César
Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 727, 4ABR25
E |
l tiempo a veces no
cambia a la gente sino que es más drástico.
Ese es el caso de Dina
Boluarte. Esta brevísima antología de algunos de sus mensajes públicos
demuestra cómo es que el curso de los años y la tentación irresistible de la
oportunidad desfiguraron a esta señora que era progre con altavoz y estaba
refugiada en una oficina pública.
El tiempo erosiona, es
cierto, pero en casos como el de Boluarte no ejerce su función lentamente sino en
modo riada y con afán de maltrato y usurpación. Ella es la versión en
chancletas de Fausto.
La señora incluía faltas de ortografía en sus textos casi siempre dedicados a enfrentarse a los personajes que ella consideraba despreciables. Lo hacía con asiduidad y como observadora minuciosa de lo que pasaba en política y en el sistema judicial. Y sus blancos favoritos eran el “infame fujimorismo” y el “Apra corrupta”, los dos partidos de los que tanto se ha valido. El partido del excandidato a senador japonés es su aliado vital en el Congreso del hampa y del Apra salió la estrategia brillante que, con la ayuda de Patricia Benavides, cercó a Castillo y precipitó la tragicomedia del golpe inerme.
Boluarte fue la vicepresidenta de Castillo porque fue elegida entre varios nombres. Sus palabras eran el aval, sus iras eran su biografía, su combatividad anunciaba la firmeza de quien había resuelto que el mundo tenía que cambiar y que no valía la pena continuar con el guión que los conservadores nos dictaban cada cinco años.
Pero entonces vino la
oportunidad, más calva que nunca, más irresistiblemente asquerosa que nunca, y
la señora cayó. Era el tiempo de borrarse, de deshacerse, de cambiar de nariz y
de estropajo. Era el tiempo de hacerse chichirimico y apostar por la chamba que
el destino avaro le concedía. Ese destino sería el de obedecer a los que había
denostado, deshacerse de toda lealtad y servir de mascarón de proa a un régimen
que competiría en corrupción y amenazas a la institucionalidad democrática con
el decenio del ciudadano japonés que ella había odiado tanto.
En suma, la señora
Boluarte tomó su reinar en vasallaje y llegó a ser la sombra salpicada que es
en la actualidad.
Pero aquí está, tenaz
como la fiebre amarilla, parte de su memoria. Aquí está lo que ella fue y, me
atrevo a decir, lo que volvería a ser si las circunstancias apremiaran y otras
fueran las ofertas del azar. Aquí está Dina Boluarte antes de la operación que
la desfiguró y la convirtió en el monstruo que, en enero del 2023, calumniaba a
los muertos que ella mandó matar y depositaba toda su confianza en el crimen
organizado reunido, como asamblea permanente, en la plaza Bolívar. <+>
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Mechain en PERU21 4ABR25 |
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