domingo, 28 de mayo de 2023

ACERCA DE LOS MUERTOS EN ULTIMAS PROTESTAS CAMPESINAS

REPRIMIR BRUTALMENTE FUE UNA DECISION POLITICA

ASI LO DEMUESTRAN LOS DOCUMENTOS (ORDENES DE OPERACIÓN) QUE SE PUBLICAN. LA FUTURA RESPONSABILIDAD DE LA PRESIDENTA Y SU PRIMER MINISTRO QUE MÁS CLARA QUE NUNCA

Por Américo Zambrano

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 637, 27MAY23

U

na de las pregun­tas centrales en la investigación de la Fiscalía so­bre las respon­sabilidades de la presidenta Dina Boluarte y otros altos funcionarios en las muertes ocurridas durante las protestas es por qué el Ejército y la Po­licía Nacional hicieron un uso desproporcionado y letal de la fuerza contra manifestantes y civiles desarmados.

Boluarte deberá responder estay otras interrogantes ante la Fiscalía de la Nación, que la ha citado a declarar el miérco­les 31 de mayo.

En su defensa, Boluarte ase­guró que ella impartió órdenes expresas para que se evitara la pérdida de vidas durante el control de las manifestaciones. Y sostuvo que, a pesar de ser la jefa suprema de las Fuerzas Ar­madas y la Policía, no tiene nin­gún mando real para decidir o interferir en los protocolos de los jefes militares y policia­les que, según dijo, obedecen únicamente a sus comandos institucionales.

Pero los planes operativos elaborados por las fuerzas de seguridad que fueron enviadas a reprimir las protestas revelan otra historia.

Este semanario tuvo acceso al “Plan de Operaciones N° 016 Emergencia Nacional Conflic­tos Sociales 2022”, elaborado por la Comandancia General de la Policía, y a otras cuatro órde­nes de operaciones policiales, que dan cuenta de la prepara­ción y ejecución de los operati­vos para sofocar los disturbios y restablecer el orden interno en la ciudad de Juliaca, donde hubo más víctimas mortales.

El 9 de enero pasado, en Juliaca, 18 civiles fueron ase­sinados a causa de disparos de proyectiles de armas de fuego que impactaron en la cabeza, ojos, cara, tórax y abdomen de los manifestantes, en circuns­tancias que podrían ser cata­logadas como una “masacre”, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Los documentos clasifica­dos como reservados muestran que el alto mando de la Policía Nacional planificó sus acciones bajo el lineamiento político de que combatían contra “fuerzas adversas”, infiltradas por su­puestos “delincuentes terroris­tas”, como en la década del 80.

Este hecho indica, de acuer­do con los planes operativos del Comando de la PNP, que los policías fueron enviados a reprimir las protestas y a enfrentarse con los manifes­tantes como si se tratara de miembros de la “OT/SL” (or­ganización terrorista Sendero Luminoso) o de “delincuentes comunes” que se organizaron al margen de la ley para des­estabilizar a este gobierno a través de actos de violencia en contra de la infraestructura crítica del país y las fuerzas de seguridad.

Los protocolos policiales se ejecutaron, según revelan los documentos, en función a cri­terios políticos en materia de Seguridad Nacional que queda­ron establecidos en el Decreto Supremo N° 143-2022-PCM, del 14 de diciembre del 2022, que estableció el estado de emergencia nacional por 30 días y que habilitó la interven­ción de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas en el control de los disturbios civiles.

La decisión política de en­viar a los policías y militares a reprimir masivamente las protestas fue dispuesta por el gobierno de Dina Boluarte, la jefa suprema de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacio­nal, y se basó en la especulación de que las manifestaciones antigubernamentales eran promovidas por supuestos terroristas.

Así consta en el acta del Consejo de Ministros extraor­dinario del 12 de diciembre que aprobó por unanimidad el De­creto Supremo N° 143-2022, mediante el cual se ordenó el estado de emergencia nacional.

“La medida se adoptaría (..) según lo indicado en el In­forme Técnico N° 010-2022 CCFFAA/D-3/DCT (S) y Dic­tamen N° 664-2022/CCFFAA/ OAJ (S), debido al accionar de la Organización Terrorista Sendero Luminoso facción VRAEM y la simbiosis exis­tente entre esta organización terrorista y las organizaciones criminales nacionales con vín­culos internacionales que se dedican al tráfico ilícito de dro­gas”, señala el acta de la PCM en poder de esta publicación.

El Decreto Supremo N° 143-2022-PCM lleva la firma de la presidenta Dina Boluar­te, del expremier Pedro An­gulo Arana y de los entonces ministros de Defensa Luis Al­berto Otárola, hoy presidente del Consejo de Ministros, del Interior César Cervantes y de Justicia José Tello.

Este esquema político sirvió de marco para que la Policía Nacional y las Fuerzas Arma­das planifiquen y ejecuten las respectivas operaciones de campo, de acuerdo con lo dis­puesto por el gobierno.

De tal manera que las fuer­zas de seguridad no actuaron por su cuenta, como sostiene ahora la presidenta Dina Bo­luarte, sino que lo hicieron en estricto cumplimiento de una decisión de carácter político.

La criminalización de las protestas, impulsada desde las altas esferas del gobierno, alentó el uso desproporciona­do y letal de la fuerza y, en los hechos, llevó a los agentes del orden a enfrentar a los mani­festantes como si fueran terro­ristas, según los documentos.

Los resultados trágicos de esta política mortal no se hi­cieron esperar.

El 15 de diciembre pasa­do, un día después de publi­cado el Decreto Supremo N° 143-2022-PCM, soldados del Ejército abrieron fuego contra manifestantes que intentaban ingresar al aeropuerto de Ayacucho, provocando la muerte de 10 civiles. Todos fueron asesinados por disparos de armas de fuego en órganos vitales.

La CIDH recibió informa­ción que indica que también hubo disparos del Ejército fuera del terminal aéreo, que impactaron en transeúntes, adolescentes y en personas que huían o auxiliaban a los heridos.

“La tropa y todos los ele­mentos del Ejército que fueron a Ayacucho fueron convenci­dos de que estaban enfren­tándose a una organización terrorista, como en la década del 80, cosa que es falso. Y si les dicen que van a ir a com­batir a terroristas, ¿entonces qué van a hacer? Van a hacer uso de sus armas”, aseguró a este semanario el general EP (r) Wilson Barrantes Mendoza, quien era el jefe de la Direc­ción Nacional de Inteligencia (DINI), cuando se produjo la masacre de Ayacucho.

El ministro de Defensa en ese momento era Luis Alberto Otárola, quien fue promovido luego al cargo de presidente del Consejo de Ministros.

Entre el 26 de diciembre del 2022 y el 6 de enero del 2023, la Dirección de Opera­ciones Especiales de la Poli­cía (DIROPESP) elaboró por lo menos cuatro órdenes de acciones (N° 329-2022, 032- 2022, 035-2022 y 01-2023), dando cuenta de la ejecución de los operativos para recupe­rar el orden interno en Puno en cumplimiento de los linea­mientos políticos dictados por el gobierno de Dina Boluarte.

Los documentos describen un mismo patrón de acción que divide en dos a los supuestos Bandos en combate: “fuerzas amigas” conformadas por entidades del Ejecutivo, las instituciones de justicia, los gobiernos locales y regiona­les, así como las Fuerzas Ar­madas, y “fuerzas adversas”, constituidas por “delincuen­tes terroristas, organizacio­nes delincuenciales, familiares y simpatizantes vinculados con actividades delincuenciales, or­ganizaciones sindicales, ONG ambientalistas, opositores al gobierno de tumo”, entre otros.

Los protocolos de la Policia coinciden en señalar que “es probable que personas perte­necientes a OT/SL (organización terrorista Sendero Lumi­noso) se infiltren en las masas, con la finalidad de azuzar a la población para incrementar los niveles de violencia y, de esta forma, presionar al gobierno para la atención a su platafor­ma de lucha”.

Y aseguran también que “el escenario político nacional se presenta con un muy alto nivel de riesgo para la gobemabilidad y el estado democrático, toda vez que la asunción al cargo de la presidenta Dina Boluarte (...) abrió un nuevo frente de conflictividad político social”.

Pese a que el Comando de la Policía asegura en estos pla­nes operativos que “el accionar policial deberá circunscribirse dentro del marco legal vigente, teniendo presente el respeto a los derechos humanos conforme al manual de derechos humanos a la función policial. Se advierte también que se empleará la fuerza “única y exclusivamente con­tra individuos identificados que ofrezcan resistenda físi­ca y/o agredan a los efectivos policiales”.

El 30 de diciembre pasa­do, dos semanas después de los homicidios en Ayacucho, la presidenta Dina Boluarte reiteró durante un viaje realizado al Cusco que presun­tos simpatizantes del grupo terrorista Sendero Luminoso estarían detrás de las protestas en todo el país.

“Lo que nos informa la inteligencia de la Policía es que detrás de estas movilizaciones, no todos, hay unas personas allegadas al Movadef (el bra­zo legal de Sendero Lumino­so) y algunas que han estado presas por terrorismo hace años”, declaró la mandataria, insistiendo en el discurso del “terruqueo”. “Han cumplido su sentencia y están libres. Ellos están azuzando”, argumentó sin exhibir ni una sola prueba.

El 6 de enero del 2023 la DIROPESP, la unidad de élite de la Polida, envió desde Lima a un nuevo contingente de po­licías espedalizados en opera- dones contra el terrorismo y el narcotráfico a redoblar la seguridad en el aeropuerto in­ternacional Inca Manco Cápac, de la ciudad de Juliaca, y sus alrededores, ante posibles “actos vandálicos”

Tres días después el 9 de  enero 18 civiles, entre ellos tres menores de edad y un médico que trataba de auxiliar a un herido, murieron en las inmediaciones del terminal aéreo y en otros lugares de Juliaca.

Según el informe final de la CIDH, en los hechos de violen­cia en Juliaca se presentaron situaciones de uso excesivo e indiscriminado de la fuerza por parte de la Policía Nacional, que dio como resultado “graves violaciones de dere­chos humanos” en contra de manifestantes y de terceras personas, como transeúntes y civiles desarmados.

En su respuesta oficial a la CIDH, que fue revelada por esta revista, el Estado perua­no insistió en la infiltración en las protestas de grupos organizados al margen de la ley. Sin embargo, no entregó ningún medio de prueba que confirmara dicha hipótesis, según la CIDH.

La Policía le entregó al fiscal Hugo Viscarra Mamani, de la Fiscalía Supra Provincial Especializada en Derechos Hu­manos e Interculturalidad de Puno, parte de los planes y órdenes de operaciones, así como las listas de los policías enviados desde Lima y otras zonas del país a reprimir las protestas en la ciudad de Ju­liaca.

Pero el exjefe de la X Macro Región Policial de Puno, general PNP David Villanueva Yana, se negó a entregar la totalidad de los documentos al fiscal Viscarra, que incluyen los informes documentados sobre la muerte de 18 civiles el, 9 de enero en Juliaca.

El general Villanueva se am paró en los dictamenes (N° 127 y 128) elaborados pore el asesor jnuridico de la X Regiónj Macro Policial de Puno, mayor PNP Marco Bellido, que concluyen que el peido de información requerido por el Ministerio Público “resulta improcedente” por tratarse de documentos que están clasificados como “secretos”.

“Ellos (los policías) están obligados a entregar toda la información. Ya el Ejecutivo había señalado que iban a co­laborar con las investigaciones fiscales. Lo que estamos viendo es que no es así. Lo que están haciendo es ocultar la infor­mación”, asegura la abogada Gloria Cano, directora de la Asociación Pro Derechos Hu­manos (Aprodeh). ¿Qué está haciendo la Fiscalía para tener acceso a esa información? Ellos lo que nos han señalado es que están pidiendo la intervención de un juez de control para que este sea el que ordene a las fuerzas del orden entregar toda la información. Pero mientras tanto siguen pasando los me­ses y esa documentación no estás incorporada a las carpetas fiscales. Este hecho indica claramente que no hay desde el Estado una voluntad de esclarecer la verdad”, Manifiesta Cano.

El Ministerio del Interior y la jefatura de Comunicaciones de la Policía Nacional no respondieron a los pedidos de entrevistas que se les hizo.

El exjefe de la X Macro Re­gión Policial de Puno, general PNP David Villanueva Yana, fue enviado a la Dirección de Tránsito, Transporte y Seguri­dad Vial de la Policía Nacional en marzo pasado.

La presidenta Dina Boluarte pidió a la Fiscalía de la Nación reprogramar su decla­ración presencial para el jueves 1 de junio.

En paralelo, la Fiscalía ha ci­tado a declarar a los altos man­dos de las Fuerzas Armadas y la Policía, además del personal que intervino en las operacio­nes donde se cometieron los graves hechos de represión.

Los jefes militares y policia­les negarán haber cometido ejecuciones extrajudiciales, como lo indicó la CIDH, pero difícilmente avalarán la ver­sión de que la presidenta Dina Boluarte no tiene comando para aprobar o decidir sobre los protocolos de las Fuerzas Armadas y la Policía, según dos fuentes del Comando Conjunto de las FF.AA.

Los planes operativos de la Policía indican que las fuerzas de seguridad opera­ron en función de una de­cisión política y el “Manual de Derechos Humanos y Derecho Internacional de las Fuerzas Armadas del Perú” establece que el presidente y el ministro de Defensa tie­nen “el control sobre el em­pleo y uso de la fuerza por parte de las FF.AA”. Es decir, tienen mando y comando so­bre las operaciones militares.

La Fiscalía de la Nación po­dría ampararse en el hecho de que no se puede probar que la presidenta de la República ordenó las muertes. Pero aún está pendiente conocer qué hicieron Dina Boluarte y Luis Alberto Otárola para evitar que el derramamiento de sangre continuara.

Un testigo de excepción sobre este hecho es el ge­neral EP (r) Wilson Barran­tes Mendoza, quien dirigía el servicio de inteligencia cuando 10 civiles murieron por disparos de bala en Ayacucho.

O sea...¿recién va a tener mando?

El exjefe de la DINI reveló que intentó advertir a la pre­sidenta Dina Boluarte y al expremier Pedro Angulo que una declaratoria de emergencia nacional debido a las manifes­taciones “no era viable”.

“La protesta tenía una plataforma política bien de­finida que era el adelanto de elecciones y la salida de la presidenta Dina Boluarte y de los miembros del Congre­so. La DINI estableció que con esa plataforma era imposible pensar que el país estaba con­vulsionado”, señaló Barrantes en entrevista con esta revista. “En su peor momento los que protestaban a nivel nacional no llegaban a 45,000. Eran grupos pequeños sin un líder claro. En­tonces, como no había ninguna plataforma de otra naturaleza ni tampoco había grupos extre­mistas que estaban alterando el orden público, nosotros consideramos que esa era una tarea exclusiva de la Policía Na­cional y que no era necesaria la declaratoria de emergencia ni el toque de queda”, contó.

No le hicieron caso. El 18 de diciembre del 2022 Ba­rrantes fue reemplazado por Juan Carlos Liendo O’Connor. El nombramiento de Liendo como nuevo jefe de la DINI consta en una reso­lución suprema firmada por la presidenta Dina Boluarte y el expremier Pedro Angulo.

El presunto encubrimiento continuó a lo largo de todas las protestas.

Que se sepa, ni la presiden­ta Boluarte ni el hoy premier Otárola movieron un dedo para sancionar a los respon­sables directos de las acciones de represión. Por el contrario, tanto Boluarte como Otárola defendieron públicamente a las Fuerzas Armadas y la Policía, de las que dijeron actua­ron con profesionalismo, pru­dencia y heroísmo durante las manifestaciones que dejaron en total más de 60 fallecidos.

Boluarte y Otárola tam­poco evitaron que ocurrieran más muertes.

El asesinato de 18 civiles en la ciudad de Juliaca, tres semanas después de la ma­sacre de Ayacucho, así parece confirmarlo.

Existen precedentes de con­denas por omisión en este tipo de casos.

El expresidente Alberto Fu­jimori, por ejemplo, fue sen­tenciado por crímenes contra los derechos humanos porque, siendo el jefe supremo de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, no dispuso una in­vestigación real sobre los crí­menes del denominado “Grupo Colina”.

La secretaria general de Amnistía Internacional, Agnés Callamard, consideró que 20 de los 25 casos analizados por este organismo podrían calificar como “ejecuciones extrajudiciales”, debido a que el gobierno de Dina Boluar­te “no detuvo la matanza” y, por el contrario, estigmatizó intencionalmente a los mani­festantes como violentos, radi­cales, delincuentes comunes o simplemente como terroristas.

“En primer lugar, o los lí­deres militares recibieron la orden de matar o no evitaron estas muertes”, dijo Callamard en rueda de prensa. “En am­bos casos existe responsabili­dad por parte del gobierno”, afirmó.  

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