martes, 13 de abril de 2021

LA REALIDAD HISTORICO-SOCIAL EN PUNO

 ESCRITOS SOBRE LA REALIDAD DE LOS INDIGENAS EN PUNO Y EN EL PERU

LOS ILOTAS DEL PERÚ

Pedro S. Zulen, Cofundador de la Asociación Pro Indígena y Secretario General de la misma. Infatigable defensor del campesinado indígena durante el primer cuarto del Siglo XX.

Publicado en La Autonomía, año I, N° 9, 18 de setiembre de 1915.


Como un estigma contra la raza indígena, como un oprobio, como un dogal que l[a] amenaza de muerte, y con ella la mayor parte de los pueblos del Perú, espe­cialmente a los de la sierra, es la forma como hasta hoy se tiene sistemado el reclu­tamiento de obreros para el laboreo de las grandes negociaciones agrícolas de la costa y de los centros mineros del interior. Nos referimos al sistema de contratas o de enganche.

Creyéndolo un deber sagrado de humanidad, hemos tocado este pun­to porque juzgamos que es preciso reivindicar el derecho y la justicia para quienes, víctimas de todas las fatalidades sociales, no tienen más patrimonio que servi­dumbre y hambre, resignación y pobreza, desamparo y conformidad.

Bien sabidos son de todos los diferentes métodos de que se valen los contra­tistas para llevar a cabo su misión; por este motivo, y para no hacer demasiado exten­so este artículo, omitimos dar aquí los detalles que conocemos sobre el particular.

Nuestra mente no es otra que llamar la atención de las autoridades encar­gadas de refrenar los abusos que se cometen contra la libertad y la persona de los indígenas, al reducirlos primero y cargarlos de gabelas y compromisos en forma tal que se les convierte en verdaderos esclavos, para someterlos después a la más odiosa explotación.

Quienes hayan visto al indio trabajar durante las ardientes horas del me­diodía cuando el sol achicharra sus espaldas, encorvados hacia la tierra que da el pan para los ricos y el hambre para él; quienes le hayan visto metido entre cañave­rales quemados como un animal extraño, como un esqueleto revestido de pellejo negruzco, llevando retratado en el rostro el cansancio y el dolor y que, a pesar de su impotencia, es obligado por el capataz a cortar la caña que ha de dar un dul­ce jugo, a pesar de ser regado con tanta sangre y tantas lágrimas, quienes hayan visto todo esto se unirán a nosotros y elevarán también un himno de redención que diga de todas las ignominias y crueldades de que se le ha hecho víctima, de la total desherencia de goces en que vive y de la noche intelectual en que lo tienen sumido cuantos de sus esclavitud sacan provecho conduciéndolo por campos y ciudades como a un Cristo ensangrentado que va dando tumbos entre los fariseos del capitalismo.

¡Pobres indios! Han quedado petrificados en la Edad Media. Siervos ayer, siervos hoy, siervos mañana. Las voces que claman por ellos aún no han llenado su obra, porque no hay corazón, no hay justicia; ¡para los parias de la sociedad el derecho es un mito y la ley una palabra sin sentido!

Hoy por hoy debe ser una máquina obediente y sumisa, ciega e incansa­ble que labre la tierra y la arranque los frutos de bendición para el señor feudal que supervive burlándose de todas las conquistas y de todos los progresos.

Ante tantas crueldades, ante tantos excesos, no es posible permanecer in­diferentes. Nosotros lanzamos nuestra voz de protesta y al hacerlo queremos que el Gobierno, estudiando este, como a uno de los más grandes problemas nacionales, sisteme el trabajo de los indos y prohíba con mano de hierro las extorsiones de que se le hace objeto. Queremos más: que se le instruya, que se abran escuelas especiales donde se les enseñe que ellos también son hombres y tienen derecho a ser tratados como tales! Solo entonces brillará para los ilotas del Perú, la luz es­pléndida de todas las justicias!

 


ENTRE LOS AIMARAS DE CHUCUITO

Pedro S.Zulen

Publicado en LA CRONICA 28 de enero de 1915


He vivido tres días entre los aimaras de Chucuito, distrito del Cercado de Puno. Una balsa, una de aquellas curiosas y admirables embarcaciones indígenas hechas de la totora del Titicaca, nos condujo hasta un peñón cercano a la capital del distrito. La navegación fue agradable, como que ese día hizo un día raro entre los que he visto desde mi llegada a estos lugares. El cielo estaba completamente despejado; las aguas del lago silenciosas; el sol, esplendoroso; el viento, débil. La lluvia no interrumpió el hermoso panorama.

Pasamos la población de Chucuito; seguimos hasta La Platería a visitar la obra de los evangelistas, a cuyo director encontramos enfermo, y ya de noche re­gresamos a la estancia de Hutavelaya, donde el indígena Camacho fundó, en 1905, una escuela para educar a su raza. Al día siguiente visito el ayllo de Ccota y vuelvo nuevamente a La Platería a preguntar por la salud del doctor Stahl, el abnegado director evangelista.

Por el camino nos encontramos, a cada paso, con indígenas que van a pie de un pueblo a otro, recorriendo leguas sobre leguas del modo más natural. Dios asqui jayppu churatma, nos dicen saludándonos y añaden al saludo, en su idioma: “Cuanto gusto de que hayáis venido, señor; aquí no hay justicia”.

Todo está cubierto de vegetación. La agricultura autóctona ha ascendido hasta sobre los cerros. En sus cuestas se ven las casitas donde viven los indígenas. A causa de la rudeza del clima, las puertas de estas casitas son por lo general pequeñas, hasta el punto de que el indio tiene que agacharse para penetrar a ellas. El ambiente es rico de poesía. Por aquí, un rebaño de ovejas es conducido por pastores infantiles que van cantando. Por allá se oye el toque de algún licenciado del ejército, entusiasta de la corneta, que él mismo ha hecho de hojalata y que imita admirable­mente el sonido. Por acullá, la zampoña nos deleita con sus sentidos aires indígenas.

Por algunos sitios veo casas grandes con techos de calamina. Pregunto a los indios que me acompañan, y me dicen que son fincas. Se denomina así toda hacienda formada por sucesivas detentaciones de tierras de ayllos. “Este es un terrible”, dicen los indios por un afincado.

En todas partes del distrito se notan los resultados que va dando la obra comenzada diez años ha por el indígena Camacho, y reforzada de la manera más meritoria por la misión de los Adventistas del Sétimo Día, de cuatro años a esta parte. Estos evangelistas están llevando a cabo una obra grande y trascendente desde el punto de vista pro indígena. He encontrado como director de los trabajos de la misión, al doctor Stahl, médico de profesión, quien con una abnegación que lo recomienda altamente ha renunciado a las comodidades de una city americana para venir a internarse en un medio donde todo se sacrifica, hasta la salud. Feliz­mente los indígenas han correspondido a estos esfuerzos en una forma que dice muy bien de ellos. Ya pasan de quinientos los indígenas que no beben alcohol ni mastican coca, que cultivan sus tierras con métodos menos rutinarios, y que, en materia religiosa, han abandonado ese culto grosero, fomentador del alcoholismo, corruptor de las costumbres.

En el ayllo de Ccota visité la escuela N° 8933, creada por gestión de la Pro Indígena. El local y parte del material escolar, como el mapa del Perú, han sido su­ministrados por los indígenas. Concurren a esta escuela hasta adultos, y muchos escolares vienen en balsas desde las islas vecinas de Quipata y Chilata. La escuela está a cargo del señor Carlos García.

Ayer me dirigía a tomar la balsa que debía conducirme de regreso a Puno, cuando fui sorprendido por los indígenas de Ccota que, en número mayor de un centenar, marchaban a mi encuentro con una banda de músicos a la cabeza. Ve­nían con el objeto de expresar públicamente su agradecimiento a la Pro Indígena y despedir a su secretario general. La banda de músicos estaba formada con zampoñas, cornetas de hojalata, de las que ya he hablado, iguales por su forma y sonido a las bandas de guerra de nuestro ejército; y bombo y tambores, construidos por ellos mismos. Ejecutaron marchas militares y aires aimaras, con una perfección armónica admirable.

También muchos indígenas de los otros ayllos habían venido al lugar de despedida. Les dirigí la palabra, que iba traduciéndoles a su lengua mi compañero intérprete. He reconstruido mi improvisado discurso y allí va, al pie de estas notas de viaje. Por último, la banda tocó el himno nacional y, en seguida, todos los indí­genas lo cantaron en alta voz. Dieron vivas al Perú, a su bandera, a la Pro Indígena y a su secretario en medio de una efusión colectiva del sentimiento patriótico. ¡Qué distinto todo esto del espectáculo que ofrecen hoy las otras clases sociales, corroídas por la más honda depresión moral!

Hemos tomado nuestra balsa. Nada nos ha hecho presentir lo que vendría horas después. Una tempestad furiosa nos ha sorprendido en el lago, cuando todavía estábamos distantes de Puno. Pero se ha puesto a prueba allí la pericia de Marcos Yupanqui, el indígena que nos conduce. La navegación ha estado llena de peripecias y peligros, y no se sabe qué admirar más en estos indígenas, si la previsión más segura de los vientos y de las tempestades, de su hora, dirección y duración; si el dominio más completo en el manejo del remo y la vela, hasta en las situaciones más desfavorables.

En Puno, 20 de enero de 1915

 

Discurso del secretario de la Pro Indígena a los indios de Chucuito

Ha sido para mí una sorpresa contemplar este cuadro que tanto dice del valor de vuestra raza y de las cualidades que os adornan. Lo que ahora presencio aumenta la fe, enardece el sentimiento de los que soñamos en una patria mejor, en una patria de ciudadanos libres, de ciudadanos con derechos; en una patria sin charcos ni fincas, donde no habrá que pasar cargos ni soportar desmanes de mandones, como fue la pa­tria, de vuestros antepasados que la tradición hace nacer aquí, en la inmensidad mis­teriosa del lago grandioso, en estas aguas a ratos tranquilas, -a ratos tempestuosas- Nuestro país no tiene nada que esperar de los que convierten los ayllos en fincas; de las malas autoridades, de los malos jueces, de los malos magistrados; de los que cimentan su riqueza sobre el trabajo y la miseria de los infelices, sobre el sudor y la sangre indígena. El Perú futuro, el gran Perú de mañana se hará con vo­sotros, con vuestras energías propias; con vuestras condiciones de moralidad, de trabajo, de orden, de docilidad para el bien, de vigor físico único capaz de domar a la naturaleza impertérrita y tiránica de estas regiones.

Por eso, es necesario que os elevéis para que nadie os desprecie. El hom­bre se eleva por el amor a su raza, por la instrucción, por el respeto al derecho ajeno, por la laboriosidad, por el cumplimiento de sus deberes de ciudadano y de patriota, por la altivez y la confianza en sus propias fuerzas, por carecer de vi­cios, entre ellos el del alcohol.

Para satisfacción de todos, ya esta obra ha comenzado; se está realizando aquí, en pequeño, con el concurso de seres abnegados entre los cuales hay uno de vuestra propia raza. Yo he venido a palpar su progreso manifiesto; llevo la im­presión más alentadora, y no me arrepiento de haber pasado algunos días entre vosotros, recorriendo vuestros ayllos, viviendo vuestra vida; cautivado y absorto a veces, admirado siempre; inmutado cuando me relatabais con dolor, con el dolor que solo vuestras zampoñas saben decir, cómo aquel cura dejó en herencia a su hijo, terrenos que os pedía diciendo que eran en calidad de préstamo, y que esta­bais obligados a darle para no ser excomulgados.

Seguid adelante. Que esta obra de renovamiento continúe con tesón, en­tusiasta, poderosa. El día de la victoria no está lejano. Si hoy la frase “No hay jus­ticia” acude a cada instante a vuestros labios, no se debe desesperar por eso. El día que la libertad y la justicia triunfen, entonces veréis a vuestros pies a los mismos que hoy os vejan, que hoy os arrebatan vuestro patriotismo. Este día ese suelo será de vosotros solos, como lo fue antes, y por tal motivo a vosotros también toca hacerlo grande, porque solo así podrá surgir la nación que anhelamos, y entonces todos podremos decir ¡Viva el Perú, el Perú regenerado por sus indios!

En el ayllo de Ccota, a orillas del Titicaca, 28 de enero de 1915




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