domingo, 20 de marzo de 2016

AUIN MAS SOBRE ROSTWOROWSKI

Ronald Gamarra en “HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 291, 18MAR16, p. 18
M
 aría Rostworowski, historiadora e investigadora de primera línea de nuestro pasado prehispánico, falleció la semana pasada culminando un siglo de vida fructífera como pocas al servicio de la investigación y del conocimiento. Sus colegas de disciplina harán el balance de su contribución académica que, desde ya, se juzga extraordinaria. Por mi parte, lego en historia pero atento a la vida de mi país, quiero hacer algunas consideraciones sobre lo que ella representa para todos más allá de su indudable excelencia como etnohistoriadora.
En primer lugar, hay que destacar su honestidad personal, intelectual y académica. En un medio como el nuestro, donde la fiebre por aparentar ha desbordado todo límite impuesto por el pudor más elemental, la honestidad de esta mujer extraordinaria brilla aún más. A diario descubrimos títulos y grados académicos falsos u obtenidos con fraude, mediante el plagio o la coima, por parte de quienes incluso aspiran a regir los destinos del país u ocupan altos puestos en las instituciones. La búsqueda fácil del relumbrón se ha convertido en una extendida enfermedad de nuestros días.
Pero María no necesitó jamás de ningún cartón con valor oficial para ser la mejor académica, ni buscó jamás que la llamaran doctora para valer como el que más. Desnuda de títulos y grados, ella brilla por sí sola con sus estudios e investigaciones originales y profundos. En un país donde pululan los estafadores y vendedores de sebo de culebra premunidos de títulos tan innumerables e impresionantes como dudosos, la limpieza de esta mujer es un ejemplo que por sí solo merece un reconocimiento de admiración rendida.
Ella fue absolutamente autodidacta. Se casó muy joven en una época en que el destino de casi todas las mujeres era casi exclusivamente el matrimonio, y tuvo que asumir muy pronto obligaciones de mujer adulta que impidieron y postergaron por mucho tiempo la búsqueda de la realización de una vocación que venía madurando. No fue sino hasta su madurez que, atreviéndose a romper con la tradición que restringía entonces la vida de las mujeres, decidió iniciarse por su propia cuenta en la disciplina de la historia. Nunca fue una estudiante universitaria formal, sino alumna libre, especialmente en las clases de Raúl Porras Barrenechea.
Los documentos que acreditaban su formación educativa básica se habían quedado en Polonia y Francia, y era imposible conseguirlos a causa de la guerra espantosa que Hitler había desatado sobre Europa. Es muy probable, se me ocurre ahora, que con la destrucción brutal de Polonia, esos documentos desaparecieran para siempre. Por lo tanto, formalmente, quizás tampoco podía acreditar ni siquiera primaria y secundaria. No obstante ello, pocas personas podían acreditar una formación tan exquisita como la que ella había obtenido en Europa.

P
 or supuesto, en un país formalista como el nuestro, todo eso le impedía hacer una carrera académica. Por eso no tuvo título alguno. Fue historiadora de hecho, no de derecho, y fue mejor que la mayoría de quienes ostentan títulos. Como José Carlos Mariátegui, María Rostworowski se elevó hasta lo más alto de la excelencia académica sin contar con licencia universitaria alguna. Es una ironía que la etnohistoriadora más capacitada no pudiera dictar clases en la universidad ni hacer carrera docente por falta de papeles cuando sabía mucho más que quienes sí los tienen sabe dios cómo.
Otro aspecto destacable en María fue su disposición a la difusión del conocimiento. A ella le dolía mucho el retraso de los libros escolares y universitarios con respecto a los avances de la investigación. Por eso, siendo una historiadora de punta, no dudó en contribuir a la extensión del conocimiento histórico al gran público a través de su exposición sencilla y al mismo tiempo cautivante. Su incomparable Historia del Tahuantinsuyu, con más de 100 mil ejemplares vendidos, es el ejemplo más exitoso de una adecuada vulgarización del conocimiento histórico. Ejemplo que sería provechoso si otros académicos de punta lo siguieran.

Por último, quiero destacar la vocación de María Rostworowski por el Perú. Con la niñez y la adolescencia vividas casi totalmente en Europa, ella, sin embargo, eligió el Perú. Nacer en un país es un accidente; elegir el propio país es una decisión que muy pocos toman. La decisión de María revela verdadero amor por esta antigua comunidad de hombres y mujeres llamada Perú, que tan poco sabe de sí misma y de su propio y rico pasado. Nuevamente, en un medio donde el patriotismo ritual esconde el desprecio por la esencia indígena de la nacionalidad, la vida y la obra de María Rostworowski nos enseñan cómo hay que conocer y amar al Perú.

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