JESÚS LUQUE
RESISTIR
PARA BRILLAR
Escribe:
Luis Paucar LA REPUBLICA, DOMINGO
12DIC21
EL CAMINO A LOS OSCAR
Manco Cápac figura entre las cintas
preseleccionadas por la Academia junto con El Prófugo, de Argentina; El
Gran Movimiento, de Bolivia; Deserto Particular, de Brasil; Blanco
en Blanco, de Chile; La Teoría de los Vidrios Rotos, de Uruguay, y Un
Destello Interior, de Venezuela. Es el tercer año que el premio no se llama
Mejor Película en Lengua Extranjera en favor del nuevo título de Mejor Película
S |
u madre
lo tomó de las manos y lo abrazó sin fuerzas. No hubo tiempo para empacar la
ropa, ni para preguntar por qué huían del distrito de Putina, donde había nacido,
a la comunidad de Mayapunco, en Puno. Solo recuerda que fue de noche, una noche
helada, y que cruzaron la cordillera rasguñados por el miedo. Entonces, Jesús
Luque Colque tenía cinco años, un progenitor que le negaba la paternidad, un
hogar roto por la miseria y un padrastro hostil que violentaba a su madre embarazada
de mellizos. Tal vez por eso, durante muchas noches, se tendió a mirar las
estrellas y a preguntarle a dios por qué.
-¿Así
cuestionabas?
-Así,
muchas veces- dice Luque, actor, albañil y exmilitar-. De niño llegué a pensar
incluso que dios era un ser malo.
Las
cosas no habían cambiado mucho cuando, a los ocho años, mamá se marchó a la
mina La Rinconada para dirigir un negocio y sostener a sus críos con el dinero
que ganaba. Él también debía buscarse la vida después de los estudios:
recogiendo leña, ordeñando vacas, pastando las ovejas de una anciana. Eran
trabajos por los que ganaba menos de un sol por día y que realizaba en compañía
de una radio analógica en la que sintonizaba Mi novela favorita, el podcast
comentado por Vargas Llosa a través de RPP, o relatos en quechua reproducidos
por una emisora comunitaria.
-De esa
forma escapaba del mundo real- recuerda Luque-. Mi vida quedaba en segundo
plano cuando empezaba a imaginar la de otros. Una vez escuché a alguien
preguntar si estos programas tienen futuro. Pensé, de inmediato, en eso que
produjeron en mí. Claro que tienen futuro si un niño como yo, allá en la puna,
sueña al escucharlos, porque no hay otra forma de sanar más que con el arte.
Pero a
los quince años, Luque aún estaba herido por la ausencia de su padre biológico,
de manera que se lanzó a buscarlo para tentar una reconciliación. Lo rastreó
por cantinas y en su antiguo barrio, pero no tuvo éxito. Meses después, ese
hombre (sobre quien ahora recae una denuncia penal por impago de pensión de
alimentos) se asomó a su colegio en estado de ebriedad, lo increpó de manera
desenfrenada -”tú no eres mi hijo, tú no eres mi hijo”-, y entonces, sí, él
decidió enterrarlo para siempre.
-Lo
eliminé como se eliminan los malos recuerdos, aunque no le guardo rencor
-suspira al otro lado del teléfono-. Es probable que no sepa incluso de la exposición
que vivo hoy. Mi caso me lleva a preguntarme cómo se maneja La justicia en el
Perú, qué nos queda a los hijos de madres violentadas y padres abusivos que se
van sin que pase nada, a quién reclamamos los negados como yo. Toda esta
realidad, de alguna manera, se ve reflejada en el personaje que interpreté. Lo
que he vivido lo pasan muchos jóvenes, aunque casi nadie se detenga en esas
historias.
En
2015, de casualidad, el joven puneño alcanzó a leer un casting pegado en un
poste de la ciudad. Por aquellos días, compaginaba sus entrenamientos en una
academia de fútbol con el trabajo que realizaba con su tío en el rubro de la
construcción. Apuntó la dirección y fue. Los golpes de suerte nunca se olvidan:
era viernes por la tarde. Sin experiencia previa como actor, acudió a la
preselección de Manco Cápac, una película minimalista que el cineasta
puneño Henry Vallejo había escrito desde hada más de una década, y que retrata
la perseverancia de un migrante del ande a la dudad.
Singularidad
En ese
largometraje, grabado en español y en quechua -y preseleccionado para
representar a Perú en los premios Oscar-, Luque (22) da vida a Elisbán, un
joven que llega a la capital con apenas dos soles y un chip de celular, y que
intenta sobrevivir a las adversidades de una urbe que lo ignora y agrede a cada
paso. Desde el arranque, la ambición de Vallejo fue contar sin artilugios “algo
que haga reflexionar” y escapar así del cine tradicional. Por ello, filmada en
panavisión, la película tiene poco diálogo y prescinde de música incidental,
con el transcurrir agitado de la vida cotidiana de la urbe y sus sonidos como
fondo. A estos retos se sumó la ardua labor de buscar actores en Puno, y sobre
todo hallar el intérprete que encarne a Elisbán, luego de que el actor anterior
abandonara el rodaje tras ganar una beca de estudios.
Le tomó
tres años a Vallejo dar con Jesús Luque, quien finalmente quedó seleccionado y
empezó el rodaje tras una preparación de seis meses, mientras cursaba el último
año de secundaria en un colegio que quedaba a casi una hora de camino. Esa
interpretación ha marcado su carrera, lo empujó a cursar estudios en la Escuela
de Arte Dramático de la capital y le otorgó el galardón al mejor actor en el 24
Festival de Cine de Lima. Cuando culminó la filmación, había logrado una beca
del Pronabec para estudiar la carrera de Desarrollo de Sistemas en el
Instituto Superior Tecnológico Unitek de Tacna, la ciudad a la que se mudó y
donde, en 2019, se enroló en el Ejército. Allí sirvió hasta septiembre de este
año. En pleno estado de emergencia por pandemia, Luque fue enviado a resguardar
la frontera con Chile. Mientras vigilaba que los migrantes indocumentados no
pasaran a territorio nacional, se alzó con su primer premio como actor, pero
no tuvo manera de saberlo porque estaba incomunicado. Perdió su celular y la
beca justo en el último semestre. Debió concluir la carrera con recursos
propios.
-Y no
me arrepiento -dice el actor, que el próximo año participará en dos proyectos
cinematográficos-. Mi paso por el cuartel amplió mi mirada, me hizo entender
que siempre otra persona puede estar peor.
Es la
medianoche del jueves. Afuera se escuchan autos, gente que se va.
-Pero
también es verdad que estar allí te arrebata la sensibilidad, te convierte sin
querer en un robot que solo piensa en ganar la guerra. Y a nadie se le está
permitido pedir un abrazo.
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