lunes, 15 de agosto de 2011

PUNO: Tierra de las oportunidades perdidas


Un fracaso más ¿importa o no importa?

Escribe: Juan José Vera del Carpio en LOS ANDES, 14AGO2011

Las reflexiones sobre la región de Puno oscilan, por lo general, entre dos extremos: el romanticismo de quienes se “duelen” por el drama indígena y lo plasman a través de estudios y diagnósticos sucesivos, y los otros, que a manera de pragmáticos depredadores, hacen del cortoplacismo de los negocios o la dirigencia regional un irresponsable ejercicio lucrativo de corto plazo.

Para los primeros no importan demasiado las soluciones ni los resultados de su siempre respetable opinión, en especial si del mundo académico se trata. Para los segundos las limitaciones éticas, el respeto medio ambiental o el cumplimiento de las leyes del comercio y la convivencia social son válidas, sólo en la medida que no se opongan a que ellos continúen explotando en forma irracional y continua de las ventajas y oportunidades políticas, sociales, económicas o naturales que les ofrece el escenario político o la minería, el comercio, el turismo, etc., de la región de Puno.

Mientras tanto, quienes pagan las consecuencias son el 70% de la población regional, que continúa arrinconada y marginada, apareciendo en las estadísticas como pobres y pobres extremos.

Pero también esta situación está provocada e incluso acelerada por algunos desaciertos históricos que no han permitido a Puno salir adelante. Sólo a manera ilustrativa presento muy brevemente alguno de estos hechos, ocurridos en los últimos 50 años y que las califico como las oportunidades perdidas por Puno.

La Universidad y la CORPUNO

A inicios de los años 60 del siglo pasado, Puno salía convaleciente de la ocurrencia de dos períodos de sequía que diezmaron la producción y la vida de la región. Legiones de campesinos deambulando en el altiplano buscando comida o vendiendo a sus famélicos hijos por no poderlos alimentar golpearon el alma nacional, que ya estaba sensibilizada desde décadas atrás por las heroicas insurrecciones campesinas. La respuesta fue la creación de la Corporación de Puno y la apertura de la Universidad, que debían instrumentar el Plan del Sur, elaborado con gran sapiencia y esperanza. En los años 60 se aprendió los primeros pasos de una administración reordenada. Hubo generosos recursos públicos y de la Cooperación Internacional. Se iniciaron importantes obras. Las siete irrigaciones empezaron a dar un nuevo enfoque a la producción regional. Pero las disputas entre juliaqueños y puneños neutralizaron parte de esa voluntad nacional por sacar a la región adelante. Nuestras dirigencias no utilizaron adecuadamente los recursos, que fueron derivados en su mayoría a gastos burocráticos y en el “toma y daca” para ayudar a sobrellevar las disputas internas y fratricidas. Finalmente, el golpe militar del 68 cambió el norte de las preocupaciones de la CORPUNO y discontinuó lo avanzado, mientras que la Universidad empezó a venirse a menos, en una masificación retrógrada. Así se perdió, en medio de un gran burocratismo, la primera gran oportunidad para solucionar los problemas regionales.

La reforma agraria y la capitalización regional.

De la solución integral pasamos a la solución estructural del agro. La reforma Agraria decidió poner fin a 3 siglos de explotación del campesinado. El slogan “la tierra para quien la trabaja” desembocó en la expropiación de cerca de dos millones de hectáreas de propiedad de mil 500 personas naturales o jurídicas, las mismas que pasaron a manos de 30 mil 716 familias campesinas, gran parte de ellas ex trabajadores explotados de las ex haciendas y a una que otra comunidad campesina. Junto con esa dramática decisión política de intervenir en la propiedad rural de Puno, estaba la voluntad de recapitalizar el sector. Es así que se realizó la más grande importación de ganado reproductor, con capacidad de cambiar una buena parte de la faz del altiplano en cinco o diez años. Procedentes de Nueva Zelandia, Australia y Argentina se trajeron y distribuyeron 95 mil ovinos de alto nivel genético, así como 3 mil 500 kilómetros de cercos para un adecuado manejo de canchas de pastoreo, iniciándose la sustitución de la pradera de pastos naturales, por la de pastos cultivados. Cuando apenas terminaba de instalarse esta millonaria y sorprendente recapitalización ganadera se dio por terminado el proyecto al parcelarse las empresas beneficiadas. Una segunda gran oportunidad perdida.

La parcelación de las tierras.

Un millón de hectáreas que fueron tomadas por la Reforma Agraria se re-adjudicaron a 581 comunidades campesinas. Pero en lugar de preservar el manejo empresarial indispensable para un manejo técnico de esas propiedades capitalizadas, se optó por la parcelación minifundista. En una absurda actitud los nuevos parceleros beneficiaron los animales importados a fin que no les sean cobrados. Un salto hacia atrás. El retroceso le ha costado a Puno una mayor pobreza en sus espacios rurales, la devastación de la riqueza ganadera y en muchos casos el sobrepastoreo y la depredación de los recursos naturales de suelo y agua. Hay quienes sostienen que la parcelación alivió la presión sobre la tierra y neutralizó en su momento a Sendero Luminoso. Bueno eso nunca lo sabremos, es una buena hipótesis, pero sólo eso. En todo caso se destruyó lo existente y no se lo sustituyó por nada que fuese social y económicamente viable y mejor. Así Puno sufrió otro desperdicio histórico y hoy es más pobre que antes.

La informalidad de la minería aurífera.

Cuando en 1970 NatomasCompany, que representaba indirectamente los intereses de la poderosa familia Prado, abandonó los yacimientos auríferos de San Antonio de Poto se habló con esperanza que el oro financiaría el desarrollo regional de Puno, en especial el de la agricultura. Durante años se trabajó para preservar los yacimientos de San Antonio de Poto y Ananea para ser explotados por una empresa regional. Las maniobras especulativas en Lima pudieron más. Nada se avanzó y de un momento a otro se entregó Anccocala primero y después La Rinconada y todo el potencial minero ubicado en esa zona a especuladores mineros, quienes más tarde han parcelado los yacimientos y hoy cobijan a no menos de 20 mil personas que explotan de la manera más irresponsable y contaminadora esos yacimientos, en medio de un ambiente de abuso a niños y mujeres menesterosos. Y todo ello sin pagar ningún impuesto. Extraen la riqueza regional y la llevan fuera de la región, invirtiendo en cualquier lugar, menos en Puno. La gran esperanza financiera regional nuevamente se hizo trizas. Esa minería informal expresa una nueva oportunidad que se pierde y que además hoy nos ofende contaminando la cuenca del Ramis y arriesga el propio Lago Titicaca.

Pero también, y en esta misma línea de desperdicio económico, se encuentra la presencia del contrabando, la falsificación de productos y otras modalidades de informalidad, que si bien por un lado generan puestos de trabajo, por otro acumulan problemas sociales, de infraestructura y otros, sin aportar recursos públicos para darles solución. Es así que se desvaneció otra esperanza de autofinanciar el desarrollo regional.

LA OPORTUNIDAD PERDIDA EN EL SIGLO XXI

El país viene creciendo sostenidamente desde hace cerca de dos décadas. Cada vez con más fuerza. Hemos alcanzado una tasa de crecimiento en el 2007 de 10% año, impulsados básicamente por la venta de minerales que subieron de precio en 200% con relación a la última década del siglo pasado. Al Perú en conjunto le está yendo bien. Es la época de bonanza, un período de “vacas gordas”.

Sin embargo, como todo ciclo económico, aparentemente vamos llegando a su final. El comercio internacional ha empezado a retraerse. Los más optimistas creen que el país éste año alcanzará a las justas un crecimiento del 6%y que los próximos años no se lograrán los records de los últimos diez. La globalización nos pasa la factura de la caída de las grandes economías del mundo, al mismo tiempo que nosotros mismos nos estamos empezando a enredar. Es problemático que en el corto plazo el Perú mantenga su ciclo expansivo.

Y en todo este crecimiento ¿qué pasó con Puno?. Nuevamente la historia se nos pasó. Nunca como en los últimos diez años se dispuso de más de dos mil millones de soles para inversiones y proyectos administrados por los niveles regionales y locales (sin considerar la carretera con Brasil, ni otras obras manejadas por el nivel central).

En efecto. Sólo por el Canon minero se recibió poco más de 1,100 millones de soles y por transferencias del Tesoro Público y canon energético otros 900 millones. Obviamente esto no considera el gasto corriente, que sumó algo más de ocho mil millones de soles (pago de planillas, bienes y servicios de todos los sectores, sin considerar Universidad, Poder Judicial y Fuerzas Armadas y algunos proyectos como el PELT)

Es decir, mientras el resto del país aprovechaba del crecimiento e invirtió en proyectos de todo tipo, sustentados en la minería, el gas, la agroindustria, el turismo, etc. Puno no lo hizo y se volvió a quedar atrás. No hay un solo proyecto trascendente que se haya ejecutado con el canon minero en los últimos diez años. Nada que mostrar como una obra digna que saque de la pobreza a los 800 mil campesinos que la sufren.

El tiempo sobrará para buscar culpables. El hecho real es que todos pusimos algo de nuestra parte para este fracaso. Unos con nuestro silencio. Otros con una pésima actuación como líderes regionales o locales. Otros confundiendo las llaves del progreso y oponiéndose a todo e intentando generar caos y violencia.

Estamos ya en la segunda década del siglo XXI y no tenemos perspectivas. Nuestro proyecto estrella de sustitución de pasturas y el mejoramiento de la ganadería regional no da fuego. Pero en cambio, contradictoriamente, pedimos prohibir la producción minera y que nuestro potencial energético siga durmiendo el injusto sueño de ser una promesa.

Recordemos solamente que en energía tenemos aprobados cinco proyectos hidroeléctricos en marcha que en conjunto nos daría 1 megawatio y que dejaría regalías anuales cercanas a los 100 millones (Proyecto Sandia Hydro, San Gabán I, III y IVa y IVb). Igualmente luchamos tenazmente para clausurar el Proyecto Inambari, con argumentos más políticos que técnicos, acompañados de reticencias a negociar una explotación respetuosa del medio ambiente y mejores condiciones económicas para la región, asuntos que son totalmente viables y necesarios. Y de minería no se diga, pues hay quienes buscan su prohibición. Lo peor es que mientras discutimos sobre estos temas, el 70% de puneños continúa en la pobreza.

En fin, la primera década del siglo XXI pasará a la historia como otro período de desperdicio regional. Pero "¿un fracaso más qué importa?" No, sí importa. Algo se tiene que hacer para revertir esta situación. Estamos a tiempo. Cada quien desde su ubicación puede y debe impulsar la búsqueda de una salida de consenso. Las futuras generaciones nos lo van a reconocer… o reclamar.




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