CON LA MÚSICA A OTRA PARTE
César Hildebrandt
En HILDEBRANDT
EN SUS TRECE N° 705, 18OCT24
N |
o sé qué hubiera sido de mí sin la música.
La primera vez que escuché a Bach sentí que
levitaba, que me iba, que fugaba. Bach y la gravedad -después lo supe- eran
enemigos.
Fui un niño privilegiado porque en casa mi madre
tenía siempre sintonizada Radio Selecta y eso me acostumbró a los clásicos. Pero
en esa heroica emisora Bach era un proscrito y el repertorio terminaba casi
siempre con “La Inconclusa” de Schubert. No me quejo: fue allí donde mi oído se
acostumbró a quienes escucharía, más tarde, en aparatos más sensibles o a
través de intérpretes subidos a un escenario. Si alguien me obligara a decir
qué momentos de mi vida recuerdo con más nitidez cuatro de ellos serían haber
estado en un recital de clavecín de Lola Odiaga, haber oído a Yoyo Ma (tocando
a Bach) en el Santa Úrsula, haber estado en el teatro de la Ópera Estatal de
Hamburgo el día de un estreno mozartiano o haberle visto el gaznate a
Pavarotti mientras cantaba una aria de Bellini.
Descubrir a Bach fue un acontecimiento. Y llegar al
Bach de la viola da gamba fue todo un destino.
La literatura vive de las palabras. El teatro es un
delicado parásito de las pasiones. Los escultores, como los pintores, suelen
imitar o recrear la realidad. Pero la música viene de la nada, cae
perpendicular de lo absoluto, procede de las sombras porque no se nutre de nada
que preexista. La música no tiene referentes e inventa -cuando es buena, cuando
no es narrativa- un mundo regido por la arbitrariedad y la ilusión.
¿Se puede escuchar a Bach sin algo de culpa mientras
los niños gazatíes se mueren de hambre o de metralla? ¿Puedo, en calma, poner
el disco de Marais que más me gusta mientras el mundo demuestra estar gobernado
por hienas? ¿No suena casi ridículo el Vivaldi del fagot que anuncia mi podcast
amateur si en el Perú las leyes las hace el hampa y las promulga una Bonnie
Parker de los andes? ¿En qué búnker egoísta hay que vivir para oír un capriccio
de Zelenka al mismo tiempo que en mi país hasta las ollas comunes son
objeto de extorsión?
No debo seguir. Hago demagogia barata diciendo lo
que acabo de decir. Hago populismo cuesta abajo.
Nadie debe sentirse culpable por amar lo que cree
que es bello en un mundo que sólo puede ser horrible porque está construido
sobre el barro de la codicia capitalista.
Escucho a Milei hablar sobre el egoísmo y la sacralidad
de las leyes del mercado y me digo: este hombre no tiene una sola peca de
humanismo, este debió quedarse en Charly García. La belleza -no la moda- nos
exime, en resumen, de las trampas de la vulgaridad y de las tentaciones del crimen.
Escucho a Dina Boluarte leyendo el mamarracho que le
preparan los descerebrados que la rodean y me digo: esta señora es la tragedia
del Perú en persona, el triunfo de la oclocracia. En ese sentido, sí es jefa
de Estado, líder natural, personificación de la nación.
Y entonces vuelvo a Bach.
Apelo a Bach. Es, literalmente, el arte de la fuga.
A la edad descomedida que padezco supongo que el
ejercicio de huir volando en una viola no se prolongará en demasía. Espero irme
con mi música a otra parte. <:>
No hay comentarios:
Publicar un comentario