CANDELARIA, LA FIESTA TOTAL
http://elcomercio.pe/eldominical/actualidad/candelaria-fiesta-total-noticia-1875017
Durante el mes de febrero en Puno se da una mezcla rocambolesca de sincretismo que va del culto religioso al reclamo social.
Las luces se han apagado en el club Rey Carlos, en San Miguel, y los más de 120 cuerpos que se bamboleaban al son de la morenada se alistan para salir a la calle y adoptar el ritmo cotidiano de los transeúntes de Lima. En medio de ellos, un hombre renguea con una férula en el pie derecho y dice: “Tengo una fractura y el doctor me ha dicho que descanse ocho días, pero yo voy a bailar”. Es Rubén Laguna, líder y fundador de la agrupación Morenada Porteño [1] Filial Lima, un conjunto que dentro de una semana tomará un avión hacia Puno y aterrizará a 3.850 m. s. n. m. solo para danzar en la fiesta de la Virgen de la Candelaria, un evento que congrega a más de 50.000 visitantes, en el que se consumen arriba de 900.000 cajas de cerveza (suficientes para llenar casi tres piscinas olímpicas) y que ha sido reconocido en el 2014 como patrimonio cultural inmaterial por la Unesco. O también: una manifestación que permite leer en los pasos y trajes de los danzarines momentos específicos de la historia del Perú: desde el tiempo en que los aymaras y quechuas poblaban la meseta del Collao (Puno y alrededores) hasta la época contemporánea. La fiesta de la Virgen de la Candelaria es eso y más: “funciona sin lugar a duda como ‘válvula de escape’ en el sentido que se reproducen conflictos sociales latentes (que en el pasado se habían dado de forma manifiesta)”, escribió Charo Tito, puneña y exintegrante de la Diablada Bellavista, en su tesis para obtener el grado de magíster en Antropología por la Universidad Católica.
Laguna lleva una camiseta que podría precisar el por qué bailará por más de diez kilómetros [2] con el pie lastimado. “Yo soy Moreno Porteño… Sí, señor”, dice el estampado en colores que gritan. Nacido en Puno en 1966, él ingresó a esta celebración a los 18 años. Tras viajar por varias ciudades, se asentó en Lima y aquí fundó, junto a
Giuliana del Castillo, su esposa, este bloque en el 2012. Hoy sus tres hijas son parte del grupo de las villanas (llamado así por congregar a las malas, las coquetas, según la tradición), e incluso han sido elegidas reinas del folclore [3]. Laguna cojea mientras da órdenes y resuelve asuntos —los trajes, las entradas para la última fiesta antes de ir a Puno, su pie—. Cada acto suyo es parte de una coreografía particular que expresa convicción. Incluso cuando se detiene, y yo aprovecho para preguntar:
— ¿Por qué bailas en la fiesta?
— Porque me llena el corazón y el alma —su voz es cálida y pausada—. Me causa alegría fomentar mi cultura y hacer que más personas se acerquen. Mira a estos chicos —lanza una mirada circular—, la única unión que tienen ellos es el baile.
“No sé cómo me sentiría si no participara en la fiesta. No podría salir de mi casa esos días, me afectaría emocionalmente”. La voz pertenece ahora a Andrés Vilcanqui, presidente de la Federación Regional de Bandas de Músicos de Puno. Sus palabras llegan a través del teléfono, pero aun así transmiten convicción. También expresan eso que deben sentir las personas que forman parte de la fiesta. Vilcanqui resalta la alegría y la fe que nacen en su interior cuando toca (percusión, saxo, trompeta, etc.), pero también añade que para un músico es una oportunidad de exhibir su talento. Un evento que incluso ha generado escuelas de arte, creaciones modernas y una economía propia [4].
“Yo espero con ansias febrero por el desenfreno, pero si me preguntas por qué le bailo a la virgen, creo que no lo podría explicar, es algo que se siente y nada más”. Christian Reynoso es puneño e integra los Sicuris de Mañazo, el grupo más antiguo de todos [5]. Él ha escrito "Febrero lujuria", una novela de más de 400 páginas sobre la fiesta de la Candelaria, y, sin embargo, declara imposible traducir en palabras su fervor. Desde su departamento, en Lima, adornado con cuadros de diablos (simbología clásica de la fiesta), habla pocos días antes de viajar a Puno. Más tarde, leeré una definición inquietante en su novela, en palabras del narrador: “[La Candelaria] es un festín orgiástico" [6].
“La virgencita me ha hecho milagros, incluso me hizo soñar y me reveló cosas. Se me apareció en forma de mujer anciana… en mi familia somos muy devotos de ella, por eso hemos sido alferados” [7]. Vladimir Espinoza es celador de la virgen. Cada 15 días, él y sus compañeros acuden al templo San Juan, el hogar de la “mamita de la Candelaria” (así lo llama él), y cambian sus atuendos, y la cuidan. Espinoza es parte de la Morenada Laykakota, pero dice, como dando un mensaje, que no baila por diversión sino por devoción. Sus palabras tranquilas y el secreto de ese milagro que me pidió no contar persisten ahora en mi cabeza mientras converso con Rubén Laguna y pienso en la fe particular de cada uno, en sus motivaciones intrínsecas, en todo lo que congrega la virgen (fe, diversión, revaloración cultural) y en las posibles historias particulares de cada una de las personas que, aun con las luces apagadas, siguen moviéndose al ritmo de la morenada en el complejo Rey Juan Carlos, en San Miguel, a más 1.300 kilómetros de Puno.
La
fe impuesta
“La fiesta narra las costumbres de los pobladores andinos, sus vivencias. Ellos usaban las zampoñas [8] en sus celebraciones y luego cuando llegaron los españoles conocieron al diablo, de donde nace la diablada. Otro género, la morenada, se origina de los negros mineros que trabajaban en los cerros”. César Laguna podría ser profesor de Historia, o al menos profesor de la historia de la Virgen de la Candelaria. Con tono didáctico, explica los orígenes de la celebración. La explicación, sin embargo, es mucho más amplia de lo que puede contar ahora Laguna. Hay que zambullirse en la historia de Puno y atender las versiones, que son muchas, para darse una idea de lo que es esta celebración y de allí entender cuánto de nuestra identidad como nación se representa, se baila, se recuerda sin recordar.
Ignacio Frisancho, ingeniero y aficionado de la historia, publicó un libro [9] que explica la semilla de lo que fue su ciudad. Dice: “Puno fue y sigue siendo un bello lugar a orillas del lago Titicaca, donde los viajeros que se desplazaban del norte al sur de esa región, habitada por los chiripas, tiwanacos, pukaras, lupacas, quechuas y otros, solían descansar y pasar la noche”. Por esa condición de pascana, explica Frisancho, es que la zona llevaba el nombre de Puñuy (lugar de descanso, en quechua), que luego derivó en Puño y, finalmente, en el nombre actual. Hay en esta versión algo de persistencia histórica: Puno es hoy, al menos en febrero, una ciudad abarrotada de foráneos.
Hasta antes de la llegada de los españoles, los pueblos del altiplano eran agrícolas y ganaderos. Mientras ellos rendían culto a sus deidades panteístas [10], en las islas Canarias de España, a inicios del siglo XV, se cuenta [11] que dos pastores encontraron a orillas del mar la imagen de una mujer con un niño en brazos. Esa aparición vino acompañada de unos milagros, por lo que se le empezó a rendir culto hasta que le dieron la categoría de virgen. Luego la fe por ella viajaría a Colombia, Argentina, Bolivia, El Salvador, Costa Rica, Chile y Perú (no necesariamente en este orden).
En 1619 se descubrió la mina San Antonio. Esto empezó a generar un auge económico, pero el hecho que cambió el panorama geográfico, social y religioso fue cuando, en 1657, los hermanos José y Gaspar Salcedo dieron con la mina Laykakota. Cuentan que se hicieron ricos y que su poder llegó a ser tal que se rebelaron ante la Corona. Las formas de dominio de los colonos por ese entonces eran más o menos las mismas: fundar una ciudad o villa con un nombre español y asentar el poder político y religioso. Por eso, el conde de Lemos viajó en 1668 al altiplano. Allí fundó la iglesia de la Santísima Virgen de la Concepción, mandó a construir solares y dispuso todo para que el cuatro de noviembre se fundara la villa San Carlos de Puno.
“La fiesta de la Virgen de la Candelaria fue propiciada por la Iglesia para dominar al pueblo indígena”. Con seriedad, el antropólogo puneño Juan Palao cuenta por teléfono la versión que él sostiene en su libro "La diablada puneña: origen y cambios". En profundidad, a lo que hace referencia ahora —desde su hogar, en descanso, sin la premura de tener que alistarse para el baile— es a la labor evangelizadora contra las idolatrías de los pueblos originarios. En su publicación, cita a Pablo Arriaga [12]: “La religión nativa era preocupación y obstáculo para la imposición de la ‘verdadera religión’ [la católica]. Para ello se tenían diversas disposiciones como ‘... que los indios no hagan fiestas ni ceremonias que solían hacer’ o ‘... que todas aquellas provincias (órdenes religiosas) hagan derribar o quitar a los ídolos”.
Entre los siglos XVI y XVIII, la severidad con la que se implantaba la nueva religión era tal que, según el libro de Palao, se castigaba con “cien azotes y el quitado del cabello” a quienes bailaran o cantaran canciones en su lengua materna. Sin embargo, dice ahora el antropólogo, ante la persistencia de los quechuas y aymaras, se dispuso que las danzas fueran llevadas a las capillas, a fin de que no fueran representadas ni en los campos ni en las montañas (los apus). En ese contexto, se trajo desde Copacabana, Bolivia, a la Virgen de la Candelaria para su adoración.
Otras versiones, recogidas por Enrique Cuentas Ormachea [13], explican la devoción de diferentes formas: menciona una aparición en una mina y otra en el cerro Huajsapata. También que en 1781, ante la posible invasión de la ciudad por parte de los hombres del caudillo aymara Túpac Catari, los pobladores rezaron a la virgen y, al ver que se retiraban los rebeldes, se originó la fe.
Charo Tito, en su tesis, explica que el sincretismo hizo que en tiempos de la Colonia se fijara la celebración en los primeros días del año. Esto porque en esas fechas los pobladores solían rendir culto a la tierra (la Pachamama). Así se instauró el 2 de febrero como día principal de la Virgen de la Candelaria. Por siglos se mantuvo la tradición de realizar misas e ir acercando las manifestaciones culturales (el baile y la música). Muchas representaciones se mantuvieron y otras aparecieron como parte del mestizaje. La diablada, por ejemplo, tiene semejanza con el Ball des Diables de Cataluña. Los vestuarios, dice Palao, tienen influencia de los atuendos de los toreros, por el color y los bordados. Su simbología es manifestación de los conceptos que llegaron con el catolicismo. El diablo o demonio, por mencionar la imagen predominante, se implantó para dar rostro al infierno y reemplazó a lo que se conocía como el Uku Pacha [14].
“La fiesta narra las costumbres de los pobladores andinos, sus vivencias. Ellos usaban las zampoñas [8] en sus celebraciones y luego cuando llegaron los españoles conocieron al diablo, de donde nace la diablada. Otro género, la morenada, se origina de los negros mineros que trabajaban en los cerros”. César Laguna podría ser profesor de Historia, o al menos profesor de la historia de la Virgen de la Candelaria. Con tono didáctico, explica los orígenes de la celebración. La explicación, sin embargo, es mucho más amplia de lo que puede contar ahora Laguna. Hay que zambullirse en la historia de Puno y atender las versiones, que son muchas, para darse una idea de lo que es esta celebración y de allí entender cuánto de nuestra identidad como nación se representa, se baila, se recuerda sin recordar.
Ignacio Frisancho, ingeniero y aficionado de la historia, publicó un libro [9] que explica la semilla de lo que fue su ciudad. Dice: “Puno fue y sigue siendo un bello lugar a orillas del lago Titicaca, donde los viajeros que se desplazaban del norte al sur de esa región, habitada por los chiripas, tiwanacos, pukaras, lupacas, quechuas y otros, solían descansar y pasar la noche”. Por esa condición de pascana, explica Frisancho, es que la zona llevaba el nombre de Puñuy (lugar de descanso, en quechua), que luego derivó en Puño y, finalmente, en el nombre actual. Hay en esta versión algo de persistencia histórica: Puno es hoy, al menos en febrero, una ciudad abarrotada de foráneos.
Hasta antes de la llegada de los españoles, los pueblos del altiplano eran agrícolas y ganaderos. Mientras ellos rendían culto a sus deidades panteístas [10], en las islas Canarias de España, a inicios del siglo XV, se cuenta [11] que dos pastores encontraron a orillas del mar la imagen de una mujer con un niño en brazos. Esa aparición vino acompañada de unos milagros, por lo que se le empezó a rendir culto hasta que le dieron la categoría de virgen. Luego la fe por ella viajaría a Colombia, Argentina, Bolivia, El Salvador, Costa Rica, Chile y Perú (no necesariamente en este orden).
En 1619 se descubrió la mina San Antonio. Esto empezó a generar un auge económico, pero el hecho que cambió el panorama geográfico, social y religioso fue cuando, en 1657, los hermanos José y Gaspar Salcedo dieron con la mina Laykakota. Cuentan que se hicieron ricos y que su poder llegó a ser tal que se rebelaron ante la Corona. Las formas de dominio de los colonos por ese entonces eran más o menos las mismas: fundar una ciudad o villa con un nombre español y asentar el poder político y religioso. Por eso, el conde de Lemos viajó en 1668 al altiplano. Allí fundó la iglesia de la Santísima Virgen de la Concepción, mandó a construir solares y dispuso todo para que el cuatro de noviembre se fundara la villa San Carlos de Puno.
“La fiesta de la Virgen de la Candelaria fue propiciada por la Iglesia para dominar al pueblo indígena”. Con seriedad, el antropólogo puneño Juan Palao cuenta por teléfono la versión que él sostiene en su libro "La diablada puneña: origen y cambios". En profundidad, a lo que hace referencia ahora —desde su hogar, en descanso, sin la premura de tener que alistarse para el baile— es a la labor evangelizadora contra las idolatrías de los pueblos originarios. En su publicación, cita a Pablo Arriaga [12]: “La religión nativa era preocupación y obstáculo para la imposición de la ‘verdadera religión’ [la católica]. Para ello se tenían diversas disposiciones como ‘... que los indios no hagan fiestas ni ceremonias que solían hacer’ o ‘... que todas aquellas provincias (órdenes religiosas) hagan derribar o quitar a los ídolos”.
Entre los siglos XVI y XVIII, la severidad con la que se implantaba la nueva religión era tal que, según el libro de Palao, se castigaba con “cien azotes y el quitado del cabello” a quienes bailaran o cantaran canciones en su lengua materna. Sin embargo, dice ahora el antropólogo, ante la persistencia de los quechuas y aymaras, se dispuso que las danzas fueran llevadas a las capillas, a fin de que no fueran representadas ni en los campos ni en las montañas (los apus). En ese contexto, se trajo desde Copacabana, Bolivia, a la Virgen de la Candelaria para su adoración.
Otras versiones, recogidas por Enrique Cuentas Ormachea [13], explican la devoción de diferentes formas: menciona una aparición en una mina y otra en el cerro Huajsapata. También que en 1781, ante la posible invasión de la ciudad por parte de los hombres del caudillo aymara Túpac Catari, los pobladores rezaron a la virgen y, al ver que se retiraban los rebeldes, se originó la fe.
Charo Tito, en su tesis, explica que el sincretismo hizo que en tiempos de la Colonia se fijara la celebración en los primeros días del año. Esto porque en esas fechas los pobladores solían rendir culto a la tierra (la Pachamama). Así se instauró el 2 de febrero como día principal de la Virgen de la Candelaria. Por siglos se mantuvo la tradición de realizar misas e ir acercando las manifestaciones culturales (el baile y la música). Muchas representaciones se mantuvieron y otras aparecieron como parte del mestizaje. La diablada, por ejemplo, tiene semejanza con el Ball des Diables de Cataluña. Los vestuarios, dice Palao, tienen influencia de los atuendos de los toreros, por el color y los bordados. Su simbología es manifestación de los conceptos que llegaron con el catolicismo. El diablo o demonio, por mencionar la imagen predominante, se implantó para dar rostro al infierno y reemplazó a lo que se conocía como el Uku Pacha [14].
Una
fiesta peruana
La partida de nacimiento de lo que es ahora la fiesta data de 1957, cuando el Instituto Americano de Arte de Puno creó el concurso de danzas. Antes de ese año, eran alrededor de diez agrupaciones las que bailaban en la celebración por la virgen. Un hecho importante fue que en la década de 1960 se debatiera sobre el folclore y que hubiese intelectuales que resaltaran el valor de lo que sucedía en Puno. Uno de ellos fue José María Arguedas, quien fue invitado en 1962 para ser jurado del certamen. Aquella vez se sintió tan impactado que publicó un artículo en El Dominical, que decía: “Mestizos e indios la solemnizaban [la fiesta] y le daban colorido. En las danzas le mostraban a la Patrona y a las castas o clases dominantes, sus creencias y su concepto sobre la sociedad y el mundo”. Y también: “El baile y el canto son un lenguaje libre para una población sojuzgada”.
El baile como performance cultural que narra la memoria colectiva, como una dramatización del reclamo social. Eso también es la fiesta de la Virgen de la Candelaria (como otras celebraciones patronales del país). En los bailes autóctonos, explica Charo Tito en su investigación, se hace referencia al culto a la tierra, a los amoríos y a la subyugación que sufrieron por la invasión. Mientras que los bailes mestizos muestran a personajes lúdicos, sincréticos (el gorila, los diablos, etc.) y escenas de carácter lujurioso, pues con el tiempo se sumó el concepto de carnaval a esta celebración.
Hay también una intención de exaltar la identidad a través del movimiento. “Lo que ellos [los participantes] buscan —en especial los grupos étnicos— es un reconocimiento público, plasmado en actos conmemorativos”, escribe Tito. No es difícil, entonces, acercarse a esta fiesta si lo que se busca es sentir afinidad con lo ‘peruano’, por llamarlo de alguna forma. Raúl Porras Barrenechea decía que el Perú no era una palabra española o quechua, sino que era “fruto mestizo de la tierra”. Y ahora, Irene Arellano, una de las últimas personas que quedan en el complejo Rey Carlos (Rubén Laguna ya partió), me refuerza la idea porque ella dice que le encanta el folclore y, así como está ilusionada por bailar en Puno, también quisiera participar del carnaval de Cajamarca. “Me encanta, me emociona bailar, es una forma de mostrar la cultura”, dice, y sonríe y toma un taxi en dirección a su casa, donde seguirá siendo limeña, pero limeña con una cierta devoción por lo que simboliza para ella la Candelaria, una fiesta que es muchas cosas y todo a la vez.
La partida de nacimiento de lo que es ahora la fiesta data de 1957, cuando el Instituto Americano de Arte de Puno creó el concurso de danzas. Antes de ese año, eran alrededor de diez agrupaciones las que bailaban en la celebración por la virgen. Un hecho importante fue que en la década de 1960 se debatiera sobre el folclore y que hubiese intelectuales que resaltaran el valor de lo que sucedía en Puno. Uno de ellos fue José María Arguedas, quien fue invitado en 1962 para ser jurado del certamen. Aquella vez se sintió tan impactado que publicó un artículo en El Dominical, que decía: “Mestizos e indios la solemnizaban [la fiesta] y le daban colorido. En las danzas le mostraban a la Patrona y a las castas o clases dominantes, sus creencias y su concepto sobre la sociedad y el mundo”. Y también: “El baile y el canto son un lenguaje libre para una población sojuzgada”.
El baile como performance cultural que narra la memoria colectiva, como una dramatización del reclamo social. Eso también es la fiesta de la Virgen de la Candelaria (como otras celebraciones patronales del país). En los bailes autóctonos, explica Charo Tito en su investigación, se hace referencia al culto a la tierra, a los amoríos y a la subyugación que sufrieron por la invasión. Mientras que los bailes mestizos muestran a personajes lúdicos, sincréticos (el gorila, los diablos, etc.) y escenas de carácter lujurioso, pues con el tiempo se sumó el concepto de carnaval a esta celebración.
Hay también una intención de exaltar la identidad a través del movimiento. “Lo que ellos [los participantes] buscan —en especial los grupos étnicos— es un reconocimiento público, plasmado en actos conmemorativos”, escribe Tito. No es difícil, entonces, acercarse a esta fiesta si lo que se busca es sentir afinidad con lo ‘peruano’, por llamarlo de alguna forma. Raúl Porras Barrenechea decía que el Perú no era una palabra española o quechua, sino que era “fruto mestizo de la tierra”. Y ahora, Irene Arellano, una de las últimas personas que quedan en el complejo Rey Carlos (Rubén Laguna ya partió), me refuerza la idea porque ella dice que le encanta el folclore y, así como está ilusionada por bailar en Puno, también quisiera participar del carnaval de Cajamarca. “Me encanta, me emociona bailar, es una forma de mostrar la cultura”, dice, y sonríe y toma un taxi en dirección a su casa, donde seguirá siendo limeña, pero limeña con una cierta devoción por lo que simboliza para ella la Candelaria, una fiesta que es muchas cosas y todo a la vez.
Otra
fiesta
Embriaguez y poder
Toda celebración tiene un componente de dominio, de pugna festiva con el objetivo de elevarse por encima de los demás. Anteriormente en Puno las autoridades de la ciudad no necesariamente eran elegidas por designio popular, sino por el estatus que tenían los alferados y jefes de los cargos a la virgen. Incluso ahora ser uno de los anfitriones de la fiesta es símbolo de poder y de prosperidad económica.
Los trajes, tanto de los bailarines como de los músicos (en los que se invierten más de S/ 2.000 por persona para ser usados, en algunos casos, por un solo día), también dejan leer esa búsqueda de la prominencia social; según el antropólogo Juan Palao, esto está presente en la celebración desde siempre.
Otro componente es el consumo de licor. El escritor puneño Christian Reynoso dice: “Sin cerveza no hay fiesta”. Aunque esto pueda sonar como una tergiversación de las manifestaciones de la fe, un estudio de Gerardo Castillo Guzmán, titulado “Embriaguez en comunidades”, explica que es más bien una huella de nuestro pasado. Él cita una investigación que hizo el francés Thierry Saignes de unas celebraciones andinas del siglo XVII, donde queda demostrado que “el alcohol era parte de su vida festiva”. Castillo afirma: “En la embriaguez se manifiestan formas de comunicación extralingüística, tales como el baile […], que posibilitan un acercamiento de los cuerpos que no se producirían en otras circunstancias”.
No es necesario explicar el factor desinhibidor del alcohol en la vida cotidiana, pero para poner un ejemplo de esta fiesta llega el músico Andrés Vilcanqui. Él dice que los integrantes de las bandas suelen “tomar valor” antes de empezar su performance.
______________Embriaguez y poder
Toda celebración tiene un componente de dominio, de pugna festiva con el objetivo de elevarse por encima de los demás. Anteriormente en Puno las autoridades de la ciudad no necesariamente eran elegidas por designio popular, sino por el estatus que tenían los alferados y jefes de los cargos a la virgen. Incluso ahora ser uno de los anfitriones de la fiesta es símbolo de poder y de prosperidad económica.
Los trajes, tanto de los bailarines como de los músicos (en los que se invierten más de S/ 2.000 por persona para ser usados, en algunos casos, por un solo día), también dejan leer esa búsqueda de la prominencia social; según el antropólogo Juan Palao, esto está presente en la celebración desde siempre.
Otro componente es el consumo de licor. El escritor puneño Christian Reynoso dice: “Sin cerveza no hay fiesta”. Aunque esto pueda sonar como una tergiversación de las manifestaciones de la fe, un estudio de Gerardo Castillo Guzmán, titulado “Embriaguez en comunidades”, explica que es más bien una huella de nuestro pasado. Él cita una investigación que hizo el francés Thierry Saignes de unas celebraciones andinas del siglo XVII, donde queda demostrado que “el alcohol era parte de su vida festiva”. Castillo afirma: “En la embriaguez se manifiestan formas de comunicación extralingüística, tales como el baile […], que posibilitan un acercamiento de los cuerpos que no se producirían en otras circunstancias”.
No es necesario explicar el factor desinhibidor del alcohol en la vida cotidiana, pero para poner un ejemplo de esta fiesta llega el músico Andrés Vilcanqui. Él dice que los integrantes de las bandas suelen “tomar valor” antes de empezar su performance.
[1] Las agrupaciones están divididas por barrios.
Porteños hace referencia al barrio que está a orillas del lago Titicaca.
También existen los Centralistas (por el Centro), Mañazo (barrio antiguo, de
los primeros de la ciudad), Bellavista (de los comerciantes), entre otros.
Estos conjuntos se dividen en bailes (tinkus, morenadas, diabladas, kajelos,
waca waca, etc.)
[2] El día de la parada, uno después de la presentación de los trajes de luces,
a realizarse en el estadio Torres Belón, los grupos salen a las calles y bailan
todo el día.
[3] Dicen los Porteños que las chicas más guapas de la fiesta son de su agrupación, aunque los Centralistas manifiestan lo mismo.
[4] Vilcanqui asegura que el estatus del músico es muy valorado en la sociedad puneña. Además, hay una fuerte demanda, pues si hasta hace 30 años las bandas tenían 15 integrantes, hoy tienen 120. Esto porque las parejas de danzarines crecieron: de diez a 20 parejas por bloque a 500 o mil. Cada banda hoy cobra alrededor de S/ 30.000.
[5] El libro "La diablada puneña: origen y cambios", de Juan Palao Berastain, lo ubica como precursor de las danzas mestizas. Acotación: en la fiesta hay dos concursos: las danzas autóctonas (antiguas, milenarias), que representan los campesinos de las afueras de la ciudad; y las danzas mestizas, más urbanas y presentadas desde finales de la década de 1950.
[6] Hay una creencia en Puno que dice que hay muchos nacimientos en noviembre porque se conciben durante la fiesta de la Candelaria. Uno de mis mejores amigos nació el 3 de noviembre y sus padres le contaron que se conocieron en la celebración.
[7] El alferado es aquella persona o familia que se hace cargo de organizar las principales celebraciones a la virgen.
[8] La zampoña o sicu es el instrumento tradicional del altiplano.
[9] "De la aldea a la ciudad: trayectoria histórica de Puno" (Ediciones Asociación Brisas del Titicaca, 1996).
[10] El panteísmo es una doctrina que señala a la naturaleza y al universo como dioses.
[11] "Historia de la Virgen de la Candelaria en el Obispado de Arequipa S. XVI – XX", de Alejandro Málaga (Universidad Católica de Santa María, 2000).
[12] "La extirpación de la idolatría en el Perú" (Centro Bartolomé de las Casas de Cusco, 1999).
[13] "Presencia de Puno en la cultura popular" (Empressa, 1995).
[14] Simón Nahuincha, de la Federación Cultural de Artesanos Bordadores de Puno, me explicó que con el tiempo se incluyeron otras figuras, como el dragón, para causar más impacto y seguir con el mensaje terrorífico.
[3] Dicen los Porteños que las chicas más guapas de la fiesta son de su agrupación, aunque los Centralistas manifiestan lo mismo.
[4] Vilcanqui asegura que el estatus del músico es muy valorado en la sociedad puneña. Además, hay una fuerte demanda, pues si hasta hace 30 años las bandas tenían 15 integrantes, hoy tienen 120. Esto porque las parejas de danzarines crecieron: de diez a 20 parejas por bloque a 500 o mil. Cada banda hoy cobra alrededor de S/ 30.000.
[5] El libro "La diablada puneña: origen y cambios", de Juan Palao Berastain, lo ubica como precursor de las danzas mestizas. Acotación: en la fiesta hay dos concursos: las danzas autóctonas (antiguas, milenarias), que representan los campesinos de las afueras de la ciudad; y las danzas mestizas, más urbanas y presentadas desde finales de la década de 1950.
[6] Hay una creencia en Puno que dice que hay muchos nacimientos en noviembre porque se conciben durante la fiesta de la Candelaria. Uno de mis mejores amigos nació el 3 de noviembre y sus padres le contaron que se conocieron en la celebración.
[7] El alferado es aquella persona o familia que se hace cargo de organizar las principales celebraciones a la virgen.
[8] La zampoña o sicu es el instrumento tradicional del altiplano.
[9] "De la aldea a la ciudad: trayectoria histórica de Puno" (Ediciones Asociación Brisas del Titicaca, 1996).
[10] El panteísmo es una doctrina que señala a la naturaleza y al universo como dioses.
[11] "Historia de la Virgen de la Candelaria en el Obispado de Arequipa S. XVI – XX", de Alejandro Málaga (Universidad Católica de Santa María, 2000).
[12] "La extirpación de la idolatría en el Perú" (Centro Bartolomé de las Casas de Cusco, 1999).
[13] "Presencia de Puno en la cultura popular" (Empressa, 1995).
[14] Simón Nahuincha, de la Federación Cultural de Artesanos Bordadores de Puno, me explicó que con el tiempo se incluyeron otras figuras, como el dragón, para causar más impacto y seguir con el mensaje terrorífico.
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