miércoles, 30 de abril de 2025

NOTA DE ACTUALIDAD MUNDIAL

 EL PROCESO DE LA

ELECCIÓN DEL PAPA*

El Papa ha fallecido y se ha convocado un cónclave. La Capilla Sixtina que luce frescos pintados por Miguel Ángel, es el recinto en el que debe elegirse un nuevo Pontífice. Allí los llamados a tan alta misión escucharán el sermón que les recordará su obliga­ción suprema de darle a la Iglesia a su hijo más apto para que la dirija y la guíe.

En el mismo momento en el que muere un Pontífice, se ini­cia un periodo provisional que se denomina Sede Vacante. A lo largo de este tiempo, la curia romana se rige estrictamente por el principio de «nihil innovatur», o lo que es lo mismo, «no in­novar en nada». Aunque el gobierno de la Iglesia queda en manos del Colegio de los Cardenales, éste sólo puede tomar de­cisiones de rutina y de mero trámite.

Pasados quince días de la muerte del Papa, los cardenales deben consti­tuirse en cónclave para proceder a elegir al nuevo Vicario de Cristo.

La palabra «cónclave» proviene del latín cum clavis, o lo que es lo mismo, “con clave” o «con llave». Este nombre se debe a que la reunión que elige al nuevo Papa siempre se ha celebrado a puerta cena­da, para evitar que los participantes puedan tener algún tipo de contacto con el mundo exterior.

Capilla Sixtina

En nuestra realidad contemporánea, el cónclave no es sólo la elección de un Papa, sino mucho más. Es una pugna por el poder supremo de la Igle­sia, de manera que los allí congregados, en función de las dis­tintas corrientes doctrinales o ideológicas, deben esforzarse por ganar adeptos a su precandidato y establecer las alianzas preci­sas para que al final éste sea el escogido. A menudo ninguna facción alcanza la mayoría necesaria y es preciso llegar a un acuerdo para es­coger uno que sea producto de transacciones mutuas.

El camarlengo pontificio es el funcionario al servicio del Papa anterior que debe ocuparse del protocolo en la elección del nuevo Pontífice. En realidad el camarlengo no es sino una especie de mayordo­mo, Es él quien se ocupa de citar a los purpurados de todo el mundo, confirmar su asis­tencia, recibirlos en la Santa Sede y controlar que todo esté prepa­rado para el día del cónclave fijado. En el caso de la muy próxima elección del sucesor del Papa Francisco, se ha fijado el inicio del cónclave para el próximo 7 de mayo con la asistencia de un total de 133 cardenales.

La palabra camarlengo procede del latín «cameraríus» (de la cámara), en referencia al lugar donde se guardaba un tesoro. Trasladado al mundo monástico, el camarlengo era el monje que se encargaba de la administración de los bienes de la congregación, o sea una especie de tesorero. Y así llegamos hasta el camarlengo de la Santa Sede romana, que al principio adminis­traba las posesiones y las rentas del Vaticano. Pero a principios del siglo XIX el papa Pío VII restringió en gran parte su autoridad.

Ac­tualmente, además de las funciones propias de su cargo, el camar­lengo se ocupa de la verificación oficial de la muerte del Papa y de cola­borar con el Gran Elector en el desarrollo del cónclave.

Si el papel del camarlengo ya es de por sí complejo, no lo es menos el que tiene que desarrollar el llamado Gran Elector. Dentro del secretísimo cónclave, quien organiza las votaciones y con­trola que todo el proceso se realice según lo marcado por el proto­colo es el Gran Elector, también conocido como el Maestro de Ceremonias.

En este punto, es preciso aclarar que los cardenales no siempre han tenido un papel tan preponderante en la elección de los papas. En realidad, ni las Escrituras ni la tradición apostólica indican cómo se debe proceder para escoger un nuevo Sumo Pontífice. De hecho, se supone que los primeros papas escogieron más o menos a dedo a sus sucesores. Más tarde sería el obispo de Roma el llamado a ocupar ese alto puesto. En 1059, el papa Nicolás II decidió que el con­junto de los cardenales debían elegir a su sucesor y a los sucesivos Pontífices que vendrían después. En 1179 el Concilio de Letrán estableció que eran necesarias dos terceras partes de los votos para ungir a un candidato, norma que aún hoy sigue vigente. El primer cónclave formal, bajo estrictas reglas de encierro, se celebró en 1271 tras la muerte de Clemente IV, ocasión en la que “la Iglesia estuvo en sede vacante durante casi tres años. Cansados de esta situación, los ciudadanos de la localidad italiana de Viterbo, encerraron a los cardenales (enfrentados entre ellos) y les racionaron la comida para forzarles a elegir a un Papa. El Papa Juan Pablo II promulgó en febrero de 1996 el documento «Sobre la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice», un escrito en el que precisa cómo debe realizarse la elección de quien le sucederá en el cargo.  

En ese documento apostólico Juan Pablo II da incluso indicaciones concretas sobre cómo se debe escribir y doblar la hoja de papel en la que cada cardenal anotará el nombre de su favorito. Es evidente que la mayoría de apreciaciones y acotaciones se basan en la normativa que ha imperado tradicionalmente. Para la elección del sucesor del Papa Francisco no habrá grandes cambios; el proceso será prác­ticamente idéntico a los anteriores, salvo algunos matices.

El actual camarlengo, el cardenal Kevin Joseph Farrell, un cardenal y obispo católico irlandés-estadounidense, quien tras la muerte del Papa Francisco, es también el Jefe de Estado en funciones de la Ciudad del Vaticano.

De acuerdo a las normas y costumbres establecidas, el camarlengo además de encargarse de declarar la muerte del Papa es responsable de destruir inmediatamente el sello personal y el famoso Anillo del Pescador para evi­tar que se falsifiquen documentos; sellar las habitaciones pa­pales; cumplir con anunciar al decano del Colegio de Cardenales la muerte del Sumo Pontífice solicitándole la convocatoria a cónclave.

Antes del cónclave en sí, los cardenales tienen Congregaciones Generales del Colegio Cardenalicio, que son reuniones preparatorias en las que se estudia las prioridades de acción del próximo papado y escucha proposiciones sobre el perfil deseable del nuevo Papa, así como se organiza la agenda y los oradores.

El cardenal italiano Giovanni Battista Re decano del Colegio Cardenalicio debe ser el Gran Elector presidente del cónclave, pero debido a su avanzada edad, será sustituido por el cardenal Pietro Parolin.

Los cardenales efectua­rán la elección del Papa a puerta cerrada en la Capilla Sixtina, ju­rando guardar silencio «absoluto y perpetuo». Las penas ecle­siásticas por violar estos juramentos son tan severas que pueden incluir la excomunión.

El día elegido para proceder al conclave y elegir al nuevo Papa, los cardenales se reunirán en la imponente basílica de San Pedro para celebrar una misa votiva llamada «Pro eligendo Papa» e irán en solemne procesión a la Capilla Sixtina.

Para elegir a un nuevo Papa se necesita una mayoría de dos tercios. Cada cardenal emite su voto en una papeleta que dice, en latín: “Elijo como Sumo Pontífice a” y añade el nombre del candidato elegido.

Si las votaciones no alcanzan a reflejar la mayoría necesaria, los electores deberán pasar las noches que sean necesarias den­tro del Vaticano, en la Domas Sanctae Marthae, una residencia inaugurada en 1996 y dedicada habitualmente a alojar personal de la curia. Eliminada por Juan Pablo II la posibilidad de elección por aclamación, el voto será absolutamente secreto, sin que se pueda comentar con el resto de cardenales.

La tradición marca que, tras cada votación, los electores informen a los fieles congregados en la plaza del resultado de la misma. Para ello se emplea desde hace siglos el mismo sistema: una columna de humo o fumata, que asciende por una de las chimeneas. Si los votos aún no han consagrado un ganador, se quema paja seca con determinados agregados químicos para que el humo salga negro. Pero si la vota­ción que haya designado un nuevo Papa, se quema paja húmeda con la aplicación de elementos químicos para producir la famosa «fumata bianca», que la multitud cele­bra con devoto entusiasmo. Es el aviso de ¡Habemus papam!.

Una vez conocido, consensuado y difundido el resultado, se quemarán todas y cada una de las papeletas en las que los cardenales han escrito el nombre de su favorito.

El cardenal decano debe dirigirse a quien está llamado a ser el nuevo Sumo Pontífice y preguntarle si acepta su elección. Si lo hace, debe informar al cónclave del nombre con el que quiere pasar a la historia como Papa. Tras esto, los cardenales procederán a rendirle homenaje; luego el primero de los cardenales diáconos, el cardenal protodiácono, anunciará Urbi et Orbi la buena nueva desde el balcón de la basílica Vaticana, utilizan­do la fórmula tradicional. <+>

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* Condensado por PUNO CULTURA Y DESARROLLO de: Rene Chandelle MAS ALLA DE ANGELES Y DEMONIOS.  COPE.es/religión hoy dia. INFOBAE.com.  BBC.com

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