LECTURAS INTERESANTES Nº 966
LIMA
- PUNO, PERÚ
11 JUNIO 2020
HÉROES PRESTADOS:
REPÚBLICA Y BICENTENARIO
Gustavo
Montoya. NOTICIAS SER.PE,
8JUN20
“Así como los individuos
requieren de memoria,
las colectividades no pueden
existir sin recuerdos”
Alberto Flores Galindo,
1983
R
|
econocerse
en los otros, no contra ellos. En una reciente charla con una investigadora
extranjera, referida al Bicentenario, la Independencia, los héroes y los
símbolos de integración entre los peruanos, y casi como registrando lo obvio,
ella terminó por deslizar la siguiente frase: “es que ustedes tienen
héroes prestados”. En efecto, y para poner un solo ejemplo referido a
la gran efeméride, ¿qué tipo de sensibilidades despiertan San Martín y Bolívar
con respeto de cualquier modalidad de patriotismo o de identidad colectiva en
el país? Omnipresentes y extraños a la vez, la exaltación de los libertadores
en los espacios públicos, es una metáfora de la famosa tesis de La
independencia concedida, instalada por la historiografía marxista de la
época del sesquicentenario. ¿Quiénes serían los peruanos de las guerras por la
independencia que podrían, sino sustituir, por lo menos, ocupar el mismo
pedestal de San Martín y Bolívar? ¿Sería pertinente reflexionar en esa
dirección? [1]
Don José de San Martín |
La
idea es peruanizar la guerra independentista. Organizar los recuerdos
colectivos con personajes y acontecimientos donde destaque la participación de
las mayorías sociales de esa coyuntura, sobre todo en esta época, donde los
herederos de tales grupos, podrían optar por salidas profundamente
autoritarias; que proyectan un horizonte al abismo de la gobernabilidad
contemporánea. Nacionalizar el contenido de la soberanía republicana de cara al
Bicentenario, también supone una reconsideración sobre el acondicionamiento
territorial y el paisaje simbólico de Lima y las regiones. Justamente
las grandes intervenciones sobre los espacios públicos, se realizan para
conmemorar eventos fundacionales y constituyentes. Tales rituales cívicos son
imprescindibles, pues contribuyen al fortalecimiento colectivo de una
comunidad, nación o pueblo, para regular y hallar puntos de confluencia a las
emociones y sentimientos colectivos. Establecer no uno, sino múltiples centros
de gravedad que disuelvan el encono político regional. Buscar esa Nación que
aún nos es esquiva.
Mas daño que bien al Perú |
***
Una
de las últimas intervenciones de importancia sobre el espacio público, se
realizó nada más y nada menos que en la Plaza de Armas de Lima, el centro de
poder simbólico por excelencia, cuando se procedió a retirar la monumental y
soberbia estatua ecuestre de Francisco Pizarro, el conquistador español que
arma en ristre y cabalgando un corcel desbocado remitía a la violencia de la
conquista. Entonces, solo unos pocos académicos y algunos personajes más bien
pintorescos, se opusieron vivamente exhibiendo argumentos que en conjunto
remitían al componente hispano en la identidad mestiza de los peruanos. El
problema era la agresiva e intimidante estrategia plástica y el mensaje que
difundía.
La
omnipresencia de los libertadores en la subjetividad colectiva reside en el
estratégico emplazamiento que se les ha asignado. Desde la numismática y la
monumentalidad de sus imágenes, hasta la frivolidad de mercancías de consumo
masivo. Es una paradoja verificar que San Martín declaró la independencia solo
en Lima, cuando considerables regiones del país aún estaban bajo control
realista. Y también recordar que el Protectorado fue la negación de los ideales
republicanos y estuvo orientado a refundar un régimen aristocrático. Como se
sabe, la caída de tal régimen solo fue posible vía la movilización de los
sectores plebeyos y medios, bajo el liderazgo del partido republicano.
El
emplazamiento de Bolívar en el frontis del Congreso de la República congrega otras
interrogantes no menos inquietantes. El libertador venezolano no era muy afecto
a los regímenes democráticos, por su convencimiento que las independencias en
Hispanoamérica eran en realidad nuestro medioevo. Estaba convencido que lo que
sobrevendría sería la anarquía, las guerras civiles y los caudillismos; esas
fuerzas sociales y regionales centrípetas que terminarían disolviendo a lo
largo del S. XIX, todo el entramado de lazos y nudos coloniales. Y cabe
recordar además que su extrañamiento perpetuo del Perú fue sellado por otra
movilización de masas liderada por algunos de sus colaboradores locales más
cercanos. Después de todo, la Constitución Vitalicia que mando a elaborar,
tenía todas las señas de una monarquía republicana, cuyo centro de gravedad
debía ser su genio y figura.
Por
ello resulta un tanto incomprensible, cómo es que hasta ahora, la hermosa
esfinge dedicada a José Faustino Sánchez Carrión permanezca casi
escondida en el patio posterior del Congreso. Si existe una figura que encarna
el horizonte republicano plebeyo, con un contenido de todas las sangres, sin
duda la biografía del Solitario de Sayán es la que reúne tales experiencias.
¿Por qué no existen por ejemplo grandes íconos indígenas o afroperuanos, como
forjadores de la República, cuando en realidad fueron tales grupos sociales los
que exhibieron un patriotismo intacto durante toda la guerra? José Olaya es una
excepción. En tanto que el gran líder guerrillero afroperuano Cayetano Quiroz,
como su símil indígena Ignacio Ninavilca, y con ellos una extensa galería de
héroes y heroínas regionales, continúan en la sala de espera, ya que nada de
esto parece interesar a la sensibilidad burocrática citadina. El autismo
historiográfico suele hacer de las suyas cuando se cae en el monólogo y
los lugares comunes.
Habría
que retomar lo que Jorge Basadre denominó el inicio de la etapa peruana,
el momento constitucional de 1823 y en strictu sensu, el
establecimiento de la República. En ese primer Congreso, a pesar de las
dificultades en su representación derivadas de la guerra aun curso, ya existe
una voluntad colectiva para cimentar un nuevo pacto social. Presidida por
el chachapoyano Toribio Rodríguez de Mendoza, este podría ser otro hito
republicano que podría contribuir a la nueva cartografía mental que se requiere
de cara al futuro. Habría que recordar también que el primer gobierno
peruano tuvo la forma de un régimen parlamentario, y recordar por ejemplo la
Convención Nacional de 1856, que fue producto de la indignación nacional ante
la corrupción y el nepotismo. Urge ensayar una recuperación estratégica de los
momentos estelares de la épica civil republicana.
En
esa línea, y tal como lo mencionan Sinesio López y Mario Meza, ya Basadre había
sugerido que la revolución del Cuzco de 1814 – 1815, podría haber sido el gran
hito fundacional del Perú republicano: “¿Optamos por la revolución de
1814 -1815 o por la de 1820-1824? Sea lo que fuere, ratificamos ahora los
puntos de vista expresados hace ya más de cuarenta años, al sostener que, entre
la revolución surgida entre 1820 y 1824 y la de 1814, preferimos esta última.
En el caso de haber logrado ella sus objetivos máximos, para lo cual le
faltaron, como acaba de verse, un conjunto de probabilidades objetivas, habría
surgido un Perú nacional, sin interferencias desde afuera y con una base
mestiza, indígena, criolla y provinciana”[2]
***
La
presencia de la mujer peruana en la historia de nuestra Independencia aún es
tímida. La quiteña Manuela Sáenz y la guayaquileña Rosa Campusano, espíritus
libres y colaboradoras decisivas de los libertadores, tienen un justo y
merecido reconocimiento.
Frente a ellas, María Parado de Bellido, las hermanas
Toledo y Rosa Merino, más bien aparecen con discreción en ese gran fresco
estético que debiera ser la presencia femenina en la historia republicana.
Tampoco se trata de exorcizar la veleidad y el espectáculo frívolo instalado
alrededor de la Perricholi y las tapadas limeñas.
Decidió morir pr la patria |
San
Martín fue exaltado por el régimen de Leguía durante esa fiesta permanente que
fue la celebración del Centenario, como si la monumentalidad de su
emplazamiento revelase el alter ego del Oncenio, con sus
pretensiones de perpetuidad y de gloria. Desde su pedestal inalcanzable,
el libertador argentino debe generar más de una interrogante al alicaído
patriotismo de los peruanos. La estatua de Bolívar, que preside el
frontis del Congreso de la República, fue instalada durante una de las coyunturas
más violentas del S. XIX: la revolución y la guerra civil de 1854, la
Convención Nacional y el segundo liberalismo. A diferencia de la estatua de San
Martín, que parece trotar sobre las alturas de un país abstracto, la esfinge de
Bolívar remite justamente a la época en que fue concebido. Es el tiempo de la
rebelión e indignación de los pueblos, liderada por Ramón Castilla, en contra
del escandaloso y oprobioso gobierno de Rufino Echenique, considerado uno de
los más corruptos en la historia de la república.
Obviamente
no se trata de retirar o prescindir de los libertadores que encarnan la
solidaridad y épica continental en favor de la independencia. Pero habría que
pensar no en una, sino en múltiples estrategias para exaltar y generar ese
imprescindible efecto de asombro hacia los peruanos y peruanas de la iniciación
de la República. La nación impaciente que parece emerger en la actual coyuntura
del Bicentenario, precisa de héroes con un anclaje territorial y cultural más
cercano. Que el reconocimiento de la interculturalidad no sea solo una coartada
política que se pierde en esos infernales vericuetos burocráticos. Ahora
que el Ministerio de Cultura una vez más muestra sus trapacerías, les vendría
bien a sus nuevos directivos, que observen experiencias exitosas de otros
países en la gestión de sus activos y fortalezas culturales.
¿Es
sensato insistir en la reificación de símbolos y emblemas que fueron concebidos
en contextos tan ajenos a los actuales y que respondían a expectativas que ya
no existen? Una respuesta afirmativa no es dable si se considera que las élites
que levantaron tales íconos, no podían trasponer las limitaciones de su época,
ni sus ideales de nación compuesta de exclusiones.
Este
Bicentenario podría ser una oportunidad inmejorable para pensar la Nación desde
el futuro y las entrañas de un país que se niega a desmoronarse. Es necesario
hacer a un lado la ansiedad que provoca la actual coyuntura e imaginar
realizaciones que la trasciendan. En un país donde lamentablemente cada vez se
lee menos, persistir en la reedición de textos venerados por la tradición,
podría ser contraproducente. Más bien, el rumbo a seguir pasa por imaginar un
gran proyecto de refundación republicana con alegorías y símbolos que aspiren a
perennizar en la memoria colectiva del futuro al mayor número de actores
sociales y sujetos culturales. Insistir en el camino tradicional puede muy bien
llevarnos a esas imágenes dantescas de Chile, donde masas enfurecidas se traían
abajo estatuas y emblemas que habían contribuido a maquillar, un modelo de
sociedad y de nación hecho para la vitrina y la ostentación.
____________________
[1] Va
el agradecimiento a Mario Meza, Sinesio López, Zein Zorrilla,
Luis Chávez y Carmen Mc Evoy por sus comentarios y observaciones.
[2] El
azar en la historia y sus límites, 1973¿INDEPENDENCIA? ¡CUÁL INDEPENDENCIA! |
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