MARIANO MELGAR
SU SACRIFICIO
En: Pedro
José Rada y Gamio: MARIANO MELGAR. APUNTES PARA LA HISTORIA DE AREQUIPA.
Lima, Imprenta Casa Nacional de la Moneda. 1959 pp. 346 – 356.
E |
l año
de 1814, Mariano Melgar Valdivieso, nacido en Arequipa (12 de agosto de 1790) va
a tomar la espada.
El
Cuzco (2 de agosto 1814) lanza el grito de rebelión contra la dominación
española. Renace el espíritu de Tupac Amaru. Los indios de Humanga y Arequipa
secundan el movimiento, como muchos criollos; Abascal, virrey, se alarma y se
prepara a develar la revolución. Está al frente de ésta, Mateo García
Pumaccahua, que formó en espíritu militar en las tropas con que el General
Goyoneche había vencido en Guaqui y dominado el Alto Perú. (1).
El
pueblo de Chuquibamba, que siempre se distinguió por su virilidad,
perteneciente a la Intendencia de Arequipa, tomó las armas, secundando el
movimiento. Melgar, como se ha dicho, estaba en el valle de Majes buscando
soledad y reposo. Apenas supo los acontecimientos, emprendió marcha a
Chuquibamba; se presentó y pidió ser incorporado a las tropas. Fué acogido con
entusiasmo.
El
melancólico y casi ceñudo amante, tomó la marcial apostura del soldado. Pasó el
momento de cantar los dolores del indio, llegó el momento de redimirlo. Pasó el
alboroto de la Constitución de 1812, es la hora de dar libertad al Perú. Es el
instante de la espada. (2).
Un
antepasado de la familia Urdanivia, fué quien levantó al pueblo de Chuquibamba
contra la bandera del Rey. Al legar Melgar a la citada ciudad, fué
entusiastamente recibido y los revolucionarios le hicieron el presente de una
espada.
Las
fuerzas realistas destinadas a combatir a los valientes chuquibambinos y a
restablecer el dominio colonial en Condesuyos, tuvieron un combate con fuerzas
de los patriotas en Rocchanga, a veinte kilómetros de Chuquibamba, en dirección
al monte. Vencedores los combatientes por la libertad, siguieron su marcha
hacia a Arequipa.
Contribuyó
a la acción de los patriotas el doctor Manuel
José Fernández Córdova, que entonces desempeñaba un curato en Condesuyos.
Bolívar lo nombró más tarde, Vicario General Castrense del ejército libertador.
La
columna de Chuquibamba se dirigió a Arequipa para incorporarse a las huestes
de Pumaccahua, que después de abrir en Cangallo y La Apacheta las fuerzas del
Intendente José Gabriel Moscoso,
del Mariscal de Campo Francisco Picoaga,
del Brigadier Pío Tristán y Mayor Luis Antonio María del Valle, ocupó la
ciudad el 10 de noviembre de 1814. La toma de Arequipa decidió a los de
Chuquibamba a pronunciarse. Pumaccahua y Angulo estuvieron en la ciudad
mistiana pocos días. Los patriotas de Arequipa dieron una proclama firmada por Agustín Cossio y Alzamora, el Marqués
de Villa-hermosa José María Corbacho
y Francisco Carasa.
Pumacahua
emprendió su marcha sobre Arequipa con 5,000 hombres, de los cuales 500 estaban
armados con fusiles, y los demás de lanzas, macanas y hondas; tenían considerable
número de caballos y algunas piezas de artillería.
Melgar
guerrero, entró a la tierra de su nacimiento y de sus amores, altivo,
satisfecho. Era conciente de su misión. Fue designado Auditor de Guerra y
Comandante de artillería.(3).
Después
de presentarse a Pumacahua, fué a la casa paterna; encontróla convertida en
campo de dolor y de lágrimas. La figura enjuta de su anciano padre parecía una
estatua petrificada. El ejército debía emprender campaña.
—¿Y tú
te vas hermano?, le dice una hermana.
Sí,
contestó él, y no volveré.
¡Qué es
lo que has dicho!, replicó la hermana.
—La
revolución no puede triunfar ahora, con este indio Pumaccahua; no se hará nada
de bueno. No obstante, agregó, debo marchar con el ejército, debo luchar
contra los españoles, debo batirme contra ellos. Pudiera ser que Angulo (4) de
quien dicen que es hombre de talento, ponga algún orden en las cosas. Pero
Pumaccahua lo va a perder todo. En fin. yo voy a morir y seré de los primeros.
¡Y
Silvia! replicó la hermana, ¡Si quiere satisfacerte!
- No sé
que haría, repuso Melgar; si ella quisiera expontáneamente volver a mi cariño…Yo
puedo servir a la patria con más provecho que ahora y en mejor ocasión.
- Así
es, contestó la hermana.
- Pero no;
yo me debo a la patria; marcho con el ejército.
La
hermana sollozaba.
—Tú no
le digas nada. No puedo pronunciar el nombre de...Silvia. (5).
Este diálogo es sustantivo, hace ver que Melgar, no tenía fé en la capacidad de Pumaccahua para hacer triunfar la revolución, ni en sus aptitudes militares para dirigir la campaña iniciada. No veía orden ni orientación para afrontar los sucesos. No era pesimista, sino vidente. El resultado final en Humachiri comprobó sus juicios. Tenía algunas esperanzas en el talento de Angulo, y en cuanto al Jefe de la rebelión abrigaba la seguridad de que lo iba a perder todo. Sin embargo no trepida un momento, aunque sabe que va a morir seguramente: marcha con el ejército a luchar con los españoles, será uno de los primeros en caer en la brecha. Espera la muerte, como Sócrates la cicuta. Ni las lágrimas de la hermana, ni la ancianidad de su padre, ni de la madre la ternura, ni ei amor a Silvia, nada lo detiene. Como un griego va a las Termopilas. Es un estoico. Escala el sacrificio, cual el mártir cristiano que va al circo; sabe que su sangre será fecunda y llevará al triunfo.
Cuadro
semejante en que actúa como figura céntrica un joven de veinticinco años, con
un porvenir brillante ante sus ojos, es óptico. Es el sacrificio conciente de
la vida por la patria.
Las
personas visibles de Arequipa buscaban a Melgar para percatarse de su
determinación y disuadirlo de ella; encontraban al poeta convertido en guerrero
y resuelto a todo.
El 12 de noviembre de 1814 celebróse un cabildo abierto. Fué una cima de la historia de América. Estaban en el cabildo abierto, sacerdotes, caudillos, intelectuales, milicianos, vecinos notables. El penacho de fuego de esa cima, fué el Presbítero Mariano José de Arce, arrebatado como Robespierre, elocuente como Vernieaud: proclamó sin embajes, que se jurara la independencia absoluta del Perú del poder de España y perfiló y aclamó la soberanía de nuestra patria, trinando contra reyes y déspotas y proclamando la igualdad de los hombres y su derecho a ser libres, sin distinción de castas, privilegios y razas. En ese momento no fue solo un penacho rojo, tempestad sinaíca fue, cual la que bate las congeladas crestas andinas. En tal escenario espartano, se encontró Melgar, triste como Saint Just, noble como Barnave; “aquel mancebo romántico que en el abigarramiento del cabildo abierto debió destacarse como una pincelada de esperanza”, dice Francisco Mostajo. (6).
“Una
anécdota suele retratar la psicología de un hombre. Melgar destrozó el retrato
del Rey, que guardaban en su casa y no queriendo que su familia arrastrase las
consecuencias del desacato, atribuyó lo ocurrido a la casualidad”, ha escrito
Alberto Bailón Landa en su importante “Debate psico-histórico de Melgar”. (1909).
Melgar
arrojó el retrato del amado Fernando, cuando aún las costumbres de Arequipa
rendían al rey de España ingenuas pleitesías. Al pronunciar su nombre se
descubría el mortal que lo articulaba y al patronímico agregaba la frase “que
Dios guarde”. Las autoridades, al recibir letras, Cédulas,
Pragmáticas, y Ordenanzas reales, antes de abrir las cubiertas, se las ponían
sobre la cabeza en señal de respeto y después de besarlas rasgaban el sobre y
removian las obleas de colores que lo sellaban. Eran tiempos en que el
cumpleaños del monarca, el día de su matrimonio, el de su muerte, constituían
en las colonias fechas de alegría o de duelo, según el caso. En casi todas las
moradas se colocaba la imágen del Soberano, bien que generalmente fuese
borroneada por incipiente pincel o lápiz. Y cuando las multitudes veían el
retrato del rey o del real pendón, se entusiasmaban y aplaudían. Después fueron
los libertadores y el pabellón de la patria, los que aclamaba el pueblo.
Melgar
entró una mañana en la casa paterna. Se presentó con la espada al cinto.
Encontró a su padre en su dormitorio, mustio, presa de intensa angustia. Cayó
a sus pies y lo abrazó. El desfallecido octogenario levantó sus brazos y bendijo
al hijo. La madre, cual mujer fuerte, sin verter una lágrima, con ese dolor
que solo las madres saben sentir, contempló al fruto de sus entrañas. Esta la
abrazó. La hermana era la imágen de la desolación. Melgar partió. Llevaba a
Silvia en su corazón; en el alma a sus padres y hermana.
Las
huestes de Pumaccahua salidas de Arequipa emprendieron la marcha en dirección
al interior para ganar Sicuaní. Llevaban consigo al Intendente Moscoso y al
Mariscal de Campo Picoaga, poco después sacrificados en el Cuzco. Sumaban las
fuerzas patriotas más de cinco mil hombres. Flameaba al viento sus rojas
banderas. Melgar iba en la vanguardia, alardeando de su fortedumbre. Cuando
comenzaron a escalar la cordillera, el vate volteó caras para mirar la ciudad
amada y despedirse de ella, y contempló su blancura, envuelta en un manto de
fuego. Era el atardecer. Melgar no llevaba su escudo blasonado de leones
rampantes o de almenados castillos ¿era de la color blanco con un gorro frigio?.
Presentía que en breve iba a finir. (7).
El
ejército marchaba en orden. Entró en la zona de la sierra, pisando pastos y
vadeando ríos. Se presentó a sus ojos la región de las modestas gramíneas, era
una Siberia, donde, en tales momentos, holgaba el botanista. Las lluvias caían
torrencialmente y la tempestad dominaba la soledad de la altura. En la
oscuridad de la tormenta descuajaba el rayo las nubes como una espada de fuego
que desgarraba las entrañas. La inclemencia de la naturaleza hacia su
deservicio. Esos soldados no se amedrentaban, porque en ese diluvio, lavaban
el arca de la libertad.
Algún
agorero creía que Santiago desde las nubes ayudaría a las tropas españolas, y
aunque bautizado, rogaba a Viracocha apoyara a los indios. Se adelantaba a la
imaginación de Olmedo en su canto a Junín. Melgar, siempre estaba pensativo:
añoraba a Silvia. En las horas de descanso del ejército, a la luz de la luna,
y abismado su pensamiento en el estrellado ornamento de los cielos, hacía
hablar a una guitarra, mientras otros tocaban las quenas y el chillador.
Aún no
se ha hecho justicia — toda la justicia que merecen — a estos ejércitos de
nuestras luchas por la independencia. Hambre, sed, desnudes, enfermedades,
fríos glaciales, calores caniculares, paludismos, lluvias diluvianas, tormentas,
cansancios, todo lo sufrieron con estoica resignación. A la hora del asalto y
del combate, sin uniformes entorchados de oro, eran leones y la Victoria,
coronaba de laureles sus erguidas frentes. Querían nada menos, que obligar al
Sol de Carlos V a ocultarse para siempre en los dominios de América. Pasaban
del llano a la cordillera, del calor al frío, del valle al arenal, de la arena
caldeada a las nieves intocadas, ríos hondables, precipicios, desfiladeros,
eran sus rutas, hasta llegar a pobres pueblos, que no a ciudades, que poco
podían ofrecerles. La amarilla vicuña, la tranquila llama, el corredor huanaco,
los veían pasar, como los altos albos organizados rebaños. La muerte no les
importaba nada.
Mientras
Melgar hacía la campaña, reinaba en la casa paterna el dolor y la soledad. La
madre se levantaba temprano para ir a la iglesia de Santa Rosa, y rogar a la
imagen imponente del Señor de la Cena que en ese templo se venera, por la
salvación del hijo de los horrores de la guerra; las lágrimas corrían de sus
ojos, como de fuente inagotable. El anciano padre salía menos a la calle y
pasaba largos ratos matinales sentado en su sillón de cuero, mirando su
pequeño jardín, donde se codeaban rosas, jazmines, aromos. Los hijos y los
amigos consolaban a los desolados genitores.
Llegan
los dulces y la mixtura de flores, envío cariñoso de los dos monasterios
vecinos. Las murmuraciones y chismes, de que tanto gustan mogigatos y
farsantes, iban y venían trayendo dolor y desengaño. Algún sacerdote, varón austero,
portaba dulcedumbre al hogar. Se esperaba noticias de los “propios”, y viajeros; se temía al
Brigadier Ramírez y se tenía fé en la clemencia de Abascal; se
preguntaba de Silvia, se interrogaba al Gobernador intendente, se esperaba en
Dios.
Si
cartas venían, se devoraban y en sus negras garrapateras se quería adivinarlo
todo y leer el porvenir.
Para
combatir a Pumaccahua se habían destacado por orden del Virrey, del ejército
del Alto Perú (hoy Bolivia), aguerridas tropas, que comandadas por el Brigadier
Juan Ramírez y Orozco, debían restablecer la tranquilidad.
En
Humachiri, comprensión entonces de Lampa, se encontraron los dos ejércitos y
empeñaron (11 de marzo de 1815) reñida acción, Melgar, aunque Auditor, peleó en
la artillería, arma de su afición por sus conocimientos en matemáticas. La
victoria se pronunció a favor de los españoles. Melgar permaneció al pié del
cañón, hasta el último (8). No pensó en salvarse una vez pronunciada la
derrota. El caballo que se le había señalado para abandonar el campo de
batalla, lo empleó en su servicio el mismo que debía ofrecérselo. Melgar se
entregó prisionero. (9).
El
general vencedor, ordenó que al día siguiente fuese fusilado. Melgar
contemplaba su situación corno un cristiano. Antes de abandonar el terruño
recibió los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. Si se había
anunciado su muerte, ahora estaba preparado para recibirla. (10).
Melgar
fué puesto en capilla para ser pasado por las armas; abòcase con él, el Brigadier Ramírez; mantuvo con el condenado a muerte
el diálogo siguiente:
—¿Por
qué, joven, se ha sublevado Ud. contra su Rey y contra España, cometiendo negro
delito que va a pagar con su vida?
—Yo no
he cometido ningún crimen, ni siquiera una falta. Ha llegado la hora, en el
reloj de Dios, de que el Perú sea libre de toda dominación extraña, de que ejerza
su propia soberanía, de que sea persona entre las naciones. Por eso combatimos,
por eso he tomado yo las armas, por amor a la Patria.
—Esas
ideas condenadas las ha aprendido Ud. en libros prohibidos y fantásticos.
—He
abierto los ojos. He aprendido en la Historia de tres siglos de dominación
española; he apreciado cuantos dolores y humillaciones.
—Es
tiempo de que se arrepienta, olvide sus locuras, y sirva al Rey, nuestro señor,
que Dios guarde. Así puedo salvarle la vida.
—Por la
libertad, por la Patria, nada es perder la vida.
—Reflexione
—Soy
consciente de mis ideas y de mis deberes. Yo voy a morir, está bien. Pronto
triunfará la causa de que soy holocausto. Mi sangre será riego.
—Ni una
palabra más. El patíbulo está listo. La muerte lo aguarda. No quiere usted
salvarse.
—Estoy
pensando en Dios.
El
Brigadier se retira entre furioso y conmovido. Matar a semejante joven. (11).
El mataor: Gral. español Juan Ramìrez Orozco |
Prisionero
Melgar, fué sometido a un Consejo de Guerra, cuyo auditor don Manuel Amat y
Ponce de León, se dice, pidió la pena de muerte para el poeta. Tiempo después,
dicho Amat y León se casó con Silvia.
Según
informes de Luis E, Gonzáles Boldrini, fué fusilado Melgar en Quimsa Cruz, a
dos millas de la población de Ayaviri.
Llegado
el supremo instante, Melgar marchó al patíbulo sereno y digno. Lo acompañaba el
sacerdote que en las horas de capilla lo había confortado con los auxilios
religiosos. Un pelotón de soldados fué colocado frente al vencido. A la orden
del oficial que lo comandaba, dispararon sus armas (12 de marzo 1815, 4 a.m.).
Dos balas le atravesaron el cráneo. Melgar cayó desplomado, bañado en su propia
sangre. Se consumó el martirio.
El Gran
Mariscal Guillermo Miller, en sus Memorias, después de comparar a Melgar con el
poeta irlandés Tomás Moore, dice que nuestro bardo, al sacerdote que lo
acompañaba al suplicio y lo exhortaba, en bronco estilo y bárbaras maneras le
contestó:
—Padre,
no es este el momento de hablar de política, ni de cosas de este mundo. Vine
preparado a éste sitio para morir; pero Ud. me ha distraído.
Agrega
Miller que Melgar pidió un cigarro y que después de haberlo fumado hasta cerca
de la mitad, expresó estar listo para morir y que murió con firmeza varonil y
digna de su persona. Sus restos fueron inicialmente depositados en la capilla
de Macarimayo, distante una legua de Humachiri y más tarde trasladados al tempo
de Ayaviri
Traslación de los restos de Melgar de Ayaviri
a Arequipa
El año
1830 se constituyó una Junta para ocuparse de traer los restos de Melgar a
Arequipa. En ella figuraron el Deán Juan Gualberto Valdivia, el poeta Manuel Castillo
y otras personalidades. El General Juan José Salas, despeñando la Prefectura,
dispuso que de la Capilla de Santiago de Ayaviri se exhumasen tan amados restos
y que a la ciudad mistiana se trasladaran para que recibieran definitiva
sepultura.
Majestuosas
fueron las manifestaciones que se hicieron para honrar al Héroe (1833).
_________________________
NOTAS
DE LA TRANSCRIPCION.
(1) El Presidente Augusto
B. Leguía mandó levantar en Sicuani una estatua a Mateo García Pumaccahua. El
autor de este libro, en su condición de Ministro de Fomento, la hizo ejecutar
en bronce con el eximio escultor cuzqueño Benjamín Mendizábal, quien en Roma
perfeccionó su arte. Está ya colocada en una de las plazas de la nombrada
ciudad de SicuanI.
(2) La señora Sabina
Montes de Delgado, dama Chuquibambina, que falleció el año 1922, a la edad de
120 años, en pleno uso de sus facultades intelectuales, conoció a Melgar en la
época que arribó a Chuquibamba a formar parte de las filas revolucionarias y
dijo: que era de aspecto atrayente; que fué recibido con entusiasmo, y que su
viaje de Majes, dónde se encontraba, se anunció con varios días de
anticipación, y que fué recibido por una numerosa cabalgata. La indicada señora
fué madre del doctor don Justo Germán Delgado, Senador y Vocal de la Corte
Superior de Justicia de Arequipa.
La señora de Delgado,
tenía doce años cuando los sucesos de Chuquibamba, y cuando vió a Melgar.
(3)
Expediente de servicios
prestados por Mariano Melgar, seguido por la familia
(4)
Probablemente se refiere a
Vicente Angulo, que seguía las banderas revolucionarias de Pumaccahua y que fue
esclarecido patriota. ¿O a Corbacho?. Deben considerarse como próceres de la
independencia nacional en la revolución de Pumaccahua (1814) al abogado Rafael
Ramírez de Arellano, Pedro López de Segovia, Baltazar Villalonga,
Gabriel Bejar, José Angulo, Manuel Mendoza, y el propio
Obispo José Pérez Armendariz, Presbítero Eduardo Navarro, Juan
Angulo y Francisco Carrascón, Arcediano Concha y Provisor
Vega.
(5) Dialogo referido por
un hermano de Melgar, quien al escribir su biografía dice: “Hemos repetido palabras que recogimos de sus
labios, y referido escenas a que estuvimos presentes”.
(6) En su Elogio al Prócer
Arequipeño Mariano José de Arce. (1931).
(7) Se asegura que Melgar
para despedirse de Arequipa, improvisó unos versos que comenzaban asi: "Cual caminante sin rumbo / Yo miro
sombras y espectros / para mi mal o hay remedio.
(8) Se ha afirmado que
Melgar era artillero de profesión, que prestó muy útiles servicios a la causa
libertadora en la fundición, montaje y emplazamiento de los cañones. No es
exacto que Melgar fuera artillero de profesión. Fue, si, capaz matemático. Por
esta circunstancia en la batalla de Humachiri se le designó para combatir en la
artillería; “Los últimos tiros de cañón eran asestados por el Auditor de
Guerra” dice uno de sus biógrafos.
(9) El pueblo de Humachiri
se encuentra al otro lado de la cadena occidental de los Andes, cerca del
antiguo camino de Arequipa al Cuzco y del río Llallimayo, y rodeado de
los distritos de Ayaviri, Ucubiri, y Llalli, (Departamento de Puno), y de una
cadena de cerros. La pampa de Soro forma parte del distrito de Humachiri. Humachiri,
palabra quechua, dignifica “Cabeza fría”.
(10)
Alguien dice, que el
caballo que debía Melgar usar para salvarse, fué empleado en trasladar a los
heridos a punto más seguro.
(11) Recuerdos del
Brigadier Ramírez, manifestados en Madrid, años después, al doctor Pedro José
Gamio y Masías, quien los consignó en la relación que escribiera sobre sus
viajes en diversos países de Europa.
(12) En carta de 21 de
mayo de 1932 dirigida al autor de este libro por el caballero M. M. Guillén
Amat; se afirma que Melgar le pidió a Amat, que llevara una carta para Silvia,
y que llegado a Arequipa, se la entregase; que la entrevista la solicitó el
poeta. La tradición refiere que Melgar dirigió a Ramírez un memorial en verso
que solo después del fusilamiento del poeta fué entregado a dicho general por
el oficial Angel Gómez Jefe oportunamente y antes del sacrificio.
___________________________________________
NOTAS DEL DIFUSOR
1. Se ha respetado la ortografía
que aparece en la parte transcrita del volumen
2. Pedro José Rada y Gamio fue: Dr. en Jurisprudencia y
Dr. Honoris Causa en Filosofía y Letras de la Universidad de Arequipa,
Dr. en Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Lima,
Abogado, Académico Correspondiente de las Reales Academias Española de la
Lengua, de la Historia y de Jurisprudencia de Madrid, Académico
Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba y de la de
Jurisprudencia y Legislación de Colombia y Numerario de los
Arcades de Roma. Miembro de los Ateneos de Lima y Arequipa, Miembro de
la Sociedad Geográfica de Lima.
3. En 1925, la provincia
de Ayaviri, creada el 25 de octubre de 1901 (desprendida de la de Lampa) tomó
la denominación de Provincia de Melgar, en homenaje al prócer. <>
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