11 de diciembre de 2022

OPINION: A PROPOSITO DE LA ASUNCIÒN DE LA SRA. BOLUARTE

EL DELITO DE FELONÍA

Y LA INDEPENDENCIA NACIONAL

Omar Aramayo

E

n el noveno círculo de Dante se encuentran los traidores, Judas, Casio, y Bruto. En el Perú, nuestro infierno nacional, obviamente tiene personajes distintos, y por cierto numerosos. La traición ha sido casi un deporte nacional, y solo en referencia a un periodo de la historia no muy largo, que es el proceso de la emancipación. Situaciones que retrasaron el devenir de la causa libertaria y que con el tiempo han configurado una personalidad prototipo, mórbida, antiética y disociadora. Y nacional.

La traición, donde el actante logra alguna ventaja, prebenda, o solamente se configura un acto de venganza. Más allá podemos avizorar la metafísica del traidor, un Judas condenado por el destino de los hombres para hacer realidad el destino del crucificado.

José de la Riva Agüero

En el Perú no es el caso, los traidores hicieron de lado los intereses nacionales como una opción para sacar adelante los propios. Ocurrió con San Martín y con Bolívar; José de la Riva Agüero pactó con el virrey La Serna y se puso del lado de los realistas, en la idea que él era el llamado a conducir el proceso de la independencia y ser el primer presidente, logro que muy pronto le fue negado por el primer Congreso, al que calificó de demagogos. Lo mismo Bernardo Torre Tagle, segundo presidente del Perú, que terminó amigo de los españoles, con la misma abominación por la nueva república, con el presentimiento de lo que podía ser la democracia, gente de bajo nivel, de acuerdo a su condición de casta. No solo la ralentización del proyecto sino la colaboración bélica y económica con los invasores. La burguesía terrateniente y la oligarquía nacional, desde inicios de la República fueron ajenos y contrarios a los intereses nacionales.

Sin duda, la traición en las luchas por la libertad viene de antes, de la colonia, de los mil levantamientos indios develados por causa de la traición. Durante la gran rebelión de José Gabriel Tupac Amaru, el primer traidor se llamó Francisco Cabrera, capitán del ejército del Inca y a la vez su compadre, vecino de Langui. Al fin de la batalla de Pampamarca, después de más de un mes de persecución por parte del ejército del rey, José Gabriel tras atravesar el rio a nado, junto a su caballo, es perseguido por 18 dragones negros de Carabayllo, que desconcertados se hallan con Cabrera, quien ha entretenido a José Gabriel, para entregarlo a cambio de su vida y de una posición en el nuevo régimen. Los vecinos de Langui, a los pocos días son castigados sin piedad por el Inca Diego Cristóbal, que marcha al altiplano. Los dragones reciben veinte mil pesos de recompensa, pero casi todos ellos pierden la vida cuando emprenden, bajo las órdenes del mariscal Joseph del Valle, el brigadier Gabriel Avilés, y el cacique Pumacahuac, la persecución de Diego Cristóbal por el altiplano.

Otros traidores notables, los chucuiteños y acoreños kataristas, que se entregaron a las fuerzas españolas a Ramón Ponce de León, de los delegados más calificados de José Gabriel y devoto de la señora Micaela Bastidas, cuando fue a convencerles para un ataque unitario y toma de la ciudad Puno. Ponce de León fue ahorcado el 18 de mayo de 1781, el mismo día en que fue sacrificado el Inca. Lo curioso es que estos mismos acoreños y chucuiteños también entregaron a Isidro Condori, su propio líder, por haberse escurrido antes del fin de la batalla. Paradójicamente, Ponce de León y Condori, son ahorcados el 18 de mayo de 1781; cuando recién comenzaba la segunda fase.

Una cadena de traiciones en un mundo confuso, de luchas hegemónicas y exclusividad sobre la rebelión. Los aymaras, inficionados por Katary, creían que el movimiento libertario les pertenecía solamente a ellos, sin cabida para los quechuas, y menos para los mistis ni criollos; por esa razón entregaron a Ramón Ponce de León, cuadro logístico e ideológico extraordinario de la gran rebelión. Botes racistas contra la construcción de una causa, como si dijeran, mejor dominados por los españoles que juntos en la lucha con los quechuas y los mistis.

Diego Cristobal Tupac Amaru

Julián Apaza Túpac Katary, también fue entregado por Tomás Inga Lipe, su compadre, cuando su ejército, sus asesores tupacamaristas, las tropas de Diego Quispe el Mayor, general tupacamarista, habían sido por completo derrotados. Katary se encontraba en las pampas de Achacache, en dirección a Azángaro donde aún gobernaba invito el Inca Diego Cristóbal Túpac Amaru y su panaqha, y que cuidaban de su hijo Anselmo y a un niño, hijo de su hermana, cuando atinó a descansar en una cabaña, y ser entretenido por Inga Lipe el Bueno, cuando este ya tenía la convicción para entregarlo a los españoles. Así ocurrió, y en menos de cuarenta y ocho horas Katary fue despedazado en Peñas, por cuatro caballos tucumanos, por disposición del coronel Reseguín.

Pedro Vilca Apaza también fue víctima de la traición, entregado por Tiburcio Vilca Apaza, sobrino suyo a quien en otro tiempo favoreció, cuando era su partidario, y a quien encargó el traslado de cincuenta petacas de oro, plata, diamantes, ropa fina, cargamento conocido como los tesoros de Vilca Apaza, que Tiburcio trajo a Azángaro, donde se encontraba el Inca Diego Cristóbal Túpac Amaru, de la bella ciudad de Sorata, luego de su destrucción. El mal sobrino señaló el escondite de su tío, luego de la última batalla en la que participó y perdió, cerca al pueblo de Huancané. De allí lo trajeron aherrojado, lo torturaron durante una noche, y luego, como se sabe, pasó a ser descuartizado un ocho de abril de 1784. El nombre del traidor ha sido develado recientemente por el historiador Néstor Pilco, aunque bien se conocía que había un traidor, que en compañía de un teniente realista de origen lampeño habían facilitado su captura. Como se sabe, Vilca Apaza fue uno de los últimos combatientes de la gran gesta, porque un año antes la panaqha de los Túpac Amaru había pactado con los enviados del visitador Areche: para luego pasar a la fase de la persecución y extinción de lo que ellos llamaron “la semilla maldita”.

Muchos fueron los traidores, sin olvidar a los caciques traidores que apoyaron a las fuerzas realistas, durante toda la rebelión, pero sobre todo en los primeros meses que fueron decisivos. Diego Chuquihuanca, para repeler el asedio del Cusco aportó con doce mil indios de Azángaro y Charcas, era un hombre excesivamente rico, y puso toda su fortuna al servicio de la causa realista.

Pumacahua, guerrero formidable, en cambio, acudió con ejército propio durante toda la campaña. Sin estos dos caciques el triunfo de los españoles habría sido improbable. Los caciques traidores fueron muchos, Sahuaraura, Rozas, y al menos treinta más. Dos siglos después de la llegada de los españoles, aún se traslucían las viejas rivalidades prehispánicas, de modo que el colaboracionismo estuvo muy lejos del concepto de patria, nación, república. <:>




  

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