COMPARSA
REGATONERA
César Hildebrandt
En HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 718, 31ENE25
E |
dmundo González llega al
Perú como presidente fantasma y es condecorado por su homologa peruana. Hay
discursos solemnes, balconazos desde un hotel ruinoso, agradecimientos en
nombre de las virtudes teologales.
Ninguno de los dos
preside nada. Ninguno aspira a gobernar nada. Ambos saben que son un simulacro
de autoridad y que cumplen un papel secundario en el vodevil de este
subcontinente.
Nicolás Maduro, el
chofer de bus a quien Chávez eligió como sucesor ideal, no existiría si la
oposición venezolana se hubiese unido en el momento en que deponer egos era un
imperativo categórico. Chávez no habría surgido como desmán continuo si Acción
Democrática, la socialdemocracia venezolana, y Copei, la democracia cristiana que
encamó Rafael Caldera, no hubiesen fracasado de modo tan brutal.
Chávez asomó su
cachaquería carismática en medio de los escombros de la economía y la política
tradicional. Se creyó el Bolívar regresado. Bolívar, que era genial, lo habría
despreciado en francés. Maduro vino del cáncer de su jefe y convirtió al
chavismo, que era socialismo de potrero metido en un barril de petróleo, en una
mafia descarada y criminal.
Pero Maduro sigue allí y
la llamada oposición venezolana no ha logrado lo más elemental: convencer a los
militares de que la mejor salida es una transición pacífica. Y se ha prestado,
otra vez, a elecciones previstamente amañadas de las que ha salido este
“presidente moral” llamado Edmundo González.
Así que el trémulo
González acude a Lima y el holograma que atraviesa las paredes del palacio
presidencial de Lima lo reconoce como mandatario. Lo mismo hacen el presidente
del congreso del hampa y el alcalde que se hace llamar Porky.
El gran problema es que
a estas alturas importa poco quién gobierna Venezuela. Y la culpa la tiene
Donald Trump.
Trump es el Bernie Madoff de la Casa Blanca. Aspira a estafar a todo el mundo y salir impune gracias a su capacidad para matonear y actuar como rufián. Es el neoliberalismo con lanza, el capitalismo que recuerda las hilanderías inglesas del siglo XIX, la desnudez peluda de un sistema que ya no habla de valores sino de rendimientos y accionistas. Trump ha arrojado a los encubridores del templo de la codicia y ha declarado que todo es un asunto de plata, que no hay más dios que el balance de fin de año. Trump es el gerente general y plenipotenciario de la mayor empresa del mundo: los Estados Unidos de América. Su sucursal en medio oriente es Israel. Su CEO filial en estas comarcas se llama Javier Milei.
Pues bien, este Trump
desatado debería convocar a una reunión de emergencia de todos los países
latinoamericanos que aspiran a seguir siéndolo (con excepción provisional de
Argentina). La agenda de ese encuentro no debería ser otra que el asunto de ver
cómo enfrentamos juntos el imperialismo yanqui, un concepto que creíamos
difunto y que hoy nos tose feamente en la oreja. La máquina del tiempo
inventada por el trumpismo nos ha regresado a Monroe, el quinto presidente de
los Estados Unidos que le advirtió a Europa que “América era para los
americanos”. Sus hagiógrafos dijeron que esa frase aludía a la autonomía de los
países liberados de las tutelas del viejo mundo, pero la historia demostró al
final que las palabras de Monroe se refirieron a que nadie debía discutir la
hegemonía noruuteamericana en la región.
Latinoamérica tiene ahora un gran pretexto para salir de sus nacionalismos raquíticos y hallar una causa común. La dignidad está en juego. El imperialismo yanqui nos amenaza con un surtido de vejaciones y maltratos y lo único que vemos, por ahora, es que una ministra chilena dice que está dispuesta a recibir expulsados aéreos y que el canciller del Perú, más sumiso que nunca, repite lo mismo. Y ya sabemos lo que pasó con Petro, presionado por los balidos de su gabinete y asustado por los aranceles.
¡Que se metan sus tasas
por donde les aconseje su médico de cabecera! No todo puede ser aduanas, miedos
de directorio, meaditas de cónsules encubiertos, ayes de cancilleres.
¿Seremos capaces de
recordar que somos países que merecen respeto? ¿Evocaremos a Bolívar o nos
quedaremos con algún Batista? ¿O será que el sometimiento, viejo tutor de estas
latitudes nos llamará al orden y volveremos a ser la comparsa regatonera de
esta mala película?. <:>
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