[Primera Parte]
La reciente aparición en
castellano del nuevo libro del historiador norteamericano Charles Walker sobre
la “Gran Rebelión” iniciada en las provincias altas del Cuzco en 1780, liderada
por José Gabriel Túpac Amaru y Micaela Bastidas Puyucahua, ha suscitado gran
interés entre historiadores, académicos y el público lector en general. Nuestro
colaborador Nicanor Domínguez comenta la obra, y en especial la novedosa manera
de entender la violenta expansión del movimiento rebelde al altiplano
surandino, que propone Walker en su libro. Asociación SER
Escribe: Nicanor
Domínguez
En: Cabildo Abierto 19 SETIEMBRE 2015 / Nº 80
El tema de la “gran rebelión” surandina de 1780-1783 ha
retomado
actualidad con la publicación del libro “La rebelión de Tupac Amaru”
(Lima: IEP, 2015), de Charles Walker. El autor ha optado por una historia
narrativa (que presenta paso a paso el desarrollo de los sucesos, mostrando las
incertidumbres de cada momento y evitando un análisis determinista), exponiendo
de manera clara y crítica las interpretaciones sobre el movimiento rebelde
(interpretaciones previas así como propias, aunque sin abundar en complicados
debates historiográficos). Esta estrategia discursiva y analítica resulta más
accesible a los lectores, que en el Perú de hoy parecen estar demandando
conocer un pasado del cual todos creen saber algo, pero que no terminan de
entender a cabalidad. La primera virtud del libro de Walker es que no se
detiene en los momentos de la captura, el juicio y la ejecución de Túpac Amaru
en abril-mayo de 1781 (capítulos 6 y 7), sino que trata de incorporar
coherentemente la llamada “segunda fase” de la rebelión de 1781-1782 (capítulos
4, 8-10), así como la última etapa represiva, ocurrida en 1783 (capítulos 11 y
12). La última vez que se intentó hacer algo así fue en 1967, cuando se publicó
la versión definitiva del libro del investigador polaco-argentino Boleslao
Lewin. Esta visión integral no caracterizó a los historiadores peruanos o bolivianos,
con tendencias más o menos nacionalistas. Las investigaciones en el Perú se
centraron en la figura heróica de Túpac Amaru (C.D. Valcárcel, J.J. Vega,
Angles Vargas), y en Bolivia, en la de Túpac Katari(Ma.E. Valle de Siles).
Walker no solo retoma datos de Lewin y otros estudiosos, sino que ha revisado
directamente documentos de archivo conservados en España, el Perú y en
bibliotecas de Estados Unidos, así como colecciones documentales publicadas en
los siglos XIX y XX. A esa Charles Walker |
Asimismo, resalta las distintas lógicas de la represión
colonial de la “Gran Rebelión”, que no fueron uniformes ni homogéneas. Destaca
no solo el rechazo que una amplia mayoría de kurakas y de familias incaicas del
Cuzco sintieron contra Túpac Amaru (cuyos reclamos de ser el último
descendiente de los Incas no aceptaban), sino también el activo rol de la
Iglesia, comandada por el Obispo Moscoso, hábil criollo arequipeño. Además,
distingue entre la política negociadora del virrey Jáuregui, que buscó una
tregua con los rebeldes, y las posturas represivas más duras del visitador
Areche y el oidor Mata Linares, que diseñaron y presidieron la ejecución de los
líderes tupamaristas en mayo de 1781. Nos llama aquí la atención el contraste
entre un militar conciliador, que sin duda conocía las penurias de la guerra, y
la rigidez de los “civiles” con formación en leyes e influidos por la
Ilustración, que exigían la brutal sumisión de los rebeldes en nombre del
respeto absoluto a la autoridad del rey Carlos III. En la sección final del
libro, “El legado de Tupac Amaru”, Walker presenta brevemente las variadas
formas en que la figura del líder rebelde ha sido rememorada en los últimos dos
siglos. Las autoridades coloniales silenciaron su recuerdo y los criollos de la
República Peruana mantuvieron mayormente esa actitud, temiendo siempre la
posible insubordinación de las masas indígenas. La lenta recuperación
historiográfica de la figura de José Gabriel Túpac Amaru comenzó en la década
de 1940 y alcanzó su punto más visible durante el gobierno militar del gral.
Velasco (1968-1975), cuando fue convertido en el héroe de la “verdadera
independencia nacional”, precursor no solo de la independencia política de
1821-1824, sino de la reforma agraria decretada en 1969. En otras palabras, el
Túpac Amaru heróico y revolucionario al que estamos hoy acostumbrados, y que
inspiró a movimientos guerrilleros en el Perú (el MRTA) y Latinoamérica (los
Tupamaros de Uruguay), así como a radicales norteamericanos (la madre del cantante
de “rap” Tupac Shakur fue militante de los “Black Panthers” en la dé- cada de
1970), tiene apenas 40 ó 50 años de existencia en la imaginación popular, tras
150 años de olvido oficial. Pero volvamos al tema de la “segunda fase” de la
“Gran Rebelión”. Las acciones iniciadas en la provincia de Tinta por Túpac
Amaru, en noviembre de 1780, tuvieron como espacio principal la región del
Cuzco. Durante seis o siete meses, hasta las ejecuciones de mayo de 1781, las
principales actividades de los rebeldes ocurrieron allí. Sin embargo, las
noticias de estos sucesos iniciales llegaron a las ciudades surandinas
(Arequipa, Puno, Chucuito, La Paz, Oruro, Chuquisaca), así como a las capitales
virreinales de Lima y Buenos Aires, con algunas semanas de diferencia. La posibilidad
concreta de una ruptura del orden colonial existente afectó a diversas zonas
del sur andino (Lewin pensaba en una gran conspiración coordinada con
antelación por Túpac Amaru, aunque hoy se entiende que la aplicación de las
“Reformas Borbónicas”, en la década de 1770, produjo un descontento
generalizado, que motivó en varias zonas surandinas el rechazo violento de los
distintos grupos sociales afectados). La “segunda fase” de la rebelión duró al
menos diez meses, entre abril de 1780 (cuando Diego Cristóbal Túpac Amaru logró
escapar hacia el Altiplano y asumió el liderazgo en Azángaro) y enero de 1782
(cuando Diego Cristóbal y el obispo Moscoso se reunieron en Sicuani, gracias al
armisticio y perdón general ofrecido por el virrey Jáuregui). En ese lapso, la
ciudad de La Paz había sido sitiada durante varios meses, hasta que el líder
aimara Julián Apaza, “Túpac Katari”, fue capturado por un ejército proveniente
de Buenos Aires y ejecutado (15 de noviembre de 1781). Sin embargo, el
armisticio de enero de 1782 no fue aceptado por todos los rebeldes (como Pedro
Vilca Apaza), lo que prolongó la represión en el altiplano hasta mediados de
ese año. Al final, ante el temor de un nuevo levantamiento, Diego Cristóbal y
sus parientes más cercanos fueron encarcelados y ejecutados en el Cuzco (julio
de 1783). Los pocos sobrevivientes de la familia fueron exiliados a España, en
1784 (20 años después, solo Juan Bautista Túpac Amaru regresó, y falleció en
Buenos Aires en
1827). Esta “segunda fase” de la “Gran Rebelión” es recordada
por la cruda violencia que se generalizó en el altipano. En palabras de Walker:
“Una tendencia destaca en la rebelión: La agresión en ambos bandos se
incrementa y se hace más terrible conforme el levantamiento se aparta de su
base en el Cuzco y transcurren los meses” (p. 30). ¿Cómo explica el autor esto?
Walker nos dice: “La espiral de violencia se salió de control a causa de tres
factores superpuestos: liderazgo, cronología y geografía” (p. 31). Comentaremos
su explicación en un siguiente artículo. En su libro, Charles Walker recoge el
rol que cumplieron la Iglesia y la mayoría de kurakas y familias incaicas del
Cuzco en el curso que siguió la rebelión de Túpac Amaru. historia * Historiador
especializado en los Andes coloniales.
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