En las profundidades de la pedagogía
Escribe: Jaime Barrientos Quispe | LOS ANDES 24-07-2011
La vida fulgurante de Alfonso Torres Luna fue similar a la del luminoso cometa que surge de súbito en el firmamento y pasa raudamente frente a nosotros e ilumina nuestra oscuridad externa e interna, al tiempo de entusiasmarnos porque su brillante paso nos conmueve hasta el alma, aviva nuestra mente habituada a la somnolencia y sacude nuestro frío corazón, porque todo cometa es maravilla circunstancial y prodigio espectacular y, Alfonso Torres Luna puneño, que vivió solamente 34 años, fue la luz intensa e interna de un cometa que tuvo la virtud de pasar e iluminar para siempre la oquedad puneña de esos años. Y hasta hoy nos ilumina a través de sus libros imperecederos que tocaron realidades nuevas del Altiplano. En su corta vida escribió y pensó más que muchos escritores ye investigadores de oficio y conoció de paleontología, geología e historia, geografía, limnología y arqueología que aplicó a la realidad puneña. Ningún saber le estuvo vedado y todos los conoció a fondo.
Ahora internémonos en la vida de un hombre de mente resistente al devaneo y de voluntad productiva como pocas, con carácter de aula abierta, con días de libro tras libro y con noches de insomnio y esfuerzo creativo que bocetaron una personalidad trascendente que es ejemplo eterno que plasmó amor sideral a Puno y sus diversas heredades que para él fueron epifanía y sinfonía en sus casi 7 lustros de vida plena.
TODO QUE ES NADA
Sigmund Freud, el viejo y laberíntico sicoanalista vienés, afirmó que existen tres profesiones imposibles de ser plenamente dominadas y son la del gobernante, la del psicoanalista y la del educador. Esa imposibilidad y su inmensa complejidad provienen de las dificultades propias de esas ocupaciones que abrigan estudios, temas y realidades cambiantes y no bien definidas. Para el caso de la educación, Freud afirma que la mayoría de los maestros tienen efectiva vocación por lo imposible al pretender captar la verdad, asirla y estrujarla diariamente en su afán de convertirse en demiurgos y lograrlo solo en un fulgurante momento y luego, terminada la lección y acabada la sesión, volver a la chatura de la rutina donde el educador retoma la condición de ser evanescente frente a la absorbente y presente realidad que da las espaldas a sus asertos creativos, expositivos y educativos. Y entonces y según Freud ser educador no es algo concreto, es la obra de un escultor que esculpe en el aire y modela figuras a paletazos en una columna de humo. Ser maestro tiene oficio de artificio y de anfibio de circunstancias que aspira aire, respira agua con piel de pulmón y corazón de reptil y se solaza despatarrado en la arena.
Una metáfora de Hölderlin nos recuerda que “Los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes, retirándose en una pleamar infinita y reiterativa”, pese a que la mayoría de alumnos buscan independencia y les dicen a sus profesores: “Ayúdame a hacerlo solo”. Es decir: “No pienses por mí, no decidas por mí, ayúdame a ser yo mismo”, pero eso es difícil, porque la tendencia de los océanos es anegar la tierra. Y la de los educadores y los padres es imponer su forma de pensar y de sentir. Y el maestro es un escultor que pretende replicar su forma en el ánima de sus semejantes, para el caso, discípulos de temporada.
Otra tarea difícil que complejiza la profesión de maestro es que el educador trabaja con seres humanos que, digamos, son “materiales” fusibles de altísima delicadeza y de sensible variabilidad que actúan sobre la base de emociones, sentimientos, concepciones, valores, ideas y hasta prejuicios y lentitudes… ¿Quién los sabe manejar?, pocos, y quienes lo hacen reproducen sus estilos, manías, peculiaridades y amplifican su personalidad. El maestro es la obra y el alumno el texto y hasta el pretexto. El maestro impone copias porque trabaja con “materiales” heterogéneos de alta, altísima variabilidad que no obedecen a las leyes de la lógica, sino de una pedagogía mutable, plástica y hasta elástica. Por ejemplo, los ladrillos que un albañil coloca en las paredes de una construcción, sea para edificar un muro o sea para revestirlo como mural responden a las leyes de la gravedad y acatan esa ley inmutable a cualquier hora y en cualquier lugar. Pero, lo mismo no se puede decir cuando se trata de construir en la mente del alumno un andamiaje de conceptos, que para retenerse, afirmarse y consolidarse requieren, a veces, de una reprimenda que en varios casos tiene como respuesta reacciones negativas de retraimiento y rebeldía, de rabia y desaliento. No hay leyes. Por lo dicho, pocas tareas en la vida tienen más complejidad que la educación, por su misma naturaleza tan paradojal.
EL MAESTRO DE HOY FRENTE A LOS DE AYER
Dice Constantino Carvallo, que ser educador es una extraña mezcla de actividad intelectual y negocio del espectáculo: “El profesor quiere ser escuchado, contemplado y obedecido. El maestro se siente Dios en el sexto día, porque su obra diaria es la construcción y modelado de otro hombre. Ser maestro también es oficio de vampiro: bebe del vigor, la alegría y la inocencia de los otros. Total, un buen maestro es quien mantiene una relación asimétrica con sus alumnos: da y no espera recibir”.
La tarea aún es difícil porque existe una diversidad entre los destinatarios del proceso. Cada alumno es diferente, es único, es irreemplazable: tiene su ritmo de aprendizaje, su estilo propio, su motivación, su capacidad, su contexto. Y eso no es todo, encontramos otra dificultad no menor, vivimos y padecemos de la cultura neoliberal que contradice casi todos los presupuestos valorativos de la educación. Los grandes ejes del liberalismo son la competitividad, el individualismo y la obsesión por la eficacia y el exitismo.
Hasta el lenguaje es complejo, expresa Miguel Santos en su libro: La pedagogía contra Frankenstein, porque muchas de las palabras que utilizamos en el discurso educativo están llenas de connotaciones peligrosas como calidad, educación, mejora, libertad, participación…y lo grave es que no procedemos en función a lo que reclamamos y exigimos cuando utilizamos esas palabras.
A pesar de todas estas dificultades, la tarea de la educación es muy hermosa. Porque se trabaja con personas, porque tiene naturaleza optimista, tiene productos y cosechas casi inevitables para el desarrollo de las personas y de las sociedades.
Ante este río de reflexiones sobre el rol del educador, echamos una breve mirada a la pedagogía puneña y en ella encontramos una lista de educadores que trascendieron en obra y pensamiento. Uno de ellos, es Alfonso Torres Luna, pero ¿Qué sabemos de Alfonso Torres Luna a 110 años de su nacimiento? Poco. ¿Qué sabremos luego cuando se cumpla 100 años de su muerte? Incógnita.
Lo mínimo que debemos saber sobre la vida y obra de este maestro ejemplar se debe organizar y sustanciar desde ahora, especialmente a través de encuentros y reuniones que galvanicen y entusiasmen a la juventud y la motiven con la investigación histórica y con la ecuación de que ciencia más puneñismo suman saber y trascendencia.
Los aportes intelectuales y la prontitud de cómo nos involucramos y buceamos en la vida de este puneño superior y en su vasta producción intelectual, nos ayudarán en la cruzada de internalizar su obra logrando que la mente de estudiantes y educadores se proyecte y dimensione. En todo caso, la mejor manera de restaurar el verdadero pensamiento Alfonsino, es leyendo, citando e introyectando, los escritos de Alfonso Torres Luna.
TORRES LUNA MAESTRO QUE NO USÓ LA PEDAGOGÍA PARA ANGUSTIAR
Alfonso Torres Luna dedicó su vida al estudio de la educación del Perú, al estudio sociológico, etnológico, histórico, geográfico y económico de Puno, con sólida preparación académica y entrega total al trabajo de educador e investigador. Estuvo provisto de una excepcional agudeza mental que le permitió calar hondo en la historia de Puno y del Perú. Y fue sobre todo un profesor que no impuso estilos de vida ni pretendió modelar a sus discípulos como hoy lo hacen los profesores de la actualidad que calcan recetas e imponen conductas, Él pensó, escribió y a través de sus obras influyó su entorno, fue una enzima que propició reacciones y motivó personas.
Alfonso Torres Luna, albergó el propósito de presentar ideales, tal vez dispersos y distribuidos en un repositorio, pero que conociéndolos nos permite mostrar la herencia patrimonial del remoto pasado puneño. Ahí están el cimero “Puno histórico” que aborda temas e inquietudes que la misma “Monografía de Puno” de Emilio Romero no incluye y, tenemos, también el libro “La meseta y el lago Titicaca” que inaugura la primera explicación técnico científica de la formación geológica de esa maravillosa cuenca. Ambos son textos de obligada lectura que, en toda su vastedad, versación y manejo de documentación inédita, se convierten, aún hoy, en admiración de propios y extraños. No obstante, su restringida divulgación, conspira a robustecer la formación de una sólida conciencia social e identidad regional. ¿Quiénes y cuántos han leído esos libros ineludibles? La respuesta puede ser desalentadora por la exigüidad de lectores y por la poca proyección de esas obras medulares e imprescindibles.
Alfonso Torres Luna, junto a su esposa Consuelo Ramírez Figueroa de Torres Luna, educadora como él, hicieron una puesta en común para forjar un pensamiento regional integral y coherente. Problematizaron, reflexionaron, meditaron, sintieron y escribieron sobre Puno que fue la masmédula de su inspiración y por eso trascendieron la pedagogía y educaron para la liberación al instrumentar. Eso es su gran mérito. Ambos, consiguieron un lugar en la historia y en la pedagogía regional. Y entonces, Freud, Carvalho y otros analistas y sicologistas quedan con sus argumentos estériles ante la fuerza y la acción de un escritor que fue maestro sin imponer verdades ni esclavizar voluntades.
En Alfonso y Consuelo, en sus obras y en su unión de pareja rescatemos la surgencia, que deja de ser contradictoria, de ese ser llamado maestro que lo es porque no impone, sino suscita, que no aherroja, sino libera pensamientos. No olvidemos que a casi 75 años de la muerte de ese ínclito puneño y poco después de fallecida su compañera, una parte de sus cenizas descendieron a la eternidad del lago Titicaca que ya los tiene en su seno, convertidos en música, amanecer y enseñanza inmortal. Otra parte de sus cenizas, se encuentra en el Glorioso Colegio Nacional San Carlos y otro tanto en el Colegio Alfonso Torres Luna de Acora que lleva su nombre.
Hace 47 años el 21 de julio de 1964 se creó el colegio acoreño que lleva su nombre y donde, pese a la poco difusión de sus obras las 43 promociones de estudiantes aimaras de Acora no olvidan fácilmente a quien dio nombre a su colegio y diferencia cultural a su existir. A la luz de los hechos, Alfonso Torres Luna, en su corta existencia demostró una verdadera vocación de maestro. Vocación que en el actual magisterio regional es casi imposible visualizar.
MAESTRA VIDA Y DIESTRA EXISTENCIA
A 75 años de su partida, cuando trabajaba por la educación del país, el destino lo apartó de la vida y el escritor e investigador se fue sin miedo, pese a que entre sus proyecciones había gran cantidad de obras proyectadas sobre las edades geológicas del Altiplano, las rebeliones indígenas, la historia de las ideas en Puno y muchos otros temas más. Tenía como dijimos solo 34 años y desde ese tiempo una losa y muchas lágrimas de condolidos circunstantes cubren su memoria para siempre.
Alfonso Torres Luna nació en Puno el 2 de agosto de 1901 y falleció el 22 de abril de 1935. Fue hijo de José Torres, natural de Arequipa y de Asunción Luna, nacida en Bolivia. No conoció a su padre y con su madre enferma tuvo que trabajar desde muy niño para actuar como sustento de la familia.
Empezó a trabajar a los 11 años como amanuense en una notaría de Juez de Paz y en la Beneficencia Pública. Luego trabajó en la Biblioteca Nacional, en la sección de Compaginación y ordenamiento de pergaminos. Ahí es donde encontró fuentes bibliográficas que avivaron su interés por el saber y nutrieron los temas que desarrolló en su famoso “Puno histórico”. En 1923 se graduó de Normalista en el Instituto Pedagógico Nacional y al año siguiente lo nombraron Director de la Sección Primaria del Colegio San Carlos de Puno.
El 12 de julio de 1926 contrajo matrimonio con la poeta y maestra María Consuelo Ramírez Figueroa. Con ella, luego de un año de matrimonio viajó a Juli, como comisionado escolar y Director del Centro Escolar Nº 891. Se sabe que trabajó con el Dr. Raúl Porras Barrenechea en las “Mediciones de límites del Perú con Bolivia”.
En 1929 recibió su título de bachiller en la Facultad de Ciencias Físicas y Naturales de la Universidad San Agustín de Arequipa, con el trabajo: “Los peces del lago Titicaca”, al poco tiempo se graduó de Doctor en la misma universidad con el trabajo “Coordenadas geográficas de Puno”. Toda su ilustre versación la concentró en analizar e interiorizar la realidad altiplánica, y ese es un mérito singular
Luego, de ello viajó a Lima como maestro auxiliar del Instituto Pedagógico Nacional, allí creó y fue precursor de varios temas pedagógicos y fue el primero en introducir el ‘Cine educativo’, en la pedagogía con dibujos que él mismo diseñaba. Elaboró las primeras ‘Pruebas objetivas para exámenes’ y organizó el ‘Primer censo de maestros diplomados’; además de crear el primer ‘Proyecto de Escalafón General de Maestros’.
En 1934 se gradúo de Doctor en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de San Marcos, con el trabajo “Fundación del Imperio Incaico”.
En su corta vida de existencia escribió los siguientes libros y que fueron editados por su esposa Consuelo Ramírez de Torres Luna:
“Puno histórico” (1968)
“La meseta y el lago Titicaca” (1968)
“Segundo libro para Maestros Rurales” (1941)
“El problema del aborigen peruano” (1941)
Reza un cimero poema de Francisco de Quevedo y Villegas que dice: “Polvo serás por la ley severa, pero más allá del polvo, serás amor que dura en las cenizas, polvo enamorado aún serás”. Pensando en ese poema, diremos que la última voluntad del recordado educador fue regresar a su terruño y hundirse en las azules y ondeadas aguas de su natal Titicaca, como un día emergió Manco Cápac y Mama Ocllo para fundar el Incario.
Alfonso Torres Luna fue un maestro que se proyectó como pocos e iluminó como ninguno y al cual hay que honrar reeditando su obra y contextuándola con el comentario y el aggiornamento crítico de los actuales historiadores, geógrafos, educadores, etc., que hay en la vitrina académica de Puno y el Perú. ¿Cómo es posible que su obra medular no sea conocida, no solo por el gran público, sino por los mismos profesores encargados de difundir el saber?
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