jueves, 7 de febrero de 2013

Acerca de la "Diablada"



Enfoques y contexto histórico
BAILE DE DIABLOS
Escribe: Guillermo Vásquez Cuentas
INTRODUCCION
La gnoseología o teoría del conocimiento, capitulo importante de la filosofía, nos dice sobre la forma cómo los humanos llegamos a conocer la realidad en que vivimos o alguna parte circunscrita de esa realidad. Nos dice que el acto de conocer supone la existencia de una relación entre dos partes: El sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento. El producto de esa interrelación es el conocimiento obtenido.
La realidad, es decir todo cuanto tiene existencia, es objeto de estudio. Sus partes constitutivas y las relaciones que hay entre ellas, pueden ser también objetos de conocimiento. Los hechos y fenómenos que se da en la realidad, en un espacio y tiempo determinados, que participan de un mismo carácter o naturaleza, son asimismo “objetos de estudio”.
Para conocer cualquier aspecto amplio o pequeño de la realidad global, el “sujeto cognoscente” debe estar premunido de un método y dentro de éste, tiene o debe tener una forma de “ver” el objeto, es decir un enfoque, una óptica, un lente, una perspectiva, en suma,  un punto de vista.
No todos los sujetos “ven” en la  misma forma un mismo objeto, es decir no todos tienen o usan el mismo enfoque. Es muy conocida la expresión de Ramón de de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor/ nada hay verdad ni mentira/ todo es según el color/  del cristal con que se mira”. Hay muchos factores que explican las diferencias entre puntos de vista y que condicionan la obtención del conocimiento: causas sociales, económicas y políticas que han formado e informado al sujeto cognoscente, al investigador, al estudioso, a quien se acerca al objeto para aprehender sus características y relaciones.
Por ello, hay quienes sostienen que en el acto de conocer no hay objetividad absoluta, es decir no se puede captar, aprehender, solo lo que aparentemente muestra el objeto, sino que el sujeto es portador de una concepción del mundo, de un sistema de valores, de sus propios deseos y aspiraciones, de sus experiencias, etc., todo lo que hace que tenga una visión particular del objeto que puede ser compartida por unos o calificada como deformada o equívoca, por otros.
En ese marco teórico, ¿cómo “se han visto” o se “ven”  fenómenos socio culturales como la danza altiplánica de “la diablada”? En este trabajo intentamos algo de una respuesta.
El eterno tema del bien y el mal
En la historia de la filosofía, hay mucho escrito sobre estas categorías, desde variados enfoques, cuya presentación y análisis no son materia de este cometido. Interesa eso sí percibir los nexos que esos conceptos guardan con esa manifestación de la cultura coreográfica popular conocida como “diablada”.
Los términos “el bien” y “el mal”, los escuchamos desde muy niños. En casi todas las religiones y al margen de las denominaciones particulares usadas, "el bien" es personificado por Dios y "el mal" es personificado por el diablo, por Satanás. La dogmática de esas creencias nos dice: “Si sigues a Dios sigues el bien y cuando mueras irás al cielo; si sigues a Satanás, sigues al mal y tu destino último será el infierno”.
En la tradición judeocristiana, el infierno es concebido como el lugar donde los condenados sufren después de la muerte castigo eterno privado del perdón de Dios. Allí  reina el diablo con todos sus atributos de maldad, odio, destrucción y corrupción. En el infierno moran aquellos ángeles que se rebelaron contra Dios y éste los arrojó al abismo ígneo. Esos espíritus incitan al mal, representan el espíritu del mal o sea el diablo, el demonio, Satanás.
Durante siglos y aún hasta hora, niños, jóvenes y adultos creyentes viven con el miedo de ser castigados por Dios con el infierno  por pecados cometidos en la vida terrenal contra ciertas prescripciones normativas institucionalizadas de conducta personal, expresadas generalmente como “mandamientos”, “principios”, “reglas”, “idearios”, etc.
Esas y otras concepciones similares en torno a Dios y al bien y al mal, han sido utilizadas en la historia universal por instituciones políticas y religiosas, para manejar grandes masas humanas en la búsqueda constante de poder.
Así, las religiones judía y cristiana, perciben la historia mundial como la eterna lucha entre el bien y el mal. Si Dios representa el bien –se sostiene en esas creencias- entonces debe promoverse la virtud y combatir el pecado, que es el mal, representado por Satanás. Para luchar por la realización permanente de esas consignas nacieron y se desarrollaron colectividades trasnacionales organizadas denominadas “iglesias”.
La Iglesia Católica es una de ellas. Su ejecutoria en esa lucha viene desde su nacimiento en sociedades esclavistas. Para crecer, expandirse y ganar adeptos, utilizó variadas metodologías. Por ejemplo, en la España de la Edad Media para mantener la fe de su feligresía y para hacer catequesis cooptadora de nuevos creyentes, utilizó como instrumento de afirmación a los “autos sacramentales”, que eran teatralizaciones en las que se representaba la lucha entre el bien y el mal desde el punto de vista de su propio sistema de creencias,  y en las que sustantivamente se manipulaba el pánico de la gente a recalar finalmente en el infernal fuego eterno. En esas representaciones, los principales actores eran, de un lado San Miguel Arcángel, gran capitán de los ejércitos celestiales como gonfalonero del bien y del poder celestial, y de otro, los diablos de toda clase representado al mal.
Es muy posible que en esa tradición venida o traída desde España, se insertaran las representaciones que organizaban los jesuitas de Juli, de las que se ha hablado bastante.
Cuando los diablos bailan
En la gran mayoría de las sociedades europeas y americanas. México, Venezuela, Nicaragua, Guatemala, Ecuador y otros, tienen entre sus tradiciones danzarias a bailes de diablos, siempre representando la lucha entre el bien y el mal.
Naturalmente, en esos lugares, como en el Perú esos bailes imitaron o se inspiraron en prácticas usadas en la metrópoli española. Se señala a Cataluña y Valencia como focos de origen de esos bailes.
“La primera noticia escrita sobre un Baile de Diablos, según Joan Amades, -se lee en Wikipedia, enciclopedia asentada en Internet- data del año 1150. El acto fue representado en el banquete de la boda del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV con la princesa Petronila, hija del rey de Aragón y Cataluña. La crónica nos dice que representaba la lucha de unos demonios, dirigidos por Lucifer, contra el Arcángel San Miguel y una cuadrilla de ángeles”.
Roberto Rivas (estudioso español del tema) escribe que “la aparición de los diablos, tanto en Europa como en el “Nuevo Mundo” coincidía con la fiesta del Corpus Christi, la infraoctava del Cuasimodo y/o también llamada la celebración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Esta fiesta apareció en Europa en 1264, diseñada por santo Tomás de Aquino a pedido del Papa Urbano IV, y fue difundida por América con la Conquista en el siglo XVI, alcanzando su apogeo en el siglo XVII”.
Nicomedes Santa Cruz en un celebrado trabajo “El son de los diablos” dice por su parte siguiendo la trayectoria cultural de la danza: las danza de Los Diablos tuvo su origen en España terminó siendo asumida y sobre todo adaptada por los afroamericanos e indígenas. Recordemos toda la riqueza cultural que tenían nuestros antepasados a la llegada de los colonizadores. Si bien es cierto que quisieron desaparecer toda nuestra cosmovisión y expresiones culturales, nuestro pueblo precolombino hizo resistencia y buscaron formas para dejarnos su huella y legado, lo podemos ver y sentir en nuestras danzas, comidas, creencias, etc. Los negros e indígenas aprovechaban las danzas para, de manera oculta, celebrar a sus deidades y por supuesto mofarse de los colonizadores españoles”.
En el Perú, el limeño Son de los Diablos “tiene su equivalente en los lambayecanos diáblicos de Túcume, los liberteños diablos de Huamachuco, los cusqueños diablos (“saqra”) de Paucartambo, en la diablada de Puno y en otras danzas tanto en Perú como en casi toda Latinoamérica” (N. Santa Cruz 34).
Diablos bailarines en el Altiplano
El “altiplano peruano-boliviano”, como objeto de estudio, en tanto totalidad, es susceptible de ser descompuesta para fines de análisis y estudio más precisos, en sus aspectos más generales y estos a su vez en aspectos cada vez más concretos hasta llegar al preciso objeto que se quiere conocer.
Así, yendo de lo general a lo particular,  dentro de la “Realidad Altiplánica” como concepto generalizador, ubicamos como  uno de sus aspectos o elementos componentes a la “Realidad Cultural Altiplánica”; y entre los múltiples aspectos que ella presenta, al “Arte Popular Altiplánico”; dentro de este –siempre decalando en especificidad- al “arte popular coreográfico (unión de la música y la danza) Altiplánico” y dentro de él a su vez, finalmente, a la “Danza de la Diablada Altiplánica”, objeto de estudio al que pasamos a referiremos más extensamente.
Enfoques parciales y equívocos
Muchos, no todos, quienes han tenido como objeto de estudio a “La Diablada” y muchas expresiones coreográficas populares del Altiplano, han incurrido e incurren en las deformaciones producidas por el uso de enfoques errados; entre ellos la combinación de los enfoques politicista y presentista.
La diablada es “vista” con conceptos políticos. En un trabajo anterior señalábamos que se ha dicho y se dice mucho de “influencia boliviana”, “bolivianismo” o “bolivianización” o cualquier otro término con similares connotaciones, en la práctica del arte popular coreográfico de Puno. “El uso de esos términos –decíamos-, hace evidente una diferenciación entre dos tipos de personas: Unas, identificadas como “bolivianas”, que de acuerdo a las críticas en mención, conformarían la parte influyente en cuanto logra que sus valores, usos, costumbres y comportamientos sean imitados por otra clase de personas, precisamente los “peruanos” o propiamente “los puneños y sus seguidores” que vendrían a construir la parte de los influidos o influenciados, los imitadores, los que “compran” aquellos valores y comportamientos”.
Esa diferenciación es el resultado de enfocar el asunto desde una perspectiva casi exclusivamente de corte político-jurídico. En efecto, es fácil distinguir la existencia cercana de dos sociedades organizadas política y jurídicamente en dos Estados soberanos e independientes (con la relatividad propia de estos conceptos caracterizadores), cada uno de los cuales tiene sus propios ciudadanos o súbditos: La República Plurinacional de Bolivia, tiene a los bolivianos  y la República del Perú, a los peruanos, para el caso que nos ocupa, peruanos puneños.
Los gentilicios “peruano” y “boliviano” se refieren a individuos que están ligados y sometidos a la normativa jurídica que emana del poder político de sus respectivos Estados, en la que se prevé y regula casi todos aspectos de sus vidas. Por tanto son conceptos políticos.
Ahora bien, si unos (los peruanos puneños) imitan sistemáticamente a los otros (los bolivianos) en sus usos, sus costumbres, su música, sus danzas, etc., entonces podría hablarse correctamente de un fenómeno de “bolivianización” o de imitación de boliviano.          
Pero “ocurre que el enfoque político-jurídico es por sí solo insuficiente para captar, aprehender las complejidades de la realidad social. Podríamos decir incluso que el menos adecuado, puesto que repara sólo en las relaciones de poder o “relaciones políticas” que se dan entre los individuos y grupos,  dejando de lado la amplia gama de relaciones de diverso carácter, que los acercan o los alejan, como las relaciones étnicas, lingüísticas, histórico-culturales, etc..”
Es grueso el error de ubicar el fenómeno de “la diablada” en el marco de los Estados Perú y Bolivia, cuando las naciones, en este caso la nación aymara, han precedido históricamente a ellos. La polémica desatada sobre el origen de la diablada, hizo que durante el pasado año los medios bolivianos, especiadamente los de Oruro y La Paz con sumieran mucha tinta, papel y saliva, en enfocar la condición de “peruano” y “boliviano”, antes que “aymara”, de donde debía partir cualquier análisis.
Es absolutamente necesario partir de consideraciones etnológicas o antropológicas, de las relaciones más estables y más arraigadas en el tiempo, como son las múltiples relaciones sociales.
El enfoque coyunturalista o presentista. Quienes critican eso que llaman “bolivianización”, emplean concurrentemente el enfoque político-jurídico y el presentista, puesto que su percepción y apreciación es sincrónica (un solo tiempo: el presente), “desde que sus conclusiones visan sólo los que acontece hoy. Pecan de presentismo, de coyunturalismo; sólo advierten lo que está ocurriendo “ahora”, captan una “instantánea” de la realidad social detenida en el “ahora”, constatan efectos y consecuencias “actuales”, todo ello sin abordar las causas que generaron los hechos y fenómenos presentes; no buscan esas causas donde deben buscarse: en sus antecedentes históricos, puesto que no es posible explicar el presente sin conocer el pasado.
En suma: Si lo que se quiere es comprender cabalmente las múltiples formas bajo las cuales unos (“bolivianos”) y otros (“peruanos puneños”) comparten valores y conductas más comunes y extendidas, sobre todo en lo que toca a  la música y la danza, entonces debe recurrirse a enfoques pluridisciplinarios y diacrónicos (varios tiempos: pasado, presente, futuro).
Contexto histórico
Partimos de la afirmación, generalmente aceptada, que la diablada como muchas otras danzas altiplánicas tradicionales, surgió en el amplio ámbito de la nación aimara.
La nación aimara, que subsiste hasta nuestros días, ocupó desde tiempos remotos toda la Meseta del Collao y regiones aledañas. La constelación de “señoríos aimaras” dominó ese espacio desde cerca al Cusco como los Canas, Canchis, como los Collaguas (en la actual región Arequipa) y Callahuayas (en la actual Carabaya). En la misma meseta estaban los Collas, Los Lupaccas, Los Omasuyos, los Pacajjes, Soras Charcas y varios más hasta los Chichas y los Lipes en el extremo sur de la meseta ya en actual territorio argentino.
Desde esos lejanos tiempos se fue gestando la cultura aimara. Durante gran parte de la existencia del imperio incaico, los aimaras o otras etnias menores conformaron el Collasuyo, una de las cuatro partes en que estaba dividido el espacio territorial del Tahuantinsuyo.
Después de la invasión española se creó el extenso virreinato del Perú. Fue creado por el rey Carlos I, por medio de la Real cédula de 20 de noviembre de 1542 y el Corregimiento de La Paz -al que Puno pertenecía- fue creado en 1548 por el virrey Pedro de La Gasca.
En 1559 se crea la Audiencia de Charcas, integrante del Virreinato del Perú. A esta Audiencia se incorporan las provincias -llamadas por entonces “partidos”- de Chucuito y Paucarcolla de predominante habla aymara (en cuya extensión total se incluiría hoy a las actuales provincias de Puno, El Collao, Chucuito, Yunguyo, San Román, Huancané y Moho). A esa misma Audiencia se incorporaron también los “partidos” de Lampa, Carabaya y Azángaro de habla quechua. Así, los aymaras permanecieron unidos compartiendo sus valores culturales por más de dos siglos de colonia.
Por Real Cédula de 8 de agosto de 1776, se crea el Virreinato de Buenos Aires. La Audiencia de Charcas pasa a formar parte de este nuevo virreinato y con ellas las cinco provincias de Puno. Este cambio no afectó a la unidad de la Nación Aymara que se mantiene indivisa.
Por Real Cédula de 28 de enero de 1782 se crean las Intendencias, entre ellas la de Puno, que con sus cinco provincias se mantiene en la Audiencia de Charcas y por tanto en el Virreinato de Buenos Aires. Aquí tampoco queda afectada la unidad de la Nación Aymara, que continúa compartiendo e intercambiando sus valores culturales, entre ellos -repitámoslo una vez más- sus danzas, sus alegorías, su música, habida cuenta de la naturales variantes locales.
Alto Peru, creado sobre la base de la Audiencia de Charcas incluía Puno  
En 1789 se crea la Audiencia del Cusco, y las provincias de Carabaya, Lampa y Azángaro del habla quechua, integrando la Intendencia de Puno, pasan a formar parte de esa nueva Audiencia del Cusco y por tanto el Virreinato del Perú. En cambio las provincias aymaras de Paucarcolla y Chucuito permanecen en el Virreinato de Buenos Aires, pues se integran a la Intendencia de Nuestra Señora de la Paz, de la Audiencia de Charcas. En esta oportunidad, fue realmente sabia la decisión de respetar la unidad física y humana de la Nación Aymara.
Con la Real Cédula de 1 de febrero de 1796, solo veinticinco años antes de jurarse la independencia del Perú, se perpetra la escisión. Las provincias aymaras de Chucuito y Paucarcolla son separadas del virreinato del Río de La Plata e incorporadas a la Intendencia de Puno integrante de la Audiencia de Cusco. Con esto, la Nación Aymara resulta políticamente dividida, pese a que el 13 de julio de 1810, el virrey del Perú en medio de las luchas por la independencia americana, proclamó la reincorporación provisional del territorio de la Real Audiencia de Charcas al Virreinato del Perú, hasta el final de la guerra independencista.
El advenimiento de la Repúblicas del Perú y Bolivia en 1821 y 1825, respectivamente no hace sino confirmar esa división.
Epílogo
Ciento ochenta y ocho años de vida independiente sumados a los veinticinco que los precedieron, hacen esos doscientos catorce años que se cumplen en este 2010. Doscientos y pico de años frente a siglos de unidad de la nación aymara no son suficientes, nunca podrán ser suficientes como para que los objetos y valores culturales cambien radicalmente de una parte de la nación aimara a otra parte de la misma.
Ese larguísimo tiempo de muchos siglos es más que suficiente para consolidar perdurablemente todos los nexos y vínculos que los unen y conservar usos y costumbres, danzas, música, comida, vestido, valores, cosmovisión.
Es claro que en cada parte (la parte boliviana, la parte peruana, la parte chilena de la nación aimara) esos objetos y valores fueron introduciendo modificaciones en la práctica, en este caso de las danzas coreográficas que han adquirido el carácter de tradicionales.
Por ejemplo, en la diablada, en una parte (la boliviana) se adoptó un ritmo semi-marcial; se introdujo los instrumentos musicales de bronce, que por su sonoridad impactan en el oído de danzarines y público; se introdujo los trajes bordados de pedrería que dieron gran vistosidad al conjunto de danzarines. En otra parte, la de Puno, Perú, se mantuvo el ritmo cadencioso al son de sikuris. Pero la diablada de la parte aimara de Bolivia, por su fuerza y espectacularidad terminó siendo reproducida en la parte peruana, lo cual es un fenómeno natural, normal diríamos dentro de los lindes de una misma nación, saltando por encima el hecho de que esa nación esté partida ocupando áreas territoriales de tres Estados diferentes.
Angel Macedo en la diablada de Sicuris de Mañazo, Puno
El reclamo de algunos bolivianos, dizque estudiosos y algunos funcionarios estatales, de ser Bolivia el lugar de nacimiento original de la diablada, es finalmente el resultado de esos enfoques politicista y presentista, de diferenciar bolivianos y peruanos es decir súbditos de dos Estados u organizaciones político-jurídicas de sus sociedades, sin tener en la debida cuenta que unos y otros son iguales en el sentido de pertenecer a una sola nación: la nación aimara.
Y ese reclamo es también anti-histórico, porque supone la negativa o el soslayo en el mejor de los casos, de que la actual Bolivia fue el Alto Perú, o sea parte nuestra, con culturas unívocas.
Abona a ello el desconocimiento de la trayectoria histórica de la nación aymara, en cuyo seno, no importa la localidad, se gestó una cultura, un arte popular, una coreografía popular, una danza popular como la diablada.
El origen de la diablada es pues, aymara, desde muchísimo antes de que aparecieran Perú y Bolivia como Estados republicanos. []
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