domingo, 5 de enero de 2025

TEMAS DE LA HISTORIA REGIONAL PUNEÑA

 MARIANO MELGAR

SU SACRIFICIO

En: Pedro José Rada y Gamio: MARIANO MELGAR. APUNTES PARA LA HISTORIA DE AREQUIPA. Lima, Imprenta Casa Nacional de la Moneda. 1959 pp. 346 – 356.

E

l año de 1814, Mariano Melgar Valdivieso, nacido en Arequipa (12 de agosto de 1790) va a tomar la espada.

El Cuzco (2 de agosto 1814) lanza el grito de rebelión contra la dominación española. Renace el espíritu de Tupac Amaru. Los indios de Humanga y Arequipa secundan el movimiento, co­mo muchos criollos; Abascal, virrey, se alarma y se prepara a develar la revolución. Está al frente de ésta, Mateo García Pumaccahua, que formó en espíritu militar en las tropas con que el General Goyoneche había vencido en Guaqui y domi­nado el Alto Perú. (1).

El pueblo de Chuquibamba, que siempre se distinguió por su virilidad, perteneciente a la Intendencia de Arequipa, tomó las armas, secundando el movimiento. Melgar, como se ha dicho, estaba en el valle de Majes buscando soledad y re­poso. Apenas supo los acontecimientos, emprendió marcha a Chuquibamba; se presentó y pidió ser incorporado a las tropas. Fué acogido con entusiasmo.

El melancólico y casi ceñudo amante, tomó la marcial apostura del soldado. Pasó el momento de cantar los dolores del indio, llegó el momento de redimirlo. Pasó el alboroto de la Constitución de 1812, es la hora de dar libertad al Perú. Es el instante de la espada. (2).

Un antepasado de la familia Urdanivia, fué quien levan­tó al pueblo de Chuquibamba contra la bandera del Rey. Al legar Melgar a la citada ciudad, fué entusiastamente recibi­do y los revolucionarios le hicieron el presente de una espada.

Las fuerzas realistas destinadas a combatir a los valien­tes chuquibambinos y a restablecer el dominio colonial en Condesuyos, tuvieron un combate con fuerzas de los patrio­tas en Rocchanga, a veinte kilómetros de Chuquibamba, en di­rección al monte. Vencedores los combatientes por la libertad, siguieron su marcha hacia a Arequipa.

Contribuyó a la acción de los patriotas el doctor Manuel José Fernández Córdova, que entonces desempeñaba un cu­rato en Condesuyos. Bolívar lo nombró más tarde, Vicario General Castrense del ejército libertador.

La columna de Chuquibamba se dirigió a Arequipa pa­ra incorporarse a las huestes de Pumaccahua, que después de abrir en Cangallo y La Apacheta las fuerzas del Intenden­te José Gabriel Moscoso, del Mariscal de Campo Francisco Picoaga, del Brigadier Pío Tristán y Mayor Luis Antonio María del Valle, ocupó la ciudad el 10 de noviembre de 1814. La toma de Arequipa decidió a los de Chuquibamba a pro­nunciarse. Pumaccahua y Angulo estuvieron en la ciudad mistiana pocos días. Los patriotas de Arequipa dieron una proclama firmada por Agustín Cossio y Alzamora, el Mar­qués de Villa-hermosa José María Corbacho y Francisco Carasa.

Pumacahua emprendió su marcha sobre Arequipa con 5,000 hombres, de los cuales 500 estaban armados con fusi­les, y los demás de lanzas, macanas y hondas; tenían consi­derable número de caballos y algunas piezas de artillería.

Melgar guerrero, entró a la tierra de su nacimiento y de sus amores, altivo, satisfecho. Era conciente de su misión. Fue designado Auditor de Guerra y Comandante de artille­ría.(3).

Después de presentarse a Pumacahua, fué a la casa paterna; encontróla convertida en campo de dolor y de lágri­mas. La figura enjuta de su anciano padre parecía una esta­tua petrificada. El ejército debía emprender campaña.

—¿Y tú te vas hermano?, le dice una hermana.

Sí, contestó él, y no volveré.

¡Qué es lo que has dicho!, replicó la hermana.

—La revolución no puede triunfar ahora, con este indio Pumaccahua; no se hará nada de bueno. No obstante, agre­gó, debo marchar con el ejército, debo luchar contra los espa­ñoles, debo batirme contra ellos. Pudiera ser que Angulo (4) de quien dicen que es hombre de talento, ponga algún or­den en las cosas. Pero Pumaccahua lo va a perder todo. En fin. yo voy a morir y seré de los primeros.

¡Y Silvia! replicó la hermana, ¡Si quiere satisfacer­te!

- No sé que haría, repuso Melgar; si ella quisiera expontáneamente volver a mi cariño…Yo puedo servir a la patria con más provecho que ahora y en mejor ocasión.

- Así es, contestó la hermana.

- Pero no; yo me debo a la patria; marcho con el ejérci­to.

La hermana sollozaba.

—Tú no le digas nada. No puedo pronunciar el nombre de...Silvia. (5).

Este diálogo es sustantivo, hace ver que Melgar, no te­nía fé en la capacidad de Pumaccahua para hacer triunfar la revolución, ni en sus aptitudes militares para dirigir la campaña iniciada. No veía orden ni orientación para afrontar los sucesos. No era pesimista, sino vidente. El resultado final en Humachiri comprobó sus juicios. Tenía algunas esperanzas en el talento de Angulo, y en cuanto al Jefe de la rebelión abrigaba la seguridad de que lo iba a perder todo. Sin embar­go no trepida un momento, aunque sabe que va a morir se­guramente: marcha con el ejército a luchar con los españo­les, será uno de los primeros en caer en la brecha. Espera la muerte, como Sócrates la cicuta. Ni las lágrimas de la her­mana, ni la ancianidad de su padre, ni de la madre la ternu­ra, ni ei amor a Silvia, nada lo detiene. Como un griego va a las Termopilas. Es un estoico. Escala el sacrificio, cual el már­tir cristiano que va al circo; sabe que su sangre será fecun­da y llevará al triunfo.

Cuadro semejante en que actúa como figura céntrica un joven de veinticinco años, con un porvenir brillante ante sus ojos, es óptico. Es el sacrificio conciente de la vida por la pa­tria.

Las personas visibles de Arequipa buscaban a Melgar para percatarse de su determinación y disuadirlo de ella; en­contraban al poeta convertido en guerrero y resuelto a todo.

El 12 de noviembre de 1814 celebróse un cabildo abier­to. Fué una cima de la historia de América. Estaban en el cabildo abierto, sacerdotes, caudillos, intelectuales, milicia­nos, vecinos notables. El penacho de fuego de esa cima, fué el Presbítero Mariano José de Arce, arrebatado como Robespierre, elocuente como Vernieaud: proclamó sin embajes, que se jurara la independencia absoluta del Perú del poder de Es­paña y perfiló y aclamó la soberanía de nuestra patria, tri­nando contra reyes y déspotas y proclamando la igualdad de los hombres y su derecho a ser libres, sin distinción de castas, privilegios y razas. En ese momento no fue solo un pena­cho rojo, tempestad sinaíca fue, cual la que bate las conge­ladas crestas andinas. En tal escenario espartano, se encon­tró Melgar, triste como Saint Just, noble como Barnave; “aquel mancebo romántico que en el abigarramiento del cabil­do abierto debió destacarse como una pincelada de esperan­za”, dice Francisco Mostajo. (6).

“Una anécdota suele retratar la psicología de un hom­bre. Melgar destrozó el retrato del Rey, que guardaban en su casa y no queriendo que su familia arrastrase las conse­cuencias del desacato, atribuyó lo ocurrido a la casualidad”, ha escrito Alberto Bailón Landa en su importante “Debate psico-histórico de Melgar”. (1909).

Melgar arrojó el retrato del amado Fernando, cuando aún las costumbres de Arequipa rendían al rey de España ingenuas pleitesías. Al pronunciar su nombre se descubría el mortal que lo articulaba y al patronímico agregaba la fra­se “que Dios guarde”. Las autoridades, al recibir letras, Cédu­las, Pragmáticas, y Ordenanzas reales, antes de abrir las cu­biertas, se las ponían sobre la cabeza en señal de respeto y después de besarlas rasgaban el sobre y removian las obleas de colo­res que lo sellaban. Eran tiempos en que el cumpleaños del monarca, el día de su matrimonio, el de su muerte, consti­tuían en las colonias fechas de alegría o de duelo, según el ca­so. En casi todas las moradas se colocaba la imágen del So­berano, bien que generalmente fuese borroneada por incipien­te pincel o lápiz. Y cuando las multitudes veían el retrato del rey o del real pendón, se entusiasmaban y aplaudían. Después fueron los libertadores y el pabellón de la patria, los que aclamaba el pueblo.

Melgar entró una mañana en la casa paterna. Se presen­tó con la espada al cinto. Encontró a su padre en su dormito­rio, mustio, presa de intensa angustia. Cayó a sus pies y lo abrazó. El desfallecido octogenario levantó sus brazos y ben­dijo al hijo. La madre, cual mujer fuerte, sin verter una lá­grima, con ese dolor que solo las madres saben sentir, con­templó al fruto de sus entrañas. Esta la abrazó. La herma­na era la imágen de la desolación. Melgar partió. Llevaba a Silvia en su corazón; en el alma a sus padres y her­mana.         

Las huestes de Pumaccahua salidas de Arequipa em­prendieron la marcha en dirección al interior para ganar Sicuaní. Llevaban consigo al Intendente Moscoso y al Maris­cal de Campo Picoaga, poco después sacrificados en el Cuz­co. Sumaban las fuerzas patriotas más de cinco mil hombres. Flameaba al viento sus rojas banderas. Melgar iba en la vanguardia, alardeando de su fortedumbre. Cuando comenzaron a escalar la cordillera, el vate volteó caras para mirar la ciu­dad amada y despedirse de ella, y contempló su blancura, en­vuelta en un manto de fuego. Era el atardecer. Melgar no llevaba su escudo blasonado de leones rampantes o de alme­nados castillos ¿era de la color blanco con un gorro frigio?. Presentía que en breve iba a finir. (7).

El ejército marchaba en orden. Entró en la zona de la sierra, pisando pastos y vadeando ríos. Se presentó a sus ojos la región de las modestas gramíneas, era una Siberia, don­de, en tales momentos, holgaba el botanista. Las lluvias caían torrencialmente y la tempestad dominaba la soledad de la altura. En la oscuridad de la tormenta descuajaba el rayo las nubes como una espada de fuego que desgarraba las en­trañas. La inclemencia de la naturaleza hacia su deservicio. Esos soldados no se amedrentaban, porque en ese diluvio, la­vaban el arca de la libertad.

Algún agorero creía que Santiago desde las nubes ayu­daría a las tropas españolas, y aunque bautizado, rogaba a Viracocha apoyara a los indios. Se adelantaba a la imagina­ción de Olmedo en su canto a Junín. Melgar, siempre esta­ba pensativo: añoraba a Silvia. En las horas de descanso del ejérci­to, a la luz de la luna, y abismado su pensamiento en el estrellado ornamento de los cielos, hacía hablar a una guita­rra, mientras otros tocaban las quenas y el chillador.

Aún no se ha hecho justicia — toda la justicia que me­recen — a estos ejércitos de nuestras luchas por la indepen­dencia. Hambre, sed, desnudes, enfermedades, fríos glacia­les, calores caniculares, paludismos, lluvias diluvianas, tor­mentas, cansancios, todo lo sufrieron con estoica resigna­ción. A la hora del asalto y del combate, sin uniformes entor­chados de oro, eran leones y la Victoria, coronaba de laure­les sus erguidas frentes. Querían nada menos, que obligar al Sol de Carlos V a ocultarse para siempre en los dominios de América. Pasaban del llano a la cordillera, del calor al frío, del valle al arenal, de la arena caldeada a las nieves intocadas, ríos hondables, precipicios, desfiladeros, eran sus ru­tas, hasta llegar a pobres pueblos, que no a ciudades, que po­co podían ofrecerles. La amarilla vicuña, la tranquila llama, el corredor huanaco, los veían pasar, como los altos albos organizados rebaños. La muerte no les importaba nada.

Mientras Melgar hacía la campaña, reinaba en la casa paterna el dolor y la soledad. La madre se levantaba tempra­no para ir a la iglesia de Santa Rosa, y rogar a la imagen im­ponente del Señor de la Cena que en ese templo se venera, por la salvación del hijo de los horrores de la guerra; las lá­grimas corrían de sus ojos, como de fuente inagotable. El an­ciano padre salía menos a la calle y pasaba largos ratos ma­tinales sentado en su sillón de cuero, mirando su pequeño jardín, donde se codeaban rosas, jazmines, aromos. Los hi­jos y los amigos consolaban a los desolados genitores.

Llegan los dulces y la mixtura de flores, envío cariñoso de los dos monasterios vecinos. Las murmuraciones y chis­mes, de que tanto gustan mogigatos y farsantes, iban y ve­nían trayendo dolor y desengaño. Algún sacerdote, varón austero, portaba dulcedumbre al hogar. Se esperaba noticias de los “propios”, y viajeros; se temía al Brigadier Ramírez y se tenía fé en la clemencia de Abascal; se preguntaba de Silvia, se interrogaba al Gobernador intendente, se esperaba en Dios.

Si cartas venían, se devoraban y en sus negras garrapa­teras se quería adivinarlo todo y leer el porvenir.

Para combatir a Pumaccahua se habían destacado por orden del Virrey, del ejército del Alto Perú (hoy Bolivia), aguerridas tropas, que comandadas por el Brigadier Juan Ramírez y Orozco, debían restablecer la tranquilidad.

En Humachiri, comprensión entonces de Lampa, se en­contraron los dos ejércitos y empeñaron (11 de marzo de 1815) reñida acción, Melgar, aunque Auditor, peleó en la artillería, arma de su afición por sus conocimientos en matemá­ticas. La victoria se pronunció a favor de los españoles. Mel­gar permaneció al pié del cañón, hasta el último (8). No pen­só en salvarse una vez pronunciada la derrota. El caballo que se le había señalado para abandonar el campo de batalla, lo empleó en su servicio el mismo que debía ofrecérselo. Melgar se entregó prisionero. (9).

El general vencedor, ordenó que al día siguiente fuese fusilado. Melgar contemplaba su situación corno un cristia­no. Antes de abandonar el terruño recibió los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. Si se había anunciado su muerte, ahora estaba preparado para recibirla. (10).

Melgar fué puesto en capilla para ser pasado por las ar­mas; abòcase con él, el Brigadier Ramírez; mantuvo con el condenado a muerte el diálogo siguiente:

—¿Por qué, joven, se ha sublevado Ud. contra su Rey y contra España, cometiendo negro delito que va a pagar con su vida?

—Yo no he cometido ningún crimen, ni siquiera una fal­ta. Ha llegado la hora, en el reloj de Dios, de que el Perú sea libre de toda dominación extraña, de que ejerza su propia soberanía, de que sea persona entre las naciones. Por eso com­batimos, por eso he tomado yo las armas, por amor a la Pa­tria.

—Esas ideas condenadas las ha aprendido Ud. en libros prohibidos y fantásticos.

—He abierto los ojos. He aprendido en la Historia de tres siglos de dominación española; he apreciado cuantos dolores y humillaciones.

—Es tiempo de que se arrepienta, olvide sus locuras, y sirva al Rey, nuestro señor, que Dios guarde. Así puedo sal­varle la vida.

—Por la libertad, por la Patria, nada es perder la vida.

—Reflexione      

—Soy consciente de mis ideas y de mis deberes. Yo voy a morir, está bien. Pronto triunfará la causa de que soy ho­locausto. Mi sangre será riego.

—Ni una palabra más. El patíbulo está listo. La muerte lo aguarda. No quiere usted salvarse.

—Estoy pensando en Dios.

El Brigadier se retira entre furioso y conmovido. Matar a semejante joven. (11).

El mataor: Gral. español Juan Ramìrez Orozco
Varios oficiales del ejército de Ramírez intercedieron por Melgar, haciendo presente al Jefe que el condenado a muerte era la esperanza de la poesía arequipeña. El Briga­dier convino en perdonarlo si juraba no volver a sublevarse contra su Rey. Los oficiales fueron a ver al poeta en capilla, y le expusieron que estaba salvado. Melgar agradeció la ges­tión y contestó: “no puedo jurar lo que no he de cumplir”. Respuesta digna de un espartano ante el espectro de la muer­te. El capitán Manuel Amat y León, entró, también, a verlo y le dijo: lleno de emoción, que podía hacerle cualquier encar­go postrero. El poeta le contestó que si volvía a Arequipa, le rogaba viese a Silvia y le dijese que pensando en ella mo­ría. El encargo fué fielmente cumplido. (12).

Prisionero Melgar, fué sometido a un Consejo de Gue­rra, cuyo auditor don Manuel Amat y Ponce de León, se di­ce, pidió la pena de muerte para el poeta. Tiempo después, dicho Amat y León se casó con Silvia.

Según informes de Luis E, Gonzáles Boldrini, fué fusi­lado Melgar en Quimsa Cruz, a dos millas de la población de Ayaviri.

Llegado el supremo instante, Melgar marchó al patíbulo sereno y digno. Lo acompañaba el sacerdote que en las ho­ras de capilla lo había confortado con los auxilios religiosos. Un pelotón de soldados fué colocado frente al vencido. A la orden del oficial que lo comandaba, dispararon sus armas (12 de marzo 1815, 4 a.m.). Dos balas le atravesaron el cráneo. Melgar cayó desplomado, bañado en su propia sangre. Se consumó el mar­tirio.

El Gran Mariscal Guillermo Miller, en sus Memorias, después de comparar a Melgar con el poeta irlandés Tomás Moore, dice que nuestro bardo, al sacerdote que lo acompaña­ba al suplicio y lo exhortaba, en bronco estilo y bárbaras ma­neras le contestó:

—Padre, no es este el momento de hablar de política, ni de cosas de este mundo. Vine preparado a éste sitio para morir; pero Ud. me ha distraído.

Agrega Miller que Melgar pidió un cigarro y que des­pués de haberlo fumado hasta cerca de la mitad, expresó estar listo para morir y que murió con firmeza varonil y digna de su persona. Sus restos fueron inicialmente depositados en la capilla de Macarimayo, distante una legua de Humachiri y más tarde trasladados al tempo de Ayaviri

Traslación de los restos de Melgar de Ayaviri a Arequipa

El año 1830 se constituyó una Junta para ocuparse de traer los restos de Melgar a Arequipa. En ella figuraron el Deán Juan Gualberto Valdivia, el poeta Manuel Castillo y otras personalidades. El General Juan José Salas, despeñando la Prefectura, dispuso que de la Capilla de Santiago de Ayaviri se exhumasen tan amados restos y que a la ciudad mistiana se trasladaran para que recibieran definitiva sepultura.

Majestuosas fueron las manifestaciones que se hicieron para honrar al Héroe (1833).

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NOTAS DE LA TRANSCRIPCION.

(1) El Presidente Augusto B. Leguía mandó levantar en Sicuani una estatua a Mateo García Pumaccahua. El autor de este libro, en su condición de Ministro de Fomento, la hizo ejecutar en bronce con el eximio escultor cuzqueño Benjamín Mendizábal, quien en Roma perfeccionó su arte. Está ya colocada en una de las plazas de la nombrada ciudad de SicuanI.

(2) La señora Sabina Montes de Delgado, dama Chuquibambina, que falleció el año 1922, a la edad de 120 años, en pleno uso de sus facultades intelectuales, conoció a Melgar en la época que arribó a Chuquibamba a formar parte de las filas revolucionarias y dijo: que era de aspecto atrayente; que fué recibido con entusiasmo, y que su viaje de Majes, dónde se encontraba, se anunció con va­rios días de anticipación, y que fué recibido por una numerosa cabalgata. La indicada señora fué madre del doctor don Justo Germán Delgado, Senador y Vocal de la Corte Superior de Justicia de Arequipa.

La señora de Delgado, tenía doce años cuando los sucesos de Chuquibamba, y cuando vió a Melgar.

(3)            Expediente de servicios prestados por Mariano Melgar, seguido por la familia

(4)            Probablemente se refiere a Vicente Angulo, que seguía las banderas revolucio­narias de Pumaccahua y que fue esclarecido patriota. ¿O a Corbacho?. Deben considerarse como próceres de la independencia nacional en la revolu­ción de Pumaccahua (1814) al abogado Rafael Ramírez de Arellano, Pedro López de Segovia, Baltazar Villalonga, Gabriel Bejar, José Angulo, Manuel Mendoza, y el propio Obispo José Pérez Armendariz, Presbítero Eduardo Na­varro, Juan Angulo y Francisco Carrascón, Arcediano Concha y Provisor Vega.

(5) Dialogo referido por un hermano de Melgar, quien al escribir su biografía di­ce: Hemos repetido palabras que recogimos de sus labios, y referido escenas a que estuvimos presentes”.

(6) En su Elogio al Prócer Arequipeño Mariano José de Arce. (1931).

(7) Se asegura que Melgar para despedirse de Arequipa, improvisó unos versos que comenzaban asi:  "Cual caminante sin rumbo / Yo miro sombras y espectros  / para mi mal  o hay remedio.

(8) Se ha afirmado que Melgar era artillero de profesión, que prestó muy útiles servicios a la causa libertadora en la fundición, montaje y emplazamiento de los cañones. No es exacto que Melgar fuera artillero de profesión. Fue, si, capaz matemático. Por esta circunstancia en la batalla de Humachiri se le designó para combatir en la artillería; “Los últimos tiros de cañón eran asestados por el Auditor de Guerra” dice uno de sus biógrafos.

(9) El pueblo de Humachiri se encuentra al otro lado de la cadena occidental de los Andes, cerca del antiguo camino de Arequipa al Cuzco y del río Llallimayo, y rodeado de los distritos de Ayaviri, Ucubiri, y Llalli, (Departamento de Puno), y de una cadena de cerros. La pampa de Soro forma parte del distrito de Humachiri. Humachiri, palabra quechua, dignifica “Cabeza fría”.

(10)          Alguien dice, que el caballo que debía Melgar usar para salvarse, fué empleado en trasladar a los heridos a punto más seguro.

(11) Recuerdos del Brigadier Ramírez, manifestados en Madrid, años después, al doc­tor Pedro José Gamio y Masías, quien los consignó en la relación que escribiera sobre sus viajes en diversos países de Europa.

(12) En carta de 21 de mayo de 1932 dirigida al autor de este libro por el caballero M. M. Guillén Amat; se afirma que Melgar le pidió a Amat, que llevara una carta para Silvia, y que llegado a Arequipa, se la entregase; que la entrevista la solicitó el poeta. La tradición refiere que Melgar dirigió a Ramírez un memorial en verso que solo después del fusilamiento del poeta fué entregado a dicho general por el oficial Angel Gómez Jefe oportunamente y antes del sacri­ficio.

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NOTAS DEL DIFUSOR

1. Se ha respetado la ortografía que aparece en la parte transcrita del volumen

2. Pedro  José Rada y Gamio fue: Dr. en Jurisprudencia y Dr. Honoris Causa en Filosofía y Letras de la Universidad de Arequipa, Dr. en Ciencias Políticas y Administrativas de la Univer­sidad de Lima, Abogado, Académico Correspondiente de las Reales Academias Espa­ñola de la Lengua, de la Historia y de Jurisprudencia de Madrid, Académico Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba y de la de Jurisprudencia y Legislación de Colombia y Numerario de los Arcades de Roma. Miembro de los Ateneos de Lima y Arequipa, Miembro de la Sociedad  Geográfica de Lima.

3. En 1925, la provincia de Ayaviri, creada el 25 de octubre de 1901 (desprendida de la de Lampa) tomó la denominación de Provincia de Melgar, en homenaje al prócer. <>

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