domingo, 8 de enero de 2023

OPTICAS FORANEAS SOBRE PUNO

 PUNO. VIVIENDO EN LOS EXTREMOS

Por: Walter H. Wust

Revista RUMBOS Año V N° 21, Lima Julio 2000 

Puno alberga una de las mayores riquezas geográficas y culturales del Perú. Mientras los hombres de las ciudades se afanan en seguirle el paso a la modernidad y la tecnología, los puneños han sabido mantener sus tradiciones ancestrales. El resultado es una explosión de color y belleza sin precedentes en el continente. 

En Puno todo es azul intenso y dorado. Es algo que tengo grabado en la mente desde la primera vez que visité aquellas tierras altas y de aire delgado como cuchillo. Y es algo que compruebo cada vez que ojeo las fotografías que tomé en sus alrededores.

El Titicaca, el gran lago, es parte vital de la personalidad del puneño.

No del juliaqueño que trabaja duro y se le pasa la vida tratando de conseguir una platita para abrir un negocio, para comprar más mercadería. En el sur se suele decir: "mientras Puno danza, Juliaca avanza". Y no deja de ser cierto. El puneño parece estar imbuido de ese misterio que tienen las aguas azules y profundas del lago. Es un hombre callado y solitario. Que vive del totoral y de la tierra, pero siempre en dorado. En ese dorado de las espigas de cebada al atardecer, del dorado de los juncos secos que teje con pericia para fabricar sus casas, sus balsas, sus templos. En suma, azul y dorado como en ningún otro lugar. 

La ciudad de Puno se encuentra en la meseta altiplánica del Collao, a 3 mil 827 msnm., una altura donde las cosas se ven con tal nitidez que lastiman la vista. Enclavada a orillas del majestuoso lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, la ciudad cuenta con una apariencia modesta y humilde, casi críptica, que calza a la perfección con el agreste y desolado paisaje que la rodea. Esta fue la tierra ancestral de los aymaras descendientes de la antigua civilización Tiahuanaco. La misma que fuera 'descubierta' por los españoles allá por el siglo XVII.

Fue fundada por el Virrey Conde de Lemos el 4 de noviembre de 1668 tras reducir a un grupo de locales que explotaban las ricas minas de plata de Lakaycota. Debido a la gran riqueza mineral de su territorio, la ciudad fue escenario de un importante auge minero, el mismo que atrajo y enriqueció a un puñado de foráneos durante el siglo pasado pero pauperizó progresivamente a la abundante y cada vez más barata mano de obra local. Los años pasaron y la riqueza se fue. Sín embargo Puno sigue siendo una ciudad tranquila y apacible, a pesar de que la naturaleza pareciera haberse ensañado con su tieno

 
Una tierra de contrastes

En verdad, es como si el destino hubiera querido someter a los hombres de la sierra sur a una serie de pruebas para comprobar su temple, para ver si pueden resistir. Hace unos años fueron las sequías las que azotaron su territorio con tal fiereza que casi ningún animal logró sobrevivir. Los que no murieron se fueron lejos. Los hombres emigraron y bajaron a las ciudades de la costa. Se fueron donde los mistis a buscar fortuna. Pero no pertenecían allí, así que les fue mal. La sequía fue una de las más duras que la historia registra. Ni siquiera los más ancianos recordaban tiempos similares. Los chamanes le hablaban a las hojas de coca, las leían y releían, tratando de descifrar el porqué de tal castigo. Pero nadie supo la razón. Fueron años de miseria e incertidumbre. De pronto, de la sequía se pasó a la inundación. Los cielos lloraron hasta inundarlo todo. La tierra reseca y quebrada no sólo se humedeció, sino que se lavó a través de los cauces que corrían por las onduladas colinas de la puna. Parecía que el gran lago iba a reventar.

El sol no brilló por semanas. Hasta los pájaros se habían acostumbrado a andar mojados. Y como ellos, los hombres del altiplano. Ahora las ovejas se morían porque las pezuñas se les podrían. Las aguas habían cubierto los cultivos, y hasta la totora, que siempre los había salvado, permanecía oculta bajo metros de agua azul y fría. Había que zambullirse cuchillo en mano y arrancar manojos para que las vaquitas se alimenten. La gente miraba al cielo y se preguntaba por qué tanto castigo. Han pasado los años y Puno ha venido sufriendo los embates de la naturaleza sin piedad ni consideración. De las inundaciones del verano viene la sequía del invierno. Y así el año siguiente. Pero el hombre de Puno sigue trabajando su tierra como si nada hubiera sucedido. Parece que hasta se han acostumbrado a vivir de los extremos. 

Nuevos peligros

Estamos en la Comunidad Campesina de los Pirín, en la localidad de Pusi, en la orilla oeste del lago. Los comuneros han dejado sus labores diarias y se han reunido en torno a la pequeña zona descampada entre las casas de adobe y que funciona como placita de armas. Han venido los ganaderos, encargados de vigilar y mantener a los hatos de alpacas y ovejas en las tierras colindantes al lago, y también los llacheros, aquellos que cosechan las algas llachu del fondo de las aguas para alimentar a su gente y a sus animales. También hay comuneros de las tierras altas, lejos del lago, donde el ganado está flaco, con hambre. Todos prestan atención al cacique, que expone la situación en quechua a los asistentes a la asamblea. El problema es que la lenteja de agua ha crecido demasiado y dificulta la navegación. Las pequeñas plantas flotantes se han multiplicado de tal manera que hacen casi imposible el desplazarse entre los totorales. "Hasta los peces parece que no tienen qué comer", grita alguno entre la multitud. Y es cierto, la sobrepoblación de estas plantas impide el paso de la luz al lago, provocando la muerte de las plantas, y con ellas se van los peces. El problema es evidente y es necesario hacer algo al respecto. Entre los concurrentes se encuentra un representante del destacamento de la Marina. La Marina lacustre de Puno, claro. El hombre toma la palabra y manifiesta que su institución está dispuesta a ayudar y que pueden proporcionar volquetes y tractores. Un representante de la comunidad vecina dice que habla en representación de los pobladores de Paucarcolla. También están de acuerdo en trabajar para limpiar el lago. Parece que hay consenso, ya que las voces se multiplican y ninguno quiere quedarse sin hablar. Hay caras decididas y alegres. "Entonces está acordado", grita el cacique tratando de controlar el caos que se ha creado con el bullicio. "El sábado haremos minka". 

La MINKA del lago

Amanece y la luz tenue del sol que se asoma descubre a una verdadera multitud de personas agrupadas en torno a la orilla del lago. Las pequeñas fogatas humean con el emoliente del desayuno. Todos los comuneros han llegado hasta aquí para participar en la minka. Aquella ancestral jornada de trabajo comunal en la que los pueblos se unen para un fin común. La penumbra ha dado paso a una claridad que hiere y descubro sorprendido a varios miles de campesinos reunidos. Son hombres, mujeres y niños. Traen palas, largas cañas y redes, como si fueran a llevar a cabo una pesca descomunal. Pronto aparecen los camiones y varios tractores que van llegando en fila india para colocarse en la misma orilla.

La minka ha empezado. Como siguiendo un anuncio secreto los hombres se internan en el lago a bordo de balsas de totora, botes de madera y casi cualquier cosa que pueda flotar. Algunos incluso ingresan caminando, con el agua helada hasta la cintura y las redes en la mano. Dicen que los antiguos hombres de lago tenían la sangre negra y que por eso no sentían frio. Al cabo de unos minutos entiendo el sentido de la operación. Los hombres, ubicados a varios cientos de metros de la orilla han tendido sus redes y se dirigen hacia la costa arrastrando la verde masa de lentejas de agua. Es como si una mano gigantesca formada por decenas de embarcaciones y sus redes, empujara la vegetación flotante hacia el borde del lago. Allí los esperan las mujeres y los niños, que pala y costales en mano sacan la masa vegetal tierra adentro agrupándola en montículos. Acto seguido entran en acción los cargadores frontales, que colocan la carga en la tolva de los volquetes. Todo funciona a la perfección, como si lo hubieran hecho cientos de veces.

Los camiones inician su camino. Se dirigen a algún lugar en las tierras altas, donde otros campesinos esperan la llegada de las plantas para secarlas y convertirlas en alimento para el ganado. El círculo se cierra. El ayllu oculto en el pasado renace y demuestra su eficacia, la minka beneficia a todos.

La lenteja de agua siempre estuvo allí, pero nunca causó los problemas que origina hoy. El asunto es que la ciudad de Puno ha crecido y sus desagües lanzan sin cesar los desechos orgánicos a las aguas del lago. Este excedente de alimento es aprovechado por la lenteja de agua para crecer hasta límites dramáticos, afectando al resto de criaturas que dependen del lago, entre ellos el hombre. Los campesinos, a través de la minka, podrían superar el problema, pero la fuente del problema no se ataca con tecnologías avanzadas. Las instalaciones para procesamiento las “aguas residuales” que los sucesivos gobiernos han venido ofreciendo, parecen venir tarde, mal y nunca.


Es necesario que se inicien acciones y medidas urgentes, verdaderas, efectivas, audaces, para impedir que los puneños que viven en las áreas circundantes a la llamada “Bahía Interior” de Puno, sufran las consecuencias nefastas para su calidad de vida, por obra y gracia de la indolencia centralista, de su propia burocracia local y, sobre todo, de su escasa y a veces nula participación política en los asuntos que atañen a su vida y destino.




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